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Tercer paso: Sonríe, actúa serio y siempre sé tú mismo.

—Wow.

Casi se le cae el libro al voltearse hacia el estacionamiento. Sus ojos se abrieron de par en par, entreabrió los labios y su garganta quedó sin posibilidad de sonido. Al reaccionar volteó hacia los lados, notando que no era el único. La mayoría de los adolescentes que antes habían estado conversando en sus exclusivos grupos de amigos ahora observaban hacia allí atónitos, admirando de forma materialista al extraño y llamativo joven con casco y motocicleta. Porque así eran los adolescentes: todo lo que fuera atractivo a la vista era lo que atrapaba sus mentes.

Y él podría reconocer esas desgastadas botas negras a kilómetros.

Marcus Bretzer, a pesar de sentirse curioso por los planes de su amigo, solo tomó su libro y su mochila y se encaminó hacia el salón, pasando por entre las personas expectantes. Este plan iba a ser un desastre, y él iba a tener que salir desde las sombras a apoyarlo en algún momento.

Los susurros comenzaron en cuanto la moto se estacionó.

—¿Quién es ese?

—No sé, pero es mío.

—¡Ni se ha quitado el casco y ya lo deseo!

—Para mí que es solo un presumido —soltó Arthur al escuchar los comentarios de las otras chicas del grupo, quienes voltearon a verlo furiosas. Iba a comenzar a retractarse ante las miradas de odio de las que antes habían estado halagándolo a él, pero todas voltearon a observar al desconocido.

Se levantó el casco como había aprendido de tantas partes de películas, libros, series y demás que Elizabeth lo había obligado a aprenderse de memoria. Habían practicado toda esa tarde imitando diferentes expresiones, y poses o pensamientos que se mostraban de los "bad boys" más icónicos, siendo Liz su gruñona guía en el mundo artístico, la cual a cada momento se quejaba de su incapacidad para ser sensual. Pero él, después de que ella se despidiera con decepción, había decidido seguir practicando en la noche solo frente al espejo. Sintiéndose ridículo, sí, pero después de varias horas de práctica y que las ojeras se agregaran a su estilo rudo sentía que sí podía hacer la media sonrisa de Johnny Depp. Solo le faltaba la cara y el cuerpo, pero bueno.

Aunque Diez razones para odiarte, El club de los cinco y un tal Maravilloso Desastre habían sido los más interesantes... seguía sin entender muchas cosas de lo atractivo que podía ser lo "malo". Mas ahí estaba, levantándose de la moto de su padre y quitándose el casco mientras su cabello se sacudía como le había enseñado Liza; lento y rudo, como si estuvieras intentando espantar una mosca con él. 

Mientras dejaba el casco en el vehículo, las chicas soltaron un suspiro de decepción.

Vale, se habían esperado mucho, mucho más debajo del casco. 

—¿Saben qué? Es todo suyo.

—Lo que fácil viene, fácil se va.

—Ay, y yo que ya iba a ir por él...

Hasta que algo sucedió.

Rubén torció un poco el cuello, dirigiendo su mirada hacia el grupo de la que estaba hablando cerca de él, y en su rostro se formó una sonrisa torcida, que luego sustituyó por una expresión seria mientras caminaba a paso lento y con las manos en los bolsillos hacia la entrada. La chica, de forma inexplicable, sintió sus piernas volverse débiles y su rostro sonrojarse con tan solo esa muestra de sensualidad. Sí, sensualidad, justo lo que menos creía tener Rubén. No lo había sacado de repente, su hermana siempre le decía que tenía una bonita sonrisa, y que si se dejaba de encorvar y de bajar tanto la cabeza o usar gorros de lana podría verse un poquitito mejor, y una que otra vez lo había intentado solo para luego decirse que no a sí mismo. A veces ocultarse era más fácil.

Espalda recta, hombros atrás, cabeza levantada, mirada al frente y expresión seria, fingiendo que no era consciente de nadie a su alrededor... mas sí lo era, y mucho. Sentía que iba a vomitar el helado con cada paso que daba, por tantas miradas y susurros que su mente concentrada en mantener su forma de andar no podía escuchar. Mientras, las chicas solo se preguntaban quién era ese tipo, porque si te ponías a verlo desde cualquier ángulo no era, eh, ¿agraciado? Quizás, pero había algo en su caminar despreocupado, el cómo se movía su cabello castaño sobre su frente y esos ojos negros perdidos que era, sin duda, hipnotizante. Parecía un chico de película, una de bad boys.

Y lo que más encajaba con eso, era que estaba actuando.

Había llegado por fin a la puerta de las escaleras, donde cruzó para ir hacia el segundo piso, alejándose de las miradas de todos en el pasillo; iba a subir el primer escalón hacia su salón hasta que alguien lo jaló del cuello tapándole la boca, llevándolo adentro del almacén.

«Listo, aquí es cuando me secuestran y asesinan y muero solo y feo y muerto, tantos videojuegos que me faltaban por jugar...».

 —¡Eso fue increíble! ¡Dios, si no supiera que era una actuación, habría pensado que eras un narco o un prostituto en secreto! 

Se sorprendió bastante al encontrarse con una emocionada Elizabeth, iluminada fantasmagóricamente por la luz de su celular en la mano.

El lugar era minúsculo, lleno de cosas de limpieza que los obligaban a afincarse de la puerta cerrada, al punto de casi rozarse. Y nop, no iba a morir hoy, o al menos eso esperaba. Aunque la forma en que le pegaba la única luz por debajo a su rostro le daba un toque terrorífico, era la primera vez que veía a Liza sonreír tan emocionada, lo que le hizo imposible no correspondérsela.

—Gracias... creo —susurró, un tanto inseguro con lo de la prostitución. 

—¡Es que no creí que fuera tan buena profesora! Es decir, ayer eras un total nerd aburrido, ¡y hoy actúas con más actitud que John Travolta, y sin ser calvo! 

—Una parte de mí se siente ofendida.

—¿Y la otra?

—La otra no tiene idea de quién diablos es John Travolta, pero igual gracias.

Elizabeth rió, moviendo su cabello oscuro con la mano con algo que él pudo notar como nervios, lo que le hizo levantar una ceja curioso. Había culpado al helado de todo en esa mañana, y también lo haría con lo que le estaba haciendo a su imaginación. Él también rió, en parte sacando un poco de sus enormes, gigantescos nervios de hace un momento.

Jamás creyó que haría tantas idioteces solo por salir con una chica. Pero se sentía bien, había salido de su zona de confort y no había hecho ningún desastre, incluso el recordar las miradas que medio había captado le resultaba divertido. Y ahí... ahí se sintió mal, porque había engañado a una chica amable como lo era Elizabeth, por una causa muy egoísta y... quizás era lo correcto agradecerle, y ser sincero, aunque fuera en eso.

 —Gracias por haberme enseñado tan bien, Elizabeth, no habría logrado actuar así sin tus clases de emergencia —Entre la poca luz, pudo distinguir la sorpresa y el sonrojo en su rostro. Lo menos que esperaba eran esas palabras—. De verdad eres una buena profesora y tengo que confesarte que...

Antes de que pudiera seguir con sus palabras, la puerta fue abierta.

 —¡Auch! —gritaron los dos al caer al suelo uno al lado del otro, con expresiones de dolor. 

Y con la mirada desaprobatoria del conserje encima.

—¡¿Qué hacen acá, par de sinvergüenzas?!

Oh no.

Ahora no por favor.

 

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