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Like it really a rough guy

Durante un tiempo, Mateo y David tomaron distancia, tanto por sus asperezas como para evitar confundir todo de nuevo. Sin embargo, Mara necesitaba que estuvieran cerca y se mantuvieran unidos como equipo, solo que Mateo todavía no sabía qué pasaba.

Pese a la foto que subió Violeta, rápidamente todos se olvidaron del tema, pues no vieron a Gustavo con Clara y la foto en sí no era clara sobre la situación de los chicos. Era correcta la suposición, pero Violeta no tenía pruebas suficientes y, pese a sus intentos, no consiguió ahondar en ello ni humillar a Mara de otra forma. Es decir, Mara ni siquiera tuvo que hacer algo para que la chica se hundiera.

Y solo a dos meses para que terminaran las clases, Mara fue aturdida por una noticia al volver de la escuela un día: su madre estaba en el hospital, pues se había desmayado mientras caminaba por el jardín. El pronóstico no era favorable, pues su cuerpo se encontraba muy débil.

Mara fue a verla, pero no lloró. Sí, le dolía ver a aquella bondadosa mujer, quien le había dado la vida, en una cama de hospital, agonizando, aunque no lo suficiente como para llorar. Si esa no era la ocasión para hacerlo ¿cuándo lo era?

Tampoco lloró cuando, días después, su madre dio su último suspiro. Era triste pensar en que iba a vivir en esa casa, con su padre, sin su madre, quien siempre había sido un rayo de luz en medio del oscuro mundo en el que estaba.

Sus amigos estaban junto a ella en el funeral, no Gustavo. Su novio estuvo cerca, pero no sabía si debía consolarla o solo estar callado, pues se notaba que la chica no estaba particularmente acongojada. Siempre supo que había algo distinto en ella, algo extraño, que nunca quiso averiguar, pero el verla con una expresión vacía y sin haber derramado alguna lágrima le hacía cuestionar la humanidad de ella.

Luego del entierro, Gustavo se le acercó y la abrazó estando todavía en el cementerio. David tuvo que afirmar el brazo de Iker, pues ya se estaba tirando encima del chico por estarla tocando. Sabía que él era su novio por apariencias, para que todo resultara bien, pero conocer los planes de Mara no lo hacían sentir mejor.

—Podemos vernos más tarde —sugirió Gustavo—. Digo, por si quieres sentirte acompañada.

—No, descuida. Quiero estar en mi casa.

—Si quieres, te puedo acompañar.

—Va a estar con nosotros —dijo David.

—Disculpa que os lo diga, pero no sois la mejor compañía —contestó Gustavo a los chicos.

David volvió a atajar a Iker y le sonrió a Gustavo, para luego decir:

—No imaginas lo satisfactorio que será cortarte la lengua y metértela por el culo.

Gustavo lo miró con el ceño fruncido ante la amenaza, sin entender si era una broma o si lo decía en serio. Mara golpeó a David detrás de la cabeza y tomó del brazo a Gustavo, para poder llevárselo y tenerlo así lejos de sus amigos, antes de que reventara todo.

—Olvida eso que dijo —pidió Mara—, ya sabes cómo es.

—Sí... descuida. ¿En serio quieres pasar el día con ellos? Podríamos hacer algo divertido, ya sabes, solo los dos...

—Hablemos después, ¿vale?

—Vale —respondió decepcionado.

Gustavo salió del cementerio y Mara caminó hasta donde estaban sus amigos, quienes avanzaron un poco desde el punto en que los dejó.

—¿Qué mierda fue eso? —exclamó la chica.

—Solo un pequeño... adelanto, sobre lo que será su vida. —David se puso a reír—. Vamos, fue divertido, ¿viste su cara?

—A ver, gilipollas, te lo diré una vez más por si al fin te entra en la cabeza: ni siquiera puedes insinuar algo, porque si alguien te escucha y después va con el cuento de que uno lo amenazó, hasta ahí llega todo.

—Estás exagerando.

—No.

—¿De qué estáis hablando? —preguntó Mateo, confundido—. Mara, él solo hizo una broma, que Gustavo sea un tonto que se lo tome personal no es nuestra culpa.

—No era una broma. —David sonrió.

Mateo lo miró con una ceja alzada y Mara golpeó otra vez en la parte de atrás de la cabeza a David.

Se suponía que los cuatro irían a la casa de Mara, pero la chica pidió que no y prefirió que fueran a otro lugar, por lo que, terminaron caminando hacia la casa de Mateo, que estaba un poco más cerca.

—Ya le avisé a mi papá que voy a llegar después —dijo de repente Mara, mirando el mensaje que recién envió.

—Mejor dile que no vas a llegar. —David estaba serio en ese momento, pues todos sabían que esa casa sería un infierno sin aquella mujer gentil.

—Sí. Si las cosas se ponen complicadas —agregó Mateo—, no hay problema con que te vengas a vivir a mi casa. Mis padres te adoran y estoy seguro de que siempre quisieron una niña.

—Bueno, contigo tienen algo parecido —bromeó David.

—Ahora no, estúpido —murmuró Mateo a David.

En el camino a la casa de Mateo, aprovecharon de comprar algunas bebidas, bebidas y David compró un par de botellas de licor.

Una vez que llegaron, pasaron directo a la habitación de Mateo, sentándose en el suelo tal y como solían hacer antes. Sacaron lo que compraron y empezaron a comer. David bajó corriendo las escaleras y regresó con cuatro vasos, para ir sirviendo. La idea de esa tarde era distraer a la chica con juegos y conversaciones tontas,  cosas que no hacían casi desde que ella estaba con Gustavo.

—La única regla, aprovechando que todos somos mayores de edad y no pueden demandarme por obligarlos a beber, es que si hicieron algo de lo mencionado, deben tomar un trago —explicó David y sonrió—. Siempre quise hacer esto con ustedes, para saber las cosas más tontas que han hecho.

—¿Y si no quiero beber? —preguntó Iker.

—Te vas. —Fingió una expresión triste y luego volvió a sonreír—. Vamos, es divertido.

Iniciaron con cosas básicas, para que todos empezaran a beber y así ir perdiendo la barrera de pudor que les impedía normalmente revelar incluso a sus amigos lo más oscuro de su ser, aquello que ni siquiera estando conscientes debían pensar, pero casi siempre resultaba inevitable.

Luego de varias rondas y conversar entremedio, el alcohol empezó a hacer efecto. Sus hamburguesas estaban casi completas, excepto la de Mara, quien comió más de lo que bebió, excusándose en que ella nunca hizo las cosas asquerosas que mencionaron.

—Yo nunca nunca he engañado a mi pareja —dijo David y miró a Mateo.

El dueño de casa tuvo que beber y, a sorpresa de sus amigos, Mara también lo hizo.

—¿Cuándo hiciste eso? —preguntó Mateo, ya algo mareado.

—No especificaron engañar en qué sentido. —Rio la chica—. Y sí, admito que hace unos meses besé a Iker.

—A ver... ¿qué cosa dijiste? —David no podía creerlo.

—Solo lo besé y ya. Igual, a la mierda con Gustavo, ustedes saben por qué.

—¿Por qué sigues con él entonces? —preguntó Mateo—. O sea, sí, yo tuve un... desliz, pero sigo con mi pareja porque sí lo amo. ¿Por qué dices eso de Gustavo cuando sigues con él? Y no me malinterpretes: el tipo me desagrada, de verdad quiero que rompan, es solo que no entiendo por qué no lo has hecho.

—¡Ah! Es que él no estaba ese día —agregó David, señalando con el dedo a Mateo—. Mira, te cuento...

Iker lo tiró del hombro hacia atrás, frenando sus palabras.

—Después te explico —dijo Mara con molestia y terminó de comer su hamburguesa.

—Bien, sigamos.

Continuaron así por un rato, hasta que Mara notó que sus amigos ya no tenían realmente control de lo que decían y decidió aprovechar su turno.

—¿Van a responder con la verdad? —consultó primero.

Los tres asintieron y David gritó un "sí", con su vaso nuevamente rellenado.

—Yo nunca nunca he matado a alguien. —Sonrió la chica.

Los chicos se iban a llevar el vaso a la boca y se detuvieron, dándose cuenta de lo que hacían. Miraron su respectivo vaso y el contenido de estos.

Por su parte, David hizo un gesto indicando que le daba igual y bebió. Iker, al verlo, miró luego a la chica a la cara, como si buscara alguna señal que le permitiera moverse, la que obtuvo cuando ella inclinó ligeramente su cabeza. Entonces, el moreno bebió.

Mateo los observó con asombro y se confesó finalmente, luego de casi un año ocultando su crimen. Tomó un sorbo, sintiendo un peso lapidario cayendo sobre sí, como si supiera que había sellado su destino con ello.

—¿Los tres? —preguntó alegre Mara, con las cejas alzadas—. Yo les estaba pidiendo un pequeño favor a los chicos y ya veo que hasta Mateo puede cumplirlo. —Sonrió.

—¿Qué? ¿Acaso quieres que matemos a alguien?

—No sería muy exacto. —Sonrió arrugando la nariz—. Es mucho más que eso.

A partir de ese día, la chica empezó a pasar más tiempo en casa de sus amigos, sin pedirle permiso siquiera a su padre, sino que solo le avisaba que iría, tal y como en ese periodo tampoco le pidió permiso para hacerse visos verdes. En ocasiones, se quedaba un par de días, sobre todo con Mateo, cuyos padres la acogieron con los brazos abiertos, pero la presencia de ella le provocó a él cierto rechazo insoportable que fue aumentando, pues que ella supiera sus secretos era como haber vendido su alma.

Él quería tranquilidad, quería vivir como los demás chicos, pero Mara lo tenía justo donde quería y no podía negarse. Si bien él le había ofrecido inicialmente su ayuda, como amigo, luego comprendió que lo peor que hizo fue volverse su amigo y dejar que entrara con tanta confianza en su vida.

Tras conocer su plan, él no quería ser parte, pero no tenía alternativa: o participaba voluntariamente o lo haría obligado. Mara tenía todo cubierto.

***

Amanda estuvo investigando por su parte al ver que el detective Fernández se rehusaba a compartir sus descubrimientos y teorías. Siempre que ella llegaba para ver cómo iba la investigación, él le insistió en que era mejor que mantuviera la distancia y le dejara todo a él, que no se involucrara. Pero ¿cómo podía pedirle que no quisiera conocer la verdad de la muerte y desaparición de su amiga?

Lo peor de todo, para Fernández, era que ella ni siquiera imaginaba todo lo que le escondía. Debido a las pocas pruebas que pudo recopilar, le limitaron los recursos para dicha investigación y le ordenaron centrarse en otras, pero él insistió en investigar, usando su tiempo libre para ello y preguntando a sus colegas.

Desde que identificaron a Dariana, los cuerpos de otras cuatro chicas con físico similar a ella aparecieron en ciudades aledañas y todas eran trabajadoras sexuales, lo que reafirmó su teoría de un asesino serial, pero seguía sin parecerle creíble al resto de sus colegas y a su jefe, sobre todo porque todos se rehusaban por principio a la idea de que hubiera un asesino en serie acechando la región.

Amanda, ignorando aquella teoría, estuvo todo ese tiempo preguntando a las trabajadoras sexuales, averiguando que se trataba de un chico de estatura un tanto debajo del promedio, según una chica incluso le parecía bajo para ser hombre. No debía tener más de veinte años, eso era seguro, pero manejaba un buen auto de color negro. Según una chica, era un deportivo, según otra que lo vio recoger a Dariana un par de veces, conducía un sedán con vidrios polarizados, por lo que nunca vio su físico.

Hasta que, uno de esos días, una mujer le contó que había visto al mismo auto conducido por un adolescente, recogiendo a otras dos de las chicas que habían aparecido muertas en esos meses. En cuanto supo esto, fue a la comisaría y buscó al detective Fernández, pero él ya se había ido a su departamento.

Al día siguiente, pese al cansancio por su trabajo nocturno, Amanda se presentó en la mañana para hablar con el detective. Él la recibió evitativo, pues no quería darle información para protegerla, pero fue ella quien le dio la información:

—Me dijeron que el mismo chico que recogía constantemente a Dariana, el último cliente con quien estuvo, resulta que se llevó a otras chicas que aparecieron muertas. ¿No es muy rara la coincidencia? Quiero decir, ¿será como lo de Jack el destripador?

—Amanda... ya no sé qué decirle. Por su propio bien, pensando en su salud, creo que es mejor que se aleje y deje esto. Las cosas que descubra podrían destrozarla.

—No, yo necesito saber qué pasó con Dariana y que quien haya hecho eso pague. Por favor, ella merece justicia y no he visto que tengan al menos a un sospechoso.

—Tenemos avances, pero no se los puedo contar.

—¿Avances? ¿Saben al menos cómo se ve su asesino? Con todo respeto, pero si no me dice algo, si no me da la certeza de que lo van a encerrar, no puedo parar. Por lo que me dijeron, ese tipo sigue libre y matando a las chicas, sin que alguien lo detenga.

—He hecho lo que he podido.

—Bien, entonces acepte que yo haga lo que pueda.

—No, escuche: es peligroso.

—Sí, así como también lo es un asesino que nos trata como si fuéramos animales de un matadero.

Amanda salió indignada y el detective fue detrás de ella.

—¿Por qué me preguntó si sé cómo es su apariencia? ¿Acaso lo averiguó?

—Sí. —Sonrió con orgullo, alzando la vista—. Por si no lo sabe, las putas también somos testigos fiables, porque claramente no ha ido para allá a preguntar. He hablado con cada chica, todas coinciden en que es un chico de no más de veinte años, con apariencia de adolescente. Digo apariencia, porque Dariana nunca se hubiera metido con un menor de edad, así que, en ese momento él tuvo que haber tenido unos dieciocho a veintiún años, supongo.

—¿Solo sabe su posible edad?

—Es un chico de nomás de un metro setenta, maneja un auto negro, con vidrios polarizados, por eso casi nadie lo ha visto. Tal vez un sedán o un deportivo.

—¿Y cómo sabe su estatura o que parece adolescente si casi nadie lo ha visto?

—Porque es fácil recordar ese tipo de cosas inusuales. Lo demás es genérico: blanco y de cabello negro, lo típico.

—¿Algo distintivo?

Y entonces recordó lo que dijo una chica que dijo que lo vio merodeando algunas veces a pie un tanto ebrio:

—Usa muchos anillos y le dijo a una rubia teñida que su belleza era corriente, porque su cabello no era negro y sus ojos eran oscuros.

—¿Es en serio?

—¿No le parece un dato interesante? Solo busca a chicas de cabello negro y ojos claros...

—Verdes solamente, o con pupilentes verdes. Ninguna tenía los ojos azules.

—¿Cómo sabe eso?

—Bueno... eh... desde la desaparición de Dariana, ya son muchas las prostitutas que...

—¿Muchas? ¡¿O sea que ya sabía lo que le dije?! ¡¿También cree que está todo vinculado?!

—Amanda, cálmese...

—¡No! ¿Por qué no me dijo que creía que mató a más chicas?

—No es una teoría oficial, pero... creo que ha asesinado a cerca de once trabajadoras sexuales.

—¡Madre mía! ¡Y usted me lo ocultó!

—Le pido perdón, pero solo quería evitar que tuviera otra descompensación, como cuando le dije que identificamos a su amiga.

La chica lo abofeteó y él no lo evitó ni reaccionó ante su agresión, que podría haber sido catalogada como un delito.

—¿Sabe a cuántas mujeres ha puesto en peligro por no decir eso? ¿Sabe a cuántas prostitutas podría salvar si dijera aquello? No pueden dejar sus trabajos, pero pueden tomar precauciones. Si ese tipo ha matado a once mujeres, va a matar a muchas más por su inoperancia.

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