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O1: Inercia, muévete.

Luego de que el cansancio los consumiera, aprovecharon el tiempo que les sobraba para seguir satisfaciéndose entre sí y embarrando sus anatomías con el sudor del otro.

La piel caramelizada del muchacho golpeaba levemente a la chica que poseía aquella voz tan cambiante. A veces dulce, suave y melodiosa; pero otras veces grave, rasposa e intimidante. Varios jadeos inundaban la habitación, bastante silenciosa a decir verdad. Siquiera se miraban mucho, lo justo y necesario para evaluar sus estados.

El cuello de la fémina se inclinaba cada vez más para atrás. Su columna se doblaba levemente, mientras que sus piernas seguían haciendo el esfuerzo que necesitaba para llegar al orgasmo. Saltaba dándose fuerza con la planta de sus pies, demostrando la fuerza que poseía en aquellos delicados muslos. El falo del artista se enterraba con fiereza en ella, y, no lo negaba, lo disfrutaba.

Y disfrutaba aún más los dedos delgados clavándose a los costados de su cintura acompañando sus subidas y bajadas. Y cuando las uñas ajenas se enterraron en la suavidad de sus glúteos, supo que el hombre sudado delante de sus ojos estaba gozándolo tanto como ella lo hacía.

Las autopenetraciones se volvieron más frenéticas. Cortas y rápidas, las piernas empezaban a fallarle y su abdomen se contraía esporadicamente, llegando al clímax. Sin fingir sus jadeos y respiración agitada, tuvo el segundo orgasmo en el movido día que ambos estaban pasando juntos.

Al notar que las consecuencias post-orgásmicas cesaban rápidamente y le permitían retomar el control de su cuerpo, sacó el miembro del mayor rudamente, haciéndolo jadear por el contraste de temperaturas, y volvió a ver las expresiones faciales del otro mientras tocaba sus testículos con morbo, hasta lograr que el líquido blanquecino saliera del organismo ajeno, quedando atorado en el preservativo.

Namjoon le echó un ojo, y luego le guiñó atrevidamente mientras pasaba su mano por la frente de Jeon, secando el sudor que el esfuerzo físico le había provocado. Quiso besar los labios abultados, pero ella se alejó de él, dejándolo con una sonrisa tonta que marcaba los mismos hoyuelos de siempre.

-Rubia, trae las toallas y acompañame a bañarme-pidió el moreno, echado en la cama mientras revisaba como las caderas delgadas, sin especificar que aún desnudas, de la fémina se paseaban hasta la ventana, donde abrió levemente las cortinas escarlatas para dejar pasar la luz natural que iba desapareciendo a medida pasaban los minutos.

-Ni lo sueñes. Hoy vas al Inercia, quieras o no. Y no me vas a atrapar en tus, literalmente, sucios juegos otra vez-contestó la muchacha tranquilamente, dándole una segunda pitada al cigarro que había prendido hace pocos segundos.

-¡Pero ese lugar ya es aburrido! Conozco a todos ahí, y ni hablar de las veces que les he escuchado con sus voces rasposas y rimas asquerosas-se quejó mientras se sentaba para conversar mejor con ella. Su abdomen plano y libre de ropa se arrugó un poco, dejando ver algunas manchas de sol que el joven notó, haciendo una mueca.

-Pero es el único lugar donde te pagan por presentarte, querido-aseguró acercándose hasta el otro y agarrando y volviendo a soltar la costosa cadena dorada colgando de su cuello, muestra del dinero que generaba su trabajo allí.

-No jodas, no iré-repitió, haciendo un puchero que no inmutó a la mujer.

-Vas a ir-afirmó, empujando el cuerpo del mayor para volver a recostarlo en el colchón cubierto de las sábanas, que formaban un desorden increíble.

Miró su cuello dominante y volvió las pupilas ardientes a los labios ajenos cuando el peligris se negó otra vez.

-No.

-Oh, sí que lo harás-lo desafió mientras besaba el comienzo del masculino pecho, específicamente en las clavículas.

-No, ya lo dije.

-¿Quieres discutir?-preguntó para luego morder la piel repentinamente.

-Venga, está bien, fiera-rió vencido, antes de aceptar su derrota:-Iré.

-Lo sabía-pronunció guiñando un ojo y mandando un beso volador que sólo ella sabía enviar.

Y la dueña de la cabellera clara volvió a sus asuntos, guardando sus pertenencias en la mochila de gran porte. Entre ellas, varios papeles que confirmaban que además de ser una gran compañía para Namjoon, era su representante por excelencia. Y, mierda, le encantaba tener aquel poder en el mundo donde ambos estaban metidos y que además se encontraba repleto de seres masculinos con mente de nuez.

. . .

Apenas llegaron, Namjoon entró con prisa hasta llegar a la barra principal y única, pidiendo un trago que luego pagaría con la tarjeta de débito que compartía con su amiga.

-¡No, estúpido! No tomes antes de la presentación-le retó la mujer de traje provocativo, a penas llegando a su lado, sacándole la cerveza rubia de sus manos, para luego tomarla ella misma.

-Para eso me hubieras dicho, y ni la compraba-dijo con tono molesto-. Además, señorita Jiwoo, fiel colega mía, el alcohol me ayuda a procesar mis ideas y ser más rudo, y es lo que necesito-aseguró sonriendo cual estratega.

-Lo que necesitas es un golpe de suerte, y tal vez uno correctivo, pero no es el punto. El punto es ese-comentó señalando a un gangster de pelo rojo llamativo y mal coloreado, que a sus ojos, parecía un fósforo mal terminado. Llevaba más tatuajes de lo que aceptaba, y el abrigo costoso de alguna piel color blanca ajustaba precisamente a un callejero ambicioso y egocéntrico.

-Woo, sálvame del chico lava-pidió suplicando apoyo de ella, pero ajena a su cliente, seguía tomando el trago simple que él había dejado a órdenes suyas.

-Te pagarán sólo si ganas-informó su representante, limpiándose la espuma de las comisuras.

Y eso tomó de sorpresa al peligris. Usualmente ganaba unos cuantos billetes por sólo presentarse a hacer lo que le gustaba y amaba, después de todo, había pasado toda su adolescencia practicando para ser lo que era ahora: un talentoso poeta con complejo de rapero, disfrazado de egoísta casanova, pero con corazón de algodón, que siempre andaba acompañado de una chica ruda, la cual se hacía llamar Woo y era su representante, mejor amiga y compañera sexual ocasional.

-Buena suerte campeón-formuló, mientras le agarraba el bulto por arriba del pantalón de vestir, con la misma confianza y rudeza de siempre, que tanto le caracterizaba.

Un hombre bien vestido y con un micrófono en mano le entregó el aparato a la ruda por naturaleza que se apoderaba del escenario esa noche, totalmente deslumbrante:

-¡Buenas, buenas noches ebrios míos!-saludó a todos los hombres que se acomodaban en los sillones principales-Vengo en representación de la sensación del momento, a él todo ser lo admira, y que, vamos, ¡no se le escapa ninguna rima arriba de la tarima! ¡Soy Woo, agente de negocios de esta gran estrella: les presento a RM!-gritó ella, y muchos la siguieron, aplaudiendo eufóricos mientras giraban hacia al moreno, quien les obsequió una mirada superior y, con las manos en alto, subió al escenario aguardando a su oponente que de mientras tomaba de un líquido azul extraño.

¿Era quién para ganar una simple batalla de rap en uno de los bares más lujosos de la ciudad? Por supuesto que sí, era el multifacético Kim Namjoon y era capaz de derrotar a cualquier niñato que se pusiera en su maldito camino.

O al menos eso creía.

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