Segundo paso: ¡Camina como un chico malo, ternurita!
Rubén no lo podía negar: esto era un desastre. No había tenido una idea tan mala desde que había puesto a Marc en una página de citas online como un joven de veintitrés y los dos habían terminado disfrazados con bigotes y saliendo con la directora y una amiga de ella. Su propia madre.
Había cosas que era mejor olvidar.
Se acomodó la chaqueta de cuero frente al espejo de su cuarto, despeinó su cabello como le había enseñado Liz y volvió su expresión lo más seria que pudo... para luego sacar su teléfono y marcar por quinta vez en la mañana el mismo número.
—Liz, no puedo —susurró estando entre su cobija de Batman en posición fetal, meciéndose.
Del otro lado de la línea salió un gruñido, le resultó igual al de Perry el ornitorrinco y quiso reír, pero ni eso lograba de los nervios.
—Rubén, mira, me estás estresando, más de lo normal —farfulló la chica—. Si no puedes ser un bad boy en la escuela, ¡mucho menos lo podrás hacer en frente de todo un público! —Elevó tanto la voz en la última frase que tuvo que alejar el teléfono, con algo de miedo de ella.
Liza tenía razón. Si no lograba actuar como un chico malo allí, entre personas que ni le iban a hablar, mucho menos lo haría frente a Jenna cuando ella se le acercara. Porque claro, una de las características de un bad boy verdadero es que él no va por las chicas; las chicas van por él.
O algo así decía Liz.
—¡Así que más te vale ir allá afuera y dejar de actuar como una ternurita, o yo misma iré a buscarte para que camines como un macho pecho peludo lleno de testosterona, como que me llamo Elizabeth Bretzer!
Y colgó.
Suspiró, salió y dobló su mantita-refugio y luego cerró la puerta de su cuarto. Bajó a la cocina, donde su padre lo esperaba con unas tostadas, leyendo el periódico porque los teléfonos son idiotizadores, y bebiendo café, como cualquier día de la semana.
—Buenos días, papá.
Ronny Ronchester le dio un mordisco a su pan mientras él tomaba de la nevera un vaso de leche.
—Buenos días, Rub...
Al levantar la vista su padre se quedó con la boca llena de pan abierta, perplejo. Dejó de beber por un momento y, extrañado, se observó mentalmente. Solo cargaba sus pantalones nuevos, un poco demasiado ajustados, sus mismas botas negras, la chaqueta de cuero con una camiseta blanca abajo, y una camisa a cuadros roja de las que solía usar siempre, solo que la cargaba atada a la cintura. Ah, y el cabello como un nido de pájaros, ¿o lo estaría mirando así por un bigote de leche?
Se limpió disimuladamente la boca, sin ninguno apartar la mirada.
—¿Pasa algo, papá? —cuestionó casual, tomando una de las tostadas y sentándose con él en la mesa a desayunar, con la competencia de miradas todavía latente.
—¿Esto es algo así como una etapa? ¿Como una fusión entre punk, los pantalones de Bob Esponja y la abuela?
Lo señaló de arriba a abajo, terminando de masticar la tostada y dejando el periódico de lado. Rubén frunció el ceño.
—Hijo, sé que la muerte del Capitán Garfio te ha afectado, pero no es necesario que hagas estas cosas para llamar mi atención.
—Papá, esto no tiene nada que ver con mi hámster —El que mencionara a su mascota y le hiciera recordar su fallida pelea con el detestable gato de la vecina había dolido, pero era mal momento para entrar en otra crisis sentimental—. Tú me dijiste que podía comprarme ropa nueva con la tarjeta y yo solo quise... cambiar de estilo.
—¿Seguro? Porque siento que me vas a decir "deme los billetes" en cualquier momento.
—Esa es la idea —Sonrió, guiñándole el ojo.
Su padre no se rió.
Más estresado que nunca, Rubén afincó la cabeza en la mesa. ¿Cómo le explicaba a su papá su idiotez y amor infinito por Jenna?
Al sentir la mano reconfortante de Ronny en su hombro se volteó hacia él, viendo su expresión preocupada.
—Rubén, no te molestes, es que siempre te he visto con tu suéter de los ochenta horrible que te regaló tu tía Gertrudis o mis camisas, y que todavía estando así vestido tengas leche en la nariz me hace pensar en cómo eres en verdad.
Un poco sonrojado se enderezó en su asiento, limpiándose los restos de leche de la cara y con la mirada de su padre todavía sobre él, sintiéndose intimidado por sus palabras.
—No quiero seguir siendo así, quiero lucir rudo, como los de las películas.
Ronny suspiró. Vale, estaba demasiado viejo como para entender las necedades adolescentes, pero sabía tener buenas frases.
—No siempre lo que quieres es lo que necesitas, hijo. Pero si andar por la vida mitad Elvis Presley y mitad Kurt Cobain te hace feliz, yo ya no puedo hacer nada.
Rubén le dedicó una pequeña sonrisa de agradecimiento, y los dos siguieron desayunando con las conversaciones de las noticias y el clima de todos los días, hasta que al chico se le iluminó la mirada y amplió su sonrisa con una muy, muy loca idea. Y con un poco de duda, se atrevió a preguntar.
—Oye, papá, ¿me prestas a King?
El señor Ronchester abrió los ojos con un rostro de total horror.
—No, no, no, ¡mi bebé no!
—Pero dijiste que cuando tuviera dieciséis...
—¡Pero eras tú! ¡Creía que la motocicleta solo me la pediría tu hermana, no tú!
Eso había dolido.
—Papá, Rookie tiene once.
—Sí, y hace planes maquiavélicos de cómo manipular a los profesores para que le den helado y sabe llegar acá de casa de la abuela en trenes ilegales, ¡y tú eras el hijo bueno! ¡Creí que lo había hecho bien! —Se colocó las manos en la cabeza, mientras inevitablemente Rubén reía en su interior por el dramatismo de su padre—. La llave está en el mesón, tómala antes de que me arrepienta.
Con una gran sonrisa y los nervios todavía danzando en su pecho, Rubén se levantó del asiento con una de las tostadas en la boca, se despidió de su inestable padre con un grito de "¡gracias, te un buen día!" desde la puerta de la cocina y salió hasta el garaje tomando las llaves con el muñequito de Slash de la mesa, terminando de comer desbordante de emoción.
King, la antigua Harley de su padre, ahora era suya.
Vio su magnificencia desde la puerta y quiso limpiarse una lágrima de orgullo mientras se montaba y colocaba el casco, dispuesto a recordar las clases de su padre a los catorce, tituladas Cómo conducir cualquier vehículo sin que vayas al hospital treinta veces como tu padre, por Ronny Ronchester. Definitivamente no era el mejor poniendo nombres.
El sonido del motor se sintió resonar en toda la casa, y mientras el sol le daba en el cuerpo y salía a la calle a una velocidad de suburbios se sintió bien. ¿Era así arriesgarse? ¿De verdad podría sentirse bien no andar con su ropa de siempre, ni ir a la preparatoria en su bicicleta? ¿O eran solo efectos de la brisa y su mente intentando escuchar las palabras de su papá y ser el chico bueno?
¿Qué era ser malo, qué era ser bueno? ¿Escuchar a los demás, o escucharse a uno mismo, dónde iban cada uno en la balanza del bien y el mal? ¿Era acaso...?
¡¿Era acaso eso el heladero?!
Vale, ya, iba un poco tarde por haberse detenido en el camino a comprarle una barquilla al heladero, que lo había mirado un poco raro bajándose de la motocicleta con su chaqueta y comiendo helado feliz en medio de un montón de niños, pero definitivamente eso era algo que no iba a dejar de hacer, por muy chico malo que quisiera ser.
Hasta que escuchó a Led Zeppelin sonar desde su teléfono.
—Rubén. Zackaria. Ronchester —escuchó la dramática voz de Elizabeth, tan calmada que sonaba como que lo iba a matar. Porque era así—. Llevo quince minutos esperándote en la entrada, y tienes cinco para impresionar a todos antes de que suene la campana. ¡¿Puedo saber dónde demonios estás?!
Botó la servilleta en el bote de reciclaje de papel, para luego volver a montarse en la moto, pasar la llave y ponerse el casco.
—Estoy a una calle, Liza —explicó, comenzando a conducir camino al colegio—. Me distraje con... asuntos importantes.
Casi pudo sentir la rabia de Liz ante su respuesta.
—¡Pues apúrate y camina como un chico malo, ternurita! —Rubén sonrío, viéndola caminar de lado a lado en el estacionamiento del colegio mientras comenzaba la calle de en frente.
Un nudo se armó en su garganta y sintió sus huesos congelarse al paso que se acercaba, por lo que presionó sus manos con fuerza sobre las manillas de la moto. Todos lo verían, ese era el plan, ser el centro de atención y saber manejarlo, entrar por completo en el personaje. Era el segundo día de clases y por primera vez en su vida escolar llamaría la atención y... no podía, su respiración se estaba acelerando y quería huir.
Pero no, no lo haría. Lo enfrentaría y entraría en su personaje, y Jenna lo vería y todo saldría bien.
Lo haces por las partituras, Rubén.
—¿Aló, Rubén? ¿Estás ahí o te tengo que ir a arrancar de algún árbol?
Soltó una risa ronca que, aunque Liz no lo admitiera, le hizo sonrojarse. ¿Eso había sido de Rubén?
—Prefiero conducir como un chico malo, Liz.
Colgó.
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