21: Entrega de placer a domicilio
Cuando termino de relatar todo mi pasado, mis ojos estan llenos de lágrimas. Mis manos tiemblan y me llevo el puño cerrado al pecho. Jamás imaginé hablarle a alguien sobre eso. Sobre el pasado que marcó una gran diferencia en mi vida.
Él se ha quedado paralizado frente a mí. Sus ojos me observan fijamente, pero al mismo tiempo parecen perdidos en algún pensamiento. Entonces, vuelve a la realidad sacudiendo el rostro y me agarra la mano para jalarme en su dirección. Inmediatamente sus labios buscan los míos. Me besa como jamás lo han hecho.
Es un beso cargado de muchos sentimientos. Y solo porque me he liberado de algo que vengo arrastrando por mucho tiempo, siento paz en sus labios. Siento cómo poco a poco mis muros se derrumban y me derrito entre sus brazos. Mi cuerpo entero reacciona a cada lamida y mordida.
Sus manos ahora reposan en mi cintura y baja un poco hasta colocar sus manos detrás de mis muslos para impulsarme a rodearlo por la cintura. Lo abrazo por los hombros, detiene el beso para hundir su rostro en mi cuello y me abraza con fuerza. Lo más que me encanta de él es que no da promesas vacías, simplemente me abraza brindándome el apoyo que jamás creí recibir de un hombre como él. Ni siquiera tiene que hablar, entiendo perfectamente lo que quiere transmitir. Es un «no soy como él».
—Tambien deseo que quieras estar en mi vida, David—le digo en voz baja—. Perdóname por favor, no quise herirte.
—Yo te he perdonado desde hace mucho—responde con la voz entrecortada apretandome un poco contra él—. Ya entiendo todo, Fátima. Muchas gracias por confiar en mí.
Ambos nos fundimos en el abrazo hasta que de la nada digo: —¿Tú quisieras salir conmigo, David Moncada?
Se separa para mirarme. Sus labios se separan en una amplia sonrisa y me limpia las lágrimas.
—¿Ahora me preguntas?—cuestiona divertido—. Te vi tener un orgasmo, te di un orgasmo, te hice el amor y después te conocí.
—Todo comenzó al revés—suelto una risita—. Por ahora, solo dejémoslo entre nosotros—le digo acariciando las hebras de su cabello. Deja un beso sobre mi cuello y me observa.
—¿Qué van a pensar de mí si digo esto por ahí?—pregunta horrorizado, pero sé que lo dice en broma.
—Eso mismo me cuestiono yo—sonrío—. Vamos a decir que nos conocimos por mi hermano.
Se muerde los labios recordando ese día.
—Estabas tan mojada—suelta un suspiro y se muerde los labios. Me separo de él y doy un paso hacia atrás cruzándome de brazos.
—¿Acaso escuchaste algo de lo que dije?
—Me distraje, lo siento—murmura observandome de forma coqueta.
—David—digo casi al borde de la histeria—. Por tu bien y por mi salud mental, espero que jamás le digas a nadie cómo nos conocimos o voy a estrangularte.
—Si me estrangulas con tus delicadas manos, no voy a quejarme.
Coloco las manos en jarras.
—Necesito que hagamos un pacto—le digo muy seria, da un paso en mi dirección.
—Esta bien—extiendo la mano. Niega ante mi mano y la cierro en un puño—. Yo tengo una idea de cómo sellar el pacto.
—No vamos a follar—digo rápidamente. Sus hombros se sacuden.
—Tenía que intentarlo—murmura divertido.
(...)
Es extraño tener este tipo de familiaridad con una persona que apenas conozco y con el que me siento tan cómoda. Ambos estamos recostados en la cama. Yo tamborileo mis dedos en mi abdomen y él tiene las manos cruzadas detrás de la cabeza. Ambos observamos el techo.
Me habla sobre su familia, amistades, pasatiempos, gustos y demás. Yo tambien le hablo sobre mí. Se nos pasan las horas conversando. Y es algo nuevo para mí pero me da mucha tranquilidad que nos tomemos el tiempo para conocernos mejor. Lo que empezó entre nosotros no era algo normal pero era algo y quería que esto siguiera avanzando.
—Podemos llevar esto con lentitud, no tengo prisa—dice de pronto—. Soy un caballero después de todo.
Levanto ambas cejas.
—¿Y que fue lo de antes?
—¿Lo de la toalla?—asiento, él se rie—. Ya te dije, fue una confusión—ahora parece mirar sus uñas encogiéndose de hombros. Adoro su personalidad.
—Sí, claro.
—Vale, soy un caballero a veces—suelto una risita levantando una ceja.
—¿A veces?
—¿Está mal que sea así?—sus labios hacen un puchero tierno. Se incorpora en un codo para mirarme de lado.
—Ese eres tú y me encantas.
—Ya sabía yo.
Se inclina para dejar un tierno beso sobre mis labios. Pero inmediatamente, el beso se convierte en algo más y coloco una mano en su pecho para apartarlo de encima.
—Debo irme.
—Quédate conmigo, Fátima.
—David... dijiste que lo llevaríamos con lentitud.
Suelta un suspiro.
—Es cierto, yo y mi bocota— se queja—. Esta bien, duerme bien y sueña que te estoy haciendo el amor. Yo haré lo mismo.
Ruedo los ojos caminando hasta la puerta.
—Y si me extrañas, solo lláma. ¡Hago entrega de placer a domicilio!—grita antes de que cierre la puerta detrás de mí. Sonrío ampliamente, definitivamente, David Moncada es lo que deseo en mi vida.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro