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Capitulo 5: Lluvia vespertina

Durante seis miércoles seguidos, Katsuki se vio envuelto en una ardua persecución que siempre ocurría a la misma hora. A pesar de la frecuencia de estas persecuciones, nunca lograba ejecutar su plan, lo que dejaba las tardes llenas de silencio. Para encubrir su demora, Katsuki se veía obligado a mentir a sus padres, inventando que estaba entrenando en U.A los miércoles, cuando en realidad solo seguía a Murasaki hasta el mismo lugar.

Nunca parecía haber un momento adecuado para hablar con ella. Las oportunidades perfectas para confrontarla pasaban desapercibidas debido a sus propias excusas. Con el paso de los días, su obsesión y animadversión hacia ella complicaban su vida diaria solamente los miércoles. Llegaba tarde y pasaba noches enteras trabajando en las tareas escolares atrasadas para el día siguiente, en lugar de dormir. Y constantemente en los demás días se preguntaba: ¿si lo que quería hacer estaba bien y si realmente quería hacerlo? Todo porque no se atrevía a enfrentarla de una vez por todas.

Durante esos días, Katsuki sospechaba de ella. Había tenido tiempo para observarla detenidamente y memorizar su rutina, lo que lo llevó a concluir que era alguien que disfrutaba fingir. No podía evitar sentir curiosidad por Murasaki. Detrás de su aparente felicidad y su apariencia encantadora, Katsuki intuía que todo era una fachada. No podía creer que alguien pudiera ser tan perfecto, mostrando una sonrisa al mundo como si no tuviera problemas con nada y nadie. Para él, una persona así no merecía a Eijiro.

—¿Por qué te quedas hasta más tarde los miércoles después de clases? —preguntó intrigado Eijiro, el amigo de Katsuki que solía acompañarlo a la salida. Al estirar los brazos, bromeando le dio un toque en la sien a Katsuki con su dedo índice—. Tu madre me llamó y me preguntó si era verdad lo del entrenamiento extra, tuve que mentir por tu culpa.

Eijiro no sabía que su amigo estaba obsesionado persiguiendo a Murasaki, la chica de la pastelería. Y todo por él.

—Eso no te debería importar —respondió Katsuki, visiblemente molesto.

—Ya entendí. No me meteré en tus secretos —dijo Eijiro levantando las manos en señal de paz.

—Idiota, ese "secreto", como tú lo llamas, te implica.

—¿Me implica? —preguntó Eijiro levantando una ceja— ¿De qué forma?

Mientras tanto, al otro lado de la calle, Katsuki divisó a Murasaki caminando con calma al ritmo de la música que solo ella podía escuchar a través de sus auriculares. Katsuki corrió hacia ella, dejando a Eijiro sin explicaciones y con muchas dudas, sin darse cuenta de que Murasaki pasó justo delante de ellos.

Fue una coincidencia haberla encontrado un viernes a las 15:35. Murasaki había abandonado su clase de las tres de la tarde para regresar a casa después de un altercado delincuencial con villanos en su universidad. Afortunadamente, ella y otros estudiantes lograron regresar a salvo gracias a la intervención de los héroes presentes.

Los instintos de Katsuki por seguirla resurgieron, pero ¿cuánto tiempo más durarían las ganas de seguir a Murasaki? A pesar de que ella no era de su agrado, se había convertido en una auténtica distracción de las monótonas tardes de miércoles después de clases.

Murasaki se detuvo en la tienda de conveniencia de siempre, y Katsuki, como de costumbre, la seguía. Cada vez se sentía más frustrado por observarla caminar sin rumbo durante varias cuadras. A juzgar por su mochila, dedujo que acababa de salir de clases. Estaba empezando a arrepentirse de seguir a Murasaki, pero no podía evitarlo.

Esperaba ansioso que ella hiciera o dijera algo malo para grabarlo y mostrárselo a Eijiro. Sin embargo, para su desgracia, Murasaki no hacía nada que pudiera considerarse malo. ¿Qué secretos ocultaba detrás de esa actitud tan amable y feliz?

Caminaron juntos por un largo tramo hasta llegar a una plaza. Se sentaron en bancos separados, tomando un descanso y recuperando el aliento. Murasaki balanceaba los tobillos sin prisa, esparciendo migajas de galleta al suelo para las escasas palomas que se acercaban.

—Ya no me tengo más —dijo mientras guardaba la bolsa de plástico de las galletas en el bolsillo de su suéter amarillo—. Ya sé, tal vez él tenga algo para compartir con ustedes.

Animada por la idea, alzó la voz y saludó con entusiasmo, mostrándose sonriente a Katsuki, quien la seguía incansablemente. Había descubierto que él la estaba siguiendo.

—¡Hola! —saludó Murasaki con entusiasmo en la dirección donde se encontraba Katsuki sentado.

Katsuki, asustado por ser descubierto, abrió los ojos de par en par. Se sentía atrapado, como si estuviera acorralado en un callejón sin salida. Sus piernas le pedían a su cerebro que huyera, pero su cuerpo no reaccionaba. Tampoco estaba listo para enfrentar a Murasaki, al menos no sin saber más sobre ella y si merecía a Eijiro, según su opinión.

¿Escapar? Esa no era una opción para él. Nunca había considerado actuar como un cobarde que huyera.

—¿Por casualidad tienes pan o algo de comida para darle a estas palomas? —preguntó Murasaki con entusiasmo.

En ese momento, dos explosiones instantáneas provocadas por él mismo lo cubrieron, dándole la oportunidad de escapar hacia un quiosco cerrado cercano.

—Qué raro —Murasaki parpadeó con sorpresa.

Encogiéndose de hombros, se levantó de la banca y prosiguió su camino. Katsuki esperó a que la chica se alejara, y una vez que hubo recuperado la distancia adecuada, reanudó los pasos hacia ella. Sudaba profusamente, más por los nervios abrumadores que por el calor; no había imaginado que continuaría a pesar de haber sido descubierto.

Ambos llegaron a una calle poblada por familias que vivían en casas normales, un vecindario común. Empezó a lloviznar justo en ese momento, gotas cristalinas y diminutas que, juntas, formaban un espectáculo a contraluz del sol que aún brillaba. Pronto el arcoíris pintaría el firmamento; lo mejor de la primavera era presenciar una lluvia inesperada tan hermosa y llena de paz.

Las gotas resbalaban por la piel de Katsuki, refrescándolo del calor, aunque al mismo tiempo le disgustaba. La humedad de su cabello mojado le chorreaba hasta la punta de la nariz, y unos cuantos mechones se escapaban hacia el interior de sus ojos. En ese lapso de tiempo, una terrible picazón en las fosas nasales le provocó un estornudo distinto a su agresiva naturaleza, más bien tierno como el de un gato ronco con la garganta ronca.

En el preciso instante en que Katsuki se cubría con la mano para sofocar su segundo estornudo, escuchó la risa burlona de Murasaki. Levantó la mirada del suelo para confirmar que era ella.

A pocos metros de distancia, pero lo suficientemente cerca como para distinguir claramente sus ojos y facciones, Murasaki lo observaba con una sonrisa desafiante. Katsuki se sorprendió al sentirse tan expuesto.

Katsuki la observaba con una mezcla de curiosidad y frustración. ¿Qué estaba planeando ella? Esta pregunta lo atormentaba mientras Murasaki seguía con su actitud despreocupada, como si nada le importara.

Había descubierto ella que él la estaba siguiendo, cosa que lo inquietó, pero Murasaki simplemente sonrió y asintió en su dirección, como un saludo normal.

Katsuki se sintió desconcertado. ¿Por qué estaba siendo tan amable con él? ¿Acaso estaba jugando con él? Mientras luchaba por comprender las acciones de Murasaki, decidió acercarse a ella. Tal vez era hora de enfrentarla.

—¡Vaya! Parece que el cielo trajo algo más que lluvia —bromeó Murasaki, manteniendo una sonrisa, sin querer mostrar temor—. Hola, Bakugou Katsuki.

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