
32. Alisios de pasión
Todas las veces que había visto a Katia con Cameron acaramelados y hablando entre susurros, me pareció de lo más ridículo. Llegaba a molestarme esa actitud cariñosa, hasta que llegas a acostumbrarte de tanto verlos. Y cuando menos te lo esperas te encuentras haciendo lo mismo.
Me desperté de un buen sueño a causa de un pellizco en mi trasero. Primer aviso. Una palmadita. Segundo aviso. Un mordisquito en el cuello que me produjo escalofríos. Tercer aviso.
Cuánto me gustó tanto toque de atención.
Activé el ronroneo. Ese sonido adormilado que muere en la garganta pero quien lo escucha sabe de sobra lo que quiere decir: ¡no me molestes que estoy en lo mejor del sueño! Salvo en contadas ocasiones que es un ruego para que continúe. Y yo me encontraba en ese último. Esperé a que siguiera pero lo toquecitos cesaron y, me di la vuelta. Entreabrí los ojos y me topé con la mirada azulada de un gato que me observaba fijamente. De la que no te puedes fiar, porque en menos de lo que esperas te pega el zarpazo. Antes de que lo hiciera, al observar que achicó los ojos, lo hice yo.
Me subí encima y apreté mis piernas a cada lado de su costado para inmovilizarlo. Niall entre risas intentó coger mis manos, pero eran rápidas propinando palmadas a sus piernas y algún que otro pellizco. Los «¡auch!» se sucedieron uno tras otro. Le subí la camiseta y mi mano se hizo un ovillo en su pecho.
―¡Ah, no! No se le ocurra arrancarme los pelos del pecho ―se quejó.
―Has comenzado tú.
―¡No hay comparación! Mis palmadas y pellizcos han sido delicados.
―¡Como mi sueño! No has parado hasta despertarme ―afirmé y sonrió de medio lado.
Le fue rápido y fácil rodear mi cintura para rodar en la cama y quedar encima.
―¿Ahora, qué?¿Y si le pellizcara por aquí? —Metió las manos por dentro del pijama y rodeo mis pechos.
―Oh, ha sonado a amenaza. Te ha supuesto poco esfuerzo girarnos. ¿De qué te quejas? Podrías haberme parado antes ―ahogué un jadeo. Sus manos no paraban quietas―. ¿Ahora vas a torturarme?
―Podría haberte tumbado desde el principio, pero me gustaba el movimiento que ejercías sobre mi… ―miró su entrepierna―. Hubiera aguantado sino llegas a cogerme los pelos.
Qué facilidad tenía para llevarme al huerto. Lo tomé por los hombros, y acercándome a su rostro, lo besé.
―Buenos días, Niall.
―Buenos días, Brenda ―dijo en un aliento fresco y mentolado sobre mi boca―. Hace una hora que desperté, tomé un té, me aseé y la última media hora la he dedicado a observar como dormía.
Llevaba el pelo revuelto y las patillas humedecidas.
―¿Y cómo dormía? ―Una de sus manos salió de debajo del pijama.
―En una profunda respiración. Su pecho subía y bajaba, plácido ―acarició mi pelo―. Le peine con los dedos el cabello, pero no fue suficiente para despertarla. Tuve que recurrir a otras tácticas más agresivas.
Una parte que me perdí y, que me hubiera gustado observar, como él me observaba a mí.
―Esas tácticas y hablar en intimidad, ¿a qué es debido? ―Con las rodillas, abrió mis piernas y se acomodó entre ellas.
―Hablar en intimidad, es como a usted le gusta. Después de que me fuera una primera vez a Liverpool, volví para pasar unas horas con usted, para luego marchar y llegar anoche, cansado del viaje pero con muchas ganas. Presentarme en su casa, darme una ducha y, al esperar a que usted se duchara, me quedé dormido ―hizo una pausa y añadió con voz seductora―: Pero las ganas continúan.
―El sueño siempre sale vencedor y las ganas se quedaron sobre la mesilla de noche. ―Sobre ella reposaba la cajita de preservativos.
―¿Y usted cree que ahora podríamos ocuparnos de esas ganas?
―¿A las ocho de la mañana?
―La hora no es un problema para desear. El deseo es bueno a cualquier hora.
―Lo es ―confirmé ya que el deseo comenzó a surgir. Comprobé a través de su pantalón de algodón, una creciente dureza que se abría paso en pequeñas oscilaciones de cadera sobre mi sexo.
―Usted me entiende muy bien. Permítame… ―Comenzó con lentitud a bajar mi pantalón y silbó al llegar a la altura del pubis―. Se le olvidó ponerse las bragas cuando se duchó.
―Quería ahorrarte un poco el trabajo a la hora de quitar prendas.
―Me complace que pensara en mi ―siguió bajando la prenda―. Si baja mi pantalón, verá que yo también pensé en ahorrarle la misma faena.
Metí las manos por la cinturilla del pantalón y lo bajé unos centímetros.
Lo justo para liberar las ganas. Las mismas que yo sentía.
La sexualidad se convirtió en nuestro pasatiempo favorito. Como dijo, desear es bueno. Con amor o sin él. Y yo lo deseaba tanto como él a mí.
Las caricias no se hicieron esperar. Me fascinaba como besaba cada zona de mi cuerpo. Siempre exhalaba sobre mis zonas íntimas antes de utilizar su lengua o labios. La presión adecuada, más firme, más suave. Nunca con los dientes. Salvo en mi boca, pero con tanta delicadeza que la convertía en una caricia más. Cuidaba de mi cuerpo. Y yo salía del mundo terrenal, porque me llevaba al limbo, pero a uno mágico, sin castigo, solo para amantes.
Y me gustó ver que, con la misma facilidad, yo también lo transportaba a otro mundo. Porque sabía utilizar mi lengua en sus puntos más sensibles lleno de terminaciones nerviosas, y era un placer ver como se llevaba las manos a la cabeza y susurraba: mierda...joder... entre jadeos. Luego lo miraba mientras mi lengua recorría mi labio y él tiraba de mi cabello con suavidad y me besaba la boca. Sin embargo nuestra intimidad no solo se resumía a una concentrada pasión sin dejar cabida a nada más. El humor se abría paso muchas veces, entre besos, susurros y embestidas.
―Me vas a matar ―dije al deslizarse dentro de mi con tanta lentitud que creí morir.
―Ni en broma, ¿qué sería de mi? ―contuvo la respiración―. ¿No le gusta?
―Por eso mismo, por lo que me gusta ―abracé con mis piernas las suyas―. Te mueves tan despacio… ―gemí―. Tú también vas a morir.
―¿Cambiamos de marcha?
―¿De segunda a tercera? ¿Cómo la clase de conducción en Snowshill? ―escondió el rostro en mi cuello y ambos reímos.
―La clase estuvo bien, pero no tiene comparación ―dijo aumentando el ritmo―. Conozco cada punto de su cuerpo y... en cual de ellos...―paraba para gemir― me tengo que entretener porque le vuelve loca.
―Espero también... volverte loco... cuando me entretengo en… «sus puntos».
―Lo hace y... no sabe cuánto me hace sentir.
Encajamos como dos piezas en un puzle, formando una figura perfecta. Tan perfecta como sus manos anclarse en mis piernas y presionar con los dedos en mi carne cada vez que se impulsaba dentro de mi.
Nos miramos con deseo hasta que llegó la señal. La baliza luminosa para navegantes, indicadora de que llegábamos a buen puerto. Cerramos los ojos y al caer sobre mi, le abracé.
―Acabo de descubrir que el mejor momento para hacerlo es al despertar ―afirmé.
―¿Y cómo ha llegado a esa conclusión?
―Porque no te duermes como pasa en la noche ―señalé mi cara―. Y esta sonrisa permanece despierta.
―No podría elegir. Me gusta ver esa hermosa sonrisa que puede durar toda la mañana y en la que he sido participe, pero me gusta mucho que duermas en la noche abrazada a mi. Creo… ―enroscó un mechón de pelo entre sus dedos―, que tiene fácil solución, lo haremos por la noche por mi y en tu recién descubierto horario preferido alboreado, por ambos.
―Ya veo que no puedes elegir uno. ¿Y los días que te quedas en tu casa y yo en la mía?
―Lo podemos solventar con una porno llamada o mejor aun, pasar todos los días juntos, en mi casa.
Dentro de mi se instaló un ligero temblor con sabor a invitación de mudanza.
―¿Sabes que guardo la servilleta? ―Con los nervios a flor de piel, quise desviar el tema de conversación.
―¿Esa donde recalqué uno de los derechos del trabajador cuando nos conocimos? ―asentí―. Creo recordar que era un tratado y… ―hizo una pausa― ¿Me lo recuerda porque quiere que deje por escrito algo en especial? ¿Un juramento? ¿Otro tratado? O quizá, ¿compromiso? No tengo ningún inconveniente en redactarle uno y con la misma pluma que utilicé y tanto le gustó.
Salvo los días del viaje a Liverpool, se podían contar con los dedos de la mano los pocos días que dormimos separados. No me planteé, recién comenzara nuestra relación, hasta que punto podría beneficiar o no, el hecho de pasar el día juntos, ya no solo en el trabajo. Si estábamos haciendo lo correcto. Sin embargo, ¿qué era lo correcto?, ¿qué significaba? En caso de haber un manual de protocolo de la pareja que especificara un periodo de cortejo establecido antes de la convivencia, no sabría decir si todo lo acontecido hubiera sido válido. No me importaba en caso de no serlo. Siendo «falsos novios» descubrimos lo suficiente de cada uno. Y no me quería separar del corpulento y sentimental hombre que se hallaba encima de mi. Tanto si lo nuestro fuera a durar poco, mucho o...quién sabe lo que el destino nos habría deparado. Pero la etapa que estábamos viviendo, no le hacía falta ningún cambio.
—Nada de juramentos, ni escritos. Prácticamente, ya estamos conviviendo ―le mostré mi mano―. He vuelto a ponerme el anillo, pero no quiere decir que nos vayamos a casar. Necesito días para poco a poco desvincularme de este pequeño apartamento que, desde que llegué a él cuando vine a estudiar ha transcurrido casi dos años ―me miraba tan fijamente a los ojos que no supe de que modo se lo estaría tomando―. No vayas a pensar que son excusas.
―No lo pienso. Como has dicho, más o menos estamos conviviendo, con la diferencia de que cambiamos de un lugar a otro ―rodó quedando al lado―. Todo está bien, Brenda. No hay prisas.
―¿De verdad? ―se encontraba mirando el techo, giró la cabeza, me miró y asintió con los ojos―. Todo ha sido una gran explosión que me cuesta creer. Es la primera vez que avanzo tan rápido en el comienzo de una relación.
―No va de ir deprisa o lento. Va de lo que le pida el cuerpo, mi astuta rosa―Se colocó de lado, apoyó el codo sobre la almohada y reposó la mejilla sobre la mano―: Me gusta nuestro ritmo, amor.
Tuve el privilegio de tenerlo entre un campo de margaritas amarillas que se repartían por toda la blanca sábana plisada entre sus piernas, y que dejaba al descubierto la desnudez de todo un lado de su cuerpo. Las mariposas que se instalan en el estómago se posaron sobre las flores dibujadas en la tela y tomaron su néctar: amor. No polen. Fue el elixir de la última palabra que salió de su boca con sabor a miel.
Y como el ritmo lo marcábamos según nos apetecía, mi boca marcó dos nuevas palabras entre nosotros.
―Te quiero ―me recosté sobre su pecho y sus brazos me cubrieron. Sentí como enlazó las manos presionando el bajo de mi espalda.
―La amo.
Permanecí con la cabeza apoyada en su pecho y aspiré el hondo sonido de sus palabras, mucho más contundentes que las mías propias. Dudé en levantar la vista porque no quería que el eco en su pecho se desvaneciera. Y al decidirme, le confesé todo lo que quería hacer con él.
―Quiero que mañana me despiertes con pellizcos y palmadas. Que me cuentes que peinaste mi pelo con tus dedos, y estuviste un rato observando como mi pecho subía y bajaba mientras dormía después de que tomaras un té. Quiero subirme encima de ti para molestarte porque me despertaste, para que luego me hagas rodar y terminar haciéndome el amor. Y después de hablar un rato, yo te diré: te quiero. Y tú me dirás: la amo.
―Maldita sea ―susurró y abrazó mis mejillas con manos firmes―. Y yo quiero que después me vuelva a repetir toda esa jodida parrafada que me ha vuelto loco. Y diré, te amo, delante de quien sea y, la amo, en la intimidad. ―El beso no se hizo de rogar. Tan retorcido como la rosca de un tornillo que nos hizo separarnos en un aliento entrecortado―. Quiero invitarla a cenar. Hemos cenado muchas veces, pero nunca en un restaurante. Si hay alguno en especial que le guste, dígamelo y haré una reserva.
―Me pondré un bonito vestido y unos zapatos como mucho tacón. Sobre el restaurante, elegiré uno de entre los que conozco ―dije entusiasmada y añadí―: Y beberé vino.
Niall me guiñó un ojo al decir lo último. Tomó el móvil de la mesilla y miró la hora: las nueve y media.
―Anoche quedé con Tyler que nos veríamos a las once.
―Todavía es pronto ―dije y me acurruqué más a él.
―Quiero pasear un rato con Juan y Gloria. Lo más seguro es que Jinny ya los haya sacado, pero si me voy directo de aquí casi a la hora que he quedado, no voy a poder verlos hasta que llegue la noche. Tenemos bastante trabajo si queremos abrir en unos dos meses en Liverpool. Y Jinny esta tarde se va de viaje a Francia por trabajo.
―Te diría que los trajeras aquí pero de todas formas cuando me fuera a trabajar se quedarían solos y Juan echaría de menos su sofá.
―Están acostumbrados a estar solos por las tardes hasta que llego en la noche y bajamos a pasear, sin embargo, es verdad lo del sofá.
―Pues mejor será que no te entretengas más. Llevan dos días que no te han visto y te habrán echado de menos.
Lo observé desde la cama como se vestía, con la misma ropa con la que llegó. El rojo era un color que le favorecía y llevaba en la sudadera que le resaltaba los desgastados vaqueros. Antes de que saliéramos de la habitación, me había vuelto a poner el pijama y lo esperé en el salón cuando se dirigió al baño.
Al salir tomó la chaqueta que reposaba sobre una pequeña maleta de viaje. Sobre ella, se colgó al hombro una bonita mochila de piel marrón. La solapa estaba abierta y reconocí la cubierta del libro que se hallaba dentro: Los puentes de Madison.
―Te hablé de la película pero...¡Vaya sorpresa que hayas comprado el libro!
―Tuve en cuenta tu recomendación y lo leí en dos noches estando en Liverpool. Quería leerlo antes de ver la película porque me gustaría verla contigo.
―Sería la cuarta vez que la vea, pero no importa, puede que esta vez llore menos y no me consuma la impotencia y rabia si estás tú.
―Para que lo pases mejor te cocinaré unas verduras, sin carne, ya sabes, tiene... un olor tranquilo.
Que comentara una escena del libro, me conmovió.
Lo acompañé hasta la puerta y, una vez fuera, repitió las mismas palabras que tanto me gustó.
―La amo.
―Me gusta que me ames.
Le besé los labios. Una vez y una segunda. Me separé sin muchas ganas y me encontré con unos ojos cerrados. Solo se escuchaba en todo el corredor, la intensa aspiración que tomaba por la nariz. La mano que tenía apoyada en la maleta se dirigió a mi barbilla, permanecía con los ojos cerrados, cuánto me gustaba que lo hiciera, como si quisiera que estuviera atenta a un importante confidencia. Y me besó. Uno. Dos. Tres. Los besos siguieron. En el tercero perdí la cuenta. Sin lenguas enlazadas. Besos sencillos. Por favor. Ni siquiera que me bajara la luna y la pusiera a mis pies, se podía comparar a la corriente húmeda y fresca que me proporcionaba cada uno de sus besos.
―Vete ya ―le susurré. Esperé en la puerta mientras lo veía bajar por las escaleras hasta que desapareció de mi visión.
Aproveché la mañana e hice varias tareas, con entusiasmo. Limpié la lámpara de lágrimas, ya empañadas por el tiempo que lo hice la última vez. Un festival de destellos brillantes aparecieron cuando la luz penetró en ella. Me pregunté si la casera me la vendería a un buen precio el día que abandonara el apartamento. Si lo conseguía, estaba segura que Katia discutiría conmigo, a ella le gustaba tanto como a mi.
Como le dije a Niall compré mi pack de cervezas y a la cesta añadí unas botellas de licor. Gasté un poco más del presupuesto que estipulé, pero imprescindible que fueran una buena marca de alcohol. Los resultados dejaban mucho que desear si era alcohol barato.
Buscar un cóctel diferente a todos a los que ya conocía, era una ardua tarea para conseguir una buena mezcla y con ella el perfecto combinado. Pero yo insistía en preparar mi propia creación. Tenía varios, anotados en mi libreta: top secret. Sin embargo siempre había algo familiar en el sabor que quedaba en el fondo del paladar recordándome a alguno que otro.
Pasé un rato largo con mis anotaciones. Buscando los centilitros adecuados a la hora de mezclar la bebida, junto con el hielo que era el alma para un buen resultado. Y mientras fui preparando algunas mezclas me vino en mente el deseo de Niall en decirle el restaurante para una cena. Lo primero que pensé fue en el día, disponíamos del lunes cuando se cerraba. En cuanto al restaurante, pese a dejarlo a mi elección, no sabía cuales frecuentó Niall y de alguna forma le quería sorprender eligiendo uno en especial. Pasaron años desde una increíble cena con Raven y Spicy, el único chef que hasta ahora había conocido. Quería que quedara en un hermoso recuerdo y, a pesar que la vergüenza llenaría de rojez todo mi cuerpo si me topara con él en uno de sus restaurantes, no se me ocurría que la ocasión recayera en ningún otro.
Dejé lo que estaba haciendo y busqué por internet. La primera vez que lo hacía desde que llegué a Londres. Nunca se me ocurrió buscar aunque solo hubiera sido para ir a saludarlo. El tiempo transcurrido me llenó de bochorno al pensar lo que me diría sabiendo que llevaba un largo tiempo viviendo en Londres. Sin embargo pensar en él, me entraron ganas de volver a verlo.
Podría haber enviado un correo a Raven y comunicarle lo que tenía pensado a hacer, pero seguía enfadada con ella por no enviarme su número de teléfono y en cierta forma pasar de mi. Todavía recordaba el último en el que me comunicaba que pronto estaría en Londres y tenía muchas cosas de las que hablar. ¡Yo también las tenía si llegaba la ocasión! Pero con Raven ese «pronto en llegar», quizá fuera un año.
Dudé al buscar por su nombre: Jack Kendall o Spicy. Me decanté por el último añadiendo las palabras chef y restaurantes. Me sorprendió que en Londres solo hubiera uno: La Soberbia, en Hampstead. Solo la zona me hizo temblar y lo que podría costar un menú. Era el más cercano. Los demás se repartían en diferentes ciudades y condados: La Ira, en Canterbury, La pereza, en Bath, La avaricia, en Birmingham, La Gula, en Leicester. Un poco mas al norte de Sheffield, La envidia, en Leeds y, una sorpresa cuando vi otro en Liverpool: La Lujuria. Los siete pecados. Sin contar el de Cornualles donde lo conocí: El pecado capital.
Decidí que le contaría a Niall al terminar de trabajar la elección del restaurante en Hampstead y el por qué me decanté por él. Le hablaría de Spicy y lo buena que era su comida, por lo menos la langosta que cené en su casa. De Poppy, que a estas alturas si la reconociera sería por las veces que la vi en video llamadas y como no, también de mi «queridísima» amiga Raven.
Fue una intensa mañana, de pensamientos, quehaceres e ilusiones hasta que se hizo la hora de ir a trabajar.
Daba igual la grises nubes y neblina que comenzaban a cerrar el cielo, cubriéndolo en la oscuridad. El buen humor seguía a mi lado, como un compañero que hace tiempo no ves y te va contado anécdotas de aquí y de allí, haciéndote reír. Sin importar la humedad, la lluvia y el frio, porque te es indiferente. Y fui sonriendo al trabajo, junto a mi amigo, el humorista.
En el interior ya se encontraban mis compañeros. Harold dentro de la barra, Jake sentado en un taburete al lado de García que sostenía en brazos a un bebé. Conocía al pequeño Leo por alguna foto que envió su padre al grupo, pero me extrañó que lo fuera a verlo por primera vez durante el horario de trabajo.
―Pero mira a quién tenemos aquí ―dije y tomé una de sus regordetas manos que golpeaba sobre la barra. Leo detuvo su entretenido juego y me miró frunciendo el entrecejo. Tenía el pelo negro con las puntas onduladas hacía arriba y los ojos castaños un poco más claros que su padre. Pero no cabía la menor duda de su rasgo latino, más acentuado que el inglés, como la madre.
Me senté al lado de García e hijo, quedando estos en medio de Jake y yo.
―¿No te parece que últimamente nos llega clientes cada vez más jóvenes? ―me preguntó Harold. Recordé a los chicos del skate.
―Ya he comentado que Mary ha tenido que ir a una tienda cerca de aquí y no tardará en llegar ―le respondió García de mala gana.
―Parece mentira que caigas en la provocación ―le dije a García y solo encogió los hombros.
Leo siguió con su rítmico palmeo sobre la barra, emocionado. Alargaba los brazos intentando coger los posavasos y móviles de mis compañeros que se hallaban encima. Jake los retiró fuera de su alcance. Un chorro de baba le caía de la boca y Harold se acercó para limpiarle con una servilleta de papel.
―Ni se te ocurra limpiarle ―le espetó García.
Jake estiró el cuello.
―¿Qué mierda dices? Mi novio se toma la molestia de ahorrarte un trabajo y le contestas de malos modos.
―Las babas no se deben cortar, no es bueno ―miró a Harold a modo de disculpa.
―¿Cómo que no es bueno? ―pregunté.
―Dicen que se empachan si se las cortas.
A Jake le dio la risa. Y yo me resistí por respeto a mi compañero a sus creencias o costumbres.
Harold había dejado la servilleta sobre la mesa y Jake con urgencia, la tomó y le cubrió la boca al bebé, limpiándole.
―¡¿No había dicho que no hay que cortársela?!
El enojo hizo que su cuerpo temblara de rabieta, sobre todo en sus piernas. Un meneo que provocó que Leo botara sobre él, igual que si fuera montado en un carromato sobre un camino atestado de piedras. En cambio, la sacudida le gustó, al escuchar expulsar un pequeña carcajada.
―¿Te has fijado como llevas la mano y la camisa? ―le increpó Harold.
―Si, lo sé, mojadas. Y me da igual, son la babas de mi hijo.
―Debería hasta cierto punto ―terció Jake―. De ese puño de camisa no van a tardar en salir ranas y patos.
La risa de Harold me contagió.
―No lo tomes tan a pecho, García ―intenté que se tranquilizara―. Jake tiene razón. La manga de tu camisa se está convirtiendo en una charca. Vas a tener que pedir una de las camiseta de Niall con la publicidad del Rose en caso de no tener una muda en el vestuario.
Se iluminó la pantalla del móvil de mi compañero. Leyó el mensaje como pudo, Leo intentaba cogerlo de entre las manos de su padre.
―Es Mary. Está esperando afuera ―se levantó del taburete.
―Dile que entre y se toma algo ―comenté. Apenas la conocía. Solo una vez se presentó en el Rose, el día de la inauguración. Para entonces, a excepción de Katia y Billie los demás eran unos desconocidos y casi ni reparé en ella. Y el día de Snowshill, con todo lo que aconteció, no hablamos.
―Ha quedado con su madre y va con retraso ―gruñó―. Quizá otro día que no vaya estresada.
―Cualquier lunes puedes dejarnos al pequeño Leo e iros a cenar y recogerlo al día siguiente. ¡Jake y yo te haremos de canguro! ―Harold le hizo una buena propuesta―. Tú también estás estresado. Solo hay que ver que saltas a la mínima.
―Lo estoy. Quiero al tocapelotas de mi hijo. Ahora es un bebé que no anda, pero no quiero imaginar cuando comience... ―padre e hijo se miraron―, va a ser agotador.
―Ahora dilo sin llorar ―al replicar Jake le di un puntapié.
―Harold, te tomo la palabra ―contestó García entono suave y volteó la cara hacía Jake ―. Aunque solo sea para joder a tu novio y que a las cuatro de la madrugada se despierte Leo y le mire con cara: Hola, ¿qué haces? Quiero jugar.
―Tengo la solución perfecta que no fallará para amansar a la fiera… ―Jake se levantó para ir a la zona donde se ponía la música mientras García se reía ante la solución―: Queen.
―¿Queen? ¿De madrugada? ―Harold se asustó.
―No. La solución es cansarlo durante la mañana. Dejarlo dormir una siesta de no más de una hora, para después jugar otro poco. Luego llegará la cena, supongo que ya tomará papillas ―García asintió― Seguirá del todo espabilado hasta que llegue el momento más peligroso cuando reclame el biberón.
―¿Por qué dices que es el más peligroso? ―le interrumpí.
―Tengo tres sobrinas, y ese último biberón es indicador de que tienen sueño. Lo beben enroscándose un dedo en el pelo mientras se les va quedando los ojos en blanco. Es entonces cuando entra en acción la música ―le dio play al equipo, sonando la música de Queen―, para que no se duerman tan pronto y no tener que despertarse en la mañana tres horas antes.
Jake volvió a la barra una vez terminado su planning para Leo y se metió dentro junto a Harold.
―Has olvidado que tus sobrinas son dormilonas y son sus padres las que tienen que despertarlas. ―Una nueva carcajada de García invadió el Rose antes de salir.
―Voy a llevar a Leo con su madre.
Leo giró la cabeza cuando lo nombramos para despedirnos de él con la mano. El bebé agitó con rapidez las piernas y brazos. Y siguió con el mismo ritmo hasta que los vimos desaparecer.
―Acabas de dejar mi plan por los suelos delante de García ―le recriminó Jake a Harold.
―Creo que Leo es un bebé muy activo. Sus padres habrán recurrido a todo ―dije.
―Sigo pensando que mi esquema es infalible ―aseguró.
Harold cargó la espresso para preparar cuatro cafés, mientras Jake ordenaba las botellas de una de las vitrinas. Yo seguí sentada en el taburete, sin ganas de levantarme. Antes de apoyar el bolso sobre la barra saqué el móvil. Revisé los mensajes. Solo tenía uno de Niall de hacía pocos minutos, preguntando si me recogía, seguido de un emoji con forma de corazón. Le contesté que no. De inmediato obtuve otro mensaje, comunicando que en cinco minutos llegaba junto con Tyler. Dejé el teléfono a un lado y tomé la taza que acababa de servirme Harold.
Los tres bebimos a la vez el primer sorbo. Aun lado de los nuestros a García le esperaba el suyo.
―No sé ni en el día que estoy ―dije al reparar en la falta de Billie―. Siempre controlo el calendario y que día nos toca librar a cada uno, no solo el mio. No me acordaba que le tocaba a Billie.
―Y no le toca. Desde hoy comenzaba su semana de vacaciones ―comentó Harold―. El hizo un cambio, posponiéndola para la primera semana de diciembre.
―No sabía de ese cambio. ¡¿Y cómo no se despidió de mi?! ―me quejé.
―No te acuerdas porque andas de viaje interestelar con Niall. ―La mano de Jake comenzó a ondular por encima de mi cabeza.
―Y claro, cuando no hay gravedad, pasa lo que pasa, que nos quedamos suspendidos follando entre estrella y estrella. ―Harold formó un corazón con sus manos―. ¿Ya habéis visitado la luna?
―La NASA informó de un nuevo cráter en ella y con un montón de polvo en suspensión ―ironizó Jake.
―En la Luna estuvimos de pasada. Nuestro destino era Marte y llegamos esta mañana tempranito ―agregué para más información a mis compañeros astrofísicos.
―¿Qué te parece, Harold? Tenemos enfrente nuestra a la primera colonizadora, provocando cráteres matutinos en el planeta marciano.
―A este paso tan avanzado, no me extrañaría que lo próximo fuera un salto cuántico amoroso ―replicó Harold.
―Prefiero ir de planeta en planeta. Los saltos cuánticos los desconozco ―aproveché que apuraban el café y no podían replicar para retomar la conversación sobre Billie―. No me ha hecho ninguna gracia que se haya ido de vacaciones sin avisarme.
―Se va a pasar ahora ―me comunicó Jake―. He recibido un mensaje y está al caer. Es posible que ya esté y se haya tropezado con García cuando salió a llevar a su hijo.
Como si lo hubiera escuchado, Harold levantó el brazo señalando la entrada al Rose.
―Mira, ya llegó Billie. Y también, tu marciano.
Giré sobre la butaca y vi aparecer a Billie junto a García. Justo detrás de ellos, Niall y Tyler. La música de Queen seguía sonando desde que Jake encendió el equipo. En ese preciso momento comenzó a sonar: We will rock you.
Mis compañeros en la barra comenzaron a dar dos golpes en la barra seguido de una palmada. Alternando barra y palmas. Lo mismo García pero solo con las manos. Al llegar Niall frente a mí, me tomó de la mano, me levantó para sentarse él en el taburete y, abrió las piernas situándome en medio de ellas. Me besó en el cuello, alzó los brazos y se unió a mis compañeros, siguiendo el ritmo que marcaba la música. Miré a Tyler sentado a nuestro lado. Él no daba palmas pero observaba a Billie con una media sonrisa mientras tomaba el café que le habían preparado a García.
Y ahí estaba mi compañero, el niño Billie, bailando, frente a todos, con su pantalón y cazadora vaquera. Se quitó el gorro de lana negra y un mechón castaño le cayó cubriéndole casi un ojo. Lanzó el gorro antes de girar sobre si mismo y García lo cogió en pleno vuelo. Y se puso a cantar a pleno pulmón como si fuera el mismísimo Freddy Mercury.
Me pregunté que les estaba ocurriendo a todos. Por qué de súbito había comenzado una pequeña fiesta, en la cual Billie parecía ser el protagonista. No obstante, me uní a ellos.
Terminó la canción, las palmas, los silbidos de todos y el baile de Billie.
―Unos días de vacaciones, alegran un poco la vida, pero...¿No crees que deberías aprovecharlas fuera del entorno del trabajo y desconectar? ―le pregunté a mi compañero una vez se aproximó.
―Y lo haré ahora mismo con mis amigos, pero quería comunicarte una noticia ―la satisfacción inundaba el cuerpo de Billie.
―¿Solo a mi?
―Los demás sabían lo que iba a hacer, sin embargo quise asegurarme antes de decírtelo.
Las manos de Niall se cruzaron sobre mi estómago con firmeza. Como si lo que fuera a salir de la boca de Billie, requería de un extra de sujeción.
―Asegurarte, ¿de qué?
―De plazos, de horarios, de disponibilidad de vacantes para matricularme en la Bartender School… lo hice esta mañana.
Como el traqueteo de un viejo tren que ejerce sobre el cuerpo un constante movimiento involuntario, ese era el mío intentado liberarme de los brazos de Niall. Hasta que me dejó libre y fui a parar a otros que me abrazaron.
―Estoy que no me lo creo. Cuando salía a relucir el tema, te lo decía. Otras muchas veces, lo pensaba. Que tenías que ir y no dejarlo pasar ―dije emocionada y añadí―: Que necesitabas pulirte con buenos instructores, ver como trabajan y conseguir el diploma que lo acredite.
―Ya está hecho. Comenzaré una vez pasen las navidades y ya estoy nervioso. Les comenté que tú me recomendaste la escuela y uno de los instructores me preguntó como te iba y que les hicieras una visita uno de estos días ―Billie tan emocionado como yo, añadió―. ¡Vamos a hacernos todos una foto!
Era tanta la alegría en si mismo que quiso inmortalizarla.
―Yo la hago ―se ofreció Tyler con su móvil en la mano.
―Tú también vas a salir ―dijo Niall quitándole el teléfono―. Yo haré el selfie.
―¡Tyler! Ponte aquí en la barra, en medio de Harold y yo ―le indicó Jake.
―Le van a hacer el sándwich al jefe ―me susurró Billie.
No se lo hicieron, pero le agarró bien por los hombros uno y la cintura, el otro. Mi sitio fue las piernas abiertas de Niall, mientras que él mantenía un brazo estirado para hacer la foto y el otro me rodeaba la cintura. Billie y García a cada lado nuestro. Tomó varias capturas que envió después a su teléfono y del suyo al resto de compañeros antes de devolvérselo al jefe.
Billie se despidió y se marchó a celebrarlo con los amigos. Comenzamos a preparar el Rose ya que quedaba pocos minutos en abrir. Recogía las tazas de café vacías que preparó Harold y las metía en el lavavajillas cuando Niall se agachó y me susurró.
―Tengo planeado lo que haremos esta noche después de trabajar, pero será en mi casa porque dispongo de una gran pantalla y un sofá grande para que la disfrutemos mejor.
―Cómo os gusta a los hombres tener todo a lo grande, pero no voy a descartar ver la película del libro que has leído, contigo, en tu casa, con Gloria y Juan.
―¿Has pensado al restaurante que quieres ir?
―Te diré mi elección y el por qué cuando salgamos. Creo que te gustará el elegido.
―Estoy seguro ―me dio un beso―. Voy al despacho. Tengo asuntos que tratar con Tyler.
Mis ojos siguieron su trayectoria a mi alisio pasional al salir de la barra. Alterné la vista de su culo a la espalda de mi jugoso mango. Una visión erótica y hasta familiar por tantas veces en las que me había fijado.
―Brenda, ¿puedes ir al almacén y traer dos botellas de vodka y una de Cointreau? ―me preguntó García mientras cambiaba un barril de cerveza.
―Si, claro. También necesito reponer licor Jägermeister.
Llevé un cesta y metí los licores. Era una habitación pequeña con estanterías metálicas de bebidas alcohólicas y algunos barriles de cerveza apoyados en una pared. Me entretuve un poco para ver las que quedaba, pero Niall siempre nos tenía surtido los estantes.
El almacén se encontraba al final de nuestro pasillo, el que llevaba al vestuario, despacho y puerta trasera. Un pasillo solo accesible para los que allí trabajábamos. Al regresar, me detuve nada mas traspasar a la altura del despacho. La puerta no estaba del todo cerrada y escuché que me nombraban. No le hubiera dado importancia sino fuera por la seriedad en el tono.
Me quedé a un lado...a escuchar.
Otro capítulo más de nuestra Brenda. Entre besos, declaraciones, humor y compañeros.
Bien por Billie que al final entrará en la escuela de coctelería.
Ahora a esperar que es lo que se queda a escuchar.
Un saludo,
Indi💜
Queen / We Will Rock you.
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