Preludio: Lluvia con fragancia a limón
Era un miércoles de verano por la noche y la lluvia caía con fuerza. La habitual combinación de calor y humedad propia de la estación de verano estaba ausente. A pesar de la grisácea nubosidad, los ciudadanos de Musutafu, Japón, mantenían la esperanza de que el sol hiciera acto de presencia.
La lluvia no daba tregua, durante dos semanas seguidas, arruinando las vacaciones de verano de quienes habían planeado disfrutar de las playas entre otras actividades propias y tradicionales del verano en todo Japón. Mirar por las ventanas de sus habitaciones no era suficiente para aquellos que ansiaban salir y disfrutar del sol.
En la última semana de agosto, todos terminaron por acostumbrarse al clima, a pesar de no encontrar la razón del porqué de la lluvia en verano. Solo podían hacerse la idea de que el tiempo y las estaciones se habían vuelto impredecibles.
La noche del treinta de agosto, en medio de una multitud que desfilaba con paraguas y abrigos de varios colores, un chico de último año de secundaria caminaba por la amplia acera a paso lento y despreocupado. Su rostro serio estaba oculto tras una bufanda. Además, podía escuchar todas las conversaciones a su alrededor, lo cual le resultaba molesto.
Se detuvo frente a las líneas de cruce en el pavimento mojado, aguardando el cambio de color del semáforo que le permitiría cruzar con seguridad.
Mientras esperaba, apartó con impaciencia los mechones rubios de su frente, intentando una y otra vez acomodar la delgada hebra que le tapaba los ojos. La tarea resultaba especialmente complicada con solo una mano, ya que no podía dejar el paraguas a un lado. Sin embargo, se negó a permitir que un simple mechón le ganara la batalla.
Sin previo aviso, mientras se esforzaba por apartar el mechón de su frente, recibió un golpe torpe que lo sacó de su concentración. El impacto hizo que su cuerpo girara ligeramente y su paraguas cayera al suelo mojado. Las personas que estaban cerca se volvieron rápidamente para ver lo que había sucedido, observando tanto a él como a la persona que había causado la vergonzosa escena bajo la lluvia. Las miradas de todos los presentes resultaban sofocantes para ambos implicados, lo que irritaba profundamente a Bakugou Katsuki. A pesar de su enojo, se contuvo, apretando con fuerza la mandíbula.
Apenas llevaba unos segundos conociendo a esta persona torpe y ya sentía un profundo rencor mezclado con odio creciendo en su interior, mucho más intenso que hacia las personas que lo observaban sin razón. No le importaba si no conocía su nombre y rostro, simplemente la añadió a su lista de personas molestas en su mente. Con ello tendría claro el vergonzoso recuerdo que vivió por culpa de esa torpe transeúnte.
—Perdón —murmuró la joven con la cabeza gacha, inclinando su cuerpo hacia adelante y luego enderezándolo, en una muestra física de disculpa que se ejecuta en Japón.
La voz de la joven temblaba y poseía de un tono mohíno, revelando su angustia y tristeza. Con delicadeza, pasó sus dedos por sus mejillas húmedas, tratando de disimular su emoción ante la mirada crítica de los presentes. Algunos murmuraban, cuestionando su conducta y tachándola de irresponsable por no respetar las normas de tráfico.
A pesar de las palabras hirientes que le llegaban, ella no mostraba enfado. Su mente no estaba lo suficientemente estable cómo para poner atención a las opiniones de personas que probablemente nunca volvería a ver.
Se inclinó con delicadeza para sostener el paraguas del muchacho. Sacudió el objeto suavemente y lo acomodó en la posición que estaba minutos antes. Llena de vergüenza, sin dejar de mirar el suelo, entregó el paraguas a su respectivo dueño, quien fruncía el ceño por las molestas gotas de lluvia que se había acumulado en su rostro.
—Mil disculpas —Tembló su voz al pronunciar esas últimas palabras.
Él sintió curiosidad por ver el rostro de la joven, para poder notar sus gestos y asegurarse de que la disculpa fuera sincera y no una broma de mal gusto, pero no podía. La capucha amarilla del impermeable cubría la mayor parte de la frente y rostro de ella, impidiéndole verla claramente. La oscuridad de la noche tampoco ayudaba a distinguirla con claridad.
Sin más que decir, ella se alejó corriendo calle arriba, sin importarle lo resbaladizo del suelo. Prefería arriesgarse a caer en cualquier momento que permanecer un segundo más en ese lugar.
Él dejó de seguirla con la mirada llena de desdén, dedicándose a seguir su camino como los demás que notaron la señal del semáforo.
Ese fue su primer encuentro, sin detalles románticos, jugado por el cruel destino, sin que ninguno de los dos lo supiera. No hubo un cliché inicio de novela adolescente donde chocaran casualmente y él la ayudara a recoger sus cosas con una sonrisa. No hubo esa chispa de encuentro de miradas que los hiciera creer en el amor a primera vista. Ambos ni siquiera pudieron verse las caras, y fue ella quien ayudó a levantar la única pertenencia de él.
Lo poco que el destino les ofreció esa noche fue la lluvia violenta que caía sobre la ciudad de Musutafu y sobre los huertos de limón que desprendían una fragancia agria, como un regalo de cortesía a esa ejemplar pareja agridulce.
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