Lo primero que hace mi hermano es fruncir ligeramente el ceño al verme llegar de la mano de David. Ambos vinimos juntos a su fiesta de aniversario, es al aire libre y todo está decorado con rosa y blanco. Mi cuerpo se tensa al ser evaluada por muchos ojos juzgadores. Es una sorpresa para todos en la familia verme con alguien.

Yo iba a ser la monja de la familia.

La primera en acercarse es mamá.

—Hija, ¿cómo estas? —me pregunta luego de darme un rápido abrazo, sus ojos escanean a David de arriba a abajo—. Yo soy cristiana—le dice tragando saliva—. Pero tengo ojos y pareces un bombón de caramelo.

—Más bien una paleta de dulce, de esas que saben a cherry —la secunda mi tía también acercándose con una bebida alcohólica en las manos—. El señor es mi pastor y nada me faltará—dice después de unos segundos y comenzando a rezar un Padre Nuestro volviendo a alejarse.

—Bueno, muchas gracias por avergonzarme—suelto con algo de incomodidad. David parece divertido con la mirada de mamá. Ella después de unos segundos, sacude el rostro.

—Mamá de Fátima—extiende la mano, David la agarra y mamá parece desmayarse.

—David Moncada.

—Tienes manos muy tibias —hago una mueca alejando la mano de ella. Me pongo delante de él protegiéndolo de la mirada de la mujer que me trajo al mundo.

—Deja de ser tan rara mamá—ella todavía parpadea asombrada. Agarro a David para seguir nuestro camino—. No te asustes por favor, todos son raros en mi familia.

David sonríe de medio lado y me da un beso en los nudillos mientras avanzamos hasta la mesa en la que se encuentra mi hermano con la esposa.

—Son todos muy peculiares, me agradan.

—Espero que nada empeore este día,—murmuro escaneando el lugar— tengo miedo.

—Seguro que todo saldrá bien.

En cuanto llegamos hasta mi hermano, le extiende la mano a David.

—Bienvenido a la familia—está algo serio pero es porque así es su rostro.

—Gracias.

Todos comienzan con las presentaciones y mi rostro palidece en cuanto mis ojos hacen contacto con doña Margarita que avanza en nuestra dirección metiendo la mano al bolso en compañía de mi tía.

Ay, no...

—¡¿Qué hace doña Margarita aquí?!—gesticulo con las manos. Mi hermano la voltea a ver, varios amigos y conocidos giran el rostro para verlas acercarse.

—La tía la invitó, creo—se rasca la cabeza.

Ella llega medio agitada, todavía fingiendo que está coja.

—Fátima no te había visto, vine a preguntarte cuál es el cargador para el peine masajeador —lo saca del bolso de cuero gris y lo sacude en el aire.

No. Puede. Ser.

—¿Y para el masajeador de mi Túnel Carpiano?—inquiere mi tía con lentitud.

Muchos pares de ojos voltean a verme. Me hundo en el asiento. David tiembla, pero es porque no quiere reírse en mi cara. Le lanzo una mirada de: «No me apoyas en nada, David».

—Eso no es un peine, Margarita, es un vibrador—dice alguien de la nada.

Ahora doña chismosa palidece, mi tía abre los ojos con espanto y yo siento que me baja la presión.

¿Por qué mi vida tiene que ser así?

«El gato que asesiné debe estar riéndose en la tumba». No tengo perdón ni de Dios.

Fátima viendo que el baño de sal no funcionó.