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18. ETHAN Y MADISON. Devenir.

«Todo proceso de cambio significa un surgir, un hacerse, un devenir y esto solo es imaginable en el tiempo».

Carl Menger 

(1840-1921).

Cuando la policía se fue, Madison cerró la puerta, dio media vuelta y sin mediar palabra se arrojó, llorando, a los brazos de Ethan. Él, en silencio, la fundió contra el cuerpo. De una forma instintiva, ninguno volvió a hablar sobre la confusión que tanto sufrimiento les causó.

     Ambos sentían que el proceso de hacerse adultos juntos resultaba demasiado doloroso y que cometían errores, sobre todo hablando. Ethan nunca había tenido un noviazgo y Madison desde la adolescencia había arrastrado una decepción tras otra en el terreno amoroso. ¿No era mejor fingir que nada había sucedido y seguir adelante? Porque cuando hacían el amor se hallaban tan compenetrados que formaban, casi, una sola persona. ¿Qué necesidad de arruinar ese placer estremecedor? Ninguno de los dos tenía una familia detrás que les sirviera de apoyo y a la cual recurrir para recibir consejos. Ningún pariente les ponía de manifiesto los fallos ni los respaldaba, por lo que renunciar a la idea de formar una unión de este tipo los desgarraba por dentro. En definitiva, había bastante de cobardía en esta decisión.

     Ni siquiera analizaron el tema cuando le puso a Madison el anillo de compromiso en el dedo. Ni, tres meses después, cuando Ethan resolvió ir a increpar a Alexander en la cárcel.

     Solo le preguntó:

—No te molesta que vaya a verlo, ¿verdad? Quiero saber por qué se ensañó contigo, considero que me lo debe. Por eso aprovecharé que ahora mismo estamos en Nueva York.

     Maddie pensó que el porqué era evidente y que su novio no necesitaba machacarse yendo de visita al centro de reclusión. El otro hombre se merecía la indiferencia más absoluta. Por otro lado, este encuentro le traía a la mente el modo tan injusto en el que ella se había comportado y odiaba conversar sobre cualquier cuestión que, directa o tangencialmente, lo pusiese de manifiesto. ¿Y si Ethan volvía a increparla y a acusarla de cómo lo había ninguneado, de cómo lo había rebajado a la calidad de delincuente a causa de su trabajo? Hasta ahora habían caminado de puntillas sobre el asunto, como si lo hicieran sobre cáscaras de huevo.

     Pero, ignorando lo que le pedían las entrañas, no se opuso:

—¡Por supuesto, cariño! Ve.

     Ethan, en cambio, estaba seguro de lo que hacía cuando recorrió en un autobús de la línea Q100 el puente que iba desde Queens hasta la masa abigarrada de edificios que integraban el correccional de Rikers Island. La isla parecía una gigantesca ballena gris emergiendo del East River, y, en cierta forma, se representó a sí mismo como un siniestro capitán Ahab buscando venganza. Porque, con honestidad: ¿iba a visitarlo para pedirle explicaciones, como le había dicho a Maddie, o para refregarle en la cara su libertad?

     Al arribar, el olor a una mezcla de queroseno y de petróleo lo hizo estornudar. Mientras, el fragor de los motores de los aviones que surcaban el cielo sobre la bahía de Bowery hacia el aeropuerto de La Guardia le ensordecía hasta los pensamientos.

—¡Por favor, señores y señoras! Tienen que dejar aquí las armas que lleven o cualquier tipo de droga —vociferaron dos guardias a los visitantes poco después de que subieron al vehículo en la entrada del centro, lo que le hizo pensar en qué clase de personas estarían recluidas ahí.

     Luego de bajarse del bus soportó, sin mirar a nadie, en tanto aguardaban en la fila multitudinaria a que un perro pastor alemán los olisquease para comprobar que no escondían ninguna sustancia prohibida.

—¿Vienes a burlarte porque tu clienta me tiró dentro de la cárcel de los horrores? —fue lo primero que le preguntó Alexander a través del teléfono, puesto que los separaba un cristal templado.

     Aunque su ex amigo, a grandes rasgos, era el mismo, lucía unas pronunciadas ojeras y en los brazos se le veían marcas de dedos y de golpes que de tan coloridos parecían tatuajes.

—Me conoces, no vengo a burlarme, solo necesitaba saber por qué hiciste lo que hiciste. —Hallándose ahí Ethan reconocía que la idea de visitarlo en prisión no había sido acertada—. Compréndeme, Alex: tenías un trabajo que te daba muchísimo dinero, viajabas a lo largo y a lo ancho del mundo, te codeabas con gente importante. De verdad, no te entiendo, ¿para qué estropearlo todo?

—Así que no vienes a regodearte, Ethan, sino a sentirte superior... ¿Por qué te resulta tan difícil de comprender que alguien quiera mejorar? ¡Ah, claro! Al señor le pagan un millón de euros por vivir con una escritora superventas y se le sube a la cabeza. ¿Por qué te dieron a ti esa posibilidad? Tú viniste después que yo y hasta te conseguí el trabajo. —Brusco, se pasó la mano por la rubia cabellera y se la despeinó.

—Entonces se trataba de que me odias y de que necesitabas vengarte. —Ethan clavó la vista en su interlocutor, intentando adivinarle las intenciones en la mirada.

—No, se trata de que Patrick debería haberme dado ese trabajo y si no lo hizo fue por culpa de él y por culpa de la zorra de tu clienta.

—No hables así de Madison, no se lo merece —lo recriminó enseguida.

—¡Ah, sí, entiendo! —y luego Alexander se burló—: Madison Newhouse, la mujer que crees que es tu novia. ¡Cuánto me divertí viendo vuestras grabaciones! ¡¿De verdad piensas que cuando termine el año va a ser tu esposa?! ¡Qué ingenuo eres, da la impresión de que no conoces a las mujeres en absoluto!

—¿Por eso dejaste que le vieran el rostro y protegiste el mío? —insistió, intentando controlar el temperamento, le molestaba que hablase así de su pareja.

—Puede ser, Ethan, en parte quería ayudarte y que te dieras cuenta de que vives en una burbuja. —Volvió a pasarse la mano por el pelo—. Creo que has perdido el norte y que te olvidas de que esa tía solo es una clienta.

—No solo es una clienta, Alex, la amo, nos vamos a casar. —Odiaba escuchar que una relación entre los dos resultaba imposible y se arrepentía de haberlo ido a visitar a prisión.

—Sabes que aunque dejes de trabajar como escort  eso no significará nada para ella. ¡¿Piensas, Ethan, que una escritora famosa y rica se va a conformar con un hombre que ha trabajado como acompañante y que se ha tirado a todo lo que se movía?!

—Y que seguirá trabajando como acompañante, no hay nada deshonroso en ello. —Ethan lo tenía tan claro que no permitiría que Alexander lo hiciera dudar—. Madison me entiende, es una mujer como hay pocas. —Tenía la certeza de que lo dejaría ejercer su profesión si bien no lo habían acordado aún, su ex compañero quería atacarlo por el lado en el que más le dolía.

—¡¿De verdad crees eso, Ethan?! Veo que en algún momento te has vuelto un iluso. Esa mujer te dará una patada cuando menos te lo esperes y no habrá nada que tú puedas hacer. Lo veo venir, luego no digas que no te avisé.

—De cualquier forma no he venido a hablar de mí, sino de ti. —Se aclaró la garganta y evitó meditar en lo que su ex amigo le decía; es más, luchó contra las imágenes del momento en el que Madison lo culpó injustamente por colocar los micrófonos y las cámaras—. ¿Hay algo que necesites?

—Si puedes dejarme dinero me vendrá genial para seguirle pagando a la banda que me cuida. Aquí está lleno de afroamericanos y de hispanos y algunos no están muy bien de la cabeza.

—Perfecto, te dejaré. —Y poco después abandonó Rikers con la sensación de que nunca debió ir allí.

     Los meses siguieron pasando y el noviazgo parecía haber alcanzado el grado de perfección. Aunque, eso sí, sin que el escort  meditara en lo que había sucedido cuando ella lo acusó y sin plantear de qué modo iban a adaptarse a su trabajo al finalizar el contrato.

     Cuando solo faltaba una semana para que se cumpliese el año, Ethan le comentó a Madison después de hacer el amor:

—Cielo, es hora de que nos planteemos cómo lo vamos a llevar. Yo intentaré tener menos servicios que antes para poder ir contigo a todas las presentaciones.

     Lo que Ethan nunca esperó fue que, ante estas palabras, Madison saltase como si tuviera un resorte y que lo mirase con rostro acusador.


https://youtu.be/lEhFaKpT3tU


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