16: Novia
Después de una larga jornada de trabajo por fin llego a mi casa y estaciono mi auto. A la distancia veo una mujer cargando con un montón de bolsas de compra y algunas se le caen. Salgo de mi auto y después de presionar el botón para bloquear las puertas me acerco a ella.
—Hola—saludo. Su cabello es oscuro y sus ojos parecen ambar.
—Hola, bonita—me dice con la voz cantarina—. ¿Que tal?
—¿Me dejas ayudar? Traes muchas cosas—menciono inclinandome para ayudarla. Ella asiente emocionada.
—Gracias, soy Dasia, un gusto.
—Soy Fátima, —le digo mientras avanzamos al interior del edificio—. ¡Qué bonito nombre! Muy peculiar.
—Sí, a mi mamá le gustaba el nombre Asia, pero mi padre quiso añadirle la letra d. Es algo raro y se burlaron de mí cuando estaba en la escuela. Ahora solo vivo orgullosa de mi nombre.
Suelta un suspiro.
—Oh—murmuro, ambas subimos las escaleras y me percato que sigue el mismo camino que lleva a mi apartamento.
—Sí, hoy se cumplen cinco años del fallecimiento de mis padres.
—Oh, lamento mucho escuchar eso, Dasia.
Mi cuerpo se tensa al verla detenerse frente a la puerta de David, deja las bolsas en el suelo y saca una llave.
¿Es la nueva chica de David? De repente siento que mi corazón se hunde. Esto no puede estar pasándome.
—¿Quieres pasar a tomar una copa conmigo?—pregunta de repente cuando abre la puerta—. Prepararé pasta para la cena, ¿te quedas?
—Yo...—parpadeo como una idiota frente a ella.
—Es que no conozco a nadie en esta ciudad, solo a David y me gustaría hacer nuevos amigos mientras viva aquí.
Mi corazón se encoje más. ¿Ya vive con otra chica? Vaya, lo de hacerse el dolido le quedó bastante bien. Y eso de fingir que no tenía a nadie. No sé por qué me rompe el corazón.
—Debería irme—digo, pero ella básicamente me obliga a entrar en el pequeño espacio de David y cierra detrás de nosotras. Ya había visto su apartamento pero estar aquí con ella se sentía como un error.
Tenía que salir de aquí antes de que David me viera.
—¿Qué tipo de vino te gusta?—pregunta desde la cocina. Yo solo permanezco de pie en medio de la sala.
—El que sea.
—No tengo de ese—me dice con diversión—. Tengo vino tinto, blanco y rosado.
—Tinto—respondo distraída. Rezo internamente para que David no llegue temprano. No quiero que me vea hablando con su novia y mucho menos en su casa.
—¿Vives cerca?—pregunta de repente. Mi cuerpo se tensa, por alguna razon tengo miedo de darle una respuesta.
—Sí, justo en este edificio.
—¿Ah, sí? ¿Donde? —se acerca a mí. Señalo la puerta.
—En la puerta de al frente.
Ella le da un toquecito a mi copa.
—Me alegra que seas mi vecina, Fátima.
Su rostro es ovalado, y es algo trigueña, cabello rizado y básicamente de mi estatura. Es muy bonita. David tiene buenos gustos. Por más que lo intento, no puedo odiar a la chica pues es muy agradable conversar con ella.
De hecho, gracias al vino me he soltado un poco y estamos conversando sobre trivialidades, evito tocar el tema de David porque presiento que me va a doler mucho si me habla de su relación con él.
—Ah, lo olvidaba—dice de pronto—. Tengo que llamar a mis hijas, está con una amiguita y creo que harán una pijamada. Tengo que asegurarme que están bien.
¿David tiene hijas y no me había dicho?
Mi corazón se rompe pero fuerzo una sonrisa. Mi garganta arde porque tengo muchas ganas de llorar. No recuerdo este sentimiento, desde hace mucho que no me sentía así. Tan decepcionada, tan dolida...
La veo perderse por el pasillo y entra a una de las habitaciones.
Supongo que después de todo, los hombres son iguales. Todos te rompen el corazón de una manera u otra.
Dasia se está tardando demasiado y el agua de la pasta ya está hirviendo. Me tomo la libertad de vaciar el recipiente para quitar el agua y así preparar la salsa. Corto los ingredientes tarareando una canción y el repiqueteo de llaves, me obliga a tensarme.
Oh, no.
David ha llegado.
Permanezco en silencio moviendo la salsa.
—¿Que estás haciendo aquí?—la pregunta sale en un tono amargado y me giro con la espátula en la mano. Él observa eso y su ceño se frunce.
—Hola, David—fuerzo otra sonrisa—. Solo ayudo a tu novia con la cena. Ya que has llegado, me voy.
Parpadea con algo de confusión y le paso por un lado. Agarro el pomo de la puerta. Su cercanía me afecta más de lo que creí. Es tan alto, musculoso y huele tan bien.
«Basta, Fátima».
—Asegúrate de poner la salsa en la pasta—es lo último que digo antes de abrir la puerta para salir. Mis ojos llenándose de lágrimas. Quiero ir a llorar.
Su mano agarra mi antebrazo y me observa.
—¿Cuál novia?
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