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Prólogo

Una chica conoce a un chico.

Es el inicio de cualquier historia de romance. Ya sea una película, un libro o una serie, todo comienza con el afortunado —o desafortunado— encuentro entre ambos. O quizá primero conozcamos la historia de ella, y después la de él. Y a menos que estemos hablando de un k-drama, los protagonistas se darán cuenta de sus sentimientos y los confesarán pronto.

O quizás estoy divagando. Después de lo poco que te he contado, ¿crees que sé algo sobre relatos de romance? La verdad es que no. Y como no sé de romance, tampoco sé escribirlo, así que no tengo idea de cómo vamos a empezar.

Aún así, te voy a contar una historia, un tanto cliché y un tanto tonta. Es bastante simple en realidad, pero dame un voto de confianza; tiene su encanto.

Comienza con una niña pequeña que se suelta de la mano de su madre y se pierde en una gran plaza comercial.

Ahí está ella, sentada junto a un arbusto con forma de pato —o al menos eso cree; esas figuras pueden ser muy abstractas—, y está asustada. No llora, porque es una niña fuerte y, aunque le da miedo, sabe que es su culpa. Su mamá le ha dicho un millón de veces, con toda la paciencia del mundo, como solo una madre puede tener, que no se suelte jamás de su mano porque es peligroso en un lugar tan grande como el centro comercial. Pero en un descuido, con la curiosidad de un niño de seis años, se soltó para acercarse a una tienda pequeña llena de pantallas coloridas y luces neón.

Pero realmente, no es su culpa. Los niños son como pequeñas polillas que buscan la luz, que suele ser cualquier cosa diferente al entorno que están acostumbrados a ver. Por supuesto que se deslizaría del agarre de su madre sin pensarlo para acercarse a esa luz. Y tampoco es culpa de su madre, que se volteó un segundo para señalar un vestido bonito para su hija y, al regresar la mirada, descubrió que su hija ya no estaba a su lado. Los niños, cuando quieren, pueden ser tan silenciosos y hábiles como fantasmas; uno no se da cuenta de que han desaparecido hasta que los busca y no los encuentra.

Así que la culpa no fue de ninguna de las dos. Pero aun así, durante los siguientes años, su madre se culpará por los cinco minutos que tardó en encontrar a su hija, aunque el tiempo fue breve y la pequeña parecía estar perfectamente bien. Cinco minutos que fueron una eternidad para la madre, cuando el hermoso centro comercial, lleno de luz, vida y risas, se convirtió en un laberinto de amenazas y posibles peligros. Y el guardia de seguridad, a quien estas situaciones le ocurren más a menudo de lo que le gustaría, no pudo hacer más que suspirar y acompañar a la aterrorizada madre.

En esos cinco minutos, la madre no fue la única en entrar en pánico. De hecho, el dependiente universitario —al que realmente no le pagan lo que merece— tuvo un ataque de pánico aún mayor cuando vio a una niña pequeña, a punto de llorar, sentarse frente a la maceta con el arbusto en forma de pájaro (de nuevo, formas muy abstractas) justo enfrente de su local, donde él podía verla claramente.

Su primer pensamiento fue aquel que todos hemos tenido en algún momento: "¿Por qué justo enfrente de mí? Hay tantos otros lugares". No es un monstruo desalmado ni quiere que piensen que detesta a los niños. En realidad, son criaturas maravillosas, cuando no están llorando, desacomodando cosas o ensuciándolo todo...

Odia a los padres irresponsables, eso sí. Sin embargo, la paciencia es una virtud por la que es conocido, y los niños, al fin y al cabo, son versiones chiquitas de un humano que apenas está descubriendo el mundo. Ser padre es agotador.

Entonces, no, no odia a los niños ni los considera una plaga de la humanidad. Simplemente no sabía cómo actuar ante esa situación en específico.

Finalmente, cuando la pequeña parece a punto de romper a llorar, él agarra el primer peluche que encuentra y cruza el pasillo para entregárselo a la niña, con una sonrisa forzada pero bienintencionada.

—Oye, ¿estás bien? —pregunta suavemente, tratando de transmitir calma—. Te regalaré un peluche por ser una niña tan valiente al esperar a tu mami, ¿sí?

La niña no entiende bien lo que está pasando. En circunstancias normales, recordaría que su madre le dijo que no hablara con extraños ni aceptara regalos, pero su mamá no está y la bolita rosada parece muy abrazable. Así que asiente y, con la carita sonrosada y sorbiendo los mocos que empiezan a asomarse, toma con sus manitas el peluche.

Es una bolita graciosa, con pies y manos en forma de óvalos y grandes ojos. Está sobre una estrella amarilla y tiene unas chapitas encantadoras. Nejire hunde su carita en la bolita rosada y suspira temblorosamente. Cuando su pánico se calma un poco, logra murmurar un tímido "gracias".

El empleado sonríe, aliviado de que esto no sea lo peor que le ha pasado en el día. Con cuidado, saca una consola portátil de su bolsillo y se la ofrece a la niña, que lo mira con ojos curiosos.

—¿Sabes qué es esto? —ella sacude la cabeza y susurra un "no". Él ríe, porque la mejor parte de ser un niño es la curiosidad inocente y la maravilla del descubrimiento—. Es un videojuego. Tiene colores muy bonitos y personajes interesantes. ¿Quieres probarlo mientras esperas a tu mami?

Maravillada por la pantalla que produce canciones alegres y colores brillantes, asiente. La mejoría es leve y sigue sin tener la actitud tan entusiasta como de costumbre, pero el pánico va pasando poco a poco cuando el simpático personaje comienza a correr por un mundo increíble.

Cuando su mamá la encuentra, se lanza sobre ella llorando y la abraza con fuerza, despeinándola. Nejire sonríe y le enseña el peluche y la consola, con la mayor alegría del mundo.

El empleado siente que su corazón sonríe con ella. Puede permitirse perder unos cuantos yenes a cambio de una sonrisa tan bonita, a pesar de la insistencia de la madre en devolverle el dinero. Es una buena acción por la que no obtiene nada a cambio, salvo la satisfacción de ver a una niña feliz.

Años más tarde, cuando una jovencita entra en la tienda con sus dos amigos para comprar su primer videojuego con su propio dinero, él ya no estará allí. Habrá terminado sus estudios y renunciado al trabajo para buscar uno en una empresa. Pero ella lo recordará, y aunque jamás podrá agradecerle debidamente, nunca olvidará al empleado nervioso de medio tiempo que un día le mostró un mundo maravilloso.

Sin saberlo, aquello sería el comienzo de una vida llena de emociones y diversiones. Y, ¿por qué no? Un poco de drama y romance juvenil.

Ese día, el destino quiso que muchos años más tarde Nejire Hadō conociera a Tamaki Amajiki por un llavero que este último llevaba colgado en su mochila. Un llavero de Kirby, la misma bolita rosada que Nejire recibió de un dependiente asustadizo.

Si me lo preguntas a mí, demasiado conveniente y cliché. Puede que por eso esta historia fluya con tanta naturalidad; el destino intervino a su favor mucho antes de que ellos pudieran darse cuenta.

Ahora, no me malinterpretes, no soy una completa inepta en el romance; ciertamente no soy una experta. Y aunque lo fuera, el romance no es igual para todos. ¿Quién puede saber con certeza qué es el amor? Lo que sí sé es que, a veces, las cosas más simples son el inicio de algo mucho más grande.

Como dije al principio, toda buena historia de romance comienza con un chico conociendo a una chica.

Esta, como mucho, es una historia normal. Esta es una historia de videojuegos y de romance, así que nos saltaremos unas cuantas reglas.

Nuestra historia comenzó en un centro comercial, y pasarían años antes de que ellos dos cruzaran palabras; sin embargo, los años que pasaron sin conocerse no aportarían mucho a esta historia de Nejire, por ende, no hablaremos de ella.

En cambio, de Tamaki mencionaré que la constante falta de la capacidad para socializar de las demás personas, y el numo interés por muchas de las coss de las cuales hablan hoy en día los niños, mermaron su confianza en si mismo durante muchos años. No era la suficientemente raro como para ser repudiado y objeto de burlas de los demás niños, sólo era él: un niño tímido com ganas de tener más amigos que no existía.

Los niños pueden ser crueles, mucho, y en ocasiones es de manera totalmente inconsciente. Puedo asegurarte que no ignoraban al chiquillo de cabello negro despeinado y sonrisa tímida. Hay veces en la vida que la presencia de una persona, por más bonita, amable o genial que sea, no congenia con los demás, hay quienes tienen tres amigos, en lugar de diez, y está bien.

Eso no significa que duela menos. Y "¿Qué estoy haciendo mal?" se convirtió en una pregunta recurrente. Cuando se miraba al espejo y pensaba que su cara era poco agraciada, cuando su físico resaltaba por ser más delgado que el de los demás, cuándo sus hobbies no coincidían con los de los otros niños.

Cuando, por más que se esforzara, no podía lograr que alguien le hablara. En el proceso de no perderse a sí mismo para encajar, pero queriendo ser parte de los demás, él decidió ser exactamente lo que se creía: una sombra que existía.

La soledad se volvió más tolerable con Mirio, un niño con un flujo tan constante de energía que llegó a preguntarse dónde es que se apagaba. No fue ideal, pero fue mejor. Y años más tarde, cuando una adolescente de cabello azul lo persiguió durante dos meses para hablarle por un llavero que Mirio le había regalado, la vida volvió a tomar color. Y su corazón, su inocente corazón, fue cautivado por la bonita hada que no desistió en hablarle.

A lo mejor pensarás que esto es una pérdida de tiempo. Puede que sí. Puede que no. Al final del día, todo buen protagonista tiene una historia de fondo que merece ser contada (casi completamente) de inicio a fin. Y es deber del narrador contar al espectador los momentos más significativos de nuestros protagonistas, ¿no es así?

De cómo este amor se desarrolló, a partir de una amistad llena de noches en vela, gritos y risas, es de lo que te voy a contar. De todos los momentos tristes, aburridos, simples e insípidos. De todas esas pequeñas cosas que suelen no significar nada. De la mundana vida cotidiana. De las simples conversaciones. De cómo en un mundo tan aburrido como pequeño, repleto de rutinas sencillas, dos jóvenes veían el mundo de manera colorida y divertida, una capacidad que los adultos perdemos con cada año que crecemos y encontraron el amor en un mundo de fantasías y retos.

Y todo comenzó, con un anuncio en la bandeja de correo a las nueve de la mañana. 

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