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Por más que Mina dijo que se quedaría despierta toda la noche, en cuanto se cruzó de brazos sobre el borde de la camilla y apoyó su mejilla en estos se quedó dormida.
Nayeon no se dio cuenta en un principio y cuando fue interrumpida en su relato sin importancia por un ronquido la miró con ojos muy grandes de sorpresa.
— ¿Mina? ¿Es en serio?
Recibió un ronquido por respuesta.
Nayeon rió un poco y dejó caricias en el cabello de su novia, sintiendo que era bonito, y largo, pensó que quizás era algo muy simple para admirar, pero no podía evitarlo.
— Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Mina— murmuró, viéndola dormir, tan tranquila y hermosa, casi como si fuera un bebé, porque sin dudas la encontraba adorable con su mejilla aplastada, haciendo que su naricita se inclinara y un pliegue se formará en uno de sus ojitos, sus labios en un mohín—. Eres hermosa, te amo mucho, Mimi.
>> ¿Está mal que me ponga cursi contigo durmiendo?
Nayeon estaba sorprendida de que no se despertara, si bien habían dormido juntas muchas noches, y sabía que la mayor tenía el sueño pesado, no sabía qué tanto.
Nayeon bostezó, sintiéndose cansada, y un extraño frío lo invadió, dándole un escalofrío.
Con un suspiro, salió de la camilla para buscar la manta que estaba guardada en un pequeño mueble donde tenía sus pocas pertenencias, los regalos de Mina, un par de ramos de flores medios secos, lana y agujas, su cuaderno, y una muda de ropa para cuando salga de allí.
Acomodó la manta sobre su camilla, procurando no taparle la cara a Mina y que su novia se asfixiara por la falta de oxígeno... Sí, quizás era paranoica, pero tenía ese miedo desde pequeña.
Sé volvió a acostar para dormir, un poco más abrigada, apagando la luz, se hizo bolita y sacó una mano para tomar la de Mina, le sonrío por última vez antes de dormirse.
— Gracias por todo— murmuró.
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Fueron varios días después, donde Mina, como siempre, fue hacia el hospital, había comprado un ramo de flores para Nayeon, era pequeño y bastante simple, pero tenía unas lindas flores azules que llamaron su atención.
Caminó por los pasillos, saludando a las enfermeras que en algún momento la habían atendido.
Entró a la habitación de su Nayeon, abriendo la puerta de par en par, ya tenía su sonrisa preparada cuando su ceño se frunció al notar la cama vacía y perfectamente tendida.
Buscó por la habitación y se encontró con una enfermera que estaba guardando las pertenencias de su novia en una caja, junto a ella estaba un carrito con cosas de limpieza, que ya había utilizado y se notaba porque la habitación estaba como nueva.
Como si nadie hubiera estado allí.
— ¿D-Disculpe? — la voz de Mina tembló un poco—. La paciente que estaba aquí, Im Nayeon... ¿Dónde está?
La mujer iba a hablar, pero cerró su boca y negó, poco convencida.
— Lo siento, no sé nada— dijo—. Yo solo limpio las habitaciones, no puedo ayudarte, ve a preguntar a la recepción— añadió.
Mina no se detuvo más tiempo, y si bien en un momento quiso disimular caminando rápido, terminó corriendo hasta allá, mientras en su cabeza se repetía una y otra vez que no estaba pasando lo que realmente lo que estaba pensando.
Nayeon no podría haberse ido, le hubieran avisado, alguien le hubiera dicho, la hubieran llamado, muchas cosas serían distintas.
Al llegar a la recepción, se congeló, las palabras no salieron de su garganta y rompió en llanto, sus piernas comenzaron a temblar y comenzó a negar, terminó sentada en el suelo con el rostro entre sus rodillas mientras abrazaba sus piernas, y rogaba mientras recordaba el día anterior, donde también había pasado todo el tiempo con su chica bonita.
Esa no podría haber sido la última vez, necesitaba otra vez, otras veces, necesitaba más con el amor de su vida.
Se sintió romper por dentro, y fueron largos minutos donde estuvo llorando sin consuelo alguno.
Hasta que alguien se paró a su lado y suspiró de forma pesada.
— Me dijeron que una niña estaba llorando en la recepción, ¿Eres tú?
Alzó su vista con rapidez hacia Nayeon, quien estaba con ropa normal, unos pantalones oscuros, una sudadera amplia y un gorro rosa con orejas de conejo sobre su cabeza.
— ¡Nayeon! — Mina se levantó de un salto y la abrazó con fuerza, y volvió a llorar en su hombro.
— Hey, hey, nena tonta— Nayeon habló con una risa— ¿Qué pasó?
— M-Me as-susté... — murmuró la pelinegra.
— No me pueden dar el alta y yo ir a saludar a los médicos por dos minutos que ya te pones todo nerviosa y lloras, te pondré un cascabel para saber a dónde estás, así dejas de perderte y hacerme pasar vergüenza.
— ¡Nayeon~~! ... No me estás ayudando— se quejó la mayor, quién sorbió su nariz —. Cállate, dime que me amas y hazme mimos.
La menor rió por lo tonta que se había puesto Mina, así que comenzó a dejar caricias en su espalda y en su cabello, mientras la pelinegra soltaba lo último de su llanto.
Y Nayeon se sintió realmente mal por ella, porque no podía imaginar cómo se debió haber sentido un susto como ese, tonto, sí, como muchas cosas, pero que le hizo mal igual.
Así que dejó besos en su mejilla y en sus labios para calmarse a sí misma de la ligera culpa que sentía por haber provocado eso, hasta que Mina en verdad comprendió que Nayeon no se iría, y no sé iría nunca, a ningún lado.
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