Just can't get enough guy
Después de la graduación, Mara y Gustavo se alistaron para su viaje. Llevaban meses preparando todo para viajar juntos por el país, por lo que, el poder concretarlo los tenía emocionados.
Aunque, bueno, a Mara le emocionaba la realización de otro plan, uno propio.
La chica metió su maleta al auto de su novio y se despidió de su padre con alegría, no por abrazarlo, sino por poder estar lo más lejos posible de él. Desde la muerte de su madre, ansiaba salir de esa casa, pues su padre se había vuelto más insoportable de lo normal
Subió al auto y Gustavo lo echó a andar. Una vez fuera de la propiedad, los jóvenes se miraron con sonrisas en sus rostros.
Pasaron primero a la cabaña para despedirse de aquel lugar, pues la idea era volver al finalizar el verano, cuando cada uno tuviera que ir a la universidad.
—Ya llevamos, ¿qué? ¿Un año y medio juntos? —preguntó Gustavo con cierta nostalgia.
—Sí. —Sonrió Mara.
—Ya podríamos decir como en los matrimonios: "hasta que la muerte nos separe" —bromeó y ambos rieron.
Hicieron silencio y él expresó una duda que lo consumía desde hacía unos meses:
—¿Qué pasará cuando vayamos a la universidad? ¿Vamos a seguir juntos?
—No lo sé...
—Quiero decir, tú estarás en Londres y yo en Barcelona, va a ser muy difícil.
—Cierto.
—Entonces... ¿este viaje es nuestra despedida?
La chica suspiró.
—Supongo.
—¿Ese era tu propósito con este viaje?
—Claro, por qué no —respondió con desinterés.
—Te voy a extrañar.
—¿En serio? —Alzó una ceja.
—Claro. —Rio ligeramente.
Se le acercó y la besó en la mejilla, para luego ir descendiendo hasta su clavícula, haciendo reír a la chica por el cosquilleo de su tacto.
***
Amanda dejó de ir a bailar, para estar todo el tiempo esperando a que fuera a la calle el chico que recogió a Dariana el día en que desapareció. Sin embargo, pasó varias noches sin conseguir encontrarlo, por lo que, empezó a cambiar de lugar.
—¿Lo has visto últimamente? —preguntó a una chica.
—No, lo siento por no poder ayudar más.
—Descuida, está bien.
Empezó a buscar durante el día noticias sobre crímenes contra mujeres, reduciendo luego su búsqueda a mujeres halladas muertas. También, investigó sobre desapariciones, encontrando más boletines en grupos de mujeres de la región que en los medios de comunicación oficiales.
Como dejó su trabajo, se atrasó ese mes con el pago del alquiler y compró menos comida, con unos ahorros que tenía.
Al comienzo del verano, encontró lamentablemente la información que buscaba: una prostituta de cabello negro y pupilentes verdes desapareció hacía un par de días en una ciudad que quedaba a una hora de ahí en auto. Su madre la buscaba y subió una foto de la chica a uno de esos grupos, con la esperanza de que alguien supiera algo.
Amanda viajó en autobús hasta allá y empezó a hacerle preguntas a las trabajadoras sexuales, pero un proxeneta la amenazó por estar interrogando a las chicas.
Una le entregó un papel con su número y Amanda volvió en el último autobús a su departamento.
A la mañana siguiente, llamó a la chica y, luego de un par de llamadas perdidas, por fin contestó.
—Perdón, estaba durmiendo.
—Descuida, sé cómo es. —Rio Amanda—. Seré directa: ¿viste con quién se fue Marina? Antes de desaparecer, digo.
—Sí... Ambas nos acercamos a un... creo que un sedán negro, con vidrios polarizados. No, espera, era un hatchback, porque era achatado atrás y largo adelante, recuerdo que primero pensé que era un deportivo por lo bonito que era, se veía lujoso. El chico bajó la ventana, debe tener unos... ¿veinte años? Y era muy guapo, yo quería irme con él, pero dijo que mi pelo era feo, porque es rojo.
—¿Algo más? Por favor, cualquier detalle es importante, en serio... creo que es quien mató a mi mejor amiga.
—¡No! Ay no... ¿me dices que a Marina le pasó igual? No, por favor...
—Escúchame, por favor: encontrarlo hará posible que lo detengamos.
—Sí, sí... —La chica tomó aire y siguió hablando—. Vi su licencia de conducir cuando me agaché por la ventana... la tenía puesta igual que los taxis... David... ¡David Quiroga Aldunate!
—De verdad muchas gracias. Conozco a un detective, el que está investigando la muerte de mi amiga y te prometo que, en cuanto le dé la información, va a atrapar a ese desgraciado. Espero que Marina aparezca bien.
—Gracias, en serio.
La chica cortó la llamada y Amanda empezó a buscar de inmediato en internet al chico y, cuando encontró a uno que encajaba con las características que le dieron en el pasado, le envió una foto a esta chica, quien afirmó que era él.
Lo tenía, por fin sabía quién era.
Fue caminando hasta la comisaría y exigió hablar con el detective Fernández, quien apareció cerca de media hora después.
—Estoy en un caso, no tengo tiempo para otra bofetada —le dijo él.
—Descuide, que no le van a llegar más si hace bien su trabajo.
—Amanda... no he podido seguir investigando. Nadie cree en mi teoría y llevo tanto tiempo estancado con esto que lo tuve que archivar.
—Pues va a tener que... desarchivarlo, porque encontré a quien mató a Dariana.
¿Cómo era eso posible?
—¿Hizo qué?
—Vea con sus propios ojos.
Le pasó su celular, con la conversación abierta con la chica de la otra ciudad. Ahí estaban las fotos del chico y su perfil público en redes sociales.
—Como ve, tiene un hatchback negro con vidrios polarizados, cortesía de sus padres en su cumpleaños dieciocho. Actualmente tiene diecinueve años y, por sus fotos, dudo que mida más de un metro setenta.
—No puedo creerlo...
—Gracias. —Sonrió—. Vaya a arrestarlo.
—Necesito pruebas concretas.
—Tengo una testigo y un puñado más, dispuestas a decir todo lo que han visto. Fácilmente podrán reconocerlo si les pide testificar.
—Bien, voy a investigar al chico.
—Como mínimo. Deseo y espero que al fin podamos darle justicia a Dariana.
El detective asintió y anotó el nombre del chico. Una vez que la chica se fue, empezó a buscar datos, topándose de inmediato con el peor dato de todos, por lo que, llamó a Amanda para que fuera.
—Ya está en el sistema —dijo de inmediato cuando ella se sentó junto a su escritorio.
—¿Y?
—Un par de delitos de vandalismo y... fue absuelto, pese a ser atrapado mientras los cometía.
—¿Y qué tiene? Esto es mucho más horrible que el vandalismo, dudo que sea absuelto.
—Es que... es hijo del juez Quiroga y sobrino del fiscal de la ciudad. Incluso si tuviéramos pruebas que dejaran en evidencia que fue él, sería imposible que quedara en la cárcel.
—Es una posibilidad, pero también está la posibilidad de que se haga justicia. Creo que debo tomar el riesgo.
—Pero el riesgo es muy alto. Si hizo todo eso y usted lo denuncia, temo que pueda pasarle algo.
Siguieron discutiendo y Amanda entendió que no iba a encontrar justicia ahí. Se sintió decepcionada y angustiada, por lo que, salió corriendo y rompió en llanto a la salida de la comisaría, con una insoportable impotencia.
***
—¿Te gusta este vestido? —preguntó Mara a su novio, en una tienda de ropa hecha con lana.
Llevaban un par de semanas viajando y todo pareció ir bien, pero los problemas ya habían empezado a hacer grietas y a Mara le costaba mantener la compostura.
—Está bonito, aunque creo que se te verían los pezones si no llevas sujetador.
—Mejor. —Sonrió.
Gustavo se le aproximó y le robó un beso. Fueron a pagar y luego entraron al auto.
—No uses ese vestido cuando estemos con otras personas, solo conmigo, ¿vale?
—Puedo usar sujetador.
—¿Y que se vea entremedio de los agujeros de la lana? Que vulgar.
—No te pongas así.
Gustavo hizo andar el auto y se dirigieron a la cabaña que tenían arrendada, afuera de la ciudad. Iban en silencio, pero Mara volvió a hablar cuando estaban a mitad de camino.
—Sabes que me gusta vestirme así. No tienes por qué decir que es vulgar.
—No digo eso, solo me refiero a que si se te ve el sujetador es vulgar.
—Te recuerdo que me pediste que fuera tu novia cuando usaba una blusa de red. Estoy segura de que esos agujeros son mucho más grandes que los de ese vestido y encima mi sujetador era muy visible.
—Estábamos en una cita, es distinto. Tú te vestiste así para la cita.
—No, yo me vestí así porque me encanta vestirme así. Tengo unos senos hermosos como para taparlos y creo que el sujetador ya es suficiente para ocultarlos.
—Ya no estás soltera, te recuerdo que somos novios.
—Hasta que vayamos a la universidad, ¿o no? Tú dijiste eso.
—¡No lo dije! —exclamó Gustavo, indignado.
—¡Sí, dijiste que sería difícil tener una relación a distancia y que esta era nuestra despedida! Al final del verano no seremos novios, ¿o me equivoco? Dime, ¿es para andar con cualquier universitaria?
—No, claro que no. Si no quieres terminar, no lo hacemos y ya. Podemos tener una relación a distancia.
—¿Para que me engañes igual que como lo hiciste con Clara?
—¡No lo hice!
—¡David te vio en la fiesta de Halloween! Y ya había rumores desde antes. Dime, ¿intentaste algo con ella cuando les sacaron una foto días antes de mi cumpleaños? Porque claro, tú nunca tienes suficiente.
—Estás loca.
—Y yo estaba esperando a que dijeras eso: no tienes ni puta idea de lo loca que estoy. Detén el auto, quiero bajar.
—No, vamos a llegar a la cabaña y...
—¡Me quiero bajar!
Ante la insistencia de la chica, se detuvo a la orilla del camino y ella bajó. Sacó su bolsa de compras del asiento trasero y cerró la puerta.
—Entra de nuevo.
—Muérete.
Enojado, Gustavo volvió a entrar al auto y se marchó. Mara sacó su celular de su bolso que tenía cruzado y le marcó a David.
—Recién se marchó, debería estar cerca de ustedes en unos diez minutos.
—Vale.
Mara empezó a caminar y entró a una tienda del camino, con lágrimas en sus ojos.
—Ay niña, ¿qué haces por acá sola? —preguntó la vendedora, una señora de unos sesenta años.
—Estoy de viaje con mi novio y... él se enojó conmigo porque compré un vestido y... —Fingió llanto—. Me bajó del auto y se marchó.
Siguió llorando y la señora fue a consolarla.
—¿Tienes a alguien que te pueda recoger?
—No... yo... Llamé a un amigo, pero está a varias horas de aquí. Me estoy quedando con mi novio en unas cabañas que están como a media hora.
—Ah sí, las conozco... pero no son muy concurridas porque casi nunca andan autos por este camino.
—¿Puedo quedarme acá mientras llamo a un transporte?
—Eh... claro. Pero, mi niña, no me parece buena idea que vayas a esa cabaña, tu novio podría hacerte algo.
—No... él no lo haría.
—Si dices que te bajó y te dejó acá tirada, creo que podría lastimarte si llegas allá. Deberías terminar con él.
—Es que en la cabaña tengo todo, ¿me entiende? Si me pasan a buscar, necesito llevarme mis cosas.
—Claro, comprendo.
La señora dejó que se quedara y, cerca de una hora después, un auto de una aplicación pasó a recogerla y la llevó hasta las cabañas. Preguntó por Gustavo y el guardia le dijo que todavía no había llegado.
Alistó sus cosas y esperó hasta la noche, para llamar luego a la mamá de Gustavo.
—¿Mara? ¿Pasa algo?
—Sí, es que... peleé con Gustavo y me dejó en la carretera... una carretera casi rural.
—¡¿Qué?! ¡¿Se volvió loco?! —Estaba indignada por el actuar de su hijo—. ¿Estás bien?
—Sí, sí... llegué a la cabaña en un auto de una aplicación. El problema es que... ya van varias horas y Gustavo no está. Sus cosas están igual que cuando nos fuimos en la mañana, no sacó ni una sola cosa. He llamado a su celular y nada.
—Que extraño...
—Sí, ¿no ha llegado a la casa?
—No, ya te habría dicho. Ay no... espero que no le haya pasado algo.
—Avíseme cualquier cosa, por favor.
—Sí, claro... ¿necesitas que te pase a buscar?
—No, no... cuando Gustavo me dejó botada, llamé a un amigo para que me viniera a buscar... —Empezó a llorar—. Este sería nuestro viaje perfecto y con lo que hizo no me dieron ganas de seguir con el viaje. Lo siento, de verdad, pero no puedo... no puedo creer que acabáramos así.
—Ya, tranquila...
—Ya, le voy a cortar ahora, parece que llegó David.
—Está bien, anda.
Terminó la llamada y se limpió la cara. Se volvió a maquillar, irritada por el hecho de que tuvo que llorar y arruinar así su maquillaje.
—¿Lista? —preguntó David con la ventana abajo.
—Sí.
Metió su maleta y sus bolsas de compras al auto. Pagó por la cabaña y se marchó.
—¿Cómo les fue?
—Bien, fue fácil. Mateo ya se tuvo que haber encargado del auto.
—Bien, aunque te hubiera preferido a ti en eso.
—Ya sé, pero igual no es tonto.
—Pero sí el menos comprometido.
—¿Y? No es tan tonto como para equivocarse y quedar en evidencia.
—Más les vale.
***
Gustavo despertó adolorido. Empezó a recapitular lo que pasó:
Primero, iba manejando, después de dejar a Mara en la carretera. Terrible error.
A los pocos minutos, apareció una camioneta vieja delante del suyo y otra por detrás. La que iba adelante fue frenando y le tocó la bocina, mientras que la de atrás aceleró. Por el poco espacio, se le hizo posible adelantar a la primera y frenó junto con ella, frenando sorpresivamente de golpe la de atrás, evitando una colisión.
Dos chicos con pasamontañas se bajaron rápido del primero, con una pistola en la mano. El de atrás bajó con una escopeta.
Bajó del auto y les ofreció su vehículo, a lo que el chico con la escopeta lo golpeó en la cabeza con el mango de esta y no supo más.
Despertó con el rostro cubierto y atado de manos y pies. Cuando lo bajaron, le volvieron a pegar en la cabeza y otra vez no supo más.
Ahora estaba todavía con la cara tapada y sintió las cuerdas que lo aprisionaban con fuerza a lo que dedujo era una silla.
No podía gritar, pues también estaba amordazado, por lo que la desesperación le ganó y terminó dándose vuelta en la silla en su intento por huir.
—Esto te pasa por nunca sentir que tienes suficiente. —Escuchó una voz demasiado familiar.
No podía ser cierto.
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