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Nayeon pasó largas semanas en su casa, con Mina haciendo prácticamente todo por ella, aunque la menor quería disfrutar de su libertad del hospital y que se sentía mejor que nunca, o al menos en lo que recordaba de esos largos últimos años.

Seguía trabajando en su obra maestra, en ese poema, que debía ser tan genial que con solo leerlo no le dieran ganas de volver a escribir otro.

Cada tanto tenía que ir al hospital, le dieron algo de medicamentos que la ayudaban a que el tratamiento hiciera más efecto, pero no se comparaba a lo que era la quimioterapia, podría decir que ya estaba muy insensible al respecto, así que no sentía mucho.

Dejó su cabello crecer de nuevo, aunque prefería el cabello largo de Mina, cosa que a veces la hacía sentir un poco mal, por su cabello fino y bastante corto, pero era cuestión de que la mayor dejara besos por toda su cabeza para que riera y se sintiera hermosa.

Fueron tres meses en los que estuvo esperando y perfeccionando su poema, siguiendo el plan que tenía en su mente, había logrado escapar una tarde de la vigilancia y cuidados de Mina para comprar en una joyería lo que necesitaba para completar todo.

Le hicieron las últimas pruebas para ver su estado de salud.

Aunque se podía ver a simple vista, el color en su piel, el que había subido de peso, el cabello oscuro que llegaba hasta sus ojitos, el que hacía meses que no tenía una hemorragia nasal, el rubor más rojo que antes, tenía más energía, sin duda estaba más viva.

Estuvo varios días en el hospital, para las pruebas y los resultados.

Mina estaba más nerviosa que ella, con la mirada clavada en el suelo de la habitación, mientras movía su pierna con nervios, esperando la noticia que podría ser la última o podría hacer que comenzarán todo de nuevo, y Nayeon, sentada en la camilla la miró con una sonrisa tonta, acomodó uno de los mechones de su cabello, que llegaba casi hasta el hombro, detrás de su oreja, captando los lindos ojitos de Mina.

— Casi, casi... Pareces un gatito asustado.

— Soy un gatito aterrado.

Nayeon rió, tomó su mano y entrelazó sus dedos.

— ¿Por qué tanto miedo, Minari?

Mina hizo varios gestos y masculló sonidos raros para no decir nada, haciendo que Nayeon riera un poco por aquello.

— Sólo... En serio no quiero que... Ya sabes, que te vayas— dijo, casi en un susurro.

Nayeon sabía cuáles eran sus miedos, así que solo asintió, con una pequeña sonrisa.

— Mina, yo no me iré nunca— dijo—. Porque hay una parte de mí que está contigo y que vive contigo— dejó su otra mano en el hombro de la mayor—. Está en tu corazón y estaré allí todo lo que me permitas quedarme, nena.

>> Y quiero que seas feliz, porque si eres feliz yo también lo seré, y en tu corazón, donde aún viviré, lo sentiré también.

Pequeñas lagrimitas se asomaban por los ojitos de la mayor, Nayeon dejó caricias en su mejilla y la pelinegra apretó su manito.

— Eres fuerte, más de lo que crees, más de lo que aceptas ser, y la prueba de eso es todo por lo que has pasado, y has llegado hasta aquí, sólo queda seguir hasta los días mejores, porque habrá días fantásticos, y yo también los viviré contigo, porque te estaré acompañando, y cuando me recuerdes con una sonrisa, yo también voy a sonreír contigo, y también tienes que aceptar que no todo lo que vivimos juntas es triste para que llores.

>> Vale la pena sonreír.

Mina, en verdad, sí estaba llorando.

— Oh, nena tonta— Nayeon la abrazó y Mina escondió su rostro en su pecho—. Estará todo bien, bebé, lo prometo.

>> Te amo, amor, y eso no cambiará nunca.

Mina tembló en el abrazo.

— Nayeon... Ya me estás asustando de nuevo.

— Te estás asustando sola, tonta— dijo Nayeon con una risa—. Necesitabas escucharlo... Yo estaré bien, ya verás, ¿Cuánto apostamos?

— Una verga apostamos, idiota— Mina estaba sensible y Nayeon se lo tomaba todo a juego, y ella solo lloró más fuerte y la abrazó por la cintura.

— Oh, es un buen trato.

— Salgo con una tipa con ninfomanía... De puta madre.

— Se llama abstinencia, estúpida.

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