Desojando Margaritas | ACT 2
— Me amará, no me amará... Me amará, no me amará... Me amará, no me amará... Me amará- ¡¡Ah!! —exclamó la joven niña de tez blanca y ojos azabaches tras dar con el último pétalo de la flor que había estado desojando desde hace un minuto— ¡¡Lo sabía!! —victoreó, saltando de la emoción, sosteniendo fuertemente el pétalo blanco como si de un boleto lotería se tratase— ¡¡Él me ama, sí!!
Había pasado tanto tiempo desde que experimentaba tanta felicidad que era como vivirla por primera vez.
La joven eriza de espinas rosadas saltaba llena de alegría, bailando y dando vueltas en aquel claro del bosque, igual que una joven hada tras encontrar un misterioso y gran tesoro.
No era mucho, pero pensar en que el azar le tenía preparado un amor jurado con el chico que la había salvado de las garras de aquella bestia de metal era sin duda alguna su mejor obsequio.
¿Qué habría dicho su madre tras verla tan enamorada? Seguramente la habría apoyado, en los pocos años que pasaron juntas fueron inseparables, contaban la una con la otra para todo y no había lugar a dudas de que cada día a su lado era el mejor, claro, todo hasta aquella fatídica tarde donde todo acabaría abruptamente...
No había tiempo para llorar por el pasado. Su futuro prometía grandeza con el amor de su vida, quién sabe, quizás aquel héroe sería todo un romántico que le traería flores y le recitaría poemas bajo la luz de la luna igual que los caballeros que aparecían en las historias de su madre.
Habían tantas posibilidades de no volver a estar sola en su vida que no podía esperar a volver a verlo para colmarlo con sus abrazos y besos, como toda buena princesa a su leal caballero, claro está.
— ¡Viste eso pajarito! —habló hacia la ave azul que había estado posada sobre una rama cercana a ella, observándola desde que cortó la flor para desojarla y probar su suerte— ¡Él me ama! Me ama, me ama, me ama mucho —afirma, con la pequeña ave silbando en aprobación—. ¿Sabes? Desearía volver a verlo, así estaríamos juntos para siempre —musita, cerrando sus ojos con aires de esperanza, conmovida, entrelazando sus manos mientras se mecía de lado a lado—. Oh, pajarito. Sería tan felíz.
La joven ave vuela a su lado, tomando un lugar sobre su cabeza, silbando suavemente en el proceso.
— Debo encontrarlo —sentencia firmemente la jovencita de falda naranja y camisa verde, golpeando con fuerza la parte inferior de su puño contra la palma de su mano—. El mundo no es tan pequeño, él debe estar en alguna parte.
Y así debía ser.
No quería volver a su hogar, no quería regresar a un lugar donde su madre no estuviera ya, la única opción que tenía era seguir avanzando, aferrarse a su salvador y esperar lo mejor, sin duda él la entendería y podría darle una mejor compañía que la soledad.
Rápidamente se puso en marcha, guardando su pétalo blanco en uno de los bolsillos de su falda, corriendo tan rápido como podía por las sendas del bosque, con la pequeña ave siguiéndola en su aventura.
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