31. Shirley Temple
No ocultar. Fue lo que prometí a Niall.
De regreso a Londres y durante los días posteriores, tuve en mente a mi familia, sobre todo a mis padres. Tal vez fuera cobardía, miedo o frustración, seguramente. Pero no quería lanzarme de nuevo por muy auténtico que fuera lo que teníamos. Las vueltas que no di en la decisión de casarme, las estaba dando cuando nuestra relación mudó a una real. Sin gana alguna de comunicar a nadie que volvíamos a estar juntos. Sin tener que ilusionar a nadie o, quizá, desilusionar. Presentarme en casa para soltar: «¡Hola familia!, os presento a mi novio Niall», a tan solo un mes y medio que se canceló la boda y recrear: «El día de la marmota».
Niall intentó disuadirme de la absurda idea. Comprendía que no dijera nada a mi familia, pero no que lo ocultáramos en el trabajo. Puede que la idea fuera una gran tontería, y lo más sensato fuera lo natural, pero el bochorno y sonrojo me superaba. A regañadientes, aceptó.
A Katia no pude ocultárselo. A veces pasaban días que no sabíamos la una de la otra. Pero una noche se pasó por el Rose, pensando que estaría trabajando y, fue Jake quien la informó de lo ocurrido.
La noche que dormimos junto a la chimenea, nos despertó una llamada suya. Quiso saber de mi boca lo ocurrido y cómo me encontraba. Niall se levantó con la excusa de preparar un té. Nos dejó intimidad. Ella oyó su voz y me preguntó que hacía con él. Le respondí que estuve en su casa hasta que detuvieron a los agresores y, me comunicó que al día siguiente se pasaría. Le tuve que decir que no nos encontraría, que estábamos en Snowshill, y de regreso ya le contaría.
Le pedí que no dijera a nadie adonde me hallaba.
Siempre nos habíamos contado todo y, a pesar de errar con desafortunados consejos de mierda, nos habíamos apoyado. A grandes rasgos le narré los hechos. Me tuve que contener cuando comenzó a llorar. Y al regresar, le conté en que punto se encontraba nuestra relación.
Pasaban quince días de nuestro inolvidable viaje a Snowshill. Días de besos clandestinos en el trabajo, a los que yo esquivaba y él resolvía con facilidad: en el almacén, despacho, baño… La tontería que comentó en un principio, le fue gustando. Le divertía. Llegó a decir que le excitaba, llegando a que tuviera que permanecer inamovible en la barra para que dejara de perseguirme por los rincones. En el fondo siempre pensé que, lo hacía con premeditación para ser pillados por los compañeros y acabar con la clandestinidad.
Una excitación, en la que también me vi envuelta, y que resolvíamos cuando llegábamos a casa. A veces en la suya y otras en la mía. En la vida tuve tanto sexo casi a diario como estando con Niall.
Pero hacía dos días tuvo que partir a Liverpool por el tema del nuevo pub y quedaban otros dos para su regreso. Lo echaba en falta, sobre todo al buscarme con la mirada; al preparar el té negro ―su infusión preferida que descubrí los días que estuve en su casa y bebía bastante―, con hojas en vez de bolsitas. Por la mañanas diluido en leche y, en las tardes, con limón o solo. Hasta en las noches se bebía uno. Yo era más de cafés. Pero mi cafeína no impidió probar su teína. Tomábamos la misma molécula pero en diferente planta.
―Lo echo de menos ―suspiré de manera involuntaria.
―Hay una palabra que lo describe ―lo sabía. Pero Katia quiso pronunciarla por si no me había enterado―: Enamorada.
Ese mañana no abrió la peluquería ya que el lavacabezas se le averió y, aprovechamos para pasarla juntas. Fuimos a comer a un centro de comercial. Cameron le prestó el coche y al terminar nuestro almuerzo y visitar algunas tiendas, me acercó al trabajo.
―Desde que se fue hablamos por teléfono a diario y nos mandamos mensajes. El último cuando desayuné, le dije que comeríamos juntas.
―¡Lleva fuera dos días!, y das la sensación de estar esperando su vuelta hace un año. ―Puso los ojos en blanco y remató―. Desde que estáis juntos habéis estado: dale que te pego. ¡Tomad aire!
―No quiero ―la señalé con el dedo―. ¿Lo tomabas tú al comenzar a salir con Cam? ¿Y ahora?
Comenzó a reír.
―La verdad, no mucho ―se detuvo en un semáforo―. ¿Recuerdas la llamada de teléfono que me hiciste? Me preguntaste si era normal que pudiera gustarte otra persona cuando hacía nada te gustaba otra.
―Fue el día que vino Andrew y, al marcharse, Niall y yo cenamos en mi casa.
―Me dijiste que solo era atracción lo que sentías por él, pero la emoción en tu voz indicaba otra cosa. Y te aconsejé que no tuvieras ningún roce. Era tal el embrollo que teníais encima que, me asusté. Pensaba lo mal parada que saldrías si tu atracción fuera a más, sin ser correspondida y con un matrimonio en puertas ¡Y resulta que Niall estaba más tú! Todavía no me lo creo.
―Tampoco lo creía. Siempre pensé que para él se quedaría en un pacto que establecimos.
―Me alegra saber que es mutuo. Pero tómalo con calma, relájate.
―No puedo. ¡Niall me pone como una moto! Hasta me atrevería a hacerlo en un balcón.
Katia frenó en seco.
―¡¿Qué dices de un balcón?!
―Nada. Cosas nuestras.
Sin apenas haberme dado cuenta del recorrido, llegamos al Rose. Llegué con bastante antelación. Katia comentó en acompañarme hasta que llegaran los compañeros, pero desistí al ver que estaba abierto.
―Uno de los chicos se ha adelantado a ti.
―Seguro es Tyler. Desde que Niall está en Liverpool se pasa la tarde y noche en el Rose.
Tras despedirnos me alejé pensando en mi jefe. En los últimos días se le veía ojeroso y hasta había comenzado a dejarse barba dando un aspecto apocalíptico si le añadíamos que a veces caminaba arrastrando los pies. No es que hubiera descuidado su imagen al vestir, seguía teniendo esa aura encubierta e indescifrable que era su mayor atractivo. Sin embargo, las señales que emanaba me dio a pensar que estuviera pasando una mala racha con Jinny o arrepintiéndose de la compra de los dos futuros locales. Que fuera lo último era lo más acertado. Los negocios por muy bien que anduvieran, traían dolores de cabeza.
Al entrar, el Rose se hallaba a oscuras, salvo unas pocas luces que alumbraba una de las barras. Detuve mis pasos casi al principio, en una esquina de la pared y al lado de gran poster de David Bowie al ver la persona que estaba dentro de la barra, de espaldas. Me quedé ahí, observando como buscaba entre las botellas. Que hubiera llegado dos días antes, hizo que la sangre corriera veloz por mis venas. Hasta el estómago me brincó de alegría.
Una alegría que se disipó al ver su mano sujetando un vaso y en la otra una botella de whisky. Antes de que se diera la vuelta, retrocedí mis pasos y me oculté. Solo estaba él. Tres años sin beber, recordé. No debía. No podía ser para él. Desde mi posición en la penumbra, asomé la cabeza. Un par de hielos fueron a caer dentro del vaso que quedaron cubiertos de color ambarino. Me oculté de nuevo y escondí el rostro en David Bowie. Quizá llevaba tiempo haciéndolo, a escondidas. Negué varias veces, sin creérmelo. Cabía la posibilidad de haberme confundido y la botella fuera otra, algún licor sin alcohol. Y una vez más me asomé para cerciorarme.
Pero no.
Sobre la barra reposaba el Maker’s Mark 46 Bourbon con su característico sello de lacre rojo. Tan dulce como la vainilla a la vez de empalagoso y, que solía servir, sobre todo, para elaborar cócteles. Niall levantó el vaso y lo apreció a la luz. Y sonrió. Sonrió mucho. ¿Cómo podía sonreír con todas las consecuencias que le produjo el alcohol? No pude andar un paso para preguntarle, ¿por qué? Las fuerzas que me abandonaron para encararlo, me empujaron como mil demonios al exterior. Giré la esquina del Rose y anduve unos cuántos metros. Maldiciéndolo por beber y maldiciéndome por no impedirlo. Repitiéndome varias veces: qué debía hacer. Y no encontré la respuesta adecuada. Me entró miedo. Miedo de saber. Todo se desvaneció como un castillo de naipes. Mucho más rápido que la ilusión al comenzar nuestra relación.
Descansé la frente sobre la pared. Intentando controlar los pensamientos que se entremezclaban en un caos incesante. Cotejando el cómo y qué debía decir cuando decidiera a entrar. Traté de calmar el bullente miedo con respiraciones profundas. No surgió el efecto deseado. Cabreada y malhumorada, pegué un puntapié a la pared antes de desplazarme de espaldas. Me sobresaltó un leve roce y el sonido de unas ruedas derrapar en el asfalto.
―¡Señora! Mire antes si no quieren que la atropellen ―me espetó un chico subido en skate.
―¡No me tienes que decir lo que debo de hacer! ―le grité, cabreada―. Lo que deberías hacer es llevar un timbre y avisar.
El chico dibujo una trayectoria como el movimiento de una serpiente y frenó levantando con el talón el patín.
―¿Y dónde me pongo el timbre? ¿En el culo? ―se rió y me enfurecí―. Póngase usted unos ojos en el cogote si va a caminar de espaldas, señora. Ya que no se disculpa, que menos de no liarla cuando ha sido culpa suya.
―¡Ja! ¿Disculpas? Creo que no he escuchado bien ―apreté los puños―¡Te cuelgas un silbato en el cuello! ¡Y si yo soy una señora, tú eres un niñato!¡Vete a un skate park!
El chico soltó la punta del patín y se puso en marcha.
―Claro, lo que usted diga... señora ―se mofó.
―¡Y tú niñato!
Me envaré, cuando de espaldas a mi, me enseñó el dedo corazón.
―¡Yo tengo uno igual a ese! ¡Miralo! ―le mostré mi dedo. Escuché sus carcajadas conforme se fue alejando.
La tarde comenzó mal y continuó en el mismo periplo. Ofuscada me giré para regresar al Rose y, el estómago me dio un vuelco al tropezarme con los ojos de Niall. Me observaba apoyado en la esquina con los brazos cruzados sobre el pecho y el ceño fruncido.
―¿Cuánto tiempo llevas ahí? ―mascullé.
―Desde que tu frente descansaba sobre el muro de las lamentaciones ―soltó una risita burlona.
―Has visto que casi me atropella, ¿verdad? ―Descruzó los brazos dejándolos caer a cada lado con aire despreocupado. Le habría abrazado, besado y susurrado cuánto le había echado de menos. Pero mi enfado por lo que presencié en el Rose permanecía―. Ha sido un maleducado y encima me ha llamado señora varias veces.
—Soy testigo principal de los hechos del encontronazo con el niño.
―¡¿Niño?! Tendría diecisiete años.
―Trece. Como mucho tendría trece años. Pero más bien casi le atropellas ―dijo convencido y me malestar creció.
―¿Cómo? ¿No has visto la velocidad que llevaba?
En unas pocas zancadas se posicionó frente a mí.
―He visto que su velocidad no sobrepasaba los 50 kilómetros por hora ―No me gustó su humor. Extravié la mirada y él suspiró―. Si no hubieras andado de espaldas, la distancia era la adecuada. Supo esquivarte con maestría, de hecho casi se la pega él.
―¡Oh! ¿Lo defiendes?
―Brenda, no se trata de defender. Solo de comprender que no ha sido culpa del chico. Ni tuya. Tuviste un despiste, eres humana, no un robot ―reflexionó―. Pero tu reacción no fue la adecuada. Ahora dime, ¿qué le ocurre a mi astuta rosa para estar tan cabreada?
―¿Astuta rosa?
Sonreí, forzada.
―Trabajas en el Rose. Por tanto eres una rosa.
―Astuta para mentir como hice a mi familia ―sus ojos se entornaron―. Pero también astuta en descubrir las mentiras.
Le mantuve la mirada.
―¿Y qué mentira has descubierto?
―Que bebes alcohol ―respondí con enfado―. Te he visto hace un rato.
―Así que me has visto bebiendo ―asintió varias veces con la cabeza, incrédulo― ¿Qué buscas con una mentira?
―¡¿Una mentira?! ¡He visto cómo te servías una vaso de whisky!
―Que servía ―enfatizó―, no que bebiera.
―Está bien. No te he visto beber, pero solo estabas tú.
―Si hubieras asomado la cabeza una vez más, te habrías asegurado de que no lo probé.
Sentí que mi cuerpo menguaba.
―¿Es por eso que no lo probaste? ¿Porque llegaste a verme?
―Me hizo gracia ver como me observabas y creí que, por no avisar de mi regreso, estarías preparando una pequeña venganza, sobre todo, al volver a asomar la cabecita y de nuevo esconderte. Luego, no te volví a ver y caí en la cuenta del vaso de whisky en mi mano para Tyler que se encontraba en el despacho —me quedó claro porqué sonreía tanto y, me acoquiné por mis infames pensamientos―. Fue cuando tomé conciencia de tu reacción y de lo que estarías pensando.
—Me asusté ―titubeé―. En mi mente hubo un desorden de pensamientos que impidieron cualquier otra reacción, solo la de salir corriendo.
Extendió el brazo y pellizcó mi gabardina con sus dedos, tirando de mi.
―Estábamos en el despacho y me levanté a por una botella de agua. Tyler aprovechó que iba a la barra para decir que le preparara una copa. Eso fue todo.
―Y yo me precipité. ―Hubiera metido la cabeza en un hoyo, tantas veces, como pensamientos ruinosos tuve.
―Mira Brenda, desde que te lo conté no has querido beber delante de mi ―le miré inquietante―. No quiero que cambies tus hábitos y, si te apetece tomar una cerveza, por ejemplo, tómala. No me voy a sentir mal, al contrario. No lo hagas por empatía, ni pienses que me vas a provocar. Evitas beber al estar conmigo, porque piensas que podría caer en la tentación, pero trabajamos rodeados de bebidas y muchas de ellas con alta graduación ¿no has pensado que lo podría hacer a escondidas?
Tras la vuelta de Snowshill en mi apartamento no hubo siquiera una lata de cerveza.
―Es verdad que evito el alcohol fuera del horario de trabajo, ya que, es suficiente con el del Black Rose para que después, tengas que ver más en mi casa. Pesa más mi miedo e inseguridad a tu seguridad y confianza ―reconocí y moví la cabeza a un lado y a otro, sopesando de nuevo mi miedo contra su valor―: De acuerdo. Por lo menos, lo intentaré hacer. Mañana compraré de nuevo mi pack de cervezas.
Niall asintió con agrado.
―Ya que está todo aclarado... ―se mojó los labios y un brillo se le apoderó en la mirada―, deberíamos saludarnos como Dios manda. He conducido cuatro horas. El arquitecto con el que debía reunirme canceló la cita para el día siguiente y, no me apeteció quedarme sin hacer nada pudiendo estar contigo.
Seguía mi gabardina pellizcada entre sus dedos y tiró de nuevo, rodeando con ambos brazos mi cintura, juntando nuestros cuerpos. Y yo no podía estar más contenta al saber que su regreso fue para estar unas horas conmigo.
―Me están entrando ganas de cantar «It’s my party».
La risa le salió de golpe como una gran suspiro que hizo temblarle el pecho.
―A veces creo que piensas en voz alta ―dijo antes de que sus labios se juntaran con los míos y darme el beso más suave, esponjoso y dulce que, me supo a algodón de azúcar.
―Solo para que veas que no soy una egocéntrica que calla sus pensamientos sin compartirlos.
―Y a mi me encanta que los compartas conmigo.
De nuevo me besó. Y del algodón pasó a un doble mortal con triple pirueta que desafió a la gravedad.
―¿A qué hora llegaste?
―Al mediodía. No quise avisarte porque en uno de tus mensajes me comentaste que quedaste con Katia y aproveché para dar un paseo con Juan y Gloria.
―Tienes suerte de que Jinny y Tyler vivan al lado y se hagan cargo de ellos cuando no estás.
Asintió.
―Mañana saldré de madrugada y permaneceré en Liverpool dos días más, queremos abrirlo cuanto antes.
Nos separó el ruido de las ruedas de un grupo de skaters y la voz de uno de ellos que reconocí.
―¡Cuidado con la señora! ¡Muerde!
Un reducido grupo se deslizaba sobre sus tablas. Más rezagado y el último, el chico con el que tuve la disputa. Hizo una pirueta antes de pasar por nuestro lado. Niall extendió el brazo y lo cazó al vuelo, haciendo que este diera un pequeño salto y su patín se fuera solitario calle abajo.
―¿Qué hace? ―le espetó.
Niall le lanzó una mirada hosca antes de hablar y pude apreciar como el chico tragó saliva.
―¿Cómo te llamas? ―le preguntó.
―Pa-Pa-Paul.
―Mira Paul ―le cruzó el brazo sobre sus hombros―. La señorita, es mi novia. Se llama Brenda y puedo asegurar que no muerde ―me guiñó un ojo y el corazón me ardió―. Solo lo haría en caso de peligrar su vida y, no se ha dado el caso, ¿de acuerdo?
―De acuerdo.
―Brenda, ¿quieres decir algo?
El chico me miró, nervioso. El pantalón ancho que le caía sobre la cadera, parecía haberle descendido unos milímetros más. No tenía pensado decir nada. Suficiente ver sus ojos amedrentados por la inesperada reacción de Niall. No obstante, si tenía algo que explicar.
―Espero aceptes mis disculpas por como te traté. Llevabas razón. ―Paul suspiró, aliviado―. No debí caminar hacía atrás y menos sin mirar.
―Bueno… ―se rascó la cabeza―. Yo también me pasé un poco.
―Solucionado ―exclamó Niall y le dio un par de palmadas en la espalda―. Paul, trabajo en el Black Rose, cuando tengas la edad para entrar, tus amigos y tú estáis invitados a una ronda.
―Tengo trece años ―sonó a queja. Niall me miró. Había acertado en la edad―. Para cuando sea mayor de edad ya no te acordarás de lo que acabas de decir.
El grupo de amigos, poco a poco, se fue acercando.
―Me dirás una contraseña y no habrá problema ―insistió Niall―: «Astuta rosa». Esa será la contraseña.
Rodé los ojos al cielo.
―¿Y si para entonces ya no trabajas en el pub? ―volvió a quejarse―. ¡Quedan muchos años!
Me acerqué al oído de Niall.
―Ahí lleva razón ―le susurré.
―Ya veo. Me salió avispado.
Acabamos rodeados por sus compañeros. Niall se metió en un pequeño embrollo y todos esperaban a una invitación más cercana.
―Todavía es pronto para abrir al público ―anunció―. Os invito ahora a esa ronda.
Paul miró a sus compañeros que levantaron sus skates a la vez que jaleaban su nombre: ¡Paul! ¡Paul! ¡Paul!, que retumbó en toda la calle.
Al dirigirnos al Rose, Niall los fue contando.
―Son seis niños ―se rió―. Me recuerda a una persona que quiere tener seis niñas.
―A que mala hora lo tuvo que decir mi abuelo ―apreté su mano entrelazada a la mia―. ¿Te tengo que volver a explicar que fueron los pensamientos de una niña?
―Según comentó tu hermana, ya eras mayorcita y lo seguías pensando en alto.
No quise seguirle el juego.
Al entrar, Niall señaló bajo el poster de David Bowie para que dejaran los skates. Todos se quedaron boquiabiertos con la mirada puesta sobre el camaleónico artista. Entraron de a uno, como si se tratara de un pasaje de terror con la incertidumbre de lo que hallarían dentro.
―¡Pero bueno! ―Fue Harold quien exclamó al verlos. Se encontraba limpiando las mesas. Su incorporación al trabajo fue la más tardía después de la paliza por una laceración en un ojo―. ¿Ha salido algún nuevo decreto anunciando la entrada a menores?
Mis compañeros ya habían llegado, excepto García que tenía el día libre.
―El novio de Brenda nos invita a una ronda ―le contestó Paul.
―A estas alturas y después de todo lo pasado ―Harold nos señaló―: Brenda, Niall.. ¡Ya no nos sorprendéis!
Billie y Jake desde la barra comenzaron a reír. Si les quedaba alguna duda en que punto se encontraba nuestra relación, un niño acababa de destaparla.
―Que conste que no he sido yo ―me susurró Niall y selló el anuncio con un beso―: Ponedles algo de beber.
Todos corrieron a la barra como cachorros a la teta. Nos quedamos de hito en hito cuando abrieron la boca.
―Yo quiero tequila ―dijo primero Paul.
―Nosotros tres queremos vodka con limón ―dijo uno de los chicos y señaló a otros dos―. Él quiere ron con cola. Y «El Peca» quiere ginebra, sola.
―Esta generación viene prematuramente fuerte, ¿qué hacemos? ¿los expulsamos del Rose? ―le peguntó Jake a Niall.
―A los del vodka y ron, ponles un refresco de limón. A Paul y El Peca que querían beber a palo seco, un vaso de leche ―sentenció y los chicos protestaron.
Le lancé una mirada a Niall antes de meterme en la barra y proponerles otra alternativa más apetecible.
―Os voy a hacer unos cócteles, pero sin alcohol. ―De nuevo protestaron―. Eso o el limón y los vasos de leche ―aceptaron mi opción sin refunfuñar―. Billie, coge seis vasos Collins y me ayudas a preparar unos Shirley Temple.
―¿Por qué te llaman «El peca»? ―preguntó Billie una vez dispuso los vasos en la barra―. No tienes ni una en la cara.
―Porque solo tengo una, pero es grande, en la espalda ―contestó el niño. Hizo la intención de mostrarla al levantarse la camiseta, pero Niall se lo impidió.
―No hace falta. Nos lo creemos.
Niall se sentó al lado de Paul. Observó con ellos y, en silencio, como los íbamos preparando. Cuánto me hubiera gustado a la edad de ellos que me invitaran para ver «en vivo» como se preparaban. Y no arriesgarme al hacer el primero, sin saber, y dar de probar al pobre de mi padre.
Con los hielos preparados en los vasos, Billie añadió a tres de ellos el Ginger ale. Hice lo mismo en los míos antes de añadirles un chorrito de granadina.
―Seguro que Brenda sabe su historia ―sugirió Niall.
―No hay mucho que contar. El cóctel se hizo en los años treinta en honor a la actriz y como era una niña, el barman, un californiano, lo hizo sin alcohol. Hay variantes y el Ginger ale se puede sustituir por Seven Up o Sprite y el limón por naranja ―removí para mezclar la granadina y Billie los adorno con una cereza marrasquino―. Hay otras versiones con alcohol, como el «Dirty Shirley» que se hace con vodka.
Uno de los niños, El Peca, no quitó ojo a cada movimiento en la preparación, igual que a la corta historia que había detrás. Pude ver el brillo en su mirada, la misma de entusiasmo que tuve a su edad y la que vi en Billie cuando lo conocí. Posiblemente un futuro bartender frente a mis narices y no fui desencaminada.
―Mola mucho. Y con la mezcla se ha creado un color brillante —comentó, emocionado― ¿Es difícil aprender?
―Nah. Lo principal es que te guste. Y luego estudiar licores, visitar destilerías y practica ―contesté.
―Uno más que se une al gremio ―me susurró Billie y añadió en voz alta―. Y no debes olvidar el día que hizo que te replantearas tu futuro encaminado a la coctelería. Recordando este día con el Shirley Temple y, por supuesto, recordándonos a Brenda y a mi.
―También a él ―señaló a Niall―. Porque ha sido quien nos ha invitado.
―¡Hombre, gracias! Me hace ilusión ser un poquito participe en tu futuro profesional.
―¿Y los demás? ¿Os gustaría trabajar de barman? ―preguntó Jake que fue a ayudar a Harold a preparar las mesas.
―Yo quiero ser abogado ―respondió Paul. Todos asentimos con agrado―. Y en caso de que no me fuera bien, seré narcotraficante.
―¡¿Eh?! ―gritó Harold. Los demás nos quedamos estupefactos―¿He escuchado bien?
Billie reaccionó inclinando su cuerpo hacia Paul.
―Chaval, eso no es una profesión, es miseria ―le puso un dedo en la frente―: Abogado. Sé un buen abogado.
―Billie tiene razón, Paul ―agregó Niall―. Si manejas la carrera de derecho como manejas el skate, tendrás un futuro laboral exitoso.
―¡Ha sido una broma! ―El niño se desmarcó con rapidez de lo que dijo.
Fue divertido escucharlos hablar sobre su hobby: el surf skate. Hasta que se les hizo la hora de marchar. Billie le regaló a El Peca una guía sobre los mejores bartenders y le dio unos consejos a su futuro pequeño pupilo. Incluso me pareció verlo emocionarse, como un viejo maestro, cuando ni siquiera se había matriculado en la escuela. Experiencia le sobraba, pero era importante pasar por ella y conociera a profesionales y obtener la titulación. La emoción en Billie, me recordó, las que tantas veces me hizo sentir él. Viéndome como la mejor bartender y queriendo estar conmigo detrás de una barra.
Todo la tarde fue de relax.
El día estaba siendo el más flojo de la semana. Y el estar relajada, mi cabeza se montó una fiesta con la potencia de una batucada al ritmo de: ¡novia! ¡novia! Qué diferentes parecían sonar las palabras cuando es verdad y escucharlas por primera vez salir de su boca. Los tambores me seguían allá adonde me movía.
―Brenda, mira a Tyler, ya salió de hibernar ―Jake con un gesto de cabeza, lo señaló. En una esquina se encontraba el jefe hablando con Niall―. Se ha tirado todo el tiempo encerrado en el despacho. Ni siquiera se enteró que hubieron niños antes de abrir al público.
―Está muy liado con las nuevas adquisiciones.
Se pusieron en movimiento. Niall, nos dio a entender, rotando su mano, que salía fuera y regresaría. Puede que a despedir a Tyler. En cambio, el jefe nos miró sin decir nada.
―Vuelve a las andadas ―afirmó mi compañero.
―¿A qué andadas te refieres?
Jake lavaba unas copas muy delicadas que evitábamos poner en el lavavajillas. Conforme las fregaba, me las pasaba para que las fuera secando.
―¿No recuerdas cuando empezamos a trabajar? Pasó mucho tiempo hasta que se dirigió a nosotros. Y lleva unos días que nos mira como pensando...vaya tropa tengo.
―Es verdad que está raro, pero debes saber que han invertido mucho en los nuevos proyectos. Creo que Tyler tiene miedo.
―¿Miedo a qué?
―Tuvo un socio en el pasado y no salió bien. Puede estar preocupado a que vuelva a ocurrir ya que Niall y él son buenos amigos ―miré a Jake para convencerlo―. De nuestro trabajo no puede poner ninguna pega. Además, se preocupó mucho cuando nos agredieron. Días malos los tiene cualquiera.
―Tampoco tengas que excusarlo. No hemos hecho nada para que de nuevo no nos dirija la palabra y se muestre insolente ―me pasó una copa―. De todas formas, aun siendo grosero y con el aspecto desaliñado que lleva estos días… me lo follaría.
La copa me resbaló de entre las manos. Por suerte no cayó al suelo.
―Jake, ¿qué dices? No puedes…
Me interrumpió.
―Como poder, puedo. Otra cosa es que deba o no.
―¿Y qué pasa con Harold? ―me entraron ganas de pegarle con el paño―. ¿Dónde queda Harold?
―Queda en mi corazón.
―Pues no comprendo lo que dices. Siento como si a tu pareja le fueras infiel.
Como sincronizados, ambos miramos hacía la barra, donde Harold despachaba con Billie.
―¿Por decir «me lo follaría»? No es algo que vaya a hacer o no pueda decir por el hecho de tener pareja ―seguía sintiéndolo a infidelidad ―. Si hubiera dicho, qué bueno está y después lanzar un suspiro de los que te despeinan. ¿Cambiaría algo?
―No es lo mismo. Lo primero implica una acción sexual.
―¿Y lo segundo, no? ¿Suspirar por alguien que no es tu pareja, no hay deseo sexual? ―retiró el jabón de entre sus manos―. A veces, Harold, ha dicho sobre otros hombres lo que yo con Tyler. Y no hemos sido infieles el uno con el otro, de hecho hasta nuestra relación se ha reforzado. Llámanos raros. Tenemos amigos que han tenido un affaire, uno solo, y su relación se ha ido a pique.
―Jake, ¿adónde quieres llegar?
―¿Perdonarías a tu pareja una infidelidad? ―preguntó a bocajarro.
―Dime la verdad ―le susurré―. ¿Harold te está siendo infiel?
Agarró el paño de entre mis manos y se las secó.
―¿Has escuchado lo que te acabo de decir sobre nosotros? Te estoy preguntando sobre ti.
Se me hizo raro situarme en una supuesta infidelidad cuando nuestra relación recién comenzaba.
―No. No perdonaría el adulterio ―Jake abrió la boca para replicar y no le dejé―. Y por mucho que vosotros dos tengáis una relación muy consolidada, no puedes afirmar si lo perdonarías.
―No lo puedo afirmar, pero mi mente estaría más receptiva a escuchar o, a que me escuchara si fuera a la inversa, e intentar salvar la relación. En cambio, para ti, es un «no» rotundo.
―¿A escuchar qué? ¿Que ha tenido un affaire? ―me lo quedé mirando, disgustada―. Tanto si yo fuera infiel o lo fuera él, queda evidente que la pareja no funciona.
―De acuerdo. Veo que descartarías conversar, porque estás dando por hecho que no os amáis.
―¿Habría solución? Lo dudo. Puedes amar y la relación no funcionar, pero no tiene porque haber infidelidades.
―Llevas razón, pero eso es otra vertiente aparte que no tiene que ver con los cuernos ―puso dos dedos sobre su cabeza―. Y no es que haya dicho que fuera varias veces, solo una vez.
―Acabarás provocándome ansiedad ―me llevé la mano a la frente―. Solo por saber hasta donde puede llegar mi capacidad de dialogar o perdonar.
―Vale. Lo plantearé de otro modo, sin infidelidades, no vayas a tener un hit emocional.
Le hice un alto con la mano. Necesité beber agua. Saqué dos botellas, le di una y de un trago, Jake bebió hasta la mitad. Después pensé que fue una mala idea. Le suavizaría la garganta y alargaría el tema. Jake absorbía mis defensas.
―Supongamos que una pareja ―hizo una pausa―. Utilizaré una heterosexual por si te es más fácil, excluyéndote en este supuesto para evitar que te agobies. ―no supe si lo conseguiría y comenzó ―.Una pareja suele compartir tanto lo bueno como lo malo. Imagina que uno de los dos revela un hecho íntimo del otro a su círculo de amigos o ha dicho una mentira u ocultado algo ¿Cómo crees que reaccionaría la persona afectada?
―Depende de la magnitud en cualquiera de los casos. Habría que ver, que le ha llevado a decir o hacer, pero supongo que la reacción sería mala, por lo menos en el momento de enterarse. Y según la importancia, tendría que valorar cualidades y sentimientos para tomar la decisión de continuar la relación o romperla.
―¡¿Ves?! ―me sobresalté―. Estás dando opción a la conversación y el perdón porque no implica un acto sexual, en cambio, también hay traición.
―Pero si follas estando enamorado, terminas de entregar tu alma y no hay perdón para una infidelidad. Y en el otro caso, sin haberla, también puede haber ruptura.
―Pero has ofrecido la alternativa del dialogo y con él la esperanza —se encabezonó—. Y en el primer caso, puede ser un desliz y arrepentirte. ¿Por qué no hablarlo y quizá perdonar?
Dejé a Jake que siguiera hablando solo cuando un cliente me llamó para que le sirviera una cerveza. Mi mente comenzó a recrear todas las posturas del kamasutra y, como protagonistas, a Niall con una desconocida. Tanto empeño puse en imaginar que, las caricias, los susurros, los besos, esos que eran solo para mi, lo visualicé dárselos a otra persona. Definitivamente, negaría cualquier intento de diálogo, no podría.
Sacudí la cabeza para liberarme de malos pensamientos al escuchar la voz Harold llamar la atención a Jake.
―Eres un pesado. ¿Quién será el próximo? ¿Billie?¿Y cual será el tema? ¿El significado de los sueños o qué es lo que nos hace felices? ―simuló un bostezo―. Y deja a Brenda que viva tranquila su amor.
―Solo trato de comprender que nos lleva a que reaccionemos de una manera u otra, nada más. No me estoy metiendo con su amor hacía Niall.
―¿He sido una prueba? ―le pregunté.
Niall y yo, un pequeño experimento al saber como había estado nuestra relación en todo este tiempo.
―No has sido ninguna prueba. Bueno, solo a medias ―Jake, tomó aire―. Hace un mes comencé un cursillo Online de psicología y es interesante indagar en la mente de las personas.
―¡Pues indaga en el chat del curso! ―saltó Harold―. Da la lata a esos psicobiólogos que dicen que el amor es mentira porque es pura química del cerebro.
Reí al ver como se enzarzaron en un pequeña discusión, de la que me fui poco a poco desplazando a un lado, al mencionar Jake al padre del psicoanálisis: Freud.
Y todo comenzó por el regreso de la antipatía en Tyler, con una jornada de trabajo aburrida y lenta ―salvo Jake y yo, psicoanalizándonos― y, a la que quedaba poco para finalizar. Entretanto, esperando de que no tardara adonde hubiera ido a acompañar Niall al jefe, fui reponiendo botellas en los arcones y observando a mis compañeros que seguían en el mismo debate.
En una de las veces que levanté la cabeza para mirar sobre la barra, vi una nueva fantasía. Las había estado acumulando desde hacía días y guardándolas en un rinconcito de mi mente: sus ademanes, expresiones y hasta los cambios de tono en su voz.
Según se me acercaba, fui cayendo abstraída en su caminar. Su paso estaba siendo intencionado, simulando a un vaquero a punto de desenfundar. Con las piernas separadas y con un ligero balanceo de hombros hacia los costados. Sonrió, y se detuvo delante de un pequeño grupo de personas. Extendió el brazo hacía mi, acompañado con una pronta reducción lumínica del Rose, junto a las primeras notas del Oh! Darling, coreado en suaves silbidos de los pocos clientes que permanecían. Su mano seguía señalándome. Miré a ambos lados, faltándome el aliento, esperando a que me lo pidiera.
―¿Lo vas a dejar ahí, con el brazo extendido? Está invitándote a un baile ―me murmuró Harold y salí corriendo de la barra.
―¡Daos mucho amor! ―gritó Jake.
Me impulsé rodeando con mis brazos su cuello y susurré su nombre. Lo necesité. Él, susurró el mio al deslizar sus manos a mi cintura. Ajustó su cuerpo al mio como un cinturón de seguridad. Las mejillas abrasadas como una primera cita con el chico por el que suspiras. Calmé el calor descansando la cabeza sobre su hombro, y sentí que me hundía dentro de él. Palpando la humedad en su nuca, cerré los ojos y le escuché respirar hondo, varias veces. Sus brazos me aprisionaban, sin tregua, y mi cuerpo le respondía con suaves contoneos que me tuviera ahí mismo, mientras los susurros se nos enredaban en el cabello. Estaba teniendo muchos momentos íntimos y diferentes. Y ese fue uno de mis preferidos.
—Me está gustando mucho bailar contigo.
―Tuvimos un intento de boda y un corto viaje de novios, pero nos saltamos un primer baile ―ronroneó sobre mi cuello―. ¿Es normal?
―Nada ha sido normal entre nosotros desde que todo comenzó.
Nos miramos y sonreímos.
―Brenda, eres preciosa ―dijo en apenas un susurro.
―Gracias ―me derretí―. Puedes repetirlo si te apetece y, varias veces, con intimidad.
Supo de sobra lo que quise decir.
―Preciosa. Brenda, usted es preciosa.
Oh! Darling /The Beatles
Brenda y Niall continúan en una nube. Aunque ella se asustó bastante cuando vio a Niall con la botella.
Un poquillo de humor con los niños, me apetecía.
Jake es un atrevido. Yo también me quedé así 😱cuando dijo lo que le haría a Tyler. Después la conversación de los dos. Creo que Jake se siente incomprendido.
Un saludo,
Indi💜
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