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30. Prisionero


«Pues sonríe».

Lo hice todo el tiempo. Al ir a comprar, cuando preparamos la comida y, al caer la noche tocó cumplir con nuestra especial agenda. En mi primer día, tuve suficientes recuerdos para formar un collage. La pieza central, sin duda, sería al despertar y verlo a mi lado, en la cama. Me desperté antes que él y durante varios minutos me dediqué a observarlo. Pensé por primera vez en la diferencia de edad, siete años, y me dio igual si hubieran sido más o que él hubiese sido más joven que yo. Solo veía a un hombre que dormía boca abajo, con los brazos semi flexionados metidos debajo de la almohada, la pierna doblada rozando la mía y, que me hacía sentir bien.

En un lapso breve de tiempo me tuve que tapar la boca para que no me escuchara reír y, me preguntara, a que venía la risa de buena mañana, y tener que contestar que me había liado con un encargado con el que tuve varios orgasmos. Porque hacer el amor con Niall me dejaba lacia, en cambio, a él le daba por conversar, y cedí muy rápido a la propuesta de enseñarme a conducir. Me dejé arrastrar ante tanto arrumacos.

Hubiera preferido volver a meterme en una piscina o en el mar, ya que conseguí mantenerme a flote, antes que estar sentada en el asiento de piloto. Estaba muy seguro de su faceta de profesor de autoescuela como lo estuvo de monitor de natación. Y nada más acceder a que me diera la primera clase, nos encontramos a las afueras del pueblo, en una zona que, según dijo, rara vez se veía circular un coche.

Lo más sensato habría sido dejarlo, cuando por tres veces consecutivas, se caló el coche. Yo podría ser muy obstinada si algo se me metía entre ceja y ceja, sin embargo, estaba descubriendo a un Niall muy terco.

—Brenda, no sueltes el embrague de golpe. Inténtalo de nuevo.

Y de nuevo, el coche se caló.

―¡Está claro que conducir no va conmigo!

―Tampoco para mi es ser piloto de Fórmula I, pero no significa que no pueda llevar un coche.

Me giré para ver a los peludos que estaban en el asiento trasero.

―Deberían haberse quedado en la casa. Deben estar asustados.

―No querían perderse tu primera clase de conducción. —Mis manos agarraban con fuerza el volante y, suavemente, pasó las suyas por las mías y acarició mis dedos―.Y no están asustados, como mucho aburridos. Es un coche, no una moto, Brenda. Y te convendría saber conducir para no tener que depender de horarios, ni de nadie cada vez que regreses a ver a tu familia.

―¡Tiene motor y ruedas! ―exploté―. ¡Puedo salirme del camino y provocar un accidente!

Examiné alrededor. Niall hizo lo mismo. Y Juan y Gloria comenzaron a ladrar.

―El camino está desierto y a cada lado solo hay campo, no tengas miedo. Ven aquí... ―extendió los brazos y lo abracé―. No te vas a salir de la carretera y, en el caso de hacerlo, no hay peligro de accidente.

Tocó de forma sutil mi cabello antes de besarlo.

―Lo intentaré otra vez, hombre paciente.

Al poner la mano sobre la palanca de cambios, él apoyó la suya sobre la mía. Percibí la confianza y me gustó. La mantuvo unos segundos antes de retirarla. Aceleré un poco antes de ir soltando el embrague y conseguí ponernos en movimiento. Sentí una extraña mezcla sensación entre angustia y bienestar al volver a manejar un vehículo, aunque no fuera una motocicleta. Siquiera fui capaz de exclamar ningún tipo de alegría al conseguirlo. Estaba por completo concentrada en la carretera y en la leve vibración del volante.

Aceleré un poco.

―¿Por qué hace tanto ruido? ―le pregunté.

―No has cambiado de marcha y vas en primera. ―Una vez más colocó su mano sobre la palanca y guio mi mano ―. ¿Ves? Lo has conseguido. Acelera un poco y vuelve a cambiar.

Le miré por el rabillo del ojo cuando al cambiar de marcha el coche dio unos tirones. El embrague no lo controlaba como debía, pero no llegó a calarse. Era una recta, solitaria, en la que apenas hacía falta mover el volante, pero el hecho de acelerar me provocó ansiedad. Mi cabeza se llenó de malos pensamientos, como si en algún momento fuera a aparecer un ciclista y me lo llevara por delante como años atrás hicieron con nosotras.

Niall encendió la radio y buscó entre las frecuencias hasta que encontró una emisora en la que sonaba una suave melodía, melancólica, a juego con el clima. Hasta Juan y Gloria parecieron relajarse y dejaron de ladrar. Yo también me relajé. En los pocos minutos de conducción no pronuncié palabra, estaba segura que de hacerlo me distraería. Y Niall tampoco dijo nada, sin embargo, sentía sus ojos sobre mi.

Comenzó a lloviznar. Ya lo hizo por la noche y, de madrugada, aunque cesó, el cielo se mantuvo ceniciento y cargado. Un clima habitual a base de precipitaciones al que estaba acostumbrada, pero para mi primera clase fue más que suficiente ponerme en marcha y ver como las primeras gotas se fueron estampando en la luna para dar por terminada la clase. Una sola mirada hacia Niall fue capaz de darle a entender sin tener que mediar palabra.

―Ahora pisa el embrague a fondo y reduce la marcha. ―La palanca se me resistió. Nuevamente me guio con su mano―. Frena un poco y pisa de nuevo el embrague para que no se cale y paramos.

No controlé bien los pedales y frené un tanto brusco sin llegar a embragar y se caló.

―Parece más fácil cuando vas de copiloto ―dije.

―Es solo practica, después es coser y cantar, pero para ser tu primera clase no ha estado nada mal ―dijo mientras se desprendía del cinturón de seguridad―. Deberías inscribirte en una autoescuela cuando regresemos.

Debería...

Había otro proyecto en mente donde emplear mis ahorros. La autoescuela y comprar un coche no entraban en ellos.

―Lo pensaré ―dejé la duda al aire para hacerle creer que lo tendría en cuenta y así evitar que insistiera. Un asentimiento leve de cabeza antes de bajar del coche para cambiarnos de asiento, me confirmó que acerté en mi respuesta.

Ya que la confianza había traspasado la barrera en una relación sexual, me animé mientras observaba el paisaje a preguntarle sobre las propiedades que tenía.

―Las tierras por las que estamos pasando ahora mismo, ¿son las tuyas?

―No. Ahora mismo estamos en el norte del pueblo. Las mías están en el sur, cerca de la casa. Dime, ¿qué es lo que te dijo Charlotte sobre las tierras?

―Fue a raíz de la apuesta de la casa ―el rostro se le ensombreció―, me dijo que, económicamente no tenías problemas porque tenías tierras y ganado.

―¿Crees que soy un rico terrateniente?

―Creo que eres un engreído ―le respondí con media estocada al ver como preguntó en tono altivo y elevando la barbilla―. Solo quería saber si estas tierras eran tuyas.

―Que buen partido soy, ¿verdad?

Su ironía requería otra del mismo nivel.

―Por supuesto. No hay nada como liarse con un excéntrico millonario que le gusta trabajar de encargado pudiendo tener su propio negocio.

―Este «excéntrico millonario» con el que te has «liado», va a tener dentro de unos meses su propio negocio junto con Tyler, ya no seré encargado. Si no lo he hecho antes es porque no me apeteció.

Me quedé en duda, pensando que mi bufonado sarcasmo pudiera ser real.

―Entonces, ¿de verdad eres millonario?

Comenzó a reír tanto que, Juan y Gloria empezaron a ladrar.

―No tengo ni un millón, ni medio, ni...

―Resulta que al final me tocará hacerte un préstamo ―interrumpí.

―El capital del que dispongo va ir a parar a los dos nuevos proyectos que haré con Tyler, así que, crucemos los dedos para que salga bien y no tenga que pedirte ese préstamo. ¿Me lo hubieras dado?

―A que mala hora tuve que abrir la boca. Con mi dinero a lo sumo te daría para comprar unas mesas y taburetes; no merece la pena mi préstamo ―me miró sorprendido ante mi negativa―. Pero siempre puedes pedir un crédito al banco.

―Al banco ya hemos pedido un pequeño crédito. Sin embargo, creo que sus intereses serán más bajos que si te lo hubiéramos pedido a ti.

―Quien sabe, quizá, hasta no os lo hubiera pedido.

―¡Que altruismo el tuyo! Debo estar saliendo con una rica heredera, camuflada en una barlady, que quiso salir de su monótona vida de lujo para experimentar como es convivir junto a la plebe.

Me encogí de hombros.

―¡Me pilló Sir Geller! En el desayuno de ayer no fue mal encaminado al llamarme Lady. ―Hizo el intento de hablar pero mi mano le tapó la boca―. Que el secreto quede entre los dos. No quiero que los chicos se enteren y se vean en desigualdad de condiciones. No me apetece que a cada momento tengan que estar haciendo genuflexiones.

Detuvo el coche y su mano rodeó la mía que seguía sobre sus labios. Su respiración fue poco a poco humedeciendo mi palma. Al retirarla, aspiré en profundidad al comprobar como sus ojos se encendieron en dos orbes luminosos.

―Venga aquí, Lady Brenda ―palmeó sobre sus piernas―, porque me muero por besarla.

De inmediato me senté de lado sobre ellas. La calefacción había acentuado sus mejillas en un intenso rosado. Le enmarqué el rostro con mis manos, un instante, antes de llevarlas hasta sus orejas tan rosáceas como su cara y a las que acaricié antes de que me besara.

Besarlo era saltar al vacío. Era despeñarse sin tener miedo al golpe, ni a las heridas. Una caída libre donde el corazón escapa de su caja torácica para estar junto al de él. Porque ninguno era igual al otro. Porque el siguiente no era mejor al anterior. Todos eran ese: «me muero por besarla». Era abrazar al sol para quemarme. Era una conquista a besos.

Gloria, a base de ladridos, hizo que nuestras bocas perezosas y sin apenas ganas, se separaran. Quizá celosa de no estar ella sobre su regazo. Le susurré a mi palmerita que era un incordio y calló. Niall no pareció importarle sus ladridos, retiró mi pelo a un lado y siguió buscando besos en mi cuello.

¿Dolía ser feliz?

De tanto en tanto, sentía una ligera opresión en el pecho. Más sin embargo, me gustaba ese malestar.

―¿Sabes lo que me gusta? -le pregunté.

―¿Que tengo el guapo subido? ―le embargó la coquetería. Llevaba un jersey de lana de cuello vuelto en un blanco crema. El tejido combinaba dibujos geométricos con espigas.

Pero lo tenía.

Tenía el guapo subido. Tanto por arriba como por abajo; como en su pantalón de mezcla azul prusiano con el cinturón de piel en nuez moscada. Hasta en la precisión al peinarse. Vestido para una cita informal, más que, para una clase de conducción. Y yo tenía la facilidad de perderme en cualquier detalle suyo: vestido como desnudo.

―Brenda, no me has contestado.

De nuevo me había perdido.

―Esto es lo que me produces y hace que me despiste ―le tomé una mano y la coloqué encima de mi pecho izquierdo―. ¿Lo notas?

―Lo noto. ―No lo supe hasta en ese preciso momento, al mover su mano con lentitud, que al corazón se le podía acariciar.

―Pero cuando te he preguntado si sabías qué es lo que me gustaba, era por como me has hablado antes de besarnos.

―¿Y cómo te he hablado?

―De usted. Puede que ya no te acuerdes la conversación que tuvimos cuando nos conocimos en el restaurante donde trabajaba.

―Me gusta ese tratamiento de cortesía, fue lo que me dijiste -me impresionó―. ¿Es una indirecta porque quieres que me dirija de ese modo?

―Sería incómodo que te escucharan dirigirte a mi de esa manera.

―¿Y si lo pasamos a la intimidad?

Me entusiasmé y me removí inquieta.

―¿Lo harías?

El tono dulzón de su voz lo trasladó a la mano que reposaba en mi pierna. La acarició sobre la tupida media negra hasta llegar al bajo de mi vestido corto de lana gris.

―Ahora mismo estamos en intimidad, ¿le apetece que comencemos? No me importaría llamarla Lady Brenda y hacerle todas las genuflexiones oportunas.

Sin saber de sus relaciones pasadas ―exceptuando de que estuvo casado―, era evidente que tenía muchas horas de vuelo. Y nada más comenzar a subir la mano, mis piernas que se encontraban estiradas sobre el asiento, las encogí. Como me gustó que aceptara y accediera con tanta rapidez a mi petición. Me imaginé con el panty en los tobillos y el vestido subido a la cintura. Hubiera sido un buen momento descubrir como sería hacerlo dentro de un coche, pero no podía obviar que estábamos en compañía. Algo que él parecía haber olvidado.

―Mejor dejarlo para otra ocasión. Tenemos espectadores en el asiento trasero, no es como la otra vez que correteaban por el campo.

Miró por encima del hombro. Los canes nos observaban con toda la atención.

―Deben haber olfateado mis intenciones ―chasqueó la lengua―. No es justo. Los animales lo hacen sin importarles quienes estén mirando.

―Supongo que será porque ellos son animales irracionales y, cuando están en época de celo no deben desaprovechar el cortejo de apareamiento allí donde los pille.

—¿Irracionales? ―le dio la risa―. Te podría enumerar de todos los rincones oscuros que hay en las discotecas donde animales «racionales» los suelen frecuentar y, en los baños. En el Rose, García pilló a una pareja en ellos. ―Un dato este último que no conocía y que García nunca comentó en nuestro grupo de mensajes―. También en la playa, a plena luz del día y... en los balcones.

―¿En un balcón?

―Justo los que están enfrente de donde vivo. Fue el verano antes de abrir el Rose, Tyler y yo llegábamos de trabajar. Hacía muy buena noche y abrí las ventanas. Los gemidos se escuchaban en toda la calle y, pese a que de un bloque a otro hay suficiente distancia, pude comprobar desde donde provenían ya que lo estaban haciendo en el balcón con la luz encendida.

―¿Y te quedaste a verlo?

―Bueno, estaban casi acabando y no estaba yo solo. Tyler debió escucharlos porque lo vi asomado a su ventana y a algunos vecinos más.

―¿Y después, qué? ¿Os fumasteis cada uno un cigarro tras la sesión golfa?

―Yo no fumo, pero Tyler si ―se rió de nuevo―. No es un fumador habitual, pero de vez en cuando se fuma alguno.

―Supongo que Jinny estaría durmiendo y no se enteró de que os quedasteis a ver el espectáculo.

―Jinny estaba en uno de su viajes. De normal lo espera despierta, no le hubiera dejado asomarse en caso de que hubiera estado.

Tal y como estábamos Niall y yo, no sé como habría reaccionado pillarlo in fraganti. Si coger la escoba, un libro...un almohadón o animarme a ver la función con él.

―Preferiría antes la playa, la discoteca o un baño antes que un balcón y encima con la luz encendida.

―¿Y por qué no? Debe ser muy excitante.

―Estoy descubriendo a un Niall morboso que le atrae el exhibicionismo. Suerte de que son poquísimos los edificios en Londres que haya balcones ―me dio un escalofrío recordar la mañana del día anterior―¿Crees que nos pudieron ver? Porque pese a estar en un campo donde no se veía un alma, puede que alguien desde lejos pudiera haber estado observándonos.

―Con prismáticos y un dron tomando imágenes.

―No me hace gracia.

―Brenda, tranquila. La poca concentración que me quedaba, fue suficiente para asegurarme de que no se encontraba nadie alrededor. ―El procedimiento que utilicé para que sus manos se mantuvieran quietas fue inmovilizarlas con las mías―. Y ya que no tenemos balcones, nos quedan las discos o ir a una playa. Con esta última te serviría de paso para soltarte a nadar ―su mano había comenzado a acariciar un dedo en particular―. Brenda, ¿y tu anillo?

―Lo t-tengo guardado.

El fallo de titubear en mi respuesta hizo que se me bajara la sangre a los talones. Fue la primera vez que me miró con ojos escrutadores.

―No me he dado cuenta si lo llevabas o no los días que has estado en mi casa, porque he estado muy liado por el trabajo, pero si recuerdo el día que hablamos en el vestuario que lo llevabas puesto. Porque hasta ese día que me estuviste esquivando, no dejé de observarte y tuve la esperanza al ver que lo llevabas, de que no estabas del todo enojada por desaparecer sin haber hablado contigo.

»No me importa si no lo quieres llevar o si lo has perdido ―negué con la cabeza―. Brenda, ¿te lo robaron el día que os agredieron?

Da igual el tiempo que transcurra. Siempre llega el día en que lo oculto tiene que emerger.

―El ir retrasándolo es porque no encontraba el momento adecuado, porque el mejor momento para decirlo es cuando acaba de ocurrir y, el hecho de alargarlo solo acumula miedo porque comienzas a darle vueltas para ver de que manera contarlo. Entonces recreas todo en tu cabeza y te gustaría golpeártela porque piensas que, tenía que haber reaccionado de otra forma.

Mis piernas comenzaron a danzar nerviosas sobre el asiento. Niall se percató, alargó su brazo y las rodeó.

―Cuéntame lo que ocurrió porque no entiendo nada. Ahora mismo no te puedes hacer una idea de todo lo que se me está pasando por la cabeza.

Comencé nerviosa, con titubeos. El encuentro con los neonazis al salir. El porqué me quitó el anillo. Mi huida mientras mis compañeros se quedaban. La llamada que le hice sin concretar en la calle que estaba. Las obscenidades en sus palabras. Como en su distracción recuperé el anillo. Sus manos tocándome y después tocándole yo. El mordisco en el cuello y el primer golpe.

No me interrumpió mientras hablaba. No obstante, tarde bastante en contar todo y el ambiente en el interior del coche se cargó en una densa atmósfera. Pero contarlo por primera vez fue como romper los barrotes de una prisión. Niall mantuvo la respiración varias veces, hasta me pareció escucharle rechinar los dientes.

―Los demás ya lo sabes ―su brazo seguía abrazado a mis piernas encogidas igual que su mirada puesta en la luna del coche y perdida en el camino―. Por eso lo de golpearme en la cabeza, porque debí resistirme y no dejar que me tocara. ¡Solo quería salir de allí viva! ―Su silencio daba más temor que si me hubiera interrumpido a cada momento― ¿Por qué no dices nada?

—Porque me estoy conteniendo.

―¿Conteniéndote? ¿De qué? ¡¿Por no contarlo antes?! ¡¿Por dejarme manosear?!

Tenía la espalda reposando en el cristal de la ventanilla. Me incorporé para volver a mi asiento. Pero Niall siguió manteniendo mis piernas sujetas. Quise apartarlas a golpes, sin embargo, cada manotazo que le propinaba, él las aferraba más fuerte.

―¡¿Es lo que crees?!

―No quiero discutir ―sentí un nudo en la garganta.

―No estoy discutiendo, Brenda. Tu misma has dicho que querías salir viva y eso es lo que me importa. Podría discutir que no me lo contaras a su debido tiempo y hayas dejado pasar días, pero jamás juzgaría las formas para poder escapar de la piel del diablo.

―¿Entonces? ¿Por qué dices que te contienes?

—De rabia. Por no haberle roto el cuello ―apretó los dientes―. Cuando recibí tu llamada y salí con Tyler, vimos a Harold y Billie, pegándose con el grupo. Bajamos del coche y nos liamos también. Esos pocos minutos me hicieron perder tiempo, porque en ese momento no caí en la cuenta de que no estabas allí. Fue Billie quien me dijo que uno había ido a por ti. Recordé en tu llamada que te habías ocultado, pero no sabía en dónde y busqué a un lado y otro de la calle. Hasta que te vi salir de una de ellas, corriendo, te caíste y vi como te cogió del pelo y te pegó. No sabes la impotencia y frustración de no haber llegado a tiempo por haberme entretenido.

―Ninguno de nosotros es culpable de lo ocurrido. Ahora están en el lugar que les corresponde.

―Si en el registro que se les hizo, no hubieran encontrado nada, ¿qué hubiera pasado? Sin denuncia, no hay condena y la vuestra no consta en ningún lado ―dijo con gravedad y se produjo una pausa dolorosa―. Y con todo, soy incapaz de volver a cabrearme con Billie por negarse. Era mucho el miedo que tenía, y no era por enfrentarse a golpes con ellos. Durante la charla que tuvimos con él, no paraba de mencionar a su familia.

―Su miedo inoculó al resto.

―Algo tan grave no puede volver a pasar sin quedar impune ―protestó―. Brenda, prométeme que no volverás a ocultarme cualquier temor, duda, tan siquiera un dolor de cabeza.

Asentí a su petición.

―No quería ocultarlo. Creo que sabes más de mi que yo misma ―declaré―. Pero dejar que pasaran los días me iba impidiendo cada vez más hablar.

Que me cogiera la cara y me besara antes de volver a mi asiento, comprobé que tenía la cualidad de cambiar en un santiamén el estado emocional.

―¿Que te parece si vamos a comer a un restaurante? —me preguntó.

―Prefiero quedarme en la casa, sino te importa.

Nos habíamos puesto de nuevo en marcha.

―En absoluto. Te voy a hacer unas salchichas de cerdo con puré de patatas y salsa gravy, que va a hacer que te chupes los dedos y, después, te hablaré de «usted».

Esbocé una breve sonrisa.

―Podríamos parar y comprar una botella de vino. Desde que llegamos no hemos bebido ni una cerveza.

Me extrañó que detuviera el coche. No le pregunté por qué habíamos parado al ver que se giró y abrió la puerta para que Juan y Gloria salieran a hacer sus necesidades. Los observamos como se escabullían entre el verde campo.

―Si quieres compramos esa botella, pero no beberé ―contestó con gravedad.

―¿No te gusta el vino? Podemos comprar cervezas.

―No es porque no me guste. No bebo alcohol.

Algo no me cuadraba. Yo lo había visto.

―¿Cómo que no? Cuando cenamos con familia, mi abuelo sacó las botellas de champán y tu fuiste quién lo sirvió en las copas.

―Esta es la medida que eché en mi copa y no bebí―me mostró su dedo en horizontal―. Estabais todos hablando que en ningún momento reparaste si mi copa había estado llena.

―La tarde que te pedí un hueco para que Darcey actuara en el Rose, estabas en la barra con un vaso de cerveza —seguí  insistiendo.

―Cerveza con cero por cien de alcohol. ¿Cuántas veces más me has visto beber?

La verdad era que, esas fueron la únicas que creí viéndolo beber alcohol. Había dado por sentado de que bebía. Recordé la noche que Jinny pidió que preparase dos Cosmopolitan para ella y Tyler. Al poner tres copas ella me preguntó para quién era la tercera y, al comunicarle el nombre del destinatario de esa tercera, su contestación fue que Niall no podía. No le di importancia. Pensé que era por sus normas. Hasta el día que lo conocí y me pidió un café, le ofrecí hacerle un irlandés y él se negó.

―Es por eso la norma de no beber los empleados, porque tu no bebes.

―No. Es porque estáis en horario de trabajo ―flexionó la pierna apoyando la rodilla en el asiento en una cómoda postura y me miró de frente―. Hubiera sido una buena ocasión hablar de ello el día que me quedé en tu casa a cenar cuando se marchó tu amigo Andrew. Pero al comentar que no disponías nada de alcohol, obvié hablar del asunto ya que teníamos muchos pendientes para ponernos al día.

―¿Y qué asunto es ese?

―Tuve un apasionado romance con la botella durante un largo periodo de tiempo. Bebía mientras me alimentaba con el realismo sucio de las obras de Bukowski cargadas de alcohol, sexo y podredumbre.

Me sentí mareada. Con él. Con Bukowski. Como si acabara de beber de un tirón tres cócteles seguidos. Yo a veces había bebido bastante, para acabar después y por días sin querer volver a probarlo. Pero nunca a diario.

―Nunca hubiera imaginado que hayas tenido problemas con la bebida cuando trabajas en un lugar que estás rodeado de ella. ¿Por qué? ¿Qué fue lo que te llevó a perder el control?

―La estupidez, Brenda. La estupidez hace que hagas muchas tonterías. De beber una o dos veces a la semana, a hacerlo a diario y muchas borracheras ―dijo en un susurro quebrado―. Envalentonarte si vas bebido porque sobrio eres incapaz y llegar al extremo de apostar la casa de tu abuela frente a unos profesionales que no van a tener la compasión de rechazarte pese a ir embriagado, porque saben de antemano que van a ganar la partida.

Cada vez se confirmaba la charla que tuve con Charlotte. No solo fueron las condiciones de que no se casara con su ex. Hasta puede que fuera la que menos le preocupó. Pesaba una fuerza mayor, cuando me comentó que el largo plazo para conseguirla era porque no se fiaba. Quería a un Niall sobrio.

―¿Cuánto tiempo hace que lo dejaste?

―Cuatro años.

―¿No te da miedo de poder caer de nuevo trabajando en el Rose?

Me cogió la mano y la agarró con fuerza.

―Si pensara así no podría salir a ningún lado. Mis amigos beben. Si voy a comer a un restaurante veo a gente bebiendo. Cuando voy al supermercado, los estantes de los refrescos y agua se encuentran al lado del vodka, ginebra, ron... pasear por Hide Park y ver las cervezas en un picnic. Adonde quiere que vaya me lo voy a encontrar.

Me sentí abatida. Niall debía luchar con la tentación conviviendo con ella a diario. Me abstuve de preguntarle a que fue debido la estupidez con la que tuvo batallar para terminar cayendo en el alcohol. Si pudiera estar relacionado con su divorcio. Pero suficiente habíamos tenido ambos durante la mañana para seguir preguntando.

Fui yo quien esa vez le cogí de la barbilla, como tantas veces había hecho él.

―Preparo unos cócteles sin alcohol y smoothies que están de muerte.

Rodeó mi mano y besó los nudillos.

―Brenda, no me importa si quieres que vayamos a comprar vino, cerveza o whisky, lo que sea. Puedes beber alcohol delante de mi. ―Se le escapó un suspiro contenido―. El único alcohol que bebería, sería tragarme tu delicioso aliento cuando te besara.

―Me emborracho cuando me dices esas cosas tan cursis.

Cruzó los brazos sobre su pecho y enarcó ambas cejas.

―¿Te parezco cargante?

Pensé con rapidez sobre mi comentario y que pudiera haberlo malinterpretado.

―No. Esa faceta de poeta apasionado me encanta ―declaré complacida―. Yo también lo hago, pero en mis adentros.

―Y, ¿podría escuchar que dicen tus adentros?

Me mordí el labio a punto de estallar. Le dejé con la incógnita con un simple levantamiento de hombros. Porque mi mundo interior gritaba mucho.

No fuimos a comer a un restaurante. Tampoco a comprar vino. Pero preparamos unos sándwiches y botellas de agua para visitar Snowshill Manor y concluir el día.

Y llegó la noche.

Niall, mientras preparaba la cena, me encomendó la tarea de un último paseo a Juan y Gloria. La primera vez que iba sola con los dos. En los pocos días que nos conocíamos habíamos hecho muy buenas migas y en todo momento hicieron caso a cada orden mia. Fue un paseo de media hora por los alrededores de la casa cuando regresamos. Mi sorpresa fue que Niall no me dejó entrar a la casa, solo lo hicieron los perros.

«Espera dos minutos». Fue lo que dijo.

Cuando regresó y abrió la puerta; lo primero que sentí fue los grados de calor, mucho más altos que en los dos días que llevábamos. Me informó que a Juan y Gloria les cedió la habitación donde durmió la primera noche, permitiéndoles dormir sobre la cama para que nos dejarán tranquilos. Luego, me señaló la chimenea, a la que ya no daba uso por la instalación de radiadores que se hallaban en toda la casa. Solo servía de decoración. Pero esa noche se encontraba iluminada y el sonido crepitante del fuego me supo a una dulce melodía. Sonreí nerviosa al ver como las llamas iluminaban la alfombra y, sobre ella, varios cojines junto a un mantel de lino blanco con bordados de colibríes de colores batiendo sus alas.

Preparó una cena romántica.

Las copas y cubiertos; los platos con nuestras salchichas de cerdo con puré de patatas y salsa gravy. La jarra de cristal, recogiendo en ella un delicioso zumo de limón con manzana.

Cenamos entre risas. A gusto. Mirándonos mucho a los ojos. Contando solo tonterías sucedidas en el Rose con los compañeros. Porque ahora solo tocaba eso: reír.

Ni siquiera nos levantamos a recoger una vez terminamos. No quedaron ganas y lo dejamos apartado en un rincón.

―Llegó la hora de hablar «de usted». ―De rodillas, se despojó de la camiseta blanca. El vello de su pecho refulgía como el oro por la luz de las llamas―. ¿Qué quiere que le haga?

―Vale si digo de todo.

Sonrió malicioso.

El vello se me erizó al retirar mi pelo y, pasar el antebrazo por mi nuca para arrastrarlo con lentitud por ella para seguir el rastreo por delante de mi pecho hasta llegar a la cintura. Me despojó de todas las prendas. Hice lo mismo. Me gustaba descubrirlo.

―Le haré todo lo que desee y me hará solo lo que usted quiera.

Jadeé.

Todo mi ser vibró en una llamarada cuando me puso boca abajo y levantó mi cadera. Tuve que cerrar los ojos. Hizo lo que yo deseaba e hice lo que él deseó. Un juego que solo había cabida para manos y bocas. Me agradaba ver su rostro envuelto en llamas y escuchar como le hacía gemir. En su exclamaciones: «oh... si...» y como mi cuerpo se fue enrojeciendo y resbalando por el sudor. Hasta que me penetró y me mortificó con su ritmo. Mi deseo fue gritar varias veces: «por favor... no pares...», pero quedaba carente de auxilio cada vez que bajaba el ritmo y comenzaba a rozarme con los dedos, jugando. Estaba tan excitada que protesté. Lo nombré, una y otra vez y le pedí estar encima de él. Me apretó con firmeza la cintura y nos dimos la vuelta a la vez que me susurró: «móntame».

Me deslicé sobre su miembro. Comencé a subir y bajar despacio, agarrada a sus piernas, observando como sus facciones cambiaban en oleadas de placer mientras sus dedos me pinzaban el pecho. Yo marcaba el ritmo. Yo tenía el control. Nunca me había sentido como una experta amazona montando a su potro. Sus manos bajaron a mi trasero, y se impulsó empujando en mi interior, acelerando el ritmo.

Creí enloquecer cuando elevó la pelvis, arqueé la espalda y entre susurros me llamó: «Brenda...cielo...no pare ahora...me mata si lo hace». Cerré los ojos y perdí el norte. Y en tanto me corría, cayendo sobre él, pensé lo mucho que lo quería.

Me retiré para que se quitara el condón que lanzó al fuego. Después buscó la curva de mi cuello y se hundió en ella. Todavía sentía la acelera respiración en su pecho, como en el mio. La sangre bullendo buscando encontrar su lugar, como nuestros cuerpos reconociéndose para encajar y descansar.

―Brenda... ―me besó en el cuello―. Dígame sus adentros.

Seguía en la intimidad. Seguía con el usted. Pero no me atreví a expresar mis sentimientos abiertamente y recurrí a la cursilería.

―Una vez te hablé sobre los fuegos artificiales, esos que ves a través de la complicidad y la pasión. Pero esta noche una lengua de fuego se los ha tragado ―me encandilé en el brillo de sus ojos y el rubor de sus mejillas―. Sin embargo, han quedado resquicios luminosos a nuestro alrededor.

Se llenó de una amplia sonrisa.

Nos besamos.
Nos abrazamos.
Y nos quedamos dormidos.


Si. Ya era hora.

Como dije en el relato que subí hace unos días, me encuentro en un bloqueo serio.
Donde llevo arrastandolo bastante tiempo. De hecho este capítulo lo comencé en navidades y a los dos párrafos lo tuve que dejar.

Como la historia que mi meta era acabarla en verano del 2020....ja,ja,ja, que risa.

Bueno esto es así, que le vamos a hacer. Solo esperar que no dure mucho tiempo.

Espero que os encontréis bien ante tantas restricciones.

Y gracias por vuestra paciencia.

Un fuerte abrazo,

Indira💜









































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