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3.Liana

La yema de los dedos de Apolo acariciaba el semblante de la joven, la cual se encontraba en esos momentos en los brazos de Morfeo, mas no era un sueño idílico. Las sábanas níveas se encontraban revueltas e impregnadas de sudor.

Ayla se había ausentado de su centro educativo, debido a su fuerte e intenso malestar, solo en los momentos en los que se entregaba a Hipnos encontraba la paz. Las migrañas y los cambios constantes en su temperatura, apenas le daban tregua para pensar; fue en unos de esos momentos en los que trataba encontrar algo de coherencia a los últimos acontecimientos que había vivido.

El tatuaje de su espalda, era la prueba viviente literalmente, de los inconcebibles hechos que se habían producidos en tan corto lapso de tiempo. Además, su último y peligroso encuentro, no era la última novedad; el tatuaje había vuelto a cambiar de color, sus líneas eran de un profundo índigo.

Los trazos del contorno iban cambiando paulatinamente de color, cada vez que su cuerpo alcanzaba los cuarenta grados, bajando su nivel térmico de forma drástica; era como si escarcha se sumergiera en sus vasos sanguíneos, provocando que un escalofrío la recorriera de arriba abajo su dermis; a este paso no sabría si moriría de hipertermia o hipotermia.

—Solo son delirios, Ayla —trataba de convencerse a sí misma, en sus momentos lúcidos.

Los mensajes de su madre eran constantes, la mujer más fuerte que haya conocido y que solo tenía una debilidad; su hija. Ella incluso había estado dispuesta a volver de su viaje de luna de miel para cuidarla, de no ser por las fotos que le mostraba Ayla del termómetro en el que indicaba treinta y seis grados.

La adolescente, no quería estropear ningún momento de felicidad que pudiera tener su madre, durante quince años se había dedicado exclusivamente a ella; siempre anteponiendo su felicidad.

El resto de mensajes, más bien parecían una retahíla de cortesía, preguntando sobre su situación y deseando una pronta recuperación. Tras un rato, en el que parecía que sus síntomas habían desaparecido, soltó su móvil para ir en búsqueda de alimentos.

Su cuarto se encontraba al final de la casa, por lo que tenía que atravesar el pasillo y el salón para llegar a su destino, estaba tan acostumbrada a la casa que no se fijaba ya en los bellos detalles que esta poseía; piso de madera, paredes bicolor con un hermoso y amplio jardín en el que florecían todo tipo de especies de plantas.

Una figura andrógina, se sentaba en el mismo sillón del salón con la misma postura de su primer encuentro. La mente y el cuerpo de Ayla, no estaban en condiciones de lidiar con esta situación; así que simplemente lo ignoró, ya se encargaría de espantarla con la escoba en el momento adecuado.

—Qué raro, ¿Hoy no te molestas conmigo por meterme en tu casa?

—Solo eres un producto de mi imaginación, si te ignoro, te iras.

—Así que hoy, estamos en la etapa de la negación.

Ayla, ni siquiera se dignó a mirarla durante un segundo, aunque fuera de soslayo. Su objetivo de no morir de inanición en ese momento, era mucho más importante. La miel y mermelada en las tostadas era una opción ligera, que harían que su estomagó pudiera volver a acostumbrarse a ingerir alimentos.

—Veo, que te lo voy a tener que demostrar —suspiro la persona invasora.En menos de un segundo, con más rapidez que la primera vez, se puso atrás de Ayla.

Las rebanadas de pan blanco, se encontraban en la mesa comenzando a ser embadurnadas en miel.

—Si vas a estar parado detrás de mí, mejor haz algo útil y alcánzame la mermelada —su tono sarcástico y sus ojos entornados, demostraban con su lenguaje corporal cuan poca fe tenía que hiciera lo que le había pedido.

—Yo tengo una mejor ideas ¿Qué tal si repetimos nuestro primer encuentro? —la comisuras de sus labios se elevaron, dejando vislumbrar los huecos de sus inferiores. Apoyo sus brazos sobre la encimera, quedando el espacio de una hoja de árbol entre ellos.

—Claro, como no...—respondió por inherencia, sin prestar atención para lo que ella eran menos que sonidos de animales.

Los bellos de sus brazos se erizaron en modo de alerta, ante el inminente contacto. Su cuerpo de modo automático reacciono, intentando clavar el cuchillo en la primera parte que encontrará. El filo era redondeado y sin apenas dientes, unido al hecho de contener el líquido pegajoso en su superficie, difícilmente podría considerarse un arma.

Ayla, se maldecía así misma por tener una imaginación que la situaba en una posición tan desventajosa. Ella no quería volver a vivir nada de lo que había pasado desde que recibió esa maldita carta, que debería haber dejado en lo más profundo del averno. ¿Realmente era todo solo su imaginación? ¿Por qué su mente solo le mostraba imágenes que solo la hacían sufrir?

— ¡Ni se te ocurra, ponerme un maldito dedo encima! —el ataque armado no había funcionado, pero ni de broma se dejaría manejar como esa persona quería. Su ataque no cesaría hasta estar segura, de que al menos disponía de la distancia necesaria para reaccionar al ataque de su adversario; un empujón fue suficiente en el momento que lo tomo desprevenido para conseguir su meta.

—Por fin reaccionas —un gesto de triunfo surco su tez entera —, lamentablemente observar tus lindas reacciones, no constituye el motivo de mi visita hoy —parecía estar intentando encontrar las palabra adecuadas —. Hoy te vienes conmigo.

— ¿Ir a dónde? Yo contigo no voy a ningún lado.

—Vendrás por las buenas o por las malas.

—No pienso ir.

Un silencio sepulcral, se instaló entre ellos, observándose el más mínimo pestañeo de la acción de su enemigo. Ayla, sosteniendo el extremo del plato de tostadas, lo lanzó contra ese ser; esperando que si no se rompía en el impacto, al menos el golpe y el sacrifica de las tostadas caídas en el piso hicieran que se resbalara. Esta estrategia no salió como se había planeado, sin embargo, sirvió hasta cierto como punto de distracción; dándole tiempo a la mujer para alejarse y tomar más objetos como defensa, mientras se dirigía hacia la salida.

El pomo de la puerta había empezado a girar, viéndose ya filtrado en rayo de luz a través de la puerta que comenzaba a abrirse; cuando unas lianas se enredaron en su mano de forma circular siendo su origen la propia manilla, del suelo enredaderas atrapaban sus pies impidiendo que pudiera dar un solo paso más. Ayla intento liberarse de ellas, jalando se forma ferviente, aunque mientras más lo hacía, más se aprisionaba.

—Nos vamos —un chasquido de los dedos, provoco que una sinfonía de colores aparecieran, como cuando se está viajando a una inmensa velocidad y los niveles de adrenalina estallan; y que la maleza que había invadido la totalidad de la casa desapareciera.

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