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Cuando le dieron fecha a Mina para su operación, la pelinegra estaba terriblemente nerviosa, se asustaba por algo tan leve como un movimiento rápido y estaba muy callada, mirando hacia abajo todo el tiempo y jugando con sus dedos nerviosos.

Así que Nayeon tenía que tratarla como una niña pequeña y el ser su mamá o la maestra cariñosa y comprensible de la escuela, así que siempre le hacía mimos sobre su cabeza, le decía todo con palabras bonitas, le había traído uno que otro poema cursi que la había vuelto un lindo tomate.

La acompañó cada día y cuando llegó el momento en que le llevaban hasta la sala de operaciones en la camilla, tomó su mano, le sonrío ampliamente y acarició su rostro con cariño.

— Todo saldrá bien, Mina, verás que después te voy a molestar por lo miedosa que estás siendo en este momento, mi tonta.

— Nayeonnie, te amo, ¿Te le he dicho antes?

— Sí, Mina, cinco veces en los últimos diez minutos, y yo también te amo, nena.

— Porque en serio te amo, ¿Si? Te amo a ti y a tus gorros y a ti sonrisa y a tu positividad y a tu encanto y-

— Si, Mina, si, lo dijiste — dijo Nayeon con una risa, asintiendo.

— Nayeonnie... — Mina lloriqueo cuando vio la puerta de la sala de operaciones a menos de cinco metros.

— Mina, tranquila, en este momento es donde no debes hacer nada, nena, todo queda a manos de los que estudiaron años y años y tienen años de experiencia para hacer algo que ya han hecho antes y que no es de las cosas más complicadas que saben hacer y que han hecho, ¿Si? Mira, antes de que te des cuenta estarás conmigo en mi departamento, y dormiremos juntas, ¿Te parece?

— ¿Me estás invitado a follar antes de mi muerte?

Nayeon golpeó su pecho, las enfermeras que las acompañaban rieron con el comentario.

— No, te estoy invitando a una pijamada, no podemos follar ni tú ni yo, estúpida.

Mina hizo un puchero.

— Nayeonnie, tengo miedo...

— Venga, beso de valor— dijo Nayeon, inclinándose sobre ella para besarla, Mina correspondió de inmediato, y se dejó consolar unos segundos en los belfos de su chica bonita, quién al separarse de ella le sonrío—. Te veré pronto, vas a ver que van a ser dos minutos sin mí.

— Y después de eso muero.

— No, idiota— Nayeon apretó sus mejillas—. Te amo, Mina, eres mi niña valiente, ¿Si?

Mina asintió, y no tuvo más tiempo que para apretar su manito una vez más antes de que los doctores estuvieran listos dentro de la sala, y sólo empujaron la camilla hacia el interior del lugar.

Cuando todo terminó, sin mayores complicaciones, fue trasladada a una habitación, y Nayeon se quedó a su lado, tomando su mano, escribiendo en su cuaderno hasta que la anestesia pasó, y Mina abrió sus ojos con torpeza.

— Hola, mi amor— dijo Nayeon, con una sonrisa, dejó un beso en su nariz.

— Fue... muy rápido— habló, algo torpe porque su lengua aún estaba media dormida, y la menor rió con ternura.

— Te lo dije— Nayeon asintió.

— ¿Estoy siquiera viva? No siento nada...

— Estás en el paraíso y soy tu ángel de la guarda.

Mina la miró unos cuantos segundos y parpadeó un par de veces.

— Oh, es verdad... Sí es cierto.

Nayeon se comenzó a reír muy fuerte, porque Mina lo decía muy en serio, además de que lucía adorable así de confundida.

— Te amo tanto, tonta. — dijo Nayeon.

— Yo también te amo, ángel.

— ¡No soy un ángel!

— Pareces uno— Mina la miró con fascinación en sus ojitos.

— Soy un hada— dijo Nayeon, totalmente segura.

Mina frunció el ceño.

— ¿Eres estúpida? Esas cosas no existen.

— ¿Y los ángeles si?

— Estoy viendo uno, dame más pruebas de tus hadas, perra.

— La anestesia te pone más estúpida de lo normal.

— ¿Tu mano está... Pegada a mi mano? Porque se siente raro...— preguntó, frunciendo el ceño, mirando sus manos unidas, alzándolas frente a su rostro.

— No, están separadas, mira. —Nayeon separó su mano para abofetearla, sin fuerzas, pero la suficiente para hacer que suene al golpear, dejando a Mina confundida y mirando su manito con sorpresa, volvió a reír y se dijo a sí misma que no se arrepentiría de molestarla cuando esté más consiente.

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