I
"Suavemente relajo mi arco.
Lo que no viene, no vendrá. Lo que viene, vendrá.
¿Por qué no vendrás?"
***
En una pequeña habitación de tres tatami1 sonaba un despertador digital. El despertador estaba en el suelo, delante de un futon2. Debajo del futon se movió un bulto. Perezosamente, una mano surgió de entre las mantas y paró el despertador. Volvió la tranquilidad de nuevo, pero no el silencio, pues podía oírse el canto de los pájaros y el crujir de las ramas de los árboles por el viento. Pasó un escaso tiempo y el despertador volvió a sonar, pero no el digital, sino uno analógico de molesto timbre. La mano bajo las mantas volvió a salir pero con más brusquedad para parar el ruido. El bulto del futon se movió y al alzarse y caer las mantas hacia delante, amaneció una joven.
La joven, de no más de veinte años, se levantó perezosamente. En sus movimientos lentos se podía ver una mala noche. Después de dar una pequeña plegaria al pequeño altar improvisado en el tokonoma2, la chica se levantó, plegó el futon y se cambió el pijama por un chándal negro de marca barata. Las zapatillas grises que usaba le venían grandes y eran viejas. La chica se colocó encima un hanten3 verde oscuro. ¿Pero qué diferencia habría entre no tener nada y ese hanten, también viejo? Sólo un falso sentimiento de protección, algo que le diese fuerzas para desertarse cada mañana, pues en su interior deseaba dormir, sólo dormir. Deseaba soñar con el tiempo en el que una vez tuvo algo llamado felicidad. Cada noche pedía no despertar al día siguiente, pero cada mañana daba gracias por darle fuerzas para moverse, para vivir. Cada invierno usaba ese viejo hanten, que perteneció a su abuelo, incluso aunque nunca tuviese frío. Y aunque no era capaz de sentir el inverno, sí que sentía el húmedo verano.
Salió de su pequeña habitación, lo que antaño fue el cuarto de té de su abuelo, y caminó hasta llegar al lavadero para asearse. Al entrar vio que el vapor salía del baño anexo a pesar de tener la ventanilla abierta y supo que su hermano ya se hallaba despierto. Sonrió. Sabiendo que si no fuese por él y su tío, sus padres adoptivos ya le hubiesen echado de la casa para que se buscase la vida.
Mientras se peinaba veía su reflejo en el espejo. Notó que las raíces se le empezaban a ver y pensó que debía volver a comprar tinte negro para tapárselas. Odiaba su cabello natural, lo odiaba por hacerle destacar del resto de personas. En una gran ciudad como lo sería la capital era incluso normal ver a gente de cabellos teñidos de colores extravagantes, e incluso estaba de moda llevar el cabello de tonos claros y pastel, pero ni se encontraba en la capital ni se lo decoloraba. Su caso era al revés, a pesar de que sus rasgos eran orientales y podía pasar por japonesa o coreana, su cabello era de un color cenizo, claro y sucio, al igual que sus ojos que eran de un gris claro y cálido.
Siempre había odiado su físico porque le traía problemas. Pese a ser una chica guapa, los hombres la molestaban y la mayoría de las mujeres le tenían envidia. Aunque desde hace unos días su rostro estaba maquillado de ojeras y eso le quitó un peso de encima.
Al salir del lavadero se dirigió a la cocina con la intención de tomar un zumo cualquiera de la nevera. No desayunó nada más. Se puso un calzado cómodo antes de salir al patio y se fue en bicicleta hasta el templo. Dejó la bicicleta en el estacionamiento y subió las escaleras para ir a la parte delantera, a saludar a su tío que se hallaba con su uniforme y barriendo las interminables flores de cerezo. Era principios de marzo y la cantidad de flores era casi el triple de lo normal del resto del año. Y eso que aún faltaban unas semanas para la época de floración de los cerezos comunes.
—Buenos días —dijo en voz baja y haciendo una pequeña reverencia al templo—. Buenos días a usted también, tío6.
—Buenos días Hana —respondió el hombre con una amable sonrisa.
—Permítame ayudarle, por favor —pidió Hana acercándose con gesto de pedirle la escoba.
—No, no te lo permito. —Apartó abruptamente la escoba y, aunque aguantaba una pequeña risa tras la broma, en realidad se sentía un poco molesto. La chica estaba un poco sorprendida tras esa reacción—. Te he dicho muchas veces que no me hables tan formalmente.
—Discúlpeme, no lo volveré a hacer. —El hombre seguía mirándola—. Quiero decir, lo siento.
El hombre suspiró. Cada mañana pasa lo mismo y al día siguiente parece olvidar dicha conversación. La chica sabía perfectamente a que se refería, pero se sentía incómoda hablando coloquialmente con el hombre al que le debía demasiadas cosas.
—Las semanas anteriores estabas ocupada con los exámenes de ingreso y no me contaste apenas nada. —El hombre inició la conversación para evitar que Hana se comiese la cabeza—. ¿Cómo te va todo? ¿Ya encontraste alojamiento? Si quieres te puedo prestar las llaves de mi apartamento. Ah, ¿te gustó el desayuno? —Terminó su frase con una sonrisa, como esperando un premio por haber actuado bien. A veces Hana veía a su tío como un perro Shiba, fiel y obediente.
—Bien, supongo. —Puesto que no le daría la escoba, fue a buscar otra en el cobertizo, el patio debería estar lo más libre de pétalos posible antes de que las primeras visitas llegasen. Mientras barría al otro lado del patio iba respondiendo en orden el cuestionario del joven sacerdote—. No, aún no encuentro uno de precio razonable. Y gracias por el ofrecimiento pero no quiero causarte más molestias. —Y antes de responder la última frase se giró sorprendida hacia el joven—. ¿Qué desayuno?
El hombre también se giró hacia ella y tras unos segundos de silencio frunció el ceño, imaginando de quién sería la culpa.
—Nada, déjalo. Y no eres ninguna molestia. Si de aquí a la graduación7 no has encontrado un lugar donde alojarte, te quedarás en mi viejo apartamento y no quiero quejas.
Su relación familiar era complicada. Si hacían referencia a sus lazos sanguíneos, no tenía a nadie. Hana fue adoptada por el anciano que hace trece años se encargaba del templo. En el registro familiar se puso "nieta", no hija o sobrina. Fallecido su abuelo, ella quedó a cargo del sobrino de éste, Aki, pues el hijo del anciano (y primo de Aki) no quería hacerse cargo de niña de la cual desconocía su procedencia. Para desgracia del hombre, éste tuvo varias complicaciones con su vida laboral y tuvo que acabar viviendo en la casa de su padre, que su primo había heredado.
Su padre adoptivo estaba casado y tenía un hijo y una hija. El mayor era sólo unos meses menor que ella, pero por esa pequeña diferencia él cursaba un año menos. La hija menor, Masako, iba a segundo de instituto y, según Hana, era peor que una ampolla en el pie. Y por si esa hermana menor no fuese suficiente, a menudo tenía que aguantar las visitas de la prima (por parte de madre) de sus hermanos. Eri y Masako eran de la misma edad, se llevaban muy bien y se sincronizaban para molestar a Hana.
No podía decir lo mismo del hermano. Jun era un chico calmado y sacaba buenas notas. Era el típico chico con que una gran cantidad de chicas soñaba. Hana y Jun tenían una especie de acuerdo: en el instituto él actuaría indiferente ante ella, para evitar que la molestasen más de lo que ella hace. El chico no estaba de acuerdo con esto pero a insistencia de la joven aceptó.
—Tío, ya he ter...
—Aki —interrumpió.
—Aki. —Hizo una pausa—, ya he terminado de barrer. ¿Necesitas ayuda en algo más?
—Gracias, pero no. Puedes irte. El señor Ueda llegará pronto y no le gusta abusar de tu ayuda.
Puesto que Aki aún eran joven, su puesto era el de un sacerdote adjunto. A la vez que realizaba las labores del templo, estudiaba para convertirse en el guuji8. Mientras tanto, la Asociación de Santuarios Sintoístas había encargado a un sacerdote de otro templo, el señor Ueda, el cuidado de éste.
Debido a que el templo era un lugar al que acudía bastante gente, en especial turistas que acudían a las aguas termales de la región, se requería además de la ayuda de sacerdotes y sacerdotisas de bajo rango. Entre ellos se encontraban Jun y su padre, Tadashi. Tadashi era un asalariado que cuando fue echado de la empresa donde trabajaba y tuvo que buscarse otro trabajo, pero el sueldo no le era suficiente para mantener la casa que tenían, así que tuvo que venderla. Como condición para vivir en casa del abuelo, que no se encontraba muy lejos del templo, Aki le pidió que ayudase en las tareas. A diferencia de su hermanastra, Hana si iba al templo, le gustaba el ambiente que tenía tan temprano, tan tranquilo a la vista pero bullicioso sólo para algunos.
—Por cierto, ¿cuánto te falta para ascender a guuji?
—Unos cuantos años más. ¿Por?
—No, por nada —murmuró mientras miraba el reloj del viejo móvil que guardaba en el bolsillo del pantalón—. Si no necesitas nada más, me iré a prepararme para ir al instituto.
—Que te vaya bien, pues.
Hana dejó la escoba en su sitio y, antes de ir a buscar la bicicleta al estacionamiento dio un rodeo al templo. Siempre que iba bien de tiempo lo hacía y se metía entre la vegetación. Para ella, la verdadera tranquilidad era sinónimo de pasearse sola entre esos árboles. Más de una vez le habían comentado que tuviese cuidado, pues según dicen, cuando tenía siete años desapareció un fin de semana entero.
Nadie sabía dónde estaba y, milagrosamente, fue hallada por su tío entre los árboles del bosque, durmiendo, cubierta casi en su totalidad por una cálida manta de pétalos. Al despertar vio a su abuelo llorando aunque no sabía si se trataba de la felicidad al encontrarla o del disgusto de perderla. A pesar de que más tarde la castigaron, a menudo volvía a ese lugar, pues contaba a su tío (a quién llamaba "tete Aki" en aquella época) que una hermosa mujer le estuvo enseñando un hermoso baile. Preocupado, Aki acabó contándole esa historia a su tío y entonces el anciano, sabiendo la verdad, le comentó que no se preocupara, que los espíritus del templo velaban por ella.
Aki vio a Hana alejarse en bicicleta y se despidió con la mano de nuevo, quedándose pensativo allá donde los árboles no le permitieron ver más. El joven hombre nunca comprendió las palabras de su abuelo hasta el día de su funeral, cuando por vez primera vio uno de esos espíritus: era una silueta femenina pero borrosa, hecha de pétalos de cerezo translúcidos que nadie parecía poder ver. Del rostro sin forma de ese espíritu, caían pétalos de lo que parecían ser sus ojos y entonces comprendió que el espíritu lloraba la muerte de su tío.
Semanas después, yendo a visitar la tumba en un día lluvioso, se encontró a Hana allí y al irse en dirección contraria, vio a otro espíritu, esta vez parecía el de una niña, quién la acompañaba cogiéndole de la mano que ella no parecía notar, pero se equivocaba, porque el espíritu notó su presencia y señalándole, Hana se dio la vuelta. Como la chica no llevaba paraguas, no sabía si lloraba o no. Aquel día volvieron a casa bajo el mismo paraguas y fue entonces cuando Hana le contó a Aki que, desde que recordaba, siempre vio a esos espíritus y que su abuelo también podía. Aquel día, Aki decidió dejar la carrera que había comenzado y se volvió aprendiz de sacerdote del templo. Se decidió a seguir los pasos de su abuelo y proteger a la misteriosa chica que llegó a su casa en un día tan gris como aquel.
Aki no se había percatado de que un espíritu estaba cerca suyo hasta que se dio la vuelta, pues pese haber pasado el tiempo y haber mejorado ese extraño poder, seguía percibiéndoles con retraso.
—Agradecería, si no es mucho pedir, que me no me deis estos sustos —habló al aire tras recuperarse de su susto—. Algún día tendré un paro cardíaco... —Terminó esta frase para como susurro.
El joven sacerdote nunca había vuelto a ver el espíritu del funeral de su abuelo, pero si vio a los demás. Todos los espíritus eran femeninos, todas diferentes pero cubiertas de pétalos de flor de cerezo. Tras investigar un poco, llegó a la conclusión que aquel ser tan hermoso y majestuoso que vio únicamente una vez se trataba de la mismísima Konohanasakuya-hime9, y desde entonces se volvió más devoto a ésta.
El espíritu de esta vez se trataba de una mujer de edad indefinida y era poco habitual verla. No la consideraba maligna en absoluto, sino que era más bien como una madre que se preocupaba por su hija.
—No quiero ser maleducado, pero siempre que se trata de usted cosas desagradables están por suceder. —Aki observó la reacción del espíritu. Ésta, que estaba abrazada a sí misma, bajó la cabeza y pareció dudar sobre si responder o no—. ¿Se trata de algo que no puedo saber? —El espíritu afirmó y Aki, preocupado, insistió—. Yo quiero protegerla tanto como usted.
La mujer se decidió señalando el imponente cerezo del templo y usó sus brazos disolviéndolos un poco en el aire, y con pétalos de su cuerpo mostró un cuadrado encerrando la figura del árbol10 y a continuación la figura de una especie de ave. Aki se puso tenso, terminó lo que estaba haciendo y fue al altar a hacer unas plegarias a la diosa. No comprendió exactamente la segunda figura, pero si la primera: problemas.
***
Hana, con el uniforme ya puesto, salía de la casa seguida por su hermano Jun. No esperaron a su hermana. Masako prefería levantarse más tarde ya que no iba al templo, pero era bastante coqueta y necesitaba tiempo para arreglarse. Pasaban ya de las seis de la mañana y seguía durmiendo.
Ellos, en cambio, preferían levantarse más temprano, cuando la tranquilidad reinaba el lugar y preferían ir en bicicleta hasta la parada del bus. No iban a la más cercana, sino que preferían ir pasada una parada y dejarlas en algún aparcamiento cercano. Había un rato, pero eso les ayudaba a mantenerse en forma ya que ninguno de los dos formaba parte de un club extraescolar. Además, les daba la oportunidad para ser ellos mismos, sin las máscaras que usaban en la casa o en el instituto.
—Hoy, mamá me ha preparado una fiambrera11, así que será más difícil compartirla. —Jun empezó la conversación—. Si quieres, quédatela.
—Madre12 preparó tu comida, deberías comértela —contestó Hana mientras se dejaba acariciar por la brisa.
—Pero no me importa, además tengo bolas de arroz que me dio Eri ayer.
Hana frenó repentinamente, cosa que asustó a Jun.
—¿Pero qué te pasa? —comentó Jun mientras también frenaba metros más abajo. Hana esperó un momento y volvió a pedalear, colocándose de nuevo al lado de su hermano.
—¿Tienes bolas de arroz?
—Eh... como dije, sí.
—¿Las preparó Eri?
—Eso me dijo... junto con Masako
—¿Y tú les crees? —La chica frunció el ceño.
—Sé que ellas no te tratan bien, pero no deja de ser mi hermana y mi prima.
—Hace un rato estuve con Aki. Me dijo que me había dejado algo en la nevera, pero yo no vi nada.
—¿Eso cuándo?
—Ayer por la tarde cuando volví del templo, me acompañó.
Jun suspiró. Se sacó de la mochila la bolsa donde guardaba su comida y le dio la fiambrera a la chica.
—No quiero eso.
—¡Venga ya! —protestó Jun—. Pronto será tu graduación, ¿no? Tienes que comer bien, acéptalo como una comida especial.
—¡Mi comida especial me la preparó personalmente Aki! —dijo esto con un tono forzadamente infantil.
Tras esa conversa sinsentido, Jun cedió. Una sonrisita de victoria se mostraba en el rostro de la joven, quien volvió a pedalear. El chico pronto la alcanzó y miraba de reojo a Hana, entre triste y avergonzado. Estaba cavilando sin prestar atención a la calle cuando la voz de Hana se volvió más fuerte.
—¡Ten cuidado! —gritó Hana.
Jun dio un giro brusco en el manillar para evitar a la persona que a escasos metros caminaba en la misma dirección que ellos. El joven acabó por caer derrapando en el suelo y unos coches acabaron pitando.
—¿Se encuentra bien? —preguntó preocupada la persona que se le acercó a él.
—Descuide, estoy bien. —Que vergüenza sentía, por su mente la palabra "estúpido" daba vueltas, describiéndose a sí mismo—. ¿Y usted? —Alzó la mirada para ver a una joven mujer, una muy hermosa joven mujer. Por un momento pensó que había visto un espíritu, pues dicha belleza le robó el aliento.
—¡Jun! —Esta vez era Hana quién le llamó, con voz preocupada—. ¿Estás bien?
—Sí, no te preocupes... —Bajó la mirada avergonzado, para que la chica no viese su cara en ese momento. Bajó la mirada y... vio el gran agujero, cerca de la rodilla, en los pantalones—. Madre va a matarme...
Pidiendo disculpas de nuevo a la bella mujer, cogieron las bicicletas de nuevo y comenzaron a caminar, por suerte no se habían estrellado contra el asfalto ni provocado ningún accidente.
Jun seguía cabizbajo, pensando en la mujer de antes y su semblante. Era una clase de belleza a la que estaba acostumbrado, pero no se esperaba verla en otra persona que no fuese la chica que le acompañaba en aquel momento. Una belleza elegante, atrapante, misteriosa... Una belleza que no parecía pertenecer a este mundo. Sí, más de una vez había pensado que la belleza que poseía Hana era sobrenatural. Una belleza con un oscuro secreto.
—Estás herido.
—¿Eh? Ah... no. —Volvió a la realidad comentando con desgana—. Es sólo una rascada, con un poco de agua...
—No era una pregunta, déjame ver.
—Que no hace falta, ¡no soy un crío!
—Déjame ver. —A diferencia de antes, esas palabras sonaron como una orden. Y le presionó de donde brotaba la sangre para que le incomodase—. Siempre quieres hacerte el valiente, pero te escuece, reconócelo.
—Sí, mamá, lo reconozco... —Hana le apretó con más fuerza—. ¡Duele!
—Tienes grasa de la bicicleta, podría infectarse.
Jun no dijo nada y cedió. Siempre acababa cediendo. Pararon un momento al birde de la acera, para no molestar el tránsito y Hana se puso de cuclillas, sacó un pañuelo de su mochila y lo mojó con agua, ya que siempre cargaba una pequeña botella. Frotó la herida para quitarle un poco la suciedad.
—Por suerte, sólo es una rascada —«Era un buen corte», pensaba en realidad.
—¿Ves? Te lo dije, con un poco de agua... —«Con un poco de agua y tu extraño poder». Quiso continuar, pero se lo guardó para él. Forzó una sonrisa y Hana hizo lo mismo—. Hoy me tocará estar con el chándal todo el día. Los profesores se enfadarán conmigo.
Y para colmo ahora irían más lentos a la parada del bus, que, justo en ese momento vieron pasar, y Masako les saludo con la mano desde una ventanilla, haciendo mueca.
—¿¡Ya es tan tarde!? —exclamó el chico ya sanado—. ¡A pedalear como si nos persiguiera el demonio!
—El demonio lo tenemos delante, no sé yo si quiero apresurarme...
Ambos estallaron en carcajadas y se pusieron en marcha pero por desgracia les tocó esperar el siguiente bus. Llegaron a la estación de la ciudad de Odawara con el tiempo muy justo y luego les tocó correr, porque desde la parada del bus hasta el instituto tenían unos quince minutos.
Vieron a algún alumno más correr junto a ellos, pero no le prestaron mucha atención, sin embargo no llegaron a tiempo. El maestro en guardia cerró la verja y luego tuvieron que estar esperando.
Jun se fijó en otro chico que llegó con toda la parsimonia, justo en ese momento. Reconoció al nuevo integrante del grupo de tardones, pues se hablaba bastante mal de ese chico.
—¿Qué estás mirando, imbécil? —El recién llegado habló en un tono amenazante al sentirse tan observado.
Hana le miró también, de reojo. El maestro le llamó la atención por malhablado y, usando también como pretexto el aspecto desaliñado de Jun, su castigo por tardanza fue más que un simple discurso. Estuvieron tanto rato escuchando el monólogo del hombre de mediana edad, sobre ética, sobre cultura, sobre educación... Se podría decir que les habían crecido raíces. Cuando el maestro les dejó al fin pasar (no sin antes remarcar, de nuevo, el aspecto del pantalón de Jun) y cada uno fue a sus respectivas clases, Hana sintió una mirada desde detrás. El chico de antes, de aspecto de macarra, le miraba fijamente.
—¿Qué estás mirando? —le dijo las mismas palabras, pero en un tono mucho más calmado. No dijo la palabrota, pero hizo una sonrisa de burla.
—A ti, fea. —Dicho esto el joven de actitud vulgar le adelantó para ir a su clase, propinándole un leve pero repentino choque con el hombro.
Hana estaba sorprendida. Estaba más que acostumbrada a las miradas serias cargadas de envidia, a los rumores desagradables, a los empujones, a estar... sola, la mayor parte del tiempo. Y esa era la primera vez que le llamaban "fea". Como una burla pero sin envidia o desagrado.
El pasillo de las aulas de tercero tenía la calma de horas de clase. Se oían murmullos de las explicaciones de los profesores, o algún silbato y chillido desde las pistas, del desgraciado grupo de clase que tenía E.F. a primera hora. Dio unos pasos estando cabizbaja, pero algo llamó su atención. En el suelo se hallaba un pequeño objeto brillante, metálico, pudo observar al cogerlo. Era un viejo pin que tenía un dibujo muy infantil de un perro Akita. Abrió los ojos y tras escasos segundos de sorpresa, sonrió. Se guardó el pin y continuó hasta su clase y esperando la mirada tediosa de sus compañeros y las quejas de ese profesor de física, con su débil voz y su débil personalidad. Siempre les ignoraba, pero aquel día tenía la sensación que iba a ser diferente, un buen día. Y abrió la puerta.
—¡Con permiso! —dijo claramente, para que notasen su presencia—. Buenos días, disculpen mi tardanza.
Todos estaban un poco sorprendidos pues era antinatural para ella mostrarse así ante los compañeros. Algunos chicos incluso se sonrojaron, pero las chicas rápidamente comenzaron a susurrar.
—Señorita Hanazono, no voy a tolerar que te burles de los demás cuando llegas tarde.
—Disculpe profesor.
Se sentó en su sitio, se preparó para la clase, que fue retomada pero no donde fue interrumpida. A pesar del reproche del profesor, éste dio un ligero resumen de lo que llevaban hecho. Debido a sus tan excelentes buenas notas, los profesores le tenían en estima. A veces era algo bueno, a veces algo malo.
El cielo se veía azul y los cerezos normales comenzaban a mostrar sus tímidos capullos. No se veían nubes de tormenta en la lejanía. Sí, Hana estaba convencida, aquel sería un agradable y divertido día. Sonrió mirando por la ventana.
—¡Hanazono! ¡Que no te desconcentres, leñes! —Las risas estallaron.
*****
Notas de traducción y aclaraciones
1Tatami: Esterilla japonesa, hecha tradicionalmente de paja. Las habitaciones tradicionales japonesas (llamadas washitsu) suelen medirse con los tatami que caben dentro y no por metros cuadrados. Las medidas de estas esterillas están estandarizadas (180cmx90cm) pero varían ligeramente según la región. Por eso las habitaciones suelen ser múltiples de esas medidas.
2Futon: Tipo de colchón de origen japonés que se coloca encima del tatami. Suele venir en conjunto con un edredón y almohada. A diferencia de los "futones occidentales" los japoneses no usan bastidor como base para el colchón.
3Tokonoma: Espacio elevado en el lado de una pared dentro de una washitsu. En él suelen ir pergaminos de poemas o pinturas, arreglos florales japoneses (ikebana) o bonsái. No se puede pisar dentro de este espacio.
4Hanten: Pieza de ropa tradicional japonesa, se usa como chaqueta para el invierno y es similar a un haori5. Se diferencia de éste por tener el forro y el relleno hecho de algodón grueso y el cuello suele ser de suave satén negro.
5Haori: Pieza de ropa tradicional japonesa que se usa como chaqueta. Es casi la mitad de corto que un kimono y de mangas más cortas. En situaciones formales puede tener escudos familiares bordados.
6En japonés existen diferentes registros para dirigirse a una persona según su estatus social o lazo familiar. Aquí se usa la forma culta para "tío", que es 叔父 (oji) seguido del sufijo honorífico "-sama", que equivale a "señor". La pronunciación es similar a "abuelo/viejo", pero se escribe diferente.
7El año escolar en Japón empieza a principios de Abril, en plena floración de cerezos, y termina a finales de Marzo, habiendo una semana o dos de vacaciones entre curso y curso.
8Guuji: Rango sacerdotal en el sintoísmo. Es el sacerdote en jefe de un templo a nivel de prefactura.
9Konohanasakuya-hime: Diosa del sintoísmo. Es hija del dios de la montaña y señora de todos los volcanes, en especial del Mt. Fuji. Su símbolo es la flor de cerezo. Su nombre se acorta como Sakuya-hime (princesa Sakuya). Tiene un templo en Hakone, lugar donde transcurre la historia.
10Komaru: 困る Verbo que significa ser problemático, conflictivo... El primer carácter muestra el carácter para árbol, siendo encerrado en un cuadrado.
11Fiambrera: lonchera, táper... En japonés existe algo muy similar llamado bentou, a menudo lleva el prefijo honorífico "o". En Japón existen fiambreras precocinadas que fácilmente se adquieren en supermercados, pero es muy común que se hagan caseras para llevarse al trabajo o escuela.
12Jun usa la forma coloquial, Hana usa la pronunciación formal seguida de un sufijo que denota superioridad. Al mismo tiempo es una forma respetuosa arcaica y, usado en la propia familia, puede verse como una forma de aislamiento, indiferencia o barrera social hacia la persona nombrada.
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