
Capítulo IV: Al Otro Lado del Corazón.
IV
«AL OTRO LADO DEL CORAZÓN»
⁓ Cole ⁓
Desde pequeños nos han dicho que debemos hacernos cargo de nuestras acciones. Eso he hecho desde que mi padre me lo dijo a los seis años. Me he encargado de pagar el vidrio que rompí de la señora Inés cuando sin querer tiré el balón en esa dirección; he sido valiente para asumir las responsabilidades del boicot que hice hace tres años en la ESO; incluso he sido capaz de aguantar ser llamado la oveja negra de la familia después de haber cubierto el desastre que hicieron mis primas en la boda de mi tía.
Pero entre todos los errores que he cometido a lo largo de mi vida, este ha sido el único que no he sido capaz de afrontar. Todo esto tenía que ser una jodida mentira. Debía serlo, todo estaba sacado de una comedia mal escrita.
Tenía que regresar, lo sabía, pero no ahora. Aún no estaba preparado para que mi mente y cuerpo soportaran tanta carga emocional. Lo tenía superado, sabía que ya era momento de seguir adelante, hasta imaginé que esto podía pasar en cualquier día porque las probabilidades eran máximas, solo que nunca creí que el golpe llegara a ser tan fuerte como lo fue anoche. Solo bastó verlo para que mis pies flaquearan y mi estómago se revolviera hasta querer vomitar lo poco que había comido.
Todo lo que arreglé durante todos estos años se deshizo como si en vez de pegamento usase saliva. Como si las noches en vela solo hubieran sido un capricho para al día siguiente poder presumir las ojeras de morir que me cargaba. Todo se había ido a la mierda.
No sé ya cuánto dolor he soportado, cuántas lágrimas he llorado desde aquel día. Me duele saber que todo es mi culpa, que yo haya causado ese giro drástico en la vida de él. No esperé verlo de vuelta junto a Nicole y Adrián, daba por hecho que el trato que hicimos tiempo atrás iba a quedar sellado para toda la vida, pero por lo visto, a ellos no les importó y lo rompieron sin previo aviso.
Quizá deba decir la verdad, gritarla a los cuatro vientos y escapar lo más lejos posible, pero me mataría el simple hecho de pensar en él y en esos días. Así que me conformaré con dejar las cosas pasar y tratar de superar eso una vez más, ignorar cualquier pensamiento de remordimiento; será lo mejor para todos, o al menos será lo mejor para mí. Trataré de recomponerme, recoger y juntar pieza por pieza de mi corazón que ha sufrido más de una vez a tan corta edad.
Soy tan mentiroso e iluso que creí poder burlarme y tratar de olvidar eso. Aún tengo recuerdos de cada noche y cada tarde con él; sueño con ellos, y muchas de las veces se convierten en pesadillas fuertes que impactan mi día a día. Me mataba la pesadilla de no tenerlo a mi lado, pero nunca me daba cuenta de que ya la estaba viviendo. La pesadilla seguía presente cuando lo veía en las reuniones de propietarios y una vez más me decidía en huir. Muchas otras ocasiones mi corazón se detenía cuando iba de paso por el conjunto y lo miraba desde lejos tan arreglado, o las tantas veces que llegaba desprolijo a altas horas de la mañana.
Siempre que lo veía, tenía aquellos recuerdos de esos días felices que tanto disfruté cuando teníamos nueve años. Cuando éramos solo Tony y yo.
Éramos tan unidos e inseparables. Me fascinaba estar con él, sentía que no podía estar mejor acompañado, que no me importaría no estar en casa siempre y cuando a él lo llamara hogar. Como aquella vez que estuvimos en el parque y jugamos al príncipe y dragón. O aquella otra en el cine con nuestros padres, donde las sonrisas eran tímidas y personales. Había que ser discretos frente a ellos, cosa que nos incomodaba por completo y al mismo tiempo nos causaba temor, más que todo a él.
Nunca había caído en cuenta de por qué, pero al ir creciendo, me di cuenta de que mi forma de amar no era la correcta en la sociedad. Solo éramos dos pequeños niños enamorados el uno del otro, sin un ápice de morbosidad o pecado, nada que condujera al mal. Lástima que eso no es lo que creían las personas antes, e incluso hoy en día todo sigue igual de jodido. Desde que pasas por el instituto, hasta que te gradúas de la universidad y consigues el trabajo de tus sueños: siempre en alguno de esos momentos experimentarás el rechazo que nunca buscaste. Es bastante nefasto no tomar la mano de tu pareja en la calle, o no poder bailar en las pistas de las discotecas o los clubes, aun cuando son el uno para el otro porque sienten el verdadero amor cada vez que se ven. Y eso es algo que la sociedad no ve. Vivir en las sombras es algo que a muchos no les gustaría vivir, pero saben que ocurre, y el panorama no parece cambiar.
Y tras recuerdos, pensamientos y críticas, acabé en el recuerdo que más dolía por la inocencia de que nunca lo olvidaré: la pijamada en mi casa hace ocho años.
Era ya casi media noche, faltaba unos pocos minutos y nosotros estábamos bajo la sabana agarrados de la mano. Ya para ese entonces éramos como una especie de pareja, habíamos tenido citas, aunque solo fueran para escuchar música o ver películas, pero así era nuestra vida: a escondidas del mundo y permaneciendo lo más normal que podría llegar a ser. Pero esa vez era diferente, era nuestra oportunidad.
Los dos estábamos demasiado colados el uno por el otro, era un amor tan indescriptible como irrepetible. Éramos unos novatos en todo, pues nada de lo que veíamos en las películas o series famosas se lograba asemejar a la inocencia que nuestras pequeñas mentes de nueve años lograban percibir. Habíamos estado escuchando durante toda la noche las canciones que nuestros padres reproducían durante los años anteriores, apropiándonos de ellas pues eran las únicas que nos sabíamos. Y fue justo que él sacó de su mochila aquel reciente disco que salió a la venta hace dos años, y que rescataba los viejos ritmos de la música de los ochenta.
Y bajo la sabana, viéndonos con las luces de las velas que estaban en mi habitación y escuchando «Forbidden Love» de Madonna solo para nosotros, sucedió lo esperado:
Nos besamos.
Nuestro primer beso. Fue especial. Fue mágico. Al principio eran besos castos, el miedo era palpable en la cara de él, pero luego esa expresión se fue diluyendo. Poco a poco eran besos con amor y cariño, y así los minutos pasaron hasta quedarnos dormidos a las tantas horas de la madrugada con el recuerdo de sentir sus labios sobre los míos. Nos despertamos demasiado temprano, agarrados de la mano y seguimos con lo que estábamos haciendo horas antes. Terminamos cuando mis padres aparecieron por la puerta de mi habitación a las siete y cuarentaicinco, la hora habitual en la que papá se encerraba en su despacho para iniciar con su trabajo. Con miradas tímidas acordamos durante el desayuno que lo ocurrido en la habitación solo era la primera vez de muchas más.
Pasaron los días y nosotros teníamos nuevos planes. Involucraban a nuestros amigos del conjunto de aquel entonces, pues hoy en día Tony los considera como completos extraños. Nicole era la que más le agradaba su presencia, ya que llegaban a conectar de una forma diferente a como lo hizo conmigo. Con Adrián era una relación demasiado extraña porque chocaban, pues tampoco iba a negar que él antes era un niño demasiado hiperactivo, y aunque con el pasar de los años se ha modulado un poco, eso no le quitó las energías. Por último, estaba Fox, pero él no debía estar envuelto en esta historia. Nunca tuvo que estarlo.
Por mi parte, había planeado una pequeña sorpresa para casi navidad, y todos estarían porque para eso estaban los amigos. Iba a ser la mejor cita que pudiéramos tener, hasta se podría llegar a considerar la primera cita oficial, pero fue ahí cuando pasó: cuando todo cambió.
Maldita sea la hora en la que todo sucedió y no pude hacer nada para evitarlo. No hice nada, solo quería divertirme sin saber lo que en realidad él quería, y lo lamento tanto. Antes era divertido, pero dejó de serlo cuando pasamos de ser niños para jugar a ser grandes, y por eso terminamos cómo hoy en día estamos. Mi almohada y paredes han sido testigos de todo lo que he sufrido desde aquel día, y ahora no puedo hacer nada más que olvidar lo vivido y prepararme para lo que vendrá.
Sé que no he dejado de pensar en él en estos últimos días, pues me ilusioné al pensar que pudimos haber seguido siendo algo, y que para este momento estaríamos a pocos meses de ser libres de nuestros padres. Solo nos quedarían tres meses para dejar de tener diecisiete. Nada me habría hecho más feliz que celebrar nuestros cumpleaños juntos, pero por mucho que yo quiera, no va a pasar, y tal cual a los últimos ocho años, soplaré las velas por los dos.
Aprovecharé la soledad de casa para que nadie me escuche y poder tocar mi teclado; lloraré hasta que consiga dormirme para soñar con algo que no sean los recuerdos de Tony. Aunque puede que lo último no esté entre mis planes. Él vive en mi mente incluso cuando no lo piense.
※
Era calmado, lo usual. Eran vagas las notas que apenas podía escuchar. Bastante comunes y necesarias para calmar un alma ―una vez más― muerta. Mi espalda ya dolía de lo encorvada que estaba. Mis ojos ardían, tanto por no dormir como por todo el picor que he provocado al pasar mis manos cada quince segundos al tratar de evitar aquella pequeña gota de vergüenza disfrazada de temor.
El sol se escondió y la noche nació, donde era más, mucho más vulnerable. Era más sensible. «Más humano», como diría Tony.
El conocido timbre de mi casa resonó por todo el pasillo, solo fueron tres leves toques, confirmando quién era: Paula. Bajé con paso lento, pues en realidad no tenía ganas de nada, ni de comer, tocar, dormir o siquiera respirar. Al segundo que estuve enfrente de la puerta la vi con las pintas que no indicaban otra cosa más que se iría a una fiesta. Ya se estaba siendo costumbre verla de esa forma, y más que ya acabó curso. Solo le quedaba un año más para dejar de estudiar y, en teoría, para no hacer mucho por el resto de su vida, pues con la herencia que tenía no parecía que vaya a querer trabajar o estudiar más. Yo también podría hacer lo mismo, pero quería estudiar lo que me gustaba, aun cuando no le gustara a mi padre.
―¿Qué pasa? ¿Por qué estás así?
Ella traía su cabello peinado a detalle, junto a un overol rosado escotado y unas zapatillas blancas. En cambio, mi cabello estaba demasiado revoltoso con mechones cayendo por doquier, junto a las marcas moradas y rojizas adornando por mis parpados; tampoco había comido nada, ni hoy ni en los últimos días, así que me veía más delgado que de costumbre.
―Ojalá tuviera respuesta para ello.
―Estás hecho mierda ―comentó. No mentía.
―Lo sé, ni siquiera estoy presentable para salir a mover el esqueleto ―dije tratando de sacarme una sonrisa con mi broma tan mala, pero ni así pude―. No pude dormir nada bien durante toda la noche. ¿Vas a pasar?
―No, hablemos aquí afuera, no me apetece entrar la verdad. Aparte no quiero demorarme mucho, tengo cosas importantes por hacer ―dijo con un rápido giro, dejando ver su vestimenta por completo.
―Te ves bien ―confesé sin ánimos―. ¿De qué quieres hablar? ¿Y qué es lo importante que vas a hacer?
―Tengo una idea. Un plan maestro se podría decir, y si sale bien, quizá vuelva a tener pareja. Hace siglos no tengo una, desde esa vez de la tonta del instituto, no he estado con nadie. Y la gente en la discoteca es demasiado banal.
―¿Qué dices? ―Pregunté en completa ignorancia. Si me estaba perdiendo en mi cabeza, estaba claro que no sabía nada de lo que ocurría afuera de casa.
―Pues, ¿te acuerdas de Tony? El tipo ese que estaba con Adrián y Nicole ayer ―preguntó con tono chillón―. Pues, siento que le gusto y a mí él, así que esta semana iré a la discoteca, y con un poco de ayuda de Adrián, haré que lo convenza para ir también. Ahí será cuando me comeré a ese caramelito. Todo gracias a la pequeña ayuda de Adrián: solo le levantaré un poco las esperanzas y será suficiente para que me haga caso.
―Pensé que todavía te gustaba Adrián.
―Los gustos pasados se van cuando llega alguien nuevo. Aparte, Tony está guapísimo, ¿no le has visto la cara que tiene?
Ella no lo afirmó, tampoco lo negó. De todas formas, yo sabía que aún le quería. Sabía de primera mano que era difícil olvidar a alguien que te hizo tanto bien. Paula necesitaba de Adrián, y él de ella, pero se ayudaron tanto que se querían lejos de su vida: el problema de muchas parejas.
Volviendo a lo último que me dijo, todo era muy difícil de entender a la primera. Ella podrá ser mi mejor amiga, pero no estaba ciego: sabía que en realidad ella era una mala persona la mayoría del tiempo. Al ser hija de los posibles padres más ricos de todo Madrid tenía el mundo en su mano: cualquier cosa que ella pidiera, la tendrá en un abrir y cerrar de ojos, ni hacía falta que lo pidiera con por favor.
―¿Enserio? ―Fue lo único que articulé.
―Sí. Ojalá me salga bien el plan. ¡¿Te imaginas yo estando con él?! Lo podría presumir con todas esas idiotas del instituto que se han mofado porque no tengo pareja. Pero es que yo busco el corazón, no como esas perras falsas que solo quieren sexo aquí y allá.
Mentirosa. Pero no la puedo juzgar, yo también soy un mentiroso.
―¿Estás segura de que lo harás? ―Pregunté con voz baja y con los ojos empezando a picar. Maldito sea el que creó los sentimientos en los humanos.
Una vez más, la idea de que Tony no esté conmigo me mataba la cabeza.
―Sí... espera, ¿estás bien? ¿Acaso vas a llorar? ¿Por qué? ―Su tono fue de preocupación sincera.
No respondí, solo bastó una negación de cabeza rápida para hacerla callar, yo no quería que supiera por qué estaba así.
―No es nada, descuida ―iba a hablar, pero ella notó algo a lo lejos.
―¡Mira, allá van ellos! ―Dijo haciendo señas para que mirase hacia donde apuntaba.
Y lo vi otra vez. Tony.
Él solo se limitó a girar unos segundos, pero luego volvió la vista a donde quiera que fuese. Ella los saludó desde la lejanía. Vi una vez más al chico que dejé ir por una tontería, conversando con un amigo cuando debería hablar conmigo. Reía por lo alto con Adrián cuando debería reír conmigo, mientras veía sus ojos verdes y él mis apagados azulejos.
―¿Sabes qué, Paula? Me voy. Tengo que hacer algo y es bastante urgente ―hablé cubriéndome la cara para luego dirigirme al portal y cerrar de un buen golpe.
―Cole...
Pero no escuché más. No quise saber más.
La vida es injusta cuando las cosas que más quieres no las tienes contigo. Recordé miles de noches soñar despierto con cómo sería experimentar el amor: si era tan perfecto como en las películas que veía de niño, o tan trágico como las novelas literarias de antaño. Estar enamorado era más complicado que describirlo en esos dos adjetivos. Por supuesto que estaba enamorado, lo he estado desde hace mucho tiempo, y nunca me he atrevido a pensar en otra persona que no fuera él.
Podrá ser loco, pero nadie más en la vida ha hecho lo que él hizo en mí. Bien dicen que las pérdidas duelen más cuando son personas que en realidad quieres; que es más duro de superar el despecho y la nostalgia repentina. Pero nadie te advierte lo duro que puede llegar a ser la partida de una persona cuando tú mismo la provocaste.
Quizá para mí el amor no ha sido trágico ni perfecto, por el simple hecho de que no merezco amor. No después de haberlo echado a perder hace ocho años. Y cada día que pasaba, era una tortura más en la solitaria cama, mirando al techo y pensando por qué fui tan estúpido de dejar ir la cosa más bonita del mundo.
※
⁓ Tony ⁓
Habían pasado cinco días. Cinco días de que me pelease en un pequeño estacionamiento en la madrugada; cinco días de que conocí a Nicole y fui a una fiesta en su casa; cinco días de haber convivido una comida con Ardían y hallase aprendido a cómo escuchar.
Habían pasado cinco días desde que dejé de vivir en el medio.
Ahora hablaba con Adrián en las mañanas y con Nicole en las noches. A veces íbamos a Retro-Food-In solo para hablar de las mierdas que antes no entendía, para intentar ser parte de sus vidas, y ver que, en realidad, extrañaba un poco esto. Que los polvos y la droga no lo era todo; que el salir en la madrugada o no volver a casa solo eran emociones pasajeras.
O quizá esto también sea momentáneo y aún no lo sepa. Sea lo que sea, planeaba vivirlo un poco más antes de volver a ese mundo para el cual fui creado. Porque mi alma no fue hecha para compartir. Mi espacio en esta tierra siempre ha sido ser uno solo, sin nadie más a mí alrededor. Solo yo y mis problemas.
¿O en realidad debo ser parte de la vida de ellos? ¿Dejar que ellos entren a la mía? ¿Por qué ahora y no antes? Cuando mi vida se sentía tan mal, ¿dónde estaban ellos? ¿Aquí es dónde pertenezco?
¿Pertenezco a un mundo de risas y tristezas, donde el único escape sea un lugar de comidas con música del siglo veinte, y la cobertura contra el mundo sea una malteada? O pertenezco al mundo en el que ya vivía: donde la casa siempre estaba sola, todos murmuraban cuando pasaba por la calle, y en la mayoría de los moteles en Madrid era el mejor amigo de los recepcionistas.
Quizá ellos eran momentáneos y puede que todo vuelva a la normalidad con un chasquido. ¿Y si chasqueo yo? Ya, ahora, justo en estos momentos donde estaba aceptando a la invitación de Adrián. Quizá debía darle la vuelta a eso e irme yo solo a otra discoteca y empezar desde cero. O tal vez, debía dejarme llevar y averiguar hasta dónde conducía toda esa estupidez. Y al final, cuando todo acabara, quizá todo sería normal otra vez.
Y volvería a la vida en el medio.
Mientras ese momento llegaba, ahí estaba a la espera de que Adrián tocara mi puerta y pudiéramos matar el tiempo antes de irnos a una noche que, a palabras de él, nunca olvidaremos. Y a juzgar por la sonrisa en su cara una vez estuvo en mí portal, de seguro no la olvidaremos.
Nos fuimos caminando, pues el lugar no era lejos, y de vez en cuando estaba bien caminar a las nueve de la noche, estando a pocas horas de convertirnos en quienes somos en realidad: seres irracionales cuando la música se apoderaba de nuestros cuerpos, más las ganas de sentir la presión junto al calor de las personas de alrededor, dejándonos llevar por los efectos del alcohol.
Recuerdos de la fiesta de Nicole venían tan nublados, pero tan claros que solo percibía lagunas. No obstante, la charla volvió a mi mente y me encontré dispuesto a preguntarle a uno de los involucrados ahora que la resaca no estaba en mi mente.
―Oye Adrián, tengo algo que preguntarte ―comencé, guardando mis manos en los bolsillos de la cazadora de jean―. ¿Cómo me conoces?
―Por Nicole. ¿No es un poco obvio? ―Respondió sin dejar tiempo de espera.
―Vale, vale ―hablé incomodo, pues pareciera como si esa simple pregunta lo pusiera nervioso―. ¿Y ella entonces de dónde me conoce? ―Indagué sin ser incisivo.
―De ningún lado en particular ―una vez más, respondió con afán. Carraspeó un poco, quizá para recomponer su postura―. Ella te ha visto por ahí y pensó que sería buena idea llamarte y tal.
De no ser porque las luces neón cegadoras empezaron a molestar, seguiría preguntando hasta llegar con una respuesta coherente. Pero debía admitirlo, ninguno de ellos dos me la dará y quizá puede que nunca lo hagan. También estaba la posibilidad de que dijeran la verdad, y solo se ponían nerviosos porque eran imbéciles.
Entramos al lugar sin hacer fila alguna, y al ya estar en el medio de todo, vi en una esquina un gran grupo de gente: entre ellos reconocí la platinada cabellera de esa chica de la otra vez. Adrián hizo lo mismo y mientras él iba a hablar con Paula, yo me dirigía a por un trago en la barra. Algo de alcohol haría que mi cerebro despertase un poco, seguía un poco adormilado y es porque no dormí más de dos horas. Las pastillas no estaban funcionando como deberían, y las pesadillas se hacían cada vez más frecuentes y dolorosas.
Además de aquella típica pesadilla que siempre me despertaba y alejaba el sueño, esta vez tuve una bastante extraña: sentía mis huesos cosquillear, pero no de una forma buena. Estaba en una habitación oscura, no había nada a mi alrededor, y solo estaba yo sentado en una silla bajo una luz agobiante. El corazón lo tenía a mil y no sabía por qué, solo sentía el dolor de la corriente pasar por todo mi cuerpo. Oía risas lejanas, pero eran como aquellas clásicas del villano de Batman. Parecía vivir una pesadilla de película, aun cuando cada sensación y lugar parecía ser demasiado real.
Un chupito fue lo que pedí para comenzar con poco, mientras que los demás se veían que estaban de un modo salvaje, casi ahogándose en alcohol. Debía regresar con Adrián, seguro ya terminó de hablar con Paula o lo que sea que fue a hacer. Las personas en esa discoteca eran demasiado irrespetuosas, solo empujaban sin pedir perdón o siquiera mirar a los ojos a la persona que atacaron.
Cuando seguí buscando a Adrián con la mirada, pensé que estaría bailando o tomando con Paula, pero él estaba quieto en toda la mitad de los bailes y la emoción. Tenía el móvil en su mano, pero estaba mirando al suelo y por alguna extraña razón, sentía que estaba mal. No supe qué más hacer, solo lo abracé, ya que conforme me acercaba más, podía notar que respiraba bastante fuerte.
Le abracé, quizás no fue mucho, pero al menos lo necesita.
―¿Qué ocurrió? ―Pregunté en su oído.
―Paula.
Paula. Fue lo que dijo, y es que al escuchar ese nombre se me formó cierto escalofrió por mi espalda y eso que llaman un vacío en el estómago. ¿Qué le habrá pasado a ella? O quizás: ¿Qué le hizo ella?
―¿Qué hay con ella?
―Nada, solo es un pasado del cual deseo olvidarme ―repuso con voz baja.
Y mi duda fue contestada: ella le hizo algo. La vi donde estaba antes, hablando con otras dos chicas mientras se reían y no nos quitaban la mirada de encima. Él no me quiso decir más y tampoco lo quería hostigar. No era el momento, no cuando él se encontraba así. Es más, este lugar no era el apropiado para hablar de estas cosas.
Pocos minutos después en las afueras del lugar, Adrián y yo estábamos sentados en la acera a unos cuantos metros de la entrada. Él estaba un poco más animado que antes, y eso me gustaba, odiaba ver a las personas tristes o decaídas: me recordaban a cómo me veía hace unos años, y no quería que alguien pasara por esa misma mierda de sentimientos y pensamientos.
―¿Me puedes contar que pasó con Paula? Para ver si puedo ayudarte o al menos aconsejarte ―le dije mirando hacia la acera de enfrente.
―Quizá ayude discutirlo con alguien más que no sea yo mismo estando borracho ―sonrió sin querer, reprimiendo aquel gesto en un segundo.
Fue ahí, a las diez y veinte, la noche del 6 de junio, cuando conocí más a fondo a Adrián, y comprendí por qué es la persona que es hoy.
Madrid. Marzo 11, 2015.
El francés estaba de moda y las parejas veían películas románticas para pasar el tiempo. Muchas salían a comer, hablar de lo que fue su día y llegar a la casa para acabar lo que con miradas en el restaurante empezaron a crear. Otras tantas salían a caminar, reflexionar qué será de sus vidas una vez acaben la ESO y quieran emprender una vida laboral o académica.
Paula y Adrián eran el intermedio: en su rutina normal estarían buscando lugar y excusas para poder ir a pasar un tiempo íntimo. Esta vez se encontraban en un parque, a poco de las tres de la tarde donde más personas se veía pasar por ahí.
―¿De qué quieres hablar? ―Preguntó Adrián con esa carita de enamorado que llevaba desde hace un año que la conoció―. No me digas que...
―No, ¡qué te pasa! Me llegó hace dos días ―aclaró nerviosa por el presentimiento que tuvo.
―¿Entonces? ―Preguntó riendo aún nervioso y confundido.
―Pues, es que, yo... ―ella comenzó a titubear como siempre que se ponía nerviosa.
―Tranquila, solo suéltalo y ya. No ha de ser algo malo, ¿o sí? ―Soltó más serio al verla así de nerviosa.
Y es que cómo no estarlo: estaban bajo el árbol donde se hicieron novios hace ya diez meses. La inocencia de su primera relación se veía con las cosas que hacían y los lugares que frecuentaban: este parque era uno de ellos. Y lo que estaban por vivir, fue lo más adolescente que se pudieron imaginar.
―No creo que esto funcione ―confesó.
No había estado más segura en su vida como lo estaba en estos momentos. Aunque tampoco se podía negar que estaba algo tensa: su tono y compostura delataban todos los sentimientos que las palabras no describían.
―¿Qué? ―Preguntó él, serio y mirándola a los ojos.
Esos malditos ojos miel que la ponían nerviosa, esta vez eran unos simples orbes sin magia alguna. Quizá, porque ya no había amor, la pasión se había acabado. Lástima que él sintiera lo opuesto.
―No creo que lo nuestro funcione ―repuso con firmeza―. ¿Sabes? No me siento capaz de seguir con algo que no me hace sentir cómoda ―explicó, aun aguantando que su voz no se quebrara.
Lástima que Adrián fue el caso contrario.
―¿Pero por qué dices eso? Después de lo que hemos dicho y hecho, después de todo lo que hemos pasado juntos, ¿quieres acabar esto? ¿Ahora? ¡Puedo mejorar si soy yo el que está mal! ¡Te prometo que lo haré!
Tras decir eso con una voz que podía con cualquiera, Paula sintió un nudo en la garganta. Ella ya estaba a poco de llorar también, pues ambos eran bastante sensibles, pero por una vez alguien debía aguantar y ser fuerte, y ella fue la indicada. Las personas que pasaban y los veían se preguntaban de qué podía estar llorando un chico de dieciséis al lado de una niña de catorce. Tal y como Adrián y Paula lo habían explicado a todas las personas que les han preguntado: lo de ellos era una historia que nadie más entendía.
―Lo sé. Sé que no es el mejor momento, ni tampoco el mejor lugar, pero créeme que necesitaba hacerlo.
Lo que sucedió después de eso fue la cosa más aventurada que pudo pasar: ella se fue y él se quedó. Se quedó como estatua, debajo de aquel árbol y sin poder hacer nada más que llorar. Ella en cambio no pudo con el dolor de la traición que en su corazón sentía, así que después de dar el séptimo paso, salió corriendo sin mirar atrás.
Después llegaron a casa en sollozos, cada uno con una parte del collar de aniversario en la mano y una larga noche en vela esperándoles. Se abrazaron a ese corazón de plata con la inscripción del día de su primer beso. Algo divertido a ojos de otra persona, es que, a diferencia de ella, él nunca se quedó en casa con esa noche en vela prometida. Porque él, roto como estaba, no pensó en otra cosa más que escapar.
Tanto ella como él, sabían que necesitaban del otro, pero el orgullo era más fuerte que el amor y no lo decían. Preferían seguir haciéndose daño como desconocidos, a desnudarse el alma como enamorados.
※
―No volví hasta dentro de cinco días, con olor a alcohol y unas marcas que tenían vida propia. Ya tenía dieciséis años y me sentía libre de hacer lo que quisiera, aunque emocionalmente estaba muerto. A mis padres no le importaron que desapareciese, es más, creo que ni se dieron cuenta. Y de nosotros, nadie se preocupó, ellos no estaban para enterarse.
No supe qué decir ante todo lo que acababa de escuchar. Si bien Paula ha demostrado ser la persona más inestable que he conocido, nunca pensé que llegara a ese límite.
―Adrián ―fue la única palabra que salió de mí; un susurro lleno de lástima.
―Y las siguientes semanas no nos vimos, ni hablamos ni escribimos. Solo no quisimos. Cole se las arregló para juntarnos de nuevo, pero como amigos. Aunque a ambos nos dolía incluso cuando yo no lo demostraba. Al final no le dimos importancia, solo por el simple hecho de no dañar el grupo. Me compuse lo mejor que pude y logré acabar las últimas semanas de la ESO.
―¿Sabes por qué lo hizo? ―Pregunté con voz baja. No me di cuenta hasta en ese momento que tenía mi mano en su hombro.
―Me enteré de que me dejó por una chica del instituto. Cuando Nicole me lo contó, dejé que la rabia se apoderara de mí, mas no hice nada, solo llorar en su hombro durante toda la noche. Luego ella llegó con la noticia de que la dejaron tres semanas después de que terminamos: le dijo que quería algo con alguien mayor, no con niñitas. Me alegré, solo porque sintió el mal que ella me dejó. Aún conservo aquel collar y miento al mundo de que no la amo. Pero miento, y miento mal, porque, aunque me niegue miles de veces, sé que más de una de esas negaciones es mentira.
―Menuda mierda.
Hablé cuando ya todo estuvo calmo, cuando ambos dejamos de sentir un pequeño dolor mutuo: él por recordar, y yo por sacar por segunda vez mi lado empático, porque sabía muy bien lo que se sentía la traición.
―En resumidas cuentas, fuimos pareja y lo dejamos, o bueno, al menos ella lo dejó ―lo soltó tan normal como si no le doliera más, pero eso no fue lo que acababa de demostrar―. Hace pocos días me escribió invitándome aquí, y durante la charla tuvimos una conversación sobre ese tema. Ella la había dejado inconclusa, así que adentro le pregunté de nuevo acerca de eso, pero ella solo omitió el asunto diciendo que no se acordaba de nada y comenzó a burlarse de ellos. Fue tan diferente su actitud a la de la otra vez... ―Musitó al final―. Ahora creo que ya sé el porqué de la invitación.
―¿Y estás bien? ―Pregunté, aunque él hacía caso omiso a mi mirada.
―Sí, creo ―dijo riendo y bajando la mirada para verme―. ¡Mierda! ¿Tienes un cigarro?
―¿Cómo sabes que tengo cigarros? ―Pregunté sacando la caja.
―Las mentes brillantes traen cigarros propios ―dijo mientras comenzaba a fumar a la par mía.
―Gracias por el cumplido. Y yo pensando que eras un niñato más ―le dije posicionando una vez más mi mano en su hombro mostrando una sonrisa burlona.
―Quizás lo sea ―sonrió él de regreso.
―Déjame decirte que no creo que ella te haya olvidado tan fácil. Además, dijiste que es sensible... ―exhalé para aclarar mi mente―. ¿Te apetece crear algo de caos?
Pasaron los minutos suficientes para recomponernos y volver a entrar después de la aceptación de Adrián ante mi plan. No tenía en mente hacer maldades ese día, pero después de escuchar esa historia supe que algo de ojo por ojo no vendría mal. Adrián también me dijo que Paula lo invitó solo para que él me convenciera y ella pudiera estar conmigo. Pobre ingenua. Muchas veces no tenemos lo que queremos, y ella estaba por experimentarlo esta noche. Así que tomamos, incluso nos drogamos un poco. Quizá está noche sí va a ser inolvidable. A mitad de una canción donde solo los oídos finos podían escuchar bien sin el retumbe del bajo que latía en el corazón de todos, captamos la atención de Paula al estar en la mitad de la pista de baile.
En esta ciudad tan retorcida, sucumbida en este mundo de adrenalina, muchas veces no sabemos si lo que hacemos es lo correcto o siquiera justo con las demás personas. No entendemos que jugar con el amor es sucio, que meterse con los sentimientos es demasiado, pero hacer lo que tu ser impuro te dice no viene mal de vez en cuando.
No sé ni cómo pasó todo, no quería pensarlo demasiado, pero Adrián y yo nos estábamos besando entre la multitud de desconocidos borrachos.
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