Capítulo 11: Gracias y adios
—Quisiera decir que fue un gusto verte de nuevo, Sayuri —respondió Uteki con desdén, mientras salía de su escondite.
—Por favor, Uteki. Creí que ya me habías perdonado.
—Y yo pensé que jamás volverías a cruzarte en mi camino. Qué irónico, ¿no crees? —Uteki se plantó frente a Sayuri, aprovechando su estatura para mirarla desde arriba.
Sayuri había intentado ingresar a la misma universidad que Uteki hace dos años, sin saber que Uteki también había intentado hacerlo, aunque no tuvo el mismo éxito que Uteki. Este año, Sayuri estaba allí nuevamente, indecisa sobre qué carrera elegir esta vez. Aunque le había explicado su situación a Uteki, esta seguía convencida de que Sayuri lo hacía a propósito.
—Siempre quisiste copiarme en todo y hacerme ver mal ante los demás. No te creo nada, y mucho menos tu sonrisa.
—Vamos, ¿no puedes dejar eso en el pasado? Pasó cuando eramos unas niñas —dijo Sayuri mientras empujaba levemente a Uteki, buscando provocar una pelea.
Hasuna se interpuso entre ambas, lanzando una mirada de advertencia a Sayuri. Esta última se rió para sí misma, ignorando la intimidante presencia de Hasuna y su aura desafiante. Se giró ligeramente, mostrando una expresión despreocupada.
—Uteki, no me importa si me crees o si me has perdonado. Te lo repito: no quiero asistir a esta universidad por ti. Puedo ser mejor incluso sin tenerte como ejemplo. No te creas especial.
La mirada de Sayuri se encontró de nuevo con la de Uteki, desinteresada y serena. Tras pronunciar esas palabras, se dio la vuelta para regresar con sus amigos y su novio.
—Tu envidia y falsa amistad siempre me dijeron lo contrario —gritó Uteki como último recurso, furiosa mientras observaba a Sayuri alejarse. Luego giró la vista hacia otro lado donde no la viera Hasuna, quejándose en silencio.
Hasuna se disculpó por haberla llevado hasta allí y admitió que había sido una mala idea. Uteki aceptó las disculpas de su amiga y le recalcó amablemente que no era su culpa, pero en el fondo sabía que lo era, pero no podía expresarle lo molesta que estaba.
Sin embargo, ver esa cara nuevamente hizo que recuerdos dolorosos resurgieran en su mente, recuerdos que preferiría haber dejado atrás.
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Desde que Uteki era una bebé, siempre fue muy especial para sus padres. Al nacer, sus primeros llantos fueron acompañados por una repentina lluvia que cayó del cielo azul, sin ningún pronóstico de tormenta.
A los tres años, Uteki fue diagnosticada con diabetes tipo 1, una noticia devastadora para la familia Kosame, que no sabía cómo enfrentar la situación de su primogénita. Era doloroso inyectarle insulina y colocarle un sensor de glucosa, especialmente cuando comenzaba a llorar y, como si la naturaleza lo quisiera, la lluvia empezaba a caer.
Durante su etapa preescolar, Uteki tenía una personalidad muy sensible. Cualquier pequeño regaño, broma o incluso la muerte de una mosca podían hacerla llorar. Esto dificultaba su socialización con los demás niños, quienes no comprendían por qué lloraba sin motivo aparente, y se sentían incómodos al ver que la lluvia parecía acompañarla en esos momentos.
Uteki odiaba su quirk y también los demás, aparentemente. En la primaria, intentó controlar esos sentimientos melancólicos que le provocaba su don, pero sus ojos caídos y su opaco iris morado delataban su tristeza.
En la escuela, casi nadie se acercaba a ella debido a la aura de desánimo que desprendía. Podía mantener una conversación corta y alegre durante un rato, pero eventualmente los demás perdían interés en hablarle. Le resultaba muy difícil socializar, mientras que en casa se sentía más cómoda. Esta situación era un desafío para sus padres, quienes veían a Uteki como una niña alegre y llena de ocurrencias en casa, pero no afuera.
Con el nacimiento de su hermanita, Uteki comenzó a desenvolverse un poco más con personas fuera de su círculo familiar. Fue así que, en su segundo año de primaria, sus padres decidieron cambiarla de escuela para que pudiera empezar de nuevo.
En su nuevo entorno, Uteki se esforzó por ser linda, alegre y amable con los demás niños y niñas. Se vestía como una muñequita, para atraer más atención. Su dedicación también se reflejaba en sus calificaciones, lo que la hacía destacar entre los profesores.
Durante su tercer año de primaria, conoció a Sayuri, una nueva compañera que había llegado de otra escuela y que, por casualidad, eligió a Uteki para sentarse junto a ella. Desde el primer momento, ambas conectaron de manera especial, compartiendo intereses y gustos diversos. Uteki se enorgullecía de presentar a Sayuri como su mejor amiga ante su familia, sus compañeros y amigos de otros cursos. Juntas eran como dos pequeñas rebeldes, compartiendo secretos y sentimientos profundos.
Sin embargo, ese intercambio de secretos fue el punto de quiebre en su amistad. Sayuri comenzó a admirar a Uteki por su apariencia, su facilidad para socializar, sus excelentes notas y otras cosas más. Pero a medida que pasaba el tiempo, algunos comentarios despectivos de otros compañeros hicieron que esa admiración se transformara en envidia y resentimiento.
Gradualmente, Sayuri empezó a distanciarse de Uteki. Comenzó a poner excusas para estar de mal humor con ella y a evitar su compañía. No quería ser la sombra de Uteki; deseaba brillar por sí misma. Sin embargo, en ocasiones reflexionaba sobre su amistad, pero las situaciones y comentarios negativos la llenaban de rencor.
En su último año de primaria, Sayuri intensificó su distanciamiento. Comenzó a propagar rumores basados en los secretos que Uteki le había confiado, a alejarla de su círculo de amigos e incluso a insultarla de manera encubierta, fingiendo seguir siendo su amiga.
Para Uteki, ese último año en la primaria se volvió una pesadilla. La mayoría de sus compañeros, e incluso algunos de otros grados, comenzaron a ver en ella a la niña enojona y llorona que era. Además, otros secretos vergonzosos que solo Sayuri conocía salieron a la luz, haciendo que la situación se volviera insostenible.
De nuevo, se comenzaban a alejar de ella.
El último día de clases, mientras todos se despedían, Uteki sintió la necesidad de hablar con Sayuri y resolver sus diferencias. Quería disculparse, convencida de que, en algún momento, había hecho algo que había herido a su amiga. A pesar de todo, Uteki anhelaba que la amistad que habían compartido aún pudiera recuperarse; realmente le importaba mucho.
En medio de una lluvia intensa, ambas se encontraron en el patio trasero de la escuela, donde no había nadie alrededor. Sayuri le daba la espalda a Uteki, quien luchaba para parar de llorar.
—Sayuri, de verdad quiero disculparme si hice algo que te molestó. ¿Podemos volver a ser amigas? Te prometo que no haré nada que te enfade, de verdad, me gusta ser tu amiga —decía Uteki entre sollozos, secándose las lágrimas con la mano—. Te prometo que no seré una llorona si eso es lo que te molesta.
Sayuri se negaba a mirarla a los ojos. En el fondo, anhelaba recuperar su amistad y sentía pena por Uteki; deseaba abrazarla y decirle que no era su culpa, que simplemente no podía soportar el brillo que emanaba. Sin embargo, ya había tomado decisiones que hacían imposible volver atrás sin arrepentimientos.
—Nunca fuimos amigas, solo conocidas —respondió Sayuri con frialdad.
Esas palabras hirientes desgarraron a Uteki por completo. La lastimaron profundamente; ya no solo sentía tristeza, sino también enojo.
—Gracias y adiós —fue lo último que dijo Sayuri antes de alejarse, cubriéndose de la lluvia con su mochila y dejando caer algunas lágrimas.
Uteki regresó a casa con los ojos rojos y empapada. Al verla, sus padres la rodearon con preocupación y le preguntaron qué había sucedido. La abrazaron fuertemente, y su hermanita se unió al abrazo. Juntos lloraron con ella hasta que logró calmarse; les dolía verla así.
Durante su etapa en secundaria, sus padres siempre le enviaban con un paraguas, sin importar el clima. Para algunos compañeros resultaba extraño verla sentada en el césped del patio, apoyada contra el único árbol del lugar, cubierta por su paraguas.
Por desgracia, Sayuri también se había inscrito en la misma secundaria, aunque no estaban en la misma aula. De vez en cuando, Uteki la veía y la miraba con rencor; y evitaba cruzarse con ella. A veces alcanzaba a escuchar a Sayuri murmurar comentarios despectivos con sus amigos sobre ella.
Uteki dejó de interesarse por hacer amigos.
Un día, durante el receso, mientras estaba sentada bajo el árbol y protegida del sol con su paraguas, una chica de tez morena se acercó a ella. Se sentó frente a Uteki y la observó en silencio. Cuando Uteki se dio cuenta de su presencia, la chica sonrió y comenzó a hablar.
—¿Cómo te llamas, amiguita? —dijo con un tono juguetón, chasqueando los dedos al ritmo de sus palabras y moviendo su cabello rizado con alegría.
Uteki miró a su alrededor, sintiéndose incómoda y dudando si responder o ignorarla y marcharse. Pero la chica insistió y, con timidez y desconfianza, Uteki respondió en voz baja.
—Kosame... Kosame Uteki.
—¡Lindo nombre! ¿Y Uteki, no vas a preguntar cómo me llamo?
Avergonzada, Uteki volvió a responderle.
—¿Y tú cómo te llamas?
—Hagueshi Hasuna, ¡mucho gusto! —dijo mientras le ofrecía la mano a Uteki.
Con algo de extrañeza y desconfianza, Uteki le estrechó la mano. Hasuna aprovechó para darle un abrazo inesperado y momentaneo.
—Por cierto, ¿cuántos años tienes? Yo tengo trece, bueno, me falta unos meses para cumplirlos, pero ya entiendes. ¿Y tú?
—Doce, cumplidos hace dos meses —respondió Uteki con una leve sonrisa.
Con el tiempo, Uteki y Hasuna se convirtieron en mejores amigas, y juntas formaron un trío de amigos inseparables junto a Kaneko Hoshiyo, conocido en el futuro por los estudiantes de la UA como Kiiro. Aunque Hoshiyo compartía aula con Hasuna, Uteki no tenía esa suerte, lo que hacía que cada recreo fuera un momento muy esperado para reunirse. El trío era una fuente constante de alegría, especialmente gracias a Hasuna, que siempre lograba hacer reír a Uteki, la más melancólica y Hoshiyo el más circunspecto del grupo.
Por fin, Uteki volvió a sonreír; durante un tiempo logró evitar que la lluvia de sus emociones la siguiera y se sintió capaz de desprenderse de su paraguas. Sin embargo, más adelante, una nueva situación desataría de nuevo sus sentimientos.
• ────── 🍋 ────── •
—Gracias y adiós —murmuró Uteki, acostada de lado en su cama, sumida en pensamientos.
Era tarde, ya pasaban las dos de la mañana, y a pesar de estar agotada tras un largo día en la feria de la universidad, su mente no dejaba de divagar entre el presente y el pasado. No podía evitarlo, por más que lo intentara.
—Sayuri y Katsuki me dijeron lo mismo cuando se despidieron —se giró en la cama, sintiéndose cada vez más inquieta—. ¿Realmente soy acaso el problema?
Uteki suspiró y se pasó una mano por el cabello. Se sentía atrapada en un ciclo de autocrítica, preguntándose si su forma de ser era la causa de que alejara a las personas.
Al día siguiente, decidió que necesitaba hablar con Hasuna y Hoshiyo. Era hora de abrirse y compartir lo que sentía. Durante el almuerzo, se sentaron en su lugar habitual en el patio, rodeados de risas y conversaciones animadas de otros estudiantes.
—¿Puedo hablar con ustedes sobre algo? —preguntó Uteki, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella.
Hasuna dejó de comer y la miró con preocupación. Hoshiyo, por su parte, se inclinó hacia adelante, mostrando interés genuino.
—Claro, Uteki. ¿Qué pasa? —dijo Hasuna, con su voz suave y tranquilizadora.
Uteki tomó aire profundamente y comenzó a contarles sobre sus inseguridades, sobre lo que Sayuri y Katsuki le habían dicho lo mismo. A medida que hablaba, las palabras fluían más fácilmente y sus emociones se desbordaban. También avergonzada les contó sobre por qué tenía esa relación no amistosa con Katsuki.
Hoshiyo no sabía quién era el tal Katsuki hasta que Uteki se lo describió. Como tal no sabía su nombre, pero ya lo había visto en la pastelería, aquella vez que vino con prepotencia en busca de Uteki.
—Siento que siempre estoy en un estado de melancolía o siempre hago algo malo que molesta y que eso aleja a las personas —confesó Uteki, sintiendo cómo una lágrima se deslizaba por su mejilla—. ¿Creen que abrumo y aburro a los demás?
Hasuna la abrazó de inmediato, mientras Hoshiyo se quedó en silencio, procesando lo que había escuchado. Después de un momento, Hoshiyo habló.
—Uteki, no eres el problema, si es lo que piensas. Sentirse triste o incluso llorar no nos hace menos y raros. Los demás no pueden jusgarte sin haberte conocido por completo, Hasuna y yo sabemos lo divertida que puedes llegar a ser y sobre tu quirk también —dijo con seriedad—. Y si alguna vez sientes que necesitas ayuda y consuelo, siempre puedes contar con nosotros.
—Sí, Uteki —añadió Hasuna—. Sayuri no llegó a conocerte y entenderte como nosotros. Y sobre todo a apreciar tu amistad. ¡Eres una persona increíble!
Uteki sintió una oleada de calidez en su pecho. Las palabras de sus amigos eran un bálsamo para su alma herida. Aunque todavía había mucho trabajo por hacer en su interior, sabía que no estaba sola en esta batalla.
—Muchas gracias a los dos, y lo digo en serio. Solo que a veces siento que todos son especiales para alguien, pero yo no —comentó como último Uteki.
—No tomes en serio ese comentario que dijo Sayuri —Hasuna acarició y despeinó la cabeza de Uteki.
—Uteki, para tu familia ya eres especial, y también para nosotros eres muy especial —dijo como último Hoshiyo con una sonrisa.
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