Capítulo 8: Hola de nuevo a los miércoles
Los mechones de su cabello celeste danzaban al ritmo del viento fresco del atardecer, mientras sus saltos y movimientos alegres capturaban la atención de los niños que la observaban pasar con sonrisas. El amor era un faro que iluminaba la dicha que sentía en su corazón.
Murasaki, tras haber visitado a Sunny Heart por la mañana, irradiaba una alegría contagiosa que se extendía hasta esa tarde a las cinco, rememorando con ternura el abrazo furtivo que había compartido con el barista.
Hoshizora Tobu, el barista y dueño de la cafetería Sunny Heart, acababa de cerrar un capítulo doloroso: una relación de seis meses marcada por deslealtades que lo habían dejado emocionalmente destrozado. La carga de las mentiras y los desacuerdos lo había llevado a terminar con su novia.
Era la tercera vez que terminaban, y esta vez estaba decidido a escuchar los consejos de su amiga Murasaki, quien siempre había estado a su lado.
Cuando Murasaki recibió la noticia de Tobu en plena madrugada, su corazón se llenó de felicidad y emoción. La lucha había terminado; finalmente había logrado rescatarlo de una relación tóxica. Creía firmemente que ahora sí podía tener oportunidad con él.
Para el día siguiente, Murasaki planeaba hornear algo especial solo para él. Decidió conquistar su estómago en lugar de recurrir a las típicas técnicas de coqueteo. Su mente no paraba de imaginar historias de amor donde ambos eran los protagonistas.
Se quedó parada cerca a un callejón, imaginando nuevamente la escena de ellos dos abrazados y sintiendo la respiración de Tobu.
—¡Hey, linda!
De repente, una voz tosca la interrumpió. Era un hombre mayor, con malas intenciones evidentes en su rostro demacrado por el alcohol. Murasaki sintió miedo e ira, pero luchó por mantener la calma. A pesar de su enojo, se contuvo y solo alcanzó a insultarlo con groserías para alejarlo.
El hombre, desaliñado y ebrio, se acercaba cada vez más a ella. Murasaki, inmovilizada por el asombro, no pudo moverse, además de que su corazón agitado agitado del agobio de lo que podría llegar a pasar. Finalmente, logró llamar la atención de algunas personas que, aunque no parecían interesadas en ayudar, esperaban a que llegara alguien para salvarla. Un héroe.
El escándalo se intensificó, ya no era posible ignorarlo, especialmente después de escucharse un golpe resonante. Los pocos transeúntes que se encontraban en la misma acera que Murasaki fueron testigos del puñetazo que la joven le propinó a su acosador.
A simple vista, Murasaki parecía una estudiante universitaria común y corriente, una repostera independiente a tiempo parcial con una personalidad jovial y amable. Entonces, ¿cómo era posible que esta joven delicada y aficionada a la repostería hubiera dejado a su agresor en el suelo con un solo golpe? Sus brazos tenían una fuerza promedio, lo cual explicaba por qué el hombre no dejaba de frotarse la barbilla. Además, sus fosas nasales sangraban profusamente.
Por casualidad, en medio de todo el alboroto, apareció alguien que ella conocía en la misma acera, justo cuando la pelea estaba a punto de estallar. Se trataba de Katsuki, quien en esta ocasión parecía haber estado entrenando horas extras en U.A.
Esta era la tercera vez en el mes que se topaba con peleas callejeras de regreso a casa. Aunque sabía lo que encontraría, Katsuki siguió caminando con desinterés hasta que escuchó la histérica voz de la repostera que todos conocían en U.A.
Murasaki estaba visiblemente angustiada y furiosa, con los puños apretados listos para lanzar otro golpe ante la amenaza del acosador. Mientras tanto, Katsuki se detuvo y observó la escena, al igual que el resto de los presentes, como si estuvieran presenciando una pelea de lucha libre.
En ese momento, Katsuki reflexionó sobre la situación. Murasaki actuaba con ira, miedo y sin pensar, poniéndose en peligro al recurrir a la violencia en un lugar público y donde también el uso de quirks estaba prohibido. Si continuaba así, podría acabar en la cárcel en lugar del acosador.
Aunque la idea de ver a Murasaki tras las rejas le resultaba tentadora a Katsuki, quien sonreía maliciosamente al imaginarlo, pero sabía que eso no era lo correcto. Recordó las palabras del profesor Aizawa sobre lo que significaba ser un verdadero héroe: cuando salves a alguien, esa persona deja de ser tu adversario. Tu verdadero adversario es aquel que busca causar daño sin ninguna razón justificada.
Con esta lección en mente, Katsuki decidió intervenir y poner fin a la situación de manera pacífica.
Murasaki estaba en peligro ante la furia de aquel hombre. Sabía que si se levantaba y le devolvía el golpe, sufriría daños físicos y podría perder su libertad si utilizaba su quirk ilegalmente sin una licencia.
Era crucial intervenir antes de que la situación empeorara. Si algo le sucedía a Murasaki, Eijiro, amigo de Katsuki, no lo toleraría.
Katsuki se acercó con cautela hacia ella, aunque su expresión seria contradecía su aparente vacilación. Con un toque un tanto brusco en el hombro de Murasaki, hizo que ella se diera cuenta de que no estaba sola, indicando su intención de sacarla de allí sin recurrir a la violencia.
—¿Qué? —Murasaki retiró rápidamente el dedo que había posado en su hombro, sin importarle quién era.
El gruñido de Katsuki ante esa reacción lo llevó a forzar a Murasaki a girarse y mirarlo.
—¿Katsuki?
Murasaki se quedó petrificada de sorpresa, parpadeando para asegurarse de que no era un espejismo.
—Hola... —susurró nerviosa, sintiéndose acorralada por sus propias actitudes y emociones— Katsuki.
Él la observaba con desdén, sin emitir sonido ni movimiento, como un robot malhumorado y oxidado.
El hombre ebrio se levantó como se había predicho, aprovechando la distracción de Murasaki para atacar. El quirk de él se activó, creando en su puño varias agujas afiladas que se dirigían directamente hacia ella. Sin embargo, la tragedia fue evitada gracias a la rápida intervención de uno de los mejores estudiantes de la academia de héroes que se encontraba en el lugar.
Katsuki reaccionó de inmediato, protegiendo a Murasaki al atraparla contra su pecho antes de que las afiladas agujas la alcanzaran. Con explosiones potentes y un golpe adjunto, logró hacer retroceder al hombre ebrio y mantenerla a salvo.
La audiencia quedó boquiabierta ante la escena, observando cómo Katsuki protegía a Murasaki con un solo brazo y luego tomaba su mano para llevarla a un lugar seguro. En un gesto de despedida, mostró su licencia provisional de héroe a los curiosos espectadores, demostrando lo legal de su acción.
Sin perder tiempo, Katsuki se fue rápidamente con Murasaki, llevándola lejos del peligro y asegurándose de que estuviera a salvo después de haberla rescatado.
Correr al lado de Katsuki resultó agotador para Murasaki. Perdió la cuenta de las veces que estuvo a punto de tropezar con sus tobillos, esquivando a la gente en su camino. Afortunadamente, la frenética carrera no duró mucho, ya que Katsuki se detuvo bruscamente frente a una banqueta en la plaza.
Ambos se sentaron en la deteriorada banqueta, tratando de recuperar el aliento. El silencio reinaba, con Katsuki y Murasaki concentrados en recuperarse, especialmente Katsuki, quien parecía querer absorber todo el oxígeno disponible sin dejar nada para ella.
Para romper la tensión, Murasaki decidió hablar:
—Así que así se siente ser rescatada, como las chicas de los cómics salvadas por sus héroes —Murasaki apartó un mechón de cabello de su rostro—. Aunque en esos casos, las chicas son cargadas como princesas por los fuertes brazos de sus héroes enmascarados. Mientras que yo fui arrastrada hasta aquí. Deberías mejorar en eso para la próxima vez, ¿no te enseñan eso en la U.A?
—¡Cállate! No habrá próxima vez, no quiero volver a verte —Katsuki miraba fijamente al suelo, exhausto y molesto por los rayos de sol que le apuntaban a los ojos.
Contenía una rabia absurda hacia ella, aún resentido por su actitud hacia su amigo, sus colores y adornada ropa; y algo más que no podía identificar. Solo sabía que no le gustaba tenerla cerca.
Se podría decir que Katsuki no necesitaba razones para actuar de esa manera con Murasaki. Sin embargo, incluso él se cuestionaba por qué lo hacía, especialmente cuando todos parecían agradarle ella. A pesar de eso, lo que acababa de presenciar confirmaba sus sospechas de que ella era falsa en sus actitudes tiernas, y también reforzaba su aversión por los perfumes y la ropa estilo soft girl de Murasaki.
Ella representaba un problema para él, ya que nunca antes se había topado con alguien tan opuesto a su forma de ser.
—¿No fue intencional? —preguntó Murasaki, rompiendo el incómodo silencio.
Katsuki la observó de reojo, preguntándose por qué le inquietaba tanto esa pregunta. Hacía tiempo que no actuaba de manera intencionada, al menos no desde que comenzó a seguir a Murasaki los miércoles por un motivo específico. Ahora, sin ese motivo claro, se sentía desanimado y había dejado de intentar convencerla de cambiar su opinión sobre Eijiro. Había logrado que se disculpara, y eso era suficiente para él.
Si no se trataba de Eijiro en ese momento, ya no veía sentido en seguir siguiéndola los miércoles a las mismas horas, a las cuatro de la tarde.
—¿Entonces no fue intencional? ¿No tenías planeado continuar con esa costumbre de seguirme los miércoles? ¿Fue simplemente una coincidencia? —suspiró Murasaki, frustrada, tratando de mantener la compostura y evitando irritarse al sentir que hablaba sola como si estuviera loca, ya que Katsuki no respondía.
Murasaki pensó: «Qué grosero es».
De su mochila Murasaki sacó un tomatodo. Ella pretendía darle el tomatodo a Katsuki. Eso la hizo poner indecisa de si ser generosa con quien no lo era con ella. En parte no quería dárselo, y en parte quería ser gentil y dárselo; para que Katsuki olvidara todo de hace rato y siga viéndola como era antes de esa escena violenta, una chica gentil que no es capaz de hablar groserías, enojarse fácilmente y golpear a alguien.
De todos modos, Katsuki ya había presenciado su emoción horrible de enojo que intentó ocultar al mundo. Pero debía ser prudente, ese chico podría chismear a los de U.A sobre ella y tal vez nadie querría dirigirle la palabra y nunca más asistir a su pastelería. Aunque su actuar no fue tan malo, porque se trataba de defensa propia.
A duras penas con mucha incertidumbre y culpándose de todo lo ocurrido, le pasó finalmente el tomotado de color amarillo adornado de stickers a Katsuki.
—¡No quiero! —Katsuki apartó el objeto que se le dio. Dejó de descansar y caminó un poco lejos de ella.
A Murasaki se le estaba agotando la paciencia, no quería seguir fingiendo que nada le molesta tratándose de él cuando se comporta así de brusco. Quería quejarse a gritos, mas, recordó que gracias a él su vida estaba a salvo. Así que mantuvo sus emociones negativas y volvió a sentir empatía por Katsuki.
—Es lo poco puede ofrecerte a modo de agradecimiento por salvarme. Por favor, acepta el agua.
Murasaki persiguió a Katsuki hasta estar en frente de él, extendiéndole el tomatodo nuevamente.
Katsuki se percató de algo.
El aroma a naranjas que emanaba de ella se infiltró en las fosas nasales de Katsuki. La fragancia provocaba alucinaciones detalladas en su mente, proyectando la imagen de varios árboles de naranjas.
Sintiéndose abrumado por la intensidad del olor, Katsuki decidió alejarse y buscar refugio bajo el árbol de cerezo más cercano. Aunque la fragancia no era de su agrado, su nariz parecía disfrutar el aroma. Parecía que Murasaki llevara consigo naranjas.
Necesitaba urgentemente que ella se distanciara.
—¡Hey, niño! —Murasaki corría tras él con determinación—. No puedes dejar a tus mayores con la palabra en la boca.
—¿Me llamaste niño? ¡Déjame en paz! —Katsuki, alarmado, se acurrucó detrás del tronco del árbol de cerezo, tapándose la nariz.
—Un niño sería más educado que un adolescente de último año en U.A —dijo Murasaki con seriedad, golpeando el suelo con el pie para llamar la atención de Katsuki—. Dime, ¿tienes dieciocho o diecisiete años?
—¡Ya es suficiente! Eso no es asunto tuyo, solo vete.
—Si respondes a mi pregunta, me iré —insistió Murasaki.
La presencia cercana de Murasaki le provocaba dolor de cabeza a Katsuki. Incapaz de huir debido al agotamiento previo, se sentía atrapado y sofocado. La fragancia que ella desprendía lo inquietaba.
Katsuki llegó a pensar que tal vez ese peligroso aroma podría hacerlo desmayar, temiendo lo peor acerca de Murasaki y su supuesto misterioso quirk.
—Eres un exagerado, como mi hermana —dijo Murasaki con un tono de burla.
Se sentó en el césped cercano al árbol, cruzando las piernas con gracia mientras observaba a Katsuki con diversión. Negaba con la cabeza ante lo que consideraba la exageración de Katsuki, rodando los ojos ante la ingenuidad de él.
—Sé lo que estás pensando, pero mi perfume no es parte de mi quirk. No tengo ese tipo de poder —explicó Murasaki con calma.
—Mierda, qué mentira —respondió Katsuki con desconfianza.
Ella suspiró y sacó del bolsillo de su abrigo unas cáscaras secas de naranja, mostrándoselas a Katsuki.
—A veces prefiero usar perfumes naturales, son menos tóxicos y más económicos. Guardo las cáscaras para reutilizarlas —explicó mientras las guardaba de nuevo en su bolsillo—. Mi hermana menor también detesta mis perfumes ecológicos, así que entiendo tu reacción. Pero a mí me gustan, y es lo que importa.
A pesar de la explicación de Murasaki, la inquietud de Katsuki persistía. Estaba siendo terco y distante, y Murasaki se daba cuenta de que debía esforzarse más para acercarse a él. Aunque él no quería su cercanía, ella estaba acostumbrada a sentirlo persiguiendo cada uno de sus pasos.
—Desde el principio no tuvimos la oportunidad de presentarnos adecuadamente. Permíteme empezar: ¿cómo te llamas, amiguito? —dijo Murasaki con un tono juguetón, chasqueando los dedos al ritmo de sus palabras, posicionándose sentada frente a él.
Katsuki seguía sin prestarle atención, enfocándose en los detalles de sus zapatos y evitando la mirada de ella. Murasaki persistió, acercándose a él con determinación.
—¿Amiguito? —insistió, provocando una respuesta forzada de Katsuki.
—Bakugou Katsuki —murmuró él con dificultad, abrazando sus rodillas y evitando el contacto visual directo.
—¿Y qué debes decir luego? —preguntó Murasaki con curiosidad.
—¿Y tú cómo te llamas? —dijo Katsuki con desgano, llegando a mirarla a penas.
—¡Oh, qué bueno que lo preguntas! —exclamó Murasaki con entusiasmo.
—¿Para qué preguntar sobre nuestros nombres? Tú ya sabes cómo me llamo y yo ya sé tu tonto nombre —Katsuki mordía sus muñecas tratando de contener la rabia.
—Si lo sabes, ¿cómo me llamo?
—Murasaki —dijo Katsuki con obviedad.
—No, ese es el sobrenombre que me dieron los de U.A. Morado, por el color de mis ojos. ¿Entiendes?
El dato peculiar acerca de Murasaki provocó risas burlonas y toscas en Katsuki, quien encontró tonto ese extraño sobrenombre solo por el color de sus ojos.
—Me llamo Kosame Uteki. ¿Cuántos años tienes? —interrumpió Murasaki sonriente.
Los sombríos y enojados ojos de Katsuki parpadearon rápidamente. La poca información que no deseaba tener de ella le dejó asombrado por algo que desconocía, y aun así tuvo el interés de guardar en sus memorias ese nombre.
—¿Cuántos años tienes, amiguito? —insistió Murasaki.
—¡Eres un dolor de trasero! —protestó Katsuki— Tengo dieciocho años, cumplidos hace un mes.
—Entonces debes empezar a comportarte como alguien de dieciocho. —La mano de Murasaki tocó el hombro izquierdo de Katsuki— Bien, debo irme No te molesto más.
Se puso de pie y dejó el tomatodo en medio de los brazos de Katsuki. A él le pareció injusto, ¿por qué solo ella podía saber la edad que tenía? No iba dejarla ir antes de que le dijera también su edad.
—¿Y tú cuántos años tienes? —preguntó Katsuki, mostrando poco interés.
Uteki detuvo su andar, girando para verlo.
—Veinte, cumplidos hace dos meses.
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