Capítulo 2.
HELENA!
Martes 26 febrero, 2019.
Me tapé los oídos con la almohada cuando la alarma comenzó a sonar.
Suspiré con pereza y me levanté refregando mis ojos, me quedé mirando mis zapatillas fijamente tratando de asimilar que ya tenía que despertarme.
Debido al molesto ruido de la alarma agarré el peluche de oso con el cual dormía y lo lancé con furia hacia el reloj digital de la mesita.
Quien sabe si volverá a funcionar.
Luego de volver al cómodo silencio me acosté nuevamente y poco a poco mis ojos se cerraron, pero cuando sentía que ya estaba por quedarme dormida, los gritos de mi madre me despertaron otra vez.
Así que, lamentablemente, no tuve más remedio que levantarme de la —majestuosa, maravillosa, perfecta— comodidad de mi cama.
Me duché, cambié, y bajé a desayunar.
—Buen día, ¿dormiste bien? —saludó mamá cuando llegué a la cocina. Simplemente hice un sonido de afirmación y me senté en el comedor.
Sin animarme a comer comencé a remover la cucharita, obsevando los cereales y los trozos de fruta flotar sobre la leche.
—¿Quieres que le pida a Alex que te lleve a la escuela hoy? —preguntó de la nada rompiendo el silencio.
—¡No, gracias! —dije de inmediato—. Me iré caminando. De hecho, ya me voy, porque sino voy a llegar tarde.
—Pero no comiste nada...
—No te preocupes, tampoco tenía tanta hambre —agarré una manzana verde que descansaba sobre la mesa y la guardé en mi mochila—. Nos vemos a la tarde —me despedí—. Te quiero, chau.
Salí y caminé lo más rápido que pudé. Aunque algo dentro de mí me decía que igualmente iba a llegar tarde.
A mitad de camino por alguna razón comencé a sentír la presencia de alguien junto a mí, como si me estuvieran observando. Sin poder evitarlo miré hacia atrás pero no había nadie.
Al girar nuevamente choqué con un chico, provocando que cayera de culo al suelo.
—¡La puta madre! —dije mientras me tocaba la cabeza. Rápidamente me levanté y fijé mi vista en la persona frente a mí—. ¿Sos tarado?
Escaneé su cuerpo de pies a cabeza, era muy alto. Tenía una gorra negra que hacía que sus rulos se escaparan por los lados, sus ojos eran de un marrón muy oscuro, sus cejas gruesas y pobladas, y tenía unas largas y arqueadas pestañas.
Su cara se me hace extrañamente familiar, no lo sé, siento que ya lo he visto antes.
Observé por unos segundos la cicatriz en su ceja y labio inferior, además de las marcas moradas y verdes en su piel pálida.
—Vos te atravesaste —contestó. Su mirada subió hasta detenerse en mis ojos azules.
—¿Yo? —crucé mis brazos—. Vos te atravesaste —no dejé que respondiera y comencé a caminar.
Continué mi recorrido sin mirar atrás, conecté los audífonos a mi teléfono y coloqué mi playlist en modo aleatorio. "Contando ovejas" de Wos comenzó a reproducirse y mi estado de ánimo mejoró un poco.
Tarareé la canción mientras seguía caminando, pero a pesar de todo aún sentía a alguien caminar detrás de mí, miré por el reflejo de mi celular y, efectivamente, se trataba del pibe de hace un rato.
—¿Podrías dejar de seguirme?
—No te estoy siguiendo, ¿por qué lo haría?
—No lo sé, tal vez sos un acosador o alguien que quiere secuestrarme o algo.
—¿Eh? ¿qué decís? —sentí cómo se acercó aún más y me quité uno de los audífonos para escucharlo mejor.
—Mi vieja me dice que siempre tengo que estar precavida, nunca sabes con quien te cruzas en la calle —me encogí de hombros—. Así que cuidado con lo que haces.
—¿Qué insinuas? —su ceño se frunció.
—Nada, nada —negué con la cabeza—. Solo te advierto que tomé clases de karate, no te hagas el piola —volví a colocarme el audífono—. Y dejá de seguirme.
—Ya te dije que no te estoy siguiendo.
Aún así apresuré el paso alejandome de él lo más posible.
⋆。‧˚ʚ🍒ɞ˚‧。⋆
Toqué la puerta suavemente al darme cuenta que ya había comenzado la clase. Segundos después un hombre dos veces más alto que yo y con unos lentes enormes abrió la puerta.
—Tarde, como siempre —fruncí el ceño—. Ya sabes a donde tienes que ir, buhajeruk.
—Disculpe...
—Usted también, señorita.
Cerró la puerta en mi cara dejandome confundida.
Retrocedí un poco hasta que choqué con algo, rápidamente me giré y lo ví a él.
—Ah... —levanté las cejas—. No eras un acosador ni un secuestrador, que suerte.
Ahora me acuerdo, era el chico que había peleado ayer. Con razón se me hacía tan conocido.
Sus ojos se posaron sobre mi, pero no emitio palabra. Así que volví a hablar.
—¿Qué fue eso? —pregunté, pero pareció ignorarme—. Oye, a vos te hablo.
Dió media vuelta y comenzó a caminar por el pasillo. Al no saber que hacer me limité a seguirlo.
—¿Quieres dejar de seguirme? —preguntó en un tono burlón antes de tocar la puerta.
—No te estoy... —me detuve sabiendo que era totalmente innecesario responder.
La puerta de la oficina se abrió, detrás de ella estaba la directora.
—Buhajeruk, ¿qué hiciste esta vez? —lo miró a él y luego a mí—. ¿Y usted... es nueva?
Asentí con nervios.
—Llegamos tarde —expliqué.
Suspiró cansadamente. —Ya veo... —luego de unos segundos continuó—. Por hoy lo dejaré pasar, vuelvan a clase, los dos. Y, por favor, eviten llegar tarde la próxima vez —fue lo último que dijo antes de cerrar la puerta.
Observé al pelinegro a mi lado, no se le veía preocupado y miraba el techo como si fuera la cosa más interesante del mundo.
—Hay que volver —dije al ver que no tenía intenciones de moverse.
—¿Quién? —preguntó confundido.
—Nosotros, tenemos que...
—Te preguntó —pasó por mi lado empujandome levemente. Suspiré y me tragué las ganas de insultarlo.
Lo seguí hasta el salón, y finalmente el profe nos dejó pasar. Caminé hasta el fondo sintiendo todas las miradas sobre mí, y me senté junto a la ventana.
Ricitos se sentó a mi lado, ya que era el único lugar que estaba disponible.
Por primera vez mi cerebro logró procesar que estabamos en la misma clase.
—¿Por qué no estabas ayer? —me atreví a preguntar. Supongo que por lo de la pelea.
—Tuve un pequeño problema —comentó despreocupado jugando con el lápiz.
—Fue por la pelea, ¿no? —pregunté nuevamente, él asintió confirmando mis dudas.
Ahí fue cuando caí en cuenta de que no debería interesarme por eso y comencé a prestar atención a lo que mi profesor explicaba.
—¿Cómo te llamas? —la pregunta me tomó desprevenida.
Giré mi cabeza haciendo que mis ojos se encontraran con los suyos y fruncí el ceño. ¿Por qué quería saber mi nombre?
—Helena —respondí cortante.
—Helena debe tener apellido, ¿no? —preguntó con obviedad.
—¿Y para qué querés saber? —me brindó su mejor cara de orto—. Helena Oconnell —respondí y él asintió—. ¿Y vos?
—No es importante —dijo, dando por terminada la conversación.
Que chabón más raro.
La clase continuó, los minutos se hicieron eternos para mi hasta que sonó el timbre para salir al receso. Por fin, libertad.
Mientras guardaba mis cosas observé al chico del apellido raro —cuyo nombre al parecer no era importante—, levantarse y salir. Ya la mayoría se había ido. Yo planeaba hacer lo mismo pero observé a un pibe dormido y me dio pena dejarlo ahí.
Toqué levemente su hombro.
—¿Eh? —lentamente abrió los ojos confundido.
—¿Te pensas quedar ahí? —sin decir nada más salí.
En el camino me encontré con Agus y hablamos sobre como había estado nuestro día hasta ahora.
La acompañé hasta la cancha de básquet, según ella debía planificar cuando serían los ensayos para los partidos. Mientras ella hacía lo suyo, yo me senté en las gradas y comencé a usar el celular sin prestar mucha atención al resto.
—¿Sos amiga de Agus? —levanté la cabeza observando al ojiverde que había hecho la pregunta.
—Eh... —fruncí el ceño—. ¿Y vos quién sos?
—Estamos en la misma clase. Me despertaste hace un rato.
Ah, era él.
—Sí, soy su amiga —respondí—. ¿Por qué la pregunta?
—Por nada —se encogió de hombros—. ¿Te molesta si me quedo? —negué con la cabeza.
Como estaba aburrida, y no conocía a nadie comenzamos a hablar, de cualquier cosa. No había un tema de conversación fijo, más bien era para pasar el rato.
La conversación entre ambos fue interrumpida cuando Agustina se acercó.
—¡Juro que las voy a matar! —estiró su cabello con frustración.
Reí un poco y le extendí la botella de agua. Entendía que su trabajo no era fácil, pero a ella le gustaba esto así que debía tener paciencia.
—¿Vos que haces acá? —le preguntó al ojiverde a mi lado.
—Te espero, amor —no oculté mi sorpresa y miré a Agus quién simplemente hizo un gesto de que me contaba después—. Eu, al final no me dijiste tu nombre —volvió a hablar, esta vez dirigiendose a mí.
—Helena, ¿y vos?
—Rodrigo, pero me podes decir Rodri —dijo con una sonrisa—. Me caes bien.
Medio sonreí.
Cuando el timbre sonó ambos se despidieron y yo regresé a mi salón junto con mi nuevo "amigo", que resultó ser el novio de mi amiga. Minutos después de que comenzara la clase de historia, observé a ricitos entrar.
Su cabello estaba despeinado y lucía como si hubiera corrido un maratón.
Camino silenciosamente y se sentó a mi lado.
—Dios, boludo... ¿pero qué te pasó? —pregunté al ver el hilo de sangre que comenzaba a salir de su nariz.
—Nada —musitó mientras trataba de regular su agitada respiración—. ¿Qué?
Le extendí un pañuelo para que se limpiara. Me miró confundido pero aún así lo recibió.
—¿Y la de decir gracias no te la sabes? —hablé cuando terminó de limpiar su nariz.
—Gracias —susurró mirando al frente.
—De nada —respondí con ironía—. ¿En dónde estabas?
—Por ahí, dando vueltas.
—¿Saliste de la escuela en plena jornada? —levanté las cejas sorprendida.
—Tenía que hacer unas cosas... además, ¿por qué te interesa? —su tono nuevamente me hizo saber que estaba a la defensiva.
—No me interesa, solo es curiosidad —volví a hablar dando por terminada nuestra conversación.
Cuando las clases por fin habían terminado, con el mismo animo con el que había llegado recogí todas mis cosas y salí. Afuera me encontré con la parejita, como estabamos al pedo decidimos volver juntos.
Rodrigo y yo pedimos unas medialunas de jamón y queso mientras que Agus pidió únicamente un latte.
Nos sentamos en una mesa algo alejada y mientras esperabamos hablando de cualquier cosa una silueta muy reconocible apareció en el lugar, ví nuevamenté a el pelinegro y una rubia entrando al café agarrados de la mano. Se acercaron a hacer su pedido y luego se sentaron al lado de donde estabamos nosotros
—Miralos, son tal para cual. —dijo el ojiverde mientras mordía una medialuna.
—Sí, los dos son igual de pelotudos —Agus soltó una risita.
—¿De qué hablan? —fingí no haberlos visto.
—De Ivan y la odiosa de su novia —respondió Rodrigo.
Ivan, su nombre es Ivan.
Miré hacía un costado viendo la escena. La rubia teñida no se le despegaba del brazo en ningún momento y él no parecía estar muy contento, cada vez que esta se le acercaba de más o intentaba besarlo él se alejaba.
¿Si eran novios posta? porque no creo que un novio se comporte así.
—Me compadezco de Iván al tener que aguantar a alguien como ella todos los días —habló mi amiga—. Pero bueno, mejor dejemos el tema.
—Sí, mirá si de tanto hablar de Sofía se te pega lo milipili.
Agustina le dió un carterazo y yo reí.
—Yo no quiero dejar el tema, eu —Agus suspiró negando con la cabeza y tomó un sorbo de su café—. Dale Tina, yo quiero saber el chisme.
—¡Yo te cuento la histora! —Rodrigo sonrió, yo asentí emocionada y su novia volvió a pegarle, esta vez en el brazo—. ¡Auch!
—Aquí no, los tenés al lado que tal si se dan cuenta que estamos hablando de ellos —lo regañó.
—Me chupa un huevo amor, con todo respeto.
—Rodrigo —Agustina lo retó. Reprimí una sonrisa mientras observaba la escena.
—No es mi culpa, es culpa de Iván por ser un pelotudo —elevó un poco la voz y noté que eso llamó la atención del pelinegro.
—¿Tenés algún problema con mi novio? —la chica rubia se levantó y se acercó a nuestra mesa.
—¿Con él? —señaló a Iván fingiendo demencia—. Pero si Iván es un capo, yo lo re banco —habló con una sonrisa burlona—, además, yo estoy hablando de otro Iván.
—Ya veo... —pasó su vista por todos nosotros hasta detenerse en mí.
—¿Te puedo ayudar con algo? —me crucé de brazos.
—Eh... no —me brindó una sonrisa fingida antes de regresar a su mesa.
Luego de esa extraña interacción miré a Rodrigo y a Agustina, esperando una explicación.
—Es una boluda, no le hagas caso —mi amiga me tranquilizó.
—Sí, está medio loquita la rubia viste —Rodri le siguió—. Debe ser porque tiene la cabeza llena de agua oxigenada...
—¡Rodrigo! —exclamó mi amiga reprimiento una carcajada.
Finalmente me rendí y me terminé la medialuna que me quedaba. Después de un rato retomamos el camino a casa.
Día número dos sobreviviendo a la escuela, presencié ayer una pelea y mi maestro nos ha puesto un trabajo a pesar de que esta es la primera semana de clases. Ya tengo un reporte por llegar tarde, descubrí que mi amiga tiene un novio que mide —casi— lo mismo que yo... ¡ah! y conocí a un chabón que le encanta escaparse de clases y al parecer tiene problemas de toxicidad en su relación amorosa.
Espero que los días siguientes sean más... normales.
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