20. La cosa rosa
―¿Cómo has podido hacer eso? ―Katia se dio cuenta que subió el tono de voz y observó a las dos clientas de su peluquería. Primero a la que estaba metida en el secador, medio dormida, y después a la señora con el tinte puesto leyendo una revista. Cuando comprobó que seguían en su tarea, prosiguió―: No sabes lo que has hecho.
―Si sé lo que he hecho.
Repetir de nuevo todo iba a acabar trastornada. A mis hermanas no hubiera podido engañar como al resto de la familia, y menos a mi mejor amiga. Me conocía tanto como yo a ella y, trabajó, pese por poco tiempo, en el Rose.
Se levantó.
Nos habíamos sentado en un rincón al fondo de la peluquería cuando le dije que tenía que comunicarle algo muy importante al poco de entrar, y esperé a que acabara de tintar el pelo de color negro a la clienta.
Aprovechó el estar de pie para colocar unas cremas capilares en la estantería. Se había puesto nerviosa por la noticia y el estar acompañadas no se podía desahogar como a ella le hubiera gustado; como una leona de un lado a otro esperando impaciente para saltar sobre su presa.
El tiempo de secado terminó y Katia comenzó en la tarea de peinar a la señora. No me iba a marchar con ella enfadada.
Era ponerse en la faena y el enfado parecer esfumarse. La habilidad en sus manos una vez le quitó los rulos y cepilló el pelo. Ayudada de un peine de púa y la generosidad de la laca, se lo fue colocando de forma estratégica. La clienta de edad avanzada, con melena corta de un rubio casi plateado peinado a un lateral, terminó siendo la Grace Kelly de los años cincuenta envuelta en una aura especial y luminosa.
Mi amiga me miró unas cuántas veces antes de seguir con la siguiente. Esperé media hora más hasta que por fin terminó.
―¿Qué tal ha ido el día? ―No le había preguntado como llevó la jornada.
―Bien, esta mañana han sido cinco y después de comer ya van tres con las que acabas de ver y dentro de una hora llegan dos clientas. ―Miró la hora en un reloj colgado en la pared. Marcaba las cuatro y media de la tarde.
Me senté en el sillón de peinar. Tenía dos. Katia se sentó en el que había al lado.
―¿Me peinarás para la boda? ―Me atreví a preguntar.
No me contestó de inmediato. Cogió la lima de uñas y comenzó a limárselas. Era la única baza que me quedaba. De hecho estaba con la duda de que se presentara llegado el día.
―Y para tu divorcio. ―Su respuesta me tranquilizó―. ¿No has pensado en tus padres y cómo se sentirán cuando te divorcies?
―Estarán bien porque yo lo estaré. Nuestro divorcio no acabará mal, lo que vamos a hacer está pactado de antemano.
―Claro, con un bar de regalo por los servicios prestados.
Fue a la única a la que comuniqué al acuerdo que dictó Niall si quería que lo ayudara.
―Fue idea suya y no hubiera seguido con ello si no llego a aceptarlo.
―¡Que altruismo el tuyo! Estoy segura de que hubieras seguido adelante sin nada a cambio.
―Katia, no vayas a empezar de nuevo.
―Es que todavía no me puedo creer que le dijeras que te casarías. ¿Por qué no te gustó él en vez de Tyler? ―negó―: Hubiera sido diferente.
―¿Por qué no conociste a Cameron antes que a los capullos que te pusieron los cuernos?
―Eso ha sido un golpe bajo, Brenda. ―Dejó de limarse las uñas―. No es lo mismo.
―Lo siento ―me arrepentí al instante―. No lo es. Pero yo he podido elegir y sé en lo que me estoy metiendo.
Katia bufó.
―Tendré que hacer como tus hermanas y ponerme una venda en los ojos.
A través de la ventana vi una camioneta que estacionaba. Era la del señor Baker, el dueño de la jardinería junto a la peluquería, donde trabajaba nuestro amigo.
―Ya no me quedan fuerzas para repetir lo mismo.
De ella bajaron Cameron y Roko. Katia desvió la mirada de mis ojos al ventanal.
―No les digas nada, me encargaré yo de comunicárselo. ―Se me abrió el cielo―. Además que te queda nada para que entres a trabajar.
―¿Ya te he dicho lo mucho que te quiero?
―Si existiera una vara que midiera los te quieros, ahora mismo yo te sobrepasaría con creces.
Nos callamos cuando entraron, discutiendo sobre plantas.
―No me los vayas a tocar más, Cameron. Tu sabrás de papeleo porque trabajas en una gestoría, pero de fertilizantes no tienes ni puta idea ―dijo Roko antes de cerrar la puerta.
―¿Qué os pasa a vosotros? Lleváis lo que va de semana y casi todo el día juntos, discutiendo. ―Cam cogió la escoba y se puso a barrer. Katia se la quitó―. No he cortado pelo, deja la escobita.
―El hecho de que no sea jardinero como tú, no implica que sepa del tema y, el fertilizante que has comprado no vale una mierda. ―Cameron reparó en mi―. Hola, Brenda.
Después de intentar barrer, encararse a Roko y saludarme, le dio un beso a su novia.
―¿Cómo lo has pasado? ―me preguntó Roko, sentándose en sillón que dejó libre Katia.
―No he parado en los dos días que he estado ―le contesté y pregunté a Cam―. ¿No trabajas?
―Esta es mi semana de vacaciones, pero como si nada, porque Katia no quiere cogerse unos días.
―Te dije que este año no, porque hace pocos meses abrí la peluquería. No empieces de nuevo con el temita, Cam ―le amonestó―. Quedamos de acuerdo que cogería un fin de semana, y ésta no era la mejor porque ya la tenía con citas concertadas.
―Y se la pasa conmigo acompañándome cuando voy a los viveros a comprar y le debe molestar cuando tenemos que cargar sacos ―añadió Roko.
―Porque cargo más que tú, que te entretienes a hablar con el jefe de la tienda ―le espetó Cam y Roko soltó una carcajada.
―Lo que ocurre es que los ingleses sois unos aburridos y os falta despertad por las mañanas con el altavoz del camión de las sandias para animaros.
―¿Pero qué dices? ―pregunté, riendo―¿Qué camión y qué sandias?
Me guiñó un ojo.
―¡Llegó el camión de las sandias, mis parroquianas! ¡Sandías murcianas! ¡Sandías sin pepitas! ¡Dos sandías cinco euros, mis parroquianas!
Cameron evitó reír, no como Katia y yo que lo hicimos abiertamente, pese a que no entendimos del todo al expresarlo en español. Nos tradujo, pero según él no tenía la misma gracia.
―¿El de los melones no pasa por tu pueblo? ―Percibí la ironía en la pregunta de Cameron.
Roko que se encontraba en un cómoda postura con sus piernas por completo estiras y abiertas, cogió una cinta que tenía asida en su muñeca y se recogió la melena antes de contestar.
―Por supuesto, los melones del Tomelloso y, si quieres saber más, los ajos gordos y morados de las Pedroñeras.
No me hubiera importado quedarme con ellos cuando comenzaba la jarana, pero iba con retraso y esa tarde quería llegar al Black Rose antes que Niall.
―Me encantaría quedarme mas tiempo pero he de ir a trabajar.
―Llama y di que estás enferma ―sugirió Cameron.
Una mentira más a mi currículum tampoco se hubiera notado.
―Lo que debéis de hacer es pasad más a menudo por Rose ―cogí el bolso del perchero―. Cada vez son menos las veces que lo frecuentáis.
No me entretuve más. Me despedí de ellos y marché andando hasta el trabajo.
El trayecto que hicimos de Sheffield a Londres le cedí el asiento de copiloto a mi tía, y que fuera con la piernas estiradas para mayor comodidad. Durante el viaje le fue contando a Niall por los lugares que íbamos pasando y que ella recorrió muchas veces cuando conducía y llegaba de visita. De ahí pasó a hablar de la que fue su profesión de repostera. Niall aprovechó para halagar la tarta de peras que tomamos de postre por el cumpleaños de Helena. No pudimos emplear el viaje en conversar y concretar sobre los que se nos venía encima. Al dejar a tía Grace en su casa, me aproximó a la mía. Habíamos quedado en comunicar a los compañeros que lo nuestro lo habíamos mantenido oculto.
Apreté el paso. Llevaba un buen retraso. Me entretuve demasiado tiempo con Katia y llegaba tarde.
Pese a estar a las puertas de Septiembre y por consiguiente la bajada de temperatura que hacía unos días comenzó a notarse, el día estaba siendo de los mas cálidos de agosto. Llegué a la entrada del Rose, acalorada. La persiana estaba medio subida. Me agaché y pasé por debajo de ella, para evitar dar un rodeo y entrar por detrás. De fondo una música suave y el tintineo del cristal de las copas cuando chocan entre si. Un sonido al que estaba acostumbrada cuando las sacábamos del lavavajillas para colocarlas en su lugar, en los estantes debajo de la barra.
―Vaya sorpresa, Brenda. ―Un extraño saludo el de García que se encontraba en el principio del local, bajando las sillas que reposaban encima de las mesas―. Te doy ya la enhorabuena o me espero a que llegue el día.
―¿Cómo sabes lo nuestro? ―Dudé. Recordé el comentario de Tyler sobre la amistad que tenía con García. Sería posible que fuese él quien se lo comunicara.
―Hace cinco minutos que Niall nos lo acaba de decir ―señaló al fondo en un lateral cerca de la barra pequeña.
En ella estaba él con el resto de compañeros. No esperó a que llegara.
Tomé aire y me dirigí al grupo. Antes de llegar a ellos, Billie me vio, señaló y gritó.
―¡Que callado te lo tenías!
Niall de espaldas, en vaqueros oscuros con la camiseta roja del local, se dio la vuelta.
―Ya veo que lo sabéis.
―Y todavía estoy alucinando ―agregó Jake.
Miré a Niall y le interrogué con los ojos.
―Llevas veinte minutos de retraso. ―Primero pasó su mano por el pelo y luego cogió una gran bolsa del suelo―. Te espero en cinco minutos.
Como de una espantada se marchó al despacho.
―Ahora caigo por qué Niall nos dijo que lo llamó Tyler para que fuera a Sheffield ―aseguró Harold―. Lo que quería era pasar un par de días contigo.
―Que lo llamara Tyler fue verdad ―dije.
―No me creo que en dos meses os vais a casar, ¿cómo no me he dado cuenta de que estabais liados? ―Billie lanzó la pregunta al aire.
―Porque tienes veinte años ―la respuesta de García nos sorprendió a los dos―. Cuando Niall nos echa una mano en la barra, la mayoría de veces está al lado de Brenda.
Era verdad que nos ayudaba, sin embargo, nunca me percaté que pasara casi todo el tiempo a mi lado.
―Puede que sea el más el joven, pero no me chupo el dedo y he tenido mis experiencias ―protestó Billie.
―Cuéntanos tus vivencias a tío Jake y a mi. ―Billie bufó a Harold y éste le cubrió los hombros con su brazo. Me di la vuelta para ir al despacho―. Brenda, quiero los detalles de esa relación «oculta».
«Poco te puedo contar».
No llamé a la puerta como de costumbre. Niall estaba recogiendo el portátil y unas carpetas que se hallaban sobre la mesa redonda de cristal y, lo recogido, lo apoyó sobre unas baldas suspendidas en la pared. La bolsa que llevaba cuando llegué la subió encima de ella y de su interior sacó unos envases de comida.
No reparé en aspirar con profundidad el olor que salía de ellos.
―¿Has comido? ―Negué en silencio―. Yo tampoco, siéntate.
―No puedo ahora, tengo que ayudar a los chicos.
―Terminaron unos minutos antes de que llegaras, ahora estarán sentados sin hacer nada hasta que se abra al público, así que, le dije a García que no nos molesten durante un rato.
No me había sentado y apoyé las manos sobre la mesa.
―¿Por qué has hecho eso? Ahora que creen que somos novios van a pensar que nos hemos encerrado para darnos un revolcón.
―¿Te molesta que lo piensen?
―¡Pues claro que me molesta! Y si nuestra relación hubiese sido verdadera, también, si estoy en mi trabajo.
―Por una vez más que lo crean no creo que vaya a pasar nada.
No entendí que quiso decir.
―¿Cómo qué una vez más?
Había abierto uno de los envases. Era una ensalada completa, como me gustaba, con pollo, jamón, queso y pasta. Se me hizo la boca agua. Desde que desayuné en casa de mis padres a las ocho de la mañana no pegué bocado.
―Creen que llevamos unos meses juntos, estarán hablando o mejor dicho, riendo, de todas las veces que has estado en este despacho, conmigo.
―Hablábamos de trabajo, nada más.
―Lo verán desde otra perspectiva, como posibles encuentros íntimos que hemos tenido ―señaló la silla para que me sentará. No me extrañó las palabras de Harol cuando dijo que quería «detalles» ―. Para tu tranquilidad, dejaré la puerta abierta las próximas veces, no obstante, hoy, hay temas de los que quiero tratar y no me gustaría que nos pudieran escuchar.
―De acuerdo, pero solo se cerrará la puerta según que temas.
Niall, asintió.
―Deberíamos comenzar a ponernos al día.
Repartió la ensalada en dos platos de plástico. El otro envase de comida que abrió era pollo rebozado.
―¿Te refieres a elegir la fecha?
―Eso lo podemos hacer otro día. ―Me ofreció unos cubiertos―. Sobre nuestros gustos.
―No es relevante para lo que vamos a hacer. ―Pinche en la ensalada con salsa césar―. ¿Has hecho tú la comida?
―A veces, pero esta vez no me ha dado tiempo. ―Era curioso ver como removía su ensalada al ser zurdo o era la sensación que me daba al ser diestra―. Hace una hora me llamó Tyler. Esta mañana vio a Charlotte y le comentó que se pasaría sobre las siete de la tarde porque quería hablar conmigo y, no me fio de que pueda tramar algo.
Estaba segura que el aviso de llegada de la Lady fue el motivo por el que no me esperó para comunicarlo a mis compañeros.
Tuvo prisa.
―Quizá haya cambiado de opinión y quite las condiciones.
―No. Lo más probable es que no se lo haya creído.
Es lo que pensé cuando la conocí, solté todo el rollo y ella sonrió incrédula.
―Si se lo cree o no, nos vamos a casar, y tendrá que cumplir con lo prometido ―frunció el entrecejo y de nuevo en su rostro el recelo y la impotencia―. Sobre lo que me gusta, ¿es por si nos preguntara y que fuera más creíble?
―No sé lo que pueda traerse entre manos para querer venir, y no estoy seguro si te cogiera a ti por un lado para averiguar e hiciera conmigo lo mismo sobre ti, tu vida ―bufó―, en caso de que dudara.
―Empezaremos por mi. ―Pinché varias veces a la ensalada antes de comenzar―. A los once años fue cuando decidí que quería preparar cócteles. Fue a raíz de ver una película. No he sido ni buena ni mala estudiante, más de sacar un bien que un notable, sobresalientes pocos. Suspensos alguno que otro, sobre todo en los dos últimos años de instituto, pero tenía a Andrew que siempre me ayudaba a recuperar esas asignaturas suspendidas. Mis mejores amigas son Katia y mis hermanas.
―Andrew, ¿es un amigo, un familiar...?
―Compañeros, amigos y después durante unos pocos meses novios, hasta que se fue a su país en Estados Unidos ―Me gustó recordar y mencionar a Andrew ―. Con él fue mi primera vez. Desde que se fue no lo he vuelto a ver, pero seguimos manteniendo el contacto como buenos amigos. ―Niall elevó su ceja curiosa mientras mordía un trozo de pollo rebozado―. Hubo una pausa en mi vida desde que se marchó hasta que conocí a Tommy, mantuvimos una relación de casi un año, pese a ser una buena persona, la relación no funcionaba en ningún sentido.
Me sirvió un vaso de agua.
―Entonces, ¿has tenido dos novios?
―Oficialmente, si ―recordé a un chico con el que estudié en Londres―. Porque al acabar el curso de coctelería salí un par de veces con un compañero, me pasó como con Tommy y corté por lo sano. No hubo... fuegos artificiales.
―¿Fuegos artificiales?
Me resultaba embarazoso decir que ese fuego se resumía sobre todo a la intimidad. Fuimos a coger el mismo trozo de pollo. Niall me lo cedió.
―Darte cuenta que hay complicidad.., pasión.
―¿Y con Andrew?
―Fue diferente -contesté con la boca llena-. Éramos muy jóvenes y se tuvo que marchar.
No supe descifrar como me miraba, pero me sentí como si fuera un extraño ejemplar.
―Luego, no has visto ni sentido un castillo de fuegos artificiales completo.
―No creo que sea, «relevante», ese dato de mi vida íntima. Sigamos... ―De repente me entró calor. Cogí el vaso de agua y bebí un sorbo―, mi abuelo fue electricista, igual que ahora es mi padre y lo fue mi tío Joseph. Es más probable que Charlotte te pregunte a que se dedica mi familia que por las personas que haya salido.
―No la subestimes, nunca sabes que tiene en mente. ¿Qué te gusta hacer?
―Combinados.
―¿Solo? ―Echó el cuerpo un poco hacia delante―. En tu tiempo libre, ¿haces deporte, lees libros, ves películas?
Lo preguntó como si nunca hubiera hecho nada de lo que mencionó.
―El deporte cuando estuve en el instituto, pero bailo en casa de vez en cuando y lo que más leo...
―Sobre coctelería ―afirmó, dando en el clavo.
―Y mixología. ―Fue gracioso como blanqueó los ojos―. Cuando Katia vivía conmigo nos gustaba ver películas de terror, ahora, sola no me atrevo. Y aunque no soy romántica, mi película favorita es, Los puentes de Madison.
―No la he visto, pero es curioso si dices que no te gusta el romance.
Niall masticaba cada bocado con lentitud, como si contara cada uno de ellos.
―La comencé a ver sin ganas porque a Clint Eastwood solo lo visualizo en películas de acción y me quedé a verla por la actriz Meryl Streep. Al final, acabé llorando junto Helena y mi madre. La he visto tres veces y sé muchas de las frases para el recuerdo, también tengo mi favorita.
Niall dejó de comer.
―Y, ¿cuál es?
―« No quiero necesitarte porque no puedo tenerte ».―Medio sonrió―. Se la dijo Robert a Francesca. Seguro hay películas mejores y no tan viejas, pero me chocó su historia. La de una mujer que ha dedicado su vida a la familia. Su marido e hijos hacen un viaje de cuatro días, ella se queda y conoce a un fotógrafo de National Geographic que se detiene frente a su casa preguntando sobre el puente Roseman ―La palabra Rose era como si me persiguiera―. Y lo complicado que es para Francesca tomar una decisión cuando pasa esos días con él y ve que es el amor de su vida.
―¿Qué decisión tomó?
―Mejor si un día la ves y das tu opinión sobre la elección que hizo.
De ahí pasé a contar la música que suelo escuchar, el desprendimiento de retina que tuvo mi madre, a lo que se dedicaba Helena y, sobre Darcey, él ya sabía que cantar y su grupo era lo que le gustaba.
Tomó una servilleta de papel y se la pasó sobre los labios. Me gustó verlo comer. Lo hacía con tranquilidad, como si disfrutara de ese instante. El manejo de los cubiertos en sus manos y seleccionar al pinchar el diminuto trocito de pollo de la ensalada con el tomate y la pasta con el queso. En casa pasó igual en el transcurso de la cena, el relleno de ternera que iba cortando, lo fue acompañando en cada bocado con alguna de las verduras que preseleccionó.
Yo no seleccionaba nada. Pinchaba con el tenedor según me parecía.
―¿Qué no te gusta? ―Extendió el brazo al preguntar para recoger mi plato y cubiertos.
―Varias cosas. De mi misma, es que soy un poco guarra.
La cara de estupor casi le impidió hablar.
―¿Qué dices Brenda? ―Dejó de guardar en la bolsa los vacíos y sucios platos.
―Espero que no sea un inconveniente para lo que vamos a hacer, de cualquier manera, es un dato más de mi para conocer.
Contener la risa fue lo peor.
―Sigo sin comprender. Por como te has definido me da para imaginar diferentes...
No terminó de hablar al ver que recliné mi espalda en el respaldo de la silla para una mejor vista. Señalé en el centro de mi pecho. Llevaba la misma ropa con la que salimos de Sheffield en la mañana, una camiseta ajustada sin mangas de color lima y unas mallas negras.
―Será que pasa desapercibida ―ironicé―. No ocurre todas las veces, menos mal.
Al final la vio y sonrió.
―Una pequeña condecoración que demuestra que acabas de comer. Me he dado cuenta en el momento que ha ocurrido, al pinchar la pasta con un gran pegote de salsa. También te has pasado la mano varias veces por la camiseta para retirar de ella cuando se te caía el rebozado del pollo mientras comentabas la película. ―Mojó con agua una servilleta antes de dármela―. No creo que sea motivo para calificarte como lo has hecho, da igual las veces que ocurra.
―Suerte que traje ropa. Cuando llegamos fui a comprar y después visité a Katia sin antes cambiarme. ―Restregué la mancha sin mucho éxito―. Una mancha por pequeña que sea te da una apariencia sucia.
―¿Qué otras cosas no te gustan?
―El agua ―la respuesta de nuevo le sorprendió―. Mejor será que especifique. Me da miedo bañarme en la playa o una piscina, solo me meto si no sobrepasa la altura de las rodillas.
―No sabes lo que te pierdes.
―Tu comentario no me influye. Fue a lo que recurrieron mis padres cuando agotaron todas las tácticas.
No era del todo verdad. Pese a acostumbrarme, me gustaba ver como disfrutaban del baño y yo por mi miedo me tenía que quedar solo observando.
―Enserio, deberías aprender a nadar. No solo por los beneficios en cuestión de salud ―dijo mientras ataba la bolsa en un nudo dejándola a los pies de la mesa―. Nunca se sabe lo que puede ocurrir y te puedes ver en una situación donde necesites habilidad para salir del agua.
―Dudo que haga un crucero. Ya sería mala suerte en caso de hacerlo que se hundiera el barco o caerme por la borda.
―¿Hay algo más a lo que tengas miedo?
―No me gustan las mo... ―Unos golpes en la puerta me interrumpió.
Fue extraño ver a Tyler aparecer acompañado de Lady Charlotte. El entrecejo de Niall se marcó visiblemente molesto. Quedaba casi hora y media para que fueran las siete, la hora que le comentó el jefe para su visita. Poco tiempo empleé para que supiera de mi y yo nada de él, sin saber el por qué quiso presentarse en el Rose. Pronto saldríamos de dudas y, mientras tanto, encomendarnos a lo que fuera y diera suerte. Cosa esta última que parecía sobrarle a ella. No solo por su vestido rosa claro ―elegante y de suponer de alto precio― que, parecía más un rubor en si, entallado en la cintura en un finísimo cinturón; lo era sus pasos al entrar, como si toda la vida hubiera estado entrenando para soportar con elegancia y destreza unos impresionantes zapatos blancos con tacón de aguja.
―Me llamó Charlotte hace veinte minutos comunicando que adelantaba su visita porque le salió un imprevisto.
―¡Salgo rumbo a Italia dentro de cuatro horas! ―exclamó Charlotte―. Hola, Brenda, qué suerte encontrarte aquí, me lo ha dicho Tyler cuando veníamos de camino que trabajas en el Black Rose ―Y a mi me sorprendió que me besara en la mejilla con afecto―. Cariño, llevas una manchita en la camiseta.
―Oh, si. Un pequeño descuido mientras comía.
Niall se aproximó a ella y la saludó.
―¿Cúal es el motivo de tu visita? ―Se mostró serio igual que en el saludo.
―Os dejo para que habléis mientras voy a cambiarme ―dije y señalé mi prenda.
Una mano sujetó mi brazo antes de salir, la de Charlotte.
―Lo que tengo que decir también te concierne, Brenda. ―El corazón me latió veloz. Miré a Niall a espaldas de Charlotte que entornó los ojos para que accediera a su petición―. Tyler, ¿puedes esperar afuera, por favor?
―Charlotte, me tengo que ir, te comenté que solo podría traerte.
―Es verdad, Niall me acercará a casa cuando hayamos terminado de hablar. ―Mi futuro marido se llevó la mano a la frente y Tyler salió cerrando la puerta.
Se sentó y nos indicó para que hiciéramos lo mismo.
―Os preguntareis por qué quiero hablar con vosotros ―dijo, dejando sobre la mesa un bolso de Prada del mismo tono que el vestido― . Quería saber si habéis comenzado a organizar y, si no fuera el caso, ¿tenéis una idea de cómo y dónde se celebrará la boda?
―Creo que eso solo nos atañe a Brenda y a mi, Charlotte. ―«No me extraña», pensé, por el tono duro que empleó Niall―. Íbamos a hablar de ello cuando has aparecido.
―Por supuesto que os corresponde a vosotros, pero... ―Charlotte desvió la mirada hacía mi―. Brenda, hace veinte años me dediqué a organizar bodas y, como siempre hago en todos los proyectos, me aburrí y lo dejé, pese a que era muy buena en ello. ―Fue como si el aviso de Niall le hubiera entrado por un oído y salido por el otro―. Me quedé con las ganas de ayudar en su anterior matrimonio y me ofrecí a ello, pero su ex esposa no permitió ningún consejo ni sugerencia al respecto ―dio unos golpecitos sobre la mesa―. ¡Así salió todo! ¡Horroroso! Muy mala organización.
» Me hubiese hecho ilusión hacerlo en su día, porque ahí donde lo ves ―señaló a Niall―, tan grande y alto, de bebé le cambié una vez el pañal, al único niño que se lo he hecho, ¡ni siquiera a mis sobrinos! De hecho, fue como una prueba y decidí que no iba a tener hijos.
―No creo que a Brenda le interese tus cuidados cuando era un bebé.
Me dieron ganas de reír.
―De momento, lo que «tenemos» claro, es que queremos una boda íntima, solo la familia y amigos cercanos ―me aseguré. Esperaba que Niall hubiera tenido el mismo pensamiento, porque de testigo a Charlotte no había vuelta atrás con mi decisión―. Por mi no hay ningún inconveniente de que la organices.
No lo había. Solo con llevar el vestido de novia y decir, «si, quiero», ya tenía mi parte hecha.
―¿De verdad? ―la emoción le brotó por los poros de la piel―. Niall, ¿no te importa que sea yo? ―Él abrió su mano en un gesto de, «¡qué remedio!»―. Había pensado que te haría ilusión hacerla en la casa de tu abuela. El jardín trasero es precioso y tiene una buena parcela para que paseen los invitados.
Niall se mordió el labio, sin saber si lo hizo porque le molestó, o le gustó la idea volver a la casa que le dejó su abuela en herencia, perdió a las cartas y pronto recuperaría.
―Brenda... ―me sobrecogió que me diera la opción de elegir.
―Seria bonito.
―No os imagináis la alegría que me hace ―se retiró con emoción su corta melena hacia atrás―. Me pondré manos a la obra dentro de una semana cuando regrese de Italia, ahora, Niall, me gustaría tratar cierto tema contigo.
Me dio la sensación que sobraba en la siguiente conversación.
―Antes me gustaría pedirte un favor, ya que estás tan dispuesta a hacerlos ―Niall se quedó unos segundos, mirándome―. ¿Podría usar tu piscina para enseñar a Brenda a nadar? ―me levanté de sopetón―. No hay forma de llevarla a una pública y quizá estando solos se sienta menos intimidada.
Mis manos se aferraron con fuerza al borde de la mesa.
―Claro que sí. ―Charlotte apoyó su mano sobre la mía y yo fulminé con la mirada a Niall―Brenda, debes aprovechar tener a un experto nadador como él, desde niño hasta los.., ¿veintidós años? ―lo miró para asegurarse y comprobar que acertó en la edad―, participó en campeonatos de diferentes condados, tiene una buena colección de medallas y copas.
―Ya estaba al tanto de sus proezas en la natación ―disimulé―. Pero la natación y yo no nos llevamos muy bien.
―Una semana con él es suficiente para aprender. ―No lo conseguí en veinticinco años, menos en una semana―. Solo hay que ver la espalda que tiene de practicar ese deporte. Mañana podrás comenzar y esperó ver que buenos resultados ha dado.
La sonrisa burlona en boca de Niall se me atragantó. Pero no iba a salir del despacho sin una pequeña venganza.
―Ya es hora de que me ponga a trabajar. Charlotte, que tengas un buen viaje y gracias por el ofrecimiento de encargarte de los preparativos ―me cogió una mano entre la suyas.
―Será un placer. ―Cogí el bolso y me acerqué a Niall que se levantó.
Cuando me presenté delante de Charlotte haciéndome pasar por su novia, llamarlo cariño, lo fue para dar más credibilidad y porque llevaba tres cócteles y el whisky de Tyler. Yo no era de decir; corazón, amor, cosita ... que se dicen los enamorados, y lo iba a hacer de nuevo delante de ella.
Me puse de puntillas como una bailarina y curvé mi mano al tomar la nuca de Niall. Comencé cogiendo unas finas greñas de pelo que estiré. Aguantó el tipo, observándome con un ligero brillo en los ojos.
―Mi cielo ―le rocé los labios con los míos―. Esta noche prepararemos la lista de invitados.
Le besé los labios, suaves... carnosos. La segunda vez que lo hacía, pero con la diferencia de morderle el labio inferior. Con la justa presión para marcarlo. Se le escapó un débil gruñido antes de soltarlo.
―Eso es por la piscina ―le susurré todavía sobre ellos.
Me rodeó con una brazo la cintura y con el otro sujetó mi cabeza, inmovilizándome. Me pegó a él y con la última palabra que salió de mi boca, abrió con la suya la mía, por completo. No tuvo contemplación y lamió el interior de ella con brusquedad. Su cuerpo me cubría a la vista de Charlotte y a él parecía importarle un rábano que ella estuviera presente. Siguió en lo suyo sin bajar la intensidad. El pulso me palpitaba rápido en mis oídos. Era él quien solo besaba, hasta que cedí. El efecto fue inmediato al notar que respondí a su beso. Se tornó en uno suave, lento y cálido que me estremeció.
―Eso por el mordisco y porque tomas decisiones precipitadas ―susurró antes de separarnos.
No me atreví a mirar a Charlotte y salí del despacho.
No encuentro las ranitas que ponía al final del capítulo. Estarán hasta las narices y se han fugado XD.
Os dejo un gif de Niall.
Un saludo,
Indira 💜
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