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Para ser un chico malo...

  —Es que yo no quiero chicos así, Sabri...

Rubén levantó su ya de por sí grande oreja y miró disimuladamente a su derecha. Tras la puerta de su casillero y a más de un metro de él, Jenna Parker estaba parada con su perfecto cabello negro y una mueca de fastidio, hablando con otra chica.

Fingió buscar algo entre el montón de papeles, libros, posibles entradas a Narnia y basura que tenía ahí desde hace años, escuchando la conversación.

—¿De qué hablas, Jenn?

La aludida cerró su casillero con un libro en la mano y miró a su amiga con el ceño fruncido.

 —Mira, puede que Arthur sea amigable, inteligente y todo lo que quieras y lo que todo el mundo se empeña en hacerme saber, pero no me gusta, no es lo que quiero, así de simple —levantó la vista al cielo, o por lo menos al techo—. ¿Es mucho pedir un chico rudo y malo con los demás, pero que sea tierno contigo y guapo y perfecto? ¿Tienen que existir solo en las historias —señaló el libro— y en cualquier otro sitio que no sea esta escuela? Si yo conociera a un chico así, un verdadero bad boy, sin duda saldría con él.

Si esto fuera una caricatura como las que Rubén solía ver, de seguro un bombillo habría aparecido encima de su cabeza, indicando que se le había ocurrido lo que él consideraba una gran idea.

En cuanto las dos chicas se fueron caminó por los pasillos en busca de aquella melena afro inconfundible, pasando entre las personas que iban camino a clases y cursos, que ni reparaban en su existencia. Encontró a su mejor amigo sentado en las afueras de las escuela, leyendo alguna otra historia.

—Marc, necesito tu ayuda.

El moreno levantó la vista de su libro con desgano y miró al chico, sin el mínimo ánimo de levantarse de su asiento. 

 —Si es otra vez una broma que incluya raparme o en la que terminaremos como juguetes sexuales de la directora, olvídalo.

El chico se estremeció al recordar la extraña afición que tenía la directora Aplin con él, pero igual negó con la cabeza. Marcus ni se imaginaba el increíble plan que tenía entre manos.

—No, no es nada de eso —sonrió—. Es que escuché a Jenna hablar sobre por qué no le había dicho que sí a Arthur. Ya sé lo que ella quiere en un chico.

Hacía unos días y en medio de un juego de baloncesto, el capitán del equipo Arthur Joyce le había pedido a Jenna que fuera su novia. A pesar de no haber sido algo si quiera cercano a una propuesta de matrimonio, Rubén había comenzado a comerse las uñas y pensado en gritar "¡Yo me opongo!" en plena cancha. Pero... él no era más que un simple estudiante con buenas calificaciones y amable, sin ningún talento que no fuera tocar la guitarra, otro adolescente feo en una escuela cualquiera. No era nada resaltante y era algo obvio: Jenna no estaba a su alcance.

Pero eso iba a cambiar.

—¿Y qué es? —preguntó.

A pesar de sonar curioso, Marc tan solo estaba preocupado. Él conocía a Rubén desde el primer año de secundaria, y sabía que desde que estaba en la escuela siempre había amado en secreto a Jenna. Le alegraba que su amigo hubiera hecho ese año la promesa de conquistarla —ya se estaba cansando de escucharlo a cada rato con sus "Jenna hizo tal cosa", "Jenna es genial", "Jenna no sé qué más"—, pero no le agradaba la mirada de decisión que tenía en ese momento.

Como su mejor amigo, sabía que Rubén si se lo proponía podía llegar a hacer cualquier cosa. Incluso si para eso tenía que cambiarse a sí mismo.

—Marc, ¿cómo me convierto en un badboy



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