Octavo paso: Ve a fiestas y...
—¿Has fumado?
—Nop.
—¿Bebido hasta no poder más?
—No, abu.
—¿Alguna droga, hijo? Quizás ni siquiera lo recuerdes, así le paso a un vecino...
—Soy alérgico hasta al maní, abuela, no creo.
—Y, ¿hay algún mini-Rubén por ahí? ¿No necesitas condones? —Levantó la vista de su sopa con fideos, observando fijamente a Rachel Ronchester con su ceño fruncido—. Sabes que puedes pedirme dinero para eso, cielo. Con confianza, soy tu abuela.
Sin poder evitarlo, puso su mano libre en contra de su frente, mientras su abuela volvía a revisar las galletas en el horno. No daba un beso desde séptimo grado y ella le preguntaba eso, maravilloso.
Desde la ventana se escuchaba el ruido de la lluvia caer, por suerte había llegado de la secundaria antes de empaparse todo. Mas su hermana debía de estar con su paraguas de Gravity Falls y saltando en charcos o llenando a la gente de lodo en algún lugar de la calle, lo cual lo hizo pensar en ir a buscarla... pero lo había dejado sin pastel y Rookie se molestaba si "se preocupaban de más" por ella, por lo que desistió.
—No, abue, no serán necesarios, gracias por la oferta —respondió con tono un tanto exasperado, terminando su almuerzo y dejando la mesa para terminar de fregar los platos. El rostro molesto de la mujer le hizo darse cuenta de su actitud, por lo que repuso con tono apenado—. Lo siento, pero es que ya se los dije, es solo un cambio de ropa, no entiendo por qué están tan preocupados mi papá y tú.
Su abuela suspiró con el sonido del agua caer contra las tazas de fondo, recostada del mesón y organizando lo que él iba limpiando. Su melena blanca y su figura gruesa se movían con duda entre los almacenes de madera de la pequeña cocina estilo vintage, quizá debido a que no era su casa de campo al otro lado del estado, mas al terminar Rubén la frase y después de un instante de silencio se detuvo, volviéndose a escuchar su voz.
—No sé, cariño, cometí muchos errores con tu padre por estar concentrada en mis problemas matrimoniales, el trabajo y demás tonterías —susurraba las palabras con cierta tristeza pasada, de esa hacia las cosas que ya no puedes cambiar—. Tu padre no terminó la Universidad hasta después de que tú estuviste grande, porque se tuvo que casar, trabajar y cuidar de ti antes de tener la suficiente madurez y... no te lo tomes a mal, Rubén, me siento muy feliz de que te hayan tenido y tus padres también, pero los dos estaban jóvenes y tanto tu abuelo como yo actuamos muy mal.
Cerró la llave al voltearse y notar que Rachel había caminado hasta quedar a su lado. La mujer puso sus dos manos en cada una de sus mejillas, con una triste sonrisa y los ojos de miel entre arrugas. Rubén no sabía que decir, era la primera vez que veía semejante expresión en su bromista y aventurera segunda madre.
—Tienes la misma sonrisa de los Ronchester, entre inocente y pícara. Me recuerdas tanto a él —Una lágrima resbaló fugitiva hasta su barbilla, justo antes de que lo abrazara y dejara parte de su camisa a cuadros empapada. Se lo correspondió, dejando las manos todavía llenas de jabón en la parte de atrás de su vestido y queriendo que no llegaran a su memoria las escenas del funeral del abuelo, pero era parte de las cosas inevitables—. No cometas los mismos errores que nosotros, Rubén. Haz los tuyos.
Se quedó en silencio, tristeza y recuerdos, porque en verdad estaba cometiendo los suyos... y en grande. Incluso una de las protagonistas de ello acababa de llegar a la puerta.
—¡Arial, acaba de llegar la chica linda de la otra vez, ven rápido! —resonó el fuerte tono chillón de Rookie por las paredes, junto con el cerrar de la puerta principal. Su abuela se separó de él y lo miró con las cejas casi juntándose—. ¡Le voy a indicar dónde está tu cuarto, sube en un rato!
Su abuela soltó un siseo bajo al separarse de él con las manos a la cintura.
—Rubén...
—No malpienses, abue, es una amiga —respondió, retrocediendo hasta la salida de la mitad cocina, mitad comedor.
—Yo conozco esas amigas, cariño. Fui una.
—No quería esos detalles —susurró, ya saliendo camino a las escaleras. Vio los converse a cuadros de Elizabeth mojados en la entrada, junto al paraguas con la cara de Pato, por lo que se apresuró. Escuchó su advertencia de fondo al subir el primer escalón.
—¡Recuérdalo, apareceré en cualquier momento con la excusa de las galletitas, así que cuidadito Ronchester!
Rodó los ojos, preguntándose si era normal que toda su familia, menos él, fueran fanáticos empedernidos de Disney. Llegó hasta arriba y abrió la puerta de madera de su habitación de golpe, encontrándose con su cuarto y una menuda chica morena con suéter gris en frente de su biblioteca. La revisaba con esa mirada a café electrizante característica de ella, concentrada e inmutable, de las que avaluaban cada detalle y parecían maquinar algún plan con todos ellos. Siempre le daba curiosidad cuál sería la idea que tendría esa vez, por lo que se le hacía imposible no sonreír.
Iba a hablar para saludar, mas fue interrumpido al apenas entreabrir los labios.
—Todos tus libros son biografías o de datos, y no hay otra biblioteca en tu casa. ¿Cómo es posible que tengas mejor promedio que yo? ¿Estudias algo online? Y, oye, ¿cuál es la contraseña del WiFi? —interrogó velozmente, sin apartar la vista de su alta repisa de madera y sacando la que pudo distinguir como la historia de Marie Curie. Comenzó a revisarla mientras él entraba y cerraba la puerta, viendo ya la mochila de la chica sobre su colchón y sus calcetines de corazoncitos sobresaliendo de esta.
—Hay una biblioteca en el sótano que me dejó mi madre, memorizo casi todo lo que leo por herencia de ella y no me gusta estar mucho tiempo frente a la luz, me da migraña —comenzó a responder, sentándose en la silla con ruedas de su escritorio y quedando al frente de ella, quien ya se había sentado en su cama con el libro entre las manos y bajo su inspección. Ya estaba acostumbrado a que a Liz no le gustara la formalidad de los saludos—. Y la contraseña es FamiliaRR, con mayúscula al principio y en las dos erres del final.
Elizabeth dejó la biografía sobre su sábana de barcos un momento y sacó su celular de su bolso, con una mirada de infinita alegría.
—En mi casa no tengo internet y una parte de mí se siente incompleta —explicó con pesar, revisando algo y luego dejando el aparato a un lado. Puso su mejilla sobre sus manos afincadas en las rodillas, con una escalofriante mirada de frustración—. Sigo sin entender por qué tienes mejor promedio que yo, es injusto.
—El sistema educativo está hecho en base a la buena memoria, no a la inteligencia. Puedes ser muy inteligente pero no aprenderte todo, sino analizarlo, o puedes ser un completo idiota que no termina de analizar bien, pero tiene excelente memoria —explicó, recordando las palabras de su madre cuando estaba pequeño y sus largas charlas sobre el mal funcionamiento de la sociedad... quiso alejar la rabia hacia esas memorias—. Ellos prefieren a los segundos, y yo soy parte de ellos, por eso tengo mejor promedio.
El rostro de la chica cambió a uno de molestia, lo cual también se sintió en su hablar.
—Tú no eres un completo idiota.
Pensó tristemente en lo irónico de que fuera justo ella quien le dijera eso.
—Eso no es lo importante. ¿Y eso que estás aquí? Creí que nos veríamos en el ensayo de mañana —Cambió de tema con rapidez, no queriendo ahondar en su remordimiento—. Por cierto, felicidades por el puesto como Dalila, me alegra mucho que vaya a actuar contigo —sonrió con total sinceridad, dándose cuenta en el silencio de su habitación que había dejado de llover.
No había llegado tan temprano como para ver la actuación de Elizabeth por culpa del examen de Literatura, pero de verdad le hacía sentir aliviado el que ella iba a estar a su lado tanto en la mayoría de las escenas como detrás del telón. Jenna no le había vuelto a hablar -qué raro eh- y Arthur le había dedicado una mirada amenazante y un empujón de hombros al pasar a la audición, por lo que suponía que seguía sin ser bien recibido, pero eso era lo que menos lo preocupaba. Sabía que después del gran abrazo de los dos habían muchísimos rumores en los que se involucraban ambos, mas esperaba que ninguno terminara por afectarle a ella de una forma negativa, porque Liz no se merecía estar más enredada de lo que ya estaba con él y sus locuras. Era imposible no pensar en ella, en que estaba ahí con él todavía en medio de tantas tonterías, y no sonreír. No recordaba algo así desde el comienzo de su amistad con Marcus.
O el fin de la suya con Jenna.
Un gran sonrojo se esparció en el rostro de Liz, la cual se sentó derecha de golpe y apartó la mirada.
—Yo... solo quería colaborar con la obra y divertirme un rato, sé que Marc se está esforzando con ello, y tú también y... —farfulló entre pequeñas pausas nerviosas, como si le apenara lo que iba a decir. Levantó una ceja, extrañado y un tanto perplejo ante la actitud nunca antes vista de Liz, la cual pareció darse cuenta y volvió a mirarlo decidida—... y vine a decirte si querías seguir mañana en la noche con el siguiente paso. Habrá una fiesta en casa de Arthur Joyce, y como un chico malo que quieres ser, podrías practicar llegar e impresionar a todo el mundo con alguna pelea o cantando alguna canción de rock o algo. Aunque con tu actuación lo más probable es que tengas el papel, por lo que no sé si me necesites todavía.
La última frase la había dicho en un susurro, moviendo una de las mangas de su suéter de forma compulsiva... y hasta triste. A Rubén se le hizo increíble esa frase, y no de buena forma.
—¡Claro que quiero seguir! Todavía tengo un montón de escenas que no tengo ni la menor idea de cómo interpretar, y Marcus está tan ocupado organizando la obra que ni me contesta, Liz —le aseguró, atrapando la mirada sorprendida de la chica—. Te necesito, Elizabeth.
Los de por sí enormes ojos de Liza pestañearon varias veces, y antes de que alguno pudiera decir algo ella ya estaba levantándose de su cama con una sonrisa nerviosa y comenzando a tomar su bolso.
—Okey, entonces nos vemos mañana, me está esperando una amiga y tengo que irme ya, debe ser muy muy tarde y tengo que aprovechar que dejó de llover por un rato —vociferó a toda velocidad, dejando a Rubén con tan solo la visión de sus pantalones negros pasar al frente de él—. ¡Adiós, me despides de tu hermana! —Antes de que pudiera si quiera tomar la manilla, la puerta se abrió de par en par.
—¡Traje galleti...! Oh, disculpen, ¿interrumpo algo? —preguntó su abuela con tono de absoluta inocencia, sosteniendo un plato con las galletas de sabroso olor en una mano. Rubén rodó los ojos.
—No, tranquila abuela, Liz ya se iba —replicó, viendo a la chica intentando pasar apresurada. Su abuela se apartó, perpleja.
—Sí, ¿me puedo llevar una de estas? —Rachel asintió, por lo que tomó la más grande y comenzó a casi correr hacia las escaleras dándole un mordisco—. ¡Adiós Rubén, adiós abuela de Rubén, están ricas!
Y tanto Rubén como su abuela escucharon el sonar de la puerta de la salida, y luego se miraron fijamente.
—Ella me agrada —sonrió Rachel Ronchester, para luego salir de su habitación comiéndose una de las galletas.
—¿No me vas a dar una, abue? —preguntó, escuchando sus pasos por el pasillo.
—¡No!
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