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Capítulo XIV: Heathers.

XIV

«HEATHERS»

La oscuridad de afuera estaba consumiendo poco a poco la habitación. Las luces de los pasillos comenzaron a crecer una en una, y los quejidos de una señora que iba a dar a luz estaban de atmósfera a oídos ajenos a las habitaciones cercanas. Las enfermeras corrían de lado a lado por el gran pasillo de afuera de la habitación, aullando por apoyo y más medicina, mientras que los gritos se desvanecían.

Aún con todo ese escándalo y percal del lugar, nada nos detenía de nuestra batalla de labios por saber quién se rendiría primero, y por lo que parecía, ninguno de los dos iba a ceder a tan exótico y esplendido sabor del momento. La mezcla del café con la naranja era presente, se podía palpar en la lengua de cada uno, y ambos degustábamos de aquel sabor y sentimiento que ansiaba con salir. Desde hace unos días aspiraba por un momento eterno donde nunca nos cansáramos de sentirnos el uno con el otro.

Fue raudo e inconsciente el momento en el que estaba encima de él. Besaba su boca con pasión y torpeza, como si fuera mi primer beso, y comenzaba a tocar cada parte de su cuerpo de forma lenta. Con gracia y delicadeza, pasaba cada uno de mis dedos por los brazos y cuello de Cole, logrando aquellos ligeros temblores que tanto avivaban la luz de emoción en mí, junto a las ganas de querer sentir algo más allá que mis labios sobre los suyos.

La temperatura de la habitación comenzaba a subir al igual que la emoción. El movimiento desesperado de él para acercarse y sentir el mismo placer que yo hizo que cediera a su petición. Me acerqué más, dejando escasos centímetros de espacio entre los dos. El calor que sentíamos en el momento era innegable, como si nos obligara a desnudarnos y juntarnos aún más para avivar aquella llama que estaba presente en nuestros cuerpos.

Unas manos delgadas y finas empezaron a explorar todo mi torso por debajo de mi camiseta, enviándome escalofríos con cada toque y rasguño que desprendía cuando mordía su labio con picardía. Los gemidos eran notorios cuando respiraba sobre su cuello descubierto y en su pecho desnudo gracias a la bata blanca que traía. Dejé una serie de besos húmedos sobre su pecho con un recorrido cerrado sin salir de la zona para hacer la sensación y la emoción más duradera. Cuanto más descubría de él, más vivo me sentía. Lo que él me daba no era el morbo que otras personas lograban, sino algo más puro y verdadero: algo que sí lograba sentir.

Antes de seguir descubriendo su cuerpo, un rasguño bastante fuerte, una mano en mi pecho y un «no, por favor» ronco y suplicante de su parte hicieron detenerme de golpe. Le miré y sus ojos rogaron por una pausa, a pesar de no controlar bien la respiración ni ser consciente de que su cabello se había pegado a su rostro. Escuché a lo lejos unos pasos acercarse con velocidad a la habitación. No me dio tiempo siquiera para levantarme de la cama cuando Fox ya se encontraba en el umbral de la puerta, admirando la situación sin decir ni una sola palabra.

―Viene tu madre.

―Hostia, ¡mamá! ¡Años sin verte! ―Exclamé burlón. Cole se estaba arreglando de forma alarmada y veloz.

―¡Tu madre no, anormal! ―Fox comenzó a regañarme mientras me echaba a empujones de la habitación.

―¡Ya sé, coño! Tú siempre igual, quitándole la gracia a todo.

Hablé ya fuera de la habitación, no sin antes ver a Cole escondiéndose aún más en las mantas para ocultar cualquier rastro del manoseo que sucedió hace unos instantes. Cole recogió su cabello con ambas manos y lo soltó una vez llegó al punto exacto, solo para que al final quedara igual que antes: descuidado y enredado.

Por mucho que yo quisiera mandar a la mierda a Fox, volver a la habitación, echar seguro y regresar a lo que estábamos haciendo, no podía. Su negación inmediata y repentina a mis insinuaciones con seguir el momento me hicieron dudar un poco de por qué no quería. Yo era de ese tipo de personas que, si la persona no quería hacer nada, hacía caso y detenía mis deseos más sucios. No obstante, él ya me estaba dando ideas de que también quería lo mismo. De todas formas, seguía siendo inquietante la forma en que lo pidió. Pensaré que fue porque no era el lugar adecuado o porque su madre estaba cerca.

Empezamos a salir de la recepción. Observé que la madre de Cole se dirigía a visitar otra vez a su hijo. Me pregunté cómo Fox logró llegar antes que ella, pero no tenía ganas de escuchar una respuesta absurda de que él corría más rápido o solo lo supo por intuición femenina. Lo único que quería en ese momento era llegar a casa a descansar después de lo ocurrido en aquella pequeña habitación. Un buen baño sería suficiente para calmarme. Al final, Cole estaba bien, y yo me encontraba mejor después de haberlo besado.

Desperté con dolor de cabeza y la espalda adolorida en ciertas partes. Me senté en la cama con las mantas aun tapando mi desnudo cuerpo. El reloj y la luz del sol entrando por la ventana me hacían saber que ya era de mañana, las diez y diecisiete para ser exactos.

La noche anterior había sido rara y frenética cuanto menos. Durante todo el trayecto a casa, Fox me estuvo preguntando y regañando a la par sobre qué estábamos haciendo en la habitación, mientras que Adrián parecía no estar presente al cien por cien, ya que seguía pegado a su móvil enviando mensajes. Sonreía de vez en cuando, lo podía ver por el retrovisor y de camino a casa cuando llegamos al conjunto. La última cosa que hizo antes de irse a dormir fue encerrarse con un poco de comida, ni siquiera fue capaz de dedicar unas buenas noches o algo por el estilo.

Al final me encerré en mi habitación. Apenas me recosté en la cama, sin mentiras ni tapujos, me masturbé pensando en lo sucedido y en lo que pudo haber pasado después. Sonreí al aire por la memoria del ayer. Me levanté de la cama en busca de ropa para descansar hoy, mas la sonrisa que tenía desapareció al recordar que tenía una especie de fianza con el oficial que debía cumplir. Ignoré mis pensamientos de descansar todo el día y fui a darme una rápida ducha para terminar con aquel trabajo lo más antes posible. Al final no supe nada de Paula y Christian después de que se lo llevaran. Imaginé que también habrá pagado una fianza, el hijo de puta no se dejaría vencer tan fácil.

Después de la ducha, salí de la habitación para ser atacado por el aroma de la colonia de Adrián que desprendía de su habitación. Me asomé para ver por qué tanto olor, y me di cuenta de que se estaba arreglando demasiado, y aunque no estuviera formal, se veía que estaba empeñado en verse bien. Llevaba unas zapatillas tan sucias y perfectas a la vez, junto a una gran sudadera gris que solo poseía un pequeño estampado de una rosa en el corazón: mismo lugar al de la camiseta que traía puesta el día que lo conocí. Tenía también unos pantalones desgastados con algunos agujeros en las rodillas, y su cabello parecía ser la cereza del pastel porque se estaba esforzando mucho por tenerlo perfecto.

―¡Uy! ¿Y esas pintas? ¿Te vas a ver con alguien, eh pillín? ―Me burlé ya a su lado, dándole un leve movimiento en su cabello para despeinarlo. Resopló en fastidio volteando a verme.

―Sí, y no consigo que este matorral que tengo por cabello tenga la forma que quiero.

―Pero si estás guapo así, joder. ¡Ay mi niño va a tener su primera cita! Me siento orgulloso de ti, campeón ―dramaticé unas falsas lágrimas―. Recuerda llevar condones, si quieres te doy unos.

―No es mi primera cita, payaso. Y sí, voy a salir con alguien, ¿y qué? ―Silenció unos segundos solo para darme a entender que iba a salir con una tontería de las suyas―. Mejor cuéntame qué sucedió ayer en el hospital, ¿eh chulo?

―Touché ―respondí sentándome en la cama―. No vas a saber nada de eso, al menos por el momento. Pero tú, cuéntame, ¿quién es la afortunada o afortunado de tenerte?

―No te diré nada, porque ni yo mismo lo sé ―rio por lo bajo de forma pícara.

―¿Está muerta la persona o qué cojones?

―Espero que no ―respondió volteando a verme ya rendido porque su cabello no cooperaba―. Es una pava que conocí ayer por Tinder mientras estábamos en el hospital.

―Hostia. Si llegas lejos, no le chupes las tetas: pueden tener droga y no quiero recoger tu cadáver en algún parque lejano.

―Vale, tomaré tu consejo ―habló entre risas mientras tomaba su móvil―. De momento te digo adiós. Nos vemos en la noche si es que no llego lejos como tú dices ―guiñó riendo y se fue de la habitación. A los pocos segundos la puerta principal se cerró.

―Suertudo ―susurré levantándome del lugar, dispuesto en ir a comer algo antes de ir a hacer aquel trabajo.

Suspiré porque Adrián merecía encontrar algo digno en el amor. Yo seguí su consejo y me llevó a conocer al pequeño ojiazul, incluso a besarlo ayer. Quizá si él siguiera sus consejos, lograría pillarse por la persona con la que se verá. De lo contrario, seguiría aguantando sus memorias sobre lo vivido con Paula, quien se distanciaba de mi vida por chocar conmigo cada vez más. Creo que Paula sí era una caja de sorpresas.

⁓ Adrián ⁓

Desde que Tony me había dicho que me abriera a más personas que no fueran Paula, estuve pensando que no sería posible. Hasta que hace dos noches, después de que Tony me contó sobre Cole tras haber jugado con la basura del salón, me hice una cuenta en esas aplicaciones para conocer personas. Justo ayer en el hospital estaba hablando con alguien que me ganaba por un año, y tenía casi la misma historia que yo, así que acordamos quedar para vernos y cortar la intriga que había a través de las pantallas. Ya digo yo que no voy a querer una relación de momento, pero un buen polvo nunca viene mal.

Tras el viaje de hace unos días, y haber pasado el día siguiente viendo películas de adolescentes que encontraban el amor, volvió a mí la poca ilusión que tenía. Pensaba que yo también era merecedor de algo así ―cortando el drama y lo malo que no hacía bien―, sí merecía a alguien que me pensara, que me dedicara algo de su tiempo y que pudiéramos ser felices tanto nos alcance la vida misma.

Justo al salir del conjunto, recibí una llamada al móvil. Creí que era de la tía, diciéndome que cancelaba lo de hoy. Pero no fue así. En su lugar, era mi hermano el que me llamaba.

―¿Juan?

―Adrián... ¿cómo es eso de que ya no vives en casa? Pasé hace poco y no vi tus cosas por ningún lado.

―Sí, bueno, papá y mamá me echaron.

―Joder, ¿qué hiciste?

―Eso debería preguntar yo, porque no creo que llames por simple preocupación.

―Hombre... la verdad es que sí necesito un favor. Necesito pasta. Papá cambió el lugar donde tenía escondidos los ahorros y ya sabes que mamá no ha vuelto a sacar dinero del cajero, prefiere dejarlo ahí.

―Pues te jodes, yo tampoco tengo dinero ―dije y pasé la calle con afán al ver la hora―. Me va a tocar conseguir un curro para subsistir... lo mismo tú.

―No entiendo, si te echaron y no tienes dinero, ¿dónde te estás quedando?

―En casa de un amigo, en el conjunto.

―Ósea que tienes sitio y comida... no veo por qué necesitas subsistir. Yo por otro lado...

―Tú por otro lado te fuiste al sur, y quieres vivir tu vida allá, no acá con la familia.

―¿Qué familia, Adrián? De verdad, respondeme, ¿qué familia? Sabes muy bien que esto que nos unía murió hace años.

―Entre un padre ausente, una madre alcohólica, un bebé que no sabe hablar y un chaval drogadicto, por supuesto que no hay familia.

―Eh, a mí no me faltes el respeto.

―¿Respeto de qué? Estoy diciendo la verdad.

―No, tú estás hablando cosas que no sabes. Tú no sabes que me fui de casa porque papá me echó.

―¿Entonces por qué sigues volviendo?

―Porque vivo con la esperanza de que me pedirá perdón y podré volver a casa.

―Creo que mejor vete haciendo otras ideas. Papá no querrá a un drogadicto y vendedor en casa.

―En realidad no sabes por qué me fui, ¿verdad?

―Tampoco me interesa mucho saberlo.

―Te interesará cuando sepas que papá me echó porque descubrí su aventurita con nuestra tía: la hermana de mamá.

Silencié. Sabía que tenían problemas, era demasiado obvio, pero no sabía que la infidelidad sumaba uno de ellos, en especial siendo la hermana de mi madre.

―¿Mamá lo sabe?

―Sabía que te interesaría ―suspiró. Un ruido fuerte se escuchó del otro lado―. No. No lo sabe. Y quizá nunca lo sabrá.

―Pobre.

―Pobre nosotros, Adrián. No tenemos casa, estamos en la mierda ―otro ruido sonó, uno más escalofriante que el anterior―. Adrián, te lo pido de por favor, necesito algo de dinero.

―No tengo, Juan, no insistas.

―¿Tu amigo tuyo ese riquillo no tendrá?

―No te lo querrá dar después de saber que intentaste violar a una chica.

―¿Le contaste eso? Adrián, si no lo hacía me mataban.

―No veo cómo eso es motivo suficiente para hacer algo así.

―¡Adrián! Tú no sabes cómo es vivir en este lugar. Crees que estoy acá por elección, pero no es así...

La llamada se cortó. No intenté llamarle de regreso. No quería que me pidiera dinero, ni escuchar más reclamos o excusas, y mucho menos verdades ocultas que no sabía de la familia. Hoy se suponía ser un día diferente, y lo iba a ser. Juan no me lo iba a joder. Levanté la mirada y había llegado al lugar sin haberme percatado.

Habíamos quedado cerca de Gran Vía para charlar y tomar una que otra cerveza. Estaba planeado ser solo nosotros dos, pero justo al final de la conversación, a muy altas horas de la noche, me avisó que llevaría a su sobrina que hace mucho no la veía. Estaba por decirle que no me interesaba, sin embargo, se excusó contando que acababa de salir a unas buenas merecidas vacaciones de estudiar un año de Filología en Holanda, que se iba el día siguiente a visitar a unos parientes a otra ciudad y que se iría de viaje después, así que quería aprovechar para pasar tiempo con ella.

Al final no presenté problema alguno, solo era una salida a tomar cerveza los tres y todo estaría perfecto, siempre y cuando siguiera en pie que en la noche estaríamos los dos solos. Porque si bien no sabía si lo que quería con ella era solo un polvo o algo más, tenía muy en claro que lo primero era una meta que me propuse para este día.

Lo que no sabía era que esa chica que había conocido, para muy mala suerte mía, era la tía de todo este problema amoroso que llevaba encima: Paula.

Me di cuenta cuando llegué al lugar acordado y las vi a las dos sentadas hablando. Por inercia de incomodidad, las dos giraron al sentir mi mirada en ellas, y tanto Paula como yo no queríamos estar ahí. No he estado en buenos términos con ella: después de toda la mierda que pasó en la discoteca, las falsas esperanzas que me dio y la discordancia tan fuerte que tenía con Tony, sumado todo lo ocurrido el día de ayer; decir que estaba disgustada era poco.

Nos miramos, y aunque no quisimos, nos saludamos y pasamos ese momento juntos.

―¿Qué tal, María? Paula ―Saludé a la primera de un beso en la mejilla, y la segunda solo le dediqué una mirada rápida.

―Adrián.

―No sabía que os conocíais ―comenzó María.

―Él fue mi ex, tía. No te lo había dicho antes porque no le veía importancia ―habló ella sin muchas ganas―. No lo vale. Contar cosas que ya pasaron hace tiempo y no fueron tan importantes, no lo valen.

―Oh, ¿entonces ella es la chica de la que me hablaste? ―Me preguntó, mientras yo por dentro tenía rabia por lo que Paula había dicho.

―Sí. Justamente ella, así como te conté todo, así es en realidad ―respondí sin más.

―¿Hablasteis de mí? ―Preguntó con rencor.

―Sí, pero no es nada que te importe, ya sabes, cosas de grandes. De más grandes de quince ―le respondí de forma cínica―. Cosas que no entiendes. ¿Cierto, María? ―Ella asintió confusa y Paula resopló como siempre cuando no quería entrar en una disputa.

―No soy una niña, imbécil. Va, iros a tomar por culo.

Se levantó y alejó de nosotros. María quería ir tras ella, pero yo la detuve explicándole que iría yo a hablarle. No iba a dejar que Paula me jodiera mi día, ya me ha jodido más veces, ahora es mi turno de salir ganado en algo. Ni Juan ni ella me iban a volver a joder. Troté ya que ella comenzó a caminar más rápido.

―¡Inmadura! ―Le llamé para que se detuviera.

―¡Qué te calles, idiota! ¿Qué coño quieres con mi tía, ah? Responde ―dijo mirándome esta vez con los brazos cruzados―. ¿Tan mal estás por mí que hasta recurres a mis relativos?

Ignoré por inercia lo último que dijo, era la típica actitud de superioridad que se mandaba.

―Si te soy honesto, solo busco un polvo y ya, lo mismo que quiere ella.

―¿Y por qué tenía que ser ella? ¿No pudiste encontrar a otra persona? ―Comenzó a golpearme el pecho igual a una pataleta, solo que estos golpes si dolían un poco.

―¡Para, coño! Ni tenía idea que era tu tía ―sujeté sus manos con rudeza para que se detuviera―. Mira, tú ya tuviste suficiente diversión cogiendo conmigo y burlándote de mí mientras estabas con la otra esa. Así que déjame en paz. Vive tu puta vida. Si quieres conoce a otro y jodele la vida también, porque descubrí que la mía ya no me la joderás ―respondí con rabia y rencor―. Ahora vete, cojones. Has lo que se te dé la puta gana, pero a mí me dejas.

―¡Eres una mierda! ―Chilló y se alejó en dirección a la calle, zapateando con ira.

―¡Anda y vete con tu amiguito Christian! ―Grité. Tenía demasiada rabia de que ella se preocupara más por un sin vergüenza que desapareció, y no por sus propios amigos o familia.

―¡No empieces con ese jueguito! ―Alegó y volvió a estar a dos pasos de mí―. Christian sí es mi amigo, y él nunca ha mostrado tener una actitud de mierda como lo ha hecho Tony, por ejemplo. O dime, ¿acaso él también era así cuando os conocisteis hace tantos años?

Una ráfaga de frío paso por todo mi cuello. No controlé mi cuerpo, palidecí de solo escuchar esas palabras.

―¿Qué mierda dices?

―Lo que oíste, ¿o tengo que repetirlo y explicarlo con plastilina?

―¿Cómo mierdas sabes de eso?

―Fox y Cole me contaron todo hace días. No intentes excusarte con que es mentira porque no lo es ―alegó y fijo su mirada en mi incrédulo rostro―. Así que yo mediría tus palabras con meterte con mis amigos, porque los que tú tienes no son los mejores tampoco. Y no solo hablo de Tony.

―Ellos también son tus amigos.

―Eso me gusta pensar cuando no estoy enfadada ―a pesar de haber gritado y amenazado, lo último lo dijo más arrepentido. Como si de verdad en su ser hubiera empatía por nosotros.

Tiré de mi pelo hacía atrás y la vi marcharse. Suspiré y rabié mientras todos me veían con cara de loco. Volví con María, quien estaba impaciente por saber qué había pasado. Le expliqué que Paula se había ido porque no quería estar donde yo estuviera, y que se iba a casa. Ella lo tomó bien y me preguntó si podía ahondar más sobre qué había sucedido en el pasado con Paula. Le conté todo, sin cortarme ni un pelo y siendo cero explicito. Ella dijo que no conocía a la Paula que le había contado, pero la historia era real.

―La última vez que la vi hace dos años, era una persona completamente diferente a la que te hizo eso el año pasado ―tomó un gran trago para acabar por fin la cerveza―. Aunque ella siempre fue una chica un tanto complicada.

―¿A qué te refieres?

―Antes, cuando la visitaba más, era muy manipuladora con las amigas que tenía, y hasta podía llegar a estallar de la peor forma si algo no salía como ella quería ―comentó y miró a la gente pasar―. Diría que adoptó esa personalidad por muchos factores, pero el más relevante fue cuando vimos Heathers un día que estuvimos en casa. Siempre le vi un igual a Heather Duke, que siempre fue peor que Heather Chandler.

Además de no haber captado la referencia, no pude pensar en otra cosa más que en el temor que me producía que Paula supiera lo que pasó con Tony y todos nosotros. No había tocado nunca más ese tema, desde dos mil trece dejé de pensar en lo ocurrido y traté de seguir adelante. Pero las insistencias de Nicole hicieron que él volviera a nuestras vidas, y aunque durante todo este tiempo he actuado normal ante esta situación, no podía negar que el miedo me corroía sabiendo que Paula cargaba ahora con el secreto en sus labios. Por muy egoísta o mala persona que sonara, confiaba más en un desconocido que en ella. Y las palabras de María no hicieron más que confirmarme esa idea.

―Menudo marrón, ¿no? ―Dije entre dientes después de un buen tiempo.

―El mundo no es tan generoso contigo ―musitó con pesar.

Entendí su pena, pues además de contarle lo de Paula, también le hablé muy por encima sobre mis padres; tema que seguía sin llegar a un punto final en mi vida. Por supuesto, me echaron, ¿pero con qué razón o motivo? No sé por qué lo hicieron en realidad, lo de ayer había sido una discusión más de las que siempre teníamos, pero no quería aguantarlas más, por eso me fui.

―Sí, el mundo no es lo suficientemente bueno.

Ella me explicó su historia. Alegó que, en un viaje de intercambio, fue usada como una tapadera ante una relación que iba en decadencia. Ella fue incluso despertada una vez en la madrugada por el chico con el que hablaba, convenciéndola de que esa noche no se sentía cómodo durmiendo al lado de su novia. María, pasando de ser buena gente, le dejó dormir en la residencia en la que se estaba quedando. Sin embargo, los siguientes días fueron peores, porque de ella nació un pequeño gusto por aquel extraño alemán, y él no era reacio a los sentimientos de María, sin importar que su novia estuviera cerca. Sin duda, los peores nueves meses de su vida: viviendo en una relación ajena sin voz ni voto.

María era hermosa. No tenía el cuerpo de modelo, igual a mí nunca me han atraído esos. Ella tenía el mismo tono de cabello que Paula, que ahora que volvió al rubio, parecían hermanas en vez de tía y sobrina. Por otro lado, María no vestía con ropas caras como lo hacía Paula, ella prefería la comodidad, sobre todo las prendas más holgadas que despistaban la atención de su figura.

Después de eso fuimos a caminar y seguir charlando unas dos horas más, antes de ir a una plaza cercana a sentarnos y crear conexiones. Dejé de segundo plano el sexo que tenía en mente antes de venir, pues con ella todo resultó diferente. Con ella no había pensamientos egoístas o deseosos de carne, era una especie de unión bastante particular.

Podía apostar a que ella sentía lo mismo por las miradas brillosas que me dedicaba cuando acababa de hablar la cosa más inusual para decir.

―No es por crecerte el ego de hombre o algo por el estilo, pero me gustó esto ―confesó la rubia con una sonrisa sincera―. Me gustó pasar tiempo contigo, Adrián.

―Gracias ―respondí con los nervios a flor de piel―. A mí también me gustó pasar la tarde contigo, María.

―Mira, voy a estar de viaje estos dos meses, y luego volveré a Holanda a acabar mi carrera por el siguiente año y medio que me falta. Con suerte si termino todo bien, y tú no estás para ese tiempo con alguien, quizá podamos intentar algo.

Sus intenciones, al igual que las mías, eran sinceras. Era una conexión bastante particular la que sentimos con solo cuatro horas de conocernos en persona. Al igual y esto fue amor a primera vista. O quizá será de aquellos efímeros como los amores de verano. Sea cual sea, había tenido una de las mejores tardes en un buen tiempo.

―Quizá tengamos suerte ―sonreí con timidez, porque así era yo cuando me encontraba con el amor; me convertía en un niño de seis años inocente y soñador.

Terminamos a la salida de un bar de la esquina, quedando que seguiríamos hablando seguido por mensaje. Nos despedimos con un beso en la mejilla y tomamos caminos opuestos. No quería ir en metro ni nada, quería admirar como era Madrid en la tarde. Tarareé una vieja canción que me gustaba de pequeño e imaginando lo bella que podía ser la vida cuando dejaba toda la mierda en el olvido, enfrentaba mis problemas y encontraba algo por el que seguir.

⁓ Tony ⁓

Pasé gran parte de la tarde limpiando el piso lo mejor que pude, pintando algunas paredes que había dejado mal el día anterior, e intentando hacer que las plantas que salieron afectadas no murieran. El oficial pasaba de vez en cuando, y aunque ahora me caía algo bien, tenía que admitir que era un hijo de puta, ya que cuando acababa algo me ponía a hacer aún más. Por algo le gané aprecio.

Estaba terminando con una planta que llevaba más de quince minutos enganchado con ella, aún faltaban otras tres que ni siquiera había jodido, pero al oficial se le hizo gracioso tomarme como jardinero el día de hoy. Cuando parecía que por fin había terminado con esa, sentí unas manos en mis hombros, y lo curioso era que yo sabía a quién le pertenecían.

―¿Qué haces aquí? ―Hablé sin mirarlo aún―. Deberías estar en casa descansando.

―Vine a ayudarte ―sonreí ante su respuesta―. Me enteré de que te peleaste con Christian y para que no te llevara la policía tuviste que hacer esto. Además, en casa me estaba aburriendo demasiado.

―Pues mira que yo me lo estoy pasando de puta madre.

―Perdón ―se excusó él sin razón alguna, o eso temía hasta que me respondió cuando tocó unos rasguños que eran visibles gracias a la camiseta de tirantes que tenía―. Soy un puto animal, perdóname.

―Tranquilo ―me levanté esta vez viéndolo a los ojos, y mi mente hizo gracia de la diferencia de estatura que teníamos, que no era mucha pero unos cuatro centímetros sí le sacaba―. He tenido peores.

Él sonrió leve ante mi comentario. Quería besarlo, no obstante, aún recordaba lo sucedido el día anterior y contuve mis ganas. También quería preguntarle por qué me detuvo, pero pensé que este no sería el lugar ni el momento indicado para eso. Miré todo su cuerpo y recordé las vendas en sus manos.

―¿Qué fue lo que te ocurrió ahí?

―Golpeé la pared tan fuerte que me abrí la piel de mis nudillos.

―Bienvenido a mi mundo ―dije y le enseñé mis nudillos. Estaban rojos por la pelea de ayer, y se notaba el maltrato que han recibido con el pasar de los años.

Cole sonrió.

―¿Qué falta por hacer?

―Faltan aquellas plantas. No tenía que hacerlo en realidad, pero el oficial me obligó ―respondí tomando algo de agua. Había un sol bastante fuerte y eso que aún no era el punto alto de verano.

―Te ayudo. En el instituto sembramos unas plantas para eso del día de la tierra ―respondió y se fue en camino a ver qué problemas tenían―. Además, te vendría bien una mano de ayuda, de seguro has de estar exhausto hasta el riñón.

Yo no era experto en el tema de plantas, pero no era tonto: sabía que había que cortarle algo de maleza que tenían alrededor. Pero él informó que, además de eso, había que sacar algo de tierra y poner nueva, ya que la actual tenía algo de basura gracias a que la gente se empeñaba en tirarla por ahí y no en los basureros.

Hicimos lo acordado con las plantas y terminamos al cabo de media hora, ya que tenía una mano extra que me ayudara, y agradecía su presencia. Al terminar el trabajo y que el oficial me dejara libre, invité casi obligando a Cole de ir a casa a comer algo en forma de agradecimiento por lo de hoy. Al momento de entrar al salón le dije que pusiera música y buscara algo de comida para pedir, no tenía ganas de hacer nada, ni siquiera comida congelada. Él aceptó mientras yo me dirigía al baño de mi habitación para poder ducharme de nuevo. Logré deshacerme de la poca tierra que sentía en mi cuerpo y el sudor que tenía aún presente, y juraba que nunca me había sentido tan bien como lo era en ese momento que salí de la ducha.

Me puse unos pantalones cortos y una sudadera negra que tenía de hace mucho y no usaba tanto. Tomé mi móvil y le escribí a Nicole quién no veía hace unos días y tampoco sabía nada de ella. Al cabo de unos segundos recibí una respuesta de su parte, informando que estaba bien y algo ajetreada por los trabajos que su padre le encargaba. Pregunté si estaba libre para salir un día, mas no respondió, y parecía ser que no llegaría a hacerlo en las siguientes horas.

Al bajar me percaté de que estaba sonando el singular «Every Breath You Take» de The Police y que Cole se encontraba tarareándola recostado en el sofá admirando la llama inexistente de la chimenea. Carraspeé para que notara mi presencia, cosa que lo asustó un segundo. Me dio una mirada nerviosa y yo no pude contener las ganas de reír ante tal expresión.

―¿Ya pensaste que comer?

―Estaba viendo aquí en el móvil algo y no encontraba nada llamativo, y luego recordé que por acá había un lugar que vende pizzas de puta madre.

―Creo que sé a cuál lugar te refieres, y también creo que tengo el número. Acompáñame a la cocina ―se levantó del sofá revelando que no traía puestos los zapatos. Alguien ya se había puesto cómodo y me encantaba que lo estuviera. Al llegar a la cocina le pasé el número que estaba puesto en un imán de la nevera―. Aquí, toma. Llama y pide cualquiera que no sea con piña.

―Pues mira que a mí sí me gusta con piña.

―No hagas que te saque de mi casa ―advertí burlón―. Anda, pide la comida que estoy que me muero.

―Como diga su señoría.

―Idiota.

Cole llamó al lugar pidiendo una pizza entera, había ordenado de pollo con champiñones y escuché al final que susurró: agreguen una con piña por favor. Enano mimado. La comida llegó a los veinte minutos de llamar, y Cole terminó poniendo la mitad de dinero a pesar de decirle que la pagaba yo. Comimos en total cuatro pizzas y una mitad de la que traía piña, gracias a que él me obligó a comerla. Apenas dejamos la comida sobre la mesa del salón, junto a unos vasos llenos de soda, encendí el televisor y busqué entre las cosas guardadas que tenía el musical de Heathers, a petición de él que nunca lo había visto. Así pasamos las siguientes horas de la tarde, siendo espectadores del drama de Verónica Sawyer.

Siempre fue un gusto culposo revivir la experiencia de la obra, escuchar tantas voces juntas y armonizando ante tal torcida historia. Llegó el punto en la obra en que «Seventeen» sonó, y fue la primera vez que me transmitió tanto con tan poco. Aunque ya la hubiese escuchado como si nada, el tener a Cole a solo un toque de distancia, logró revolverme el cerebro, reconsiderando una vida normal de alguien de diecisiete. Que si bien no era J.D. o él Verónica y no llevábamos una vida lo suficiente culposa o frenética, sentía que debía cambiar día a día: dejar el trago excesivo, las escapadas recurrentes y el deseo carnal que no me complacía; solo para que él pudiera vivir una vida y relación merecedora de alguien de diecisiete. No sabía si íbamos a hacer algo en concreto, pero debía prevenir antes que lamentar.

Continuamos viendo el musical y obvié un poco mis pensamientos para gozar de la experiencia. Una vez acabado a las ocho y treinta, Cole se tuvo que ir, prometiendo que mañana quería hacer algo, una especie de plan prometido. No pregunté el qué, aunque la duda me matara. Si el enano quería que fuera una sorpresa, le concedería ese capricho de dejarme con la duda.

Subí a recostarme a la espera de que el sueño me llegara, y fue en ese momento que me di cuenta de que Adrián no había llegado aún. Me levantaré mañana y buscaré en las noticias si había un cuerpo en algún parque tirado, que espero ese no sea el caso.

Odiaría perder a un buen amigo.

⁓ Adrián ⁓

Ya había entrado al conjunto y pasaban las ocho y media por mi reloj, no era tan tarde como creía. De todas formas, no me importaba tanto, ya que ahora no tenía que darle explicaciones a la persona que me esperara en casa. Aunque si bien Tony no me reclamará, querrá saber qué sucedió.

Unos brazos sujetaron mi pecho y me empujaron hacia una pared encerrándome al instante. Iba a defenderme hasta que vi de quién se trataba, y en ese momento comencé a pensar que me la sudaba un poco el hecho de que si golpearle sería ético o no.

―¿Así que cogiste con mi tía? ―Preguntó Paula apretando por encima de mi pantalón mientras mordía su labio con deseo. Habremos terminado, pero ella aún conocía las técnicas para prenderme. Las conocía bastante bien.

―De eso no hay duda alguna ―musité la pequeña mentira cerca suya. No sabía por qué lo dije en realidad, mas tampoco hacía nada para alejarme, solo avivaba la situación―. Lo disfrutó como nunca.

―¿Ah sí? ―Habló creando más presión de su mano, logrando así que no resistiera más y que lograra sentir lo que tanto buscaba―. Entonces eres bueno, digo, mi tía no es de las fáciles.

―¿Quieres que te enseñé lo que le hice? ―Hablé con voz baja mientras sujetaba sus muslos de forma demandante.

―Me encantaría experimentar esa sensación ―agregó y desabrochó mi pantalón de un solo movimiento.

Dichas esas palabras, terminamos en la cama de ella. La calentura y morbosidad estaban a flor de piel jugando con nuestros cerebros, haciéndonos ver como completos desconocidos y que solo el sexo fuera el protagonista de la situación. Hicimos y deshicimos todo, quedando en un profundo trance a las tantas horas de la madrugada. No recordaba lo mucho que necesitaba tener sexo con alguien, o si en realidad era la sensación de volver a vivir eso con Paula.

Alfinal, un buen polvo nunca venía mal.

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