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Desojando Margaritas| ACT 3

Ver las salchichas prepararse al fuego nunca había sido más aburrido.

Ambos hermanos se encontraban sentados frente a la lumbre, acomodados sobre un par de troncos huecos que habían sacado del bosque cercano, observando con suma hambre y tristeza al par de salchichas tendidas sobre las rejillas de metal sobre el fuego.   

— ¿En serio no podemos comerlas crudas? —queja el zorro de dos colas, abrazando su estómago, retorciéndose de lado a lado, con sus tripas retorciéndose dentro de él por el hambre— ¡¡¡No puedo más!!!

— Ya casi están —miente el erizo de azul, picando una de las salchichas con un tridente, con su estómago rugiendo igual con la diferencia que él ya se había acostumbrado a lidiar con el hambre y no le importaba mucho para este punto.

La vida sin padres era dura...
Pero al menos podían sentirse orgullosos de hacer todo lo que podían para sobrevivir.   

Ambos niños suspiraron pesadamente antes de escuchar algo moverse entre los arbustos. Sonic fue el primero en notarlo, girándose agresivamente para ver hacia el bosque, soltando el tridente para ponerse a la defensiva mientras que Tails movía sus orejas, captando cada vez mejor el ruido.

En el momento menos pensado una pequeña niña de espinas rosadas emergió de entre los arbustos, tropezando con su propio pie, cayendo de bruces al suelo tras liberar un pequeño chillido, soltando una bolsa blanca en el proceso.

— Uhg... —quejó la pequeña de botas moradas, sobando su cabeza, alzando lentamente su mirada hasta dar con Sonic— ¡¡Héroe!! —exclamó, apuntándole con una gran sonrisa de emoción.

El erizo de azul se había quedado perplejo, alzando sus cejas en asombro ¿Sería ella? ¿De verdad sería ella? ¿Qué estaba haciendo aquí?

— ¡¡¡Corre Sonic, corre!!! —exclamó Tails, saltando de su lugar para así jalar con fuerza el brazo del mayor— ¡¡¡Huye ahora!!! ¡¡¡Corre!!!

— ¡Tails! —queja, soltandose rápidamente de su agarre, viéndolo se forma reprochable— ¿Y tus modales?

— ¿Pero no dijiste que esa niña era la que te acosaba?

— ¿Yo qué? —habló la rosada.

— ¡¡Yo no dije-!! —excusó, con sus mejillas encendiendose de rojo por la vergüenza. Carraspeó, posándose al lado de Amy en un parpadeo— ¿Tú... Eres Amy?

Los ojos de la más joven brillaron celestialmente tras escuchar como el chico de azul pronunciaba su nombre.
Su voz era tan encantadora que no hacía más que enamorarla más.

— Te acuerdas de mí —balbucea.

— ¿Cómo no hacerlo? —sonríe, tomándola de sus manos para ponerla de pie— Eres la primera eriza que conozco. Me alegra que estés bien.

La joven observa sus manos, igual de enguantadas que las de ella, conmoviendola hasta las lágrimas que ahora luchaba para no soltar. ¿Habría otra prueba de que eran almas gemelas?

Mientras tanto el zorro de pelaje naranja los observa con recelo en la distancia. No entiende porqué debería haber tanta confianza solo por ser de la misma especie, al menos por su experiencia no lo veía justo o con un mínimo de sentido...
Aunque quizás era el disgusto del hambre el que esté hablando de todas formas.

— Lamento haber interrumpido —disculpa, tomando su bolsa blanca para ponerla sobre sus hombros otra vez, inclinando su cabeza con suma vergüenza—, es solo que... Estaba buscándote y decidí tomarme un descanso ¡Y justo estabas aquí! —extiende sus brazos hacia él, sonriendo de forma inocente mientras su pequeña cola se agita de lado a lado por la emoción de aquella improbabilidad.

El erizo mayor ladea su cabeza. No entiende porqué podría estarlo buscando, o porque encontrarlo sería tan genial. Alza y baja sus hombros, sonriéndole de forma amable para que no piense que es grosero.

— Estábamos preparando el almuerzo —comenta, avanzando nuevamente hacia la fogata, retomando su asiento.

— Realmente tenemos hambre... —confiesa el vulpino, inclinando sus orejas mientras su estómago sigue rugiendo.

Amy se apresura a ver lo que hay en la pequeña parrilla improvisada que tienen, alarmandose tras ver que solo se trataba de dos tristes salchichas.
Sus orejas se inclinan con suma tristeza, pero tan pronto esa tristeza toca a su puerta llega el optimismo a despedirlo con un plan.

— Tengo una idea —anuncia tras chasquear sus dedos, llamando la atención de los dos niños quienes voltean a verla rápidamente, ilusionados.

Rápidamente la más pequeña saca de su bolsa blanca un bolsa de panes, un envase grande lleno de carne molida con picante y puré de tomate mezclados. Los acomoda sobre una corteza de palmera que había cerca y tras cortar dos panes toma las salchichas, las acomoda en los panes y después les esparce encima la mezcla especial de la carne molida, sirviendolos también en un par de platos que había traído consigo.

— ¡Buen provecho! —musita, entregando su más reciente creación a sus dos nuevos amigos— Espero que lo disfruten.

Ambos niños están tan hambrientos que no pueden resistirse, tomando el par de hot dogs como si sus vidas dependiera de ello, con Tails siendo el primero en incarle los dientes y devorarlo completo por todo el hambre que ya lo estaba enloqueciendo.

Sonic observa el contenido de su plato, pensando ¿Cuándo fue la última vez que pudo comer así, de una forma apropiada? Toma el alimento en su mano y antes de incarle el diente nota como la niña de rosa lo observa con una tímida sonrisa a lo lejos.

— Lo siento —disculpa sumamente apenado—, pero no tenemos más.

— ¡Oh! No te preocupes, estoy bien así —asegura, dándole vuelta para no incomodarlo mientras come, encogida de brazos, sin saber qué hacer.

Sonic vuelve a observar su almuerzo, frunciendo el ceño.

— No, no es justo —sentencia, negando con la cabeza, levantándose para así dejar su plato sobre la corteza que ahora servía de mesa.

Buscó a su alrededor hasta encontrar un cuchillo en una bolsa de cuero negro a la par de las herramientas de Tails, regresó y cortó el hot dog a la mitad, pasándole a Amy la mitad en el plato mientras él tomaba su mitad con las manos, con la joven eriza mirándolo con suma sorpresa y confusión.

— Ahora sí, buen provecho —brinda, chocando suavemente su mitad con la de Amy, devorandolo acto después con una gran sonrisa.

La joven de rosa sonríe hacia él, apreciando su bondad. Lo acompaña, dándole el primer mordisco a su pedazo también, contenta.

— ¡¡Ah, ésto está demasiado picante!! —queja el zorro tras terminar de comer, con el dolor de su hambre desvaneciéndose solo para intercambiarse por un terrible ardor en su lengua— ¡¡Pica, pica mucho!!

— Oh no —titubea Amy, con sus ojos llenándose de lágrimas de vergüenza—, creo que me pasé con el picante ¡Héroe, en verdad lo lamento!

— Hmmm~ —musitó Sonic tras terminar de tragar el último pedazo de su almuerzo, relamiendo sus labios, rescatando cada pizca de aquella exquisitez—, es lo mejor que he probado en toda mí vida —felicita, lamiendo de forma torpe sus dedos para así aprovechar cada pizca de sabor— ¡¡Gran trabajo Amy!! —felicita, girándose hacia ella para así alzar su pulgar en símbolo de aprobación.

La más joven suspira aliviada, sonrojandose tras escuchar como decía su nombre otra vez.

— ¿De dónde sacaste todo ésto? —pregunta el erizo de azul, apuntando hacia la bolsa de blanco y los panes en lo que buscaba una cantimplora con agua para su hermano menor.

— Lo saqué de mí casa. Era todo lo que mi mamá y yo teníamos para la cenar la noche en la que...

La forma en la que su tono se oscurece y sus palabras cesan alarma al chico de azul.
Quizás no sea el mejor leyendo emociones, pero reconoce perfectamente cuando alguien no está en su mejor momento.

— Oye, está bien —responde, deteniéndose a su lado, poniendo su mano sobre el hombro de la más pequeña—, eh... Apuesto que tu mamá estaría orgullosa de que aprovecharas bien la comida —afirma, sonriendo de forma torpe, intentando no ofenderla o saber más de lo poco que supo de ella tras rescatarla.

En lo que vuelve hacia Tails para darle de beber y calmar el ardor que invadía su lengua Amy lo observa, siendo fuerte en el proceso, aguantando sus lágrimas para no pensar en cómo su madre falleció para salvarla a ella de una muerte segura en las garras de aquella bestia de metal. Afirmó débilmente, respirando de forma profunda, sí, sin duda su madre la habría felicitado por haber compartido su comida con los que no tenían y eso le daba paz.

— Oigan, la verdad me gustaría otro de esos, eh... ¿Cómo se llaman?

— ¿Perritos con chili? —sugiere la niña con una dulce sonrisa.

— ¡¡Eso!! —Sonic chasquea sus dedos— Perritos con chili. ¿No se les antoja para la próxima?

— ¡¡Sí!! —afirma Amy entre enérgicos saltitos, aplaudiendo ante la moción.

— No —Tails se cruza de brazos, viendo a su hermano mayor con disgusto—, no quiero volver a sentir que se me quema la lengua...

— Una vez los comí con queso y no picaron mucho... O eso creo —afirma la de tez blanca, rascando su cabeza con algo de pena.

— Bien, entonces está decidido —sentencia finalmente el mayor del grupo—. ¿Tenemos suficientes salchichas?

— Justo eran las últimas —solloza el más pequeño, cubriendo sus ojos con suma impotencia mientras sus colas temblaban.

— Entiendo... Iré a comprar más, no tardaré mucho —afirma Sonic, tomando velozmente una bolsa de cuero marrón que contenía unos pocos anillos en su interior—. Amy ¿Crees que puedas hacer más...?

— ¿...Ingredientes para los Chili Dogs? ¡¡Claro!! —chilla, uniéndose a él en un fuerte abrazo— Lo que sea por ti, héroe.

Sonic se queda estático en su lugar. Ahí estaba otra vez esa sensación de calidez y unión que solo ella había podido darle desde su primer encuentro casual entre los árboles.
Sus mejillas empezaron a arder, ¿Acaso sería alérgico a su perfume a rosas? ¿Por qué siempre tenía esa reacción estando cerca de ella?

— Jej, no me llames héroe, suena mal —afirma, separándose del abrazo—. A mí llámame Sonic —ordena, guiñandole juguetonamente el ojo.

Fugazmente el chico desaparece, dejando tras su partida una tenue estela de azul, abandonando a la niña de rosa con la boca semiabierta y sus ojos bien abiertos, con sus mejillas teñidas de un rojo carmesí que se intensificaba con los latidos de su frenético corazón.

Éste chico era un príncipe, un príncipe azul de verdad.

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