Tomó la bolsa de dulces masticables para poder pagarla y marcharse a su hogar, disgustada por el miedo de los vendedores gracias a la actitud tan explosiva que poseía.

Suspiró, no controlaba el tono de su voz asustando a la gente y parecía que ella siempre estaba a la defensiva. ¡Pero era un amor! Y los que la conocían de verdad, confirmaban. Aunque si alguien acababa con su paciencia de forma instantánea era Bakugou Katsuki, lograba sacar el ogro interno que Naoko tenía guardado.

Las personas solían tener curiosidad al respecto sobre su quirk, ya que este funcionaba a base de comer alguna fruta como con todo aquel que pertenecía a la familia de Naoko, en su caso eran las cerezas y solo las cerezas, claro que podía comer alguna cosa con dicho contenido. Podía controlar la realidad, adhiriendo a las personas a la pared, al suelo, etc. Por un lapso de tiempo de 20 minutos y luego todo se separaba como correspondía. Funcionaba para varias cosas aunque eso era para lo que más la usaba.

Caminó hasta quedar frente al bicolor, la ignoró olímpicamente. Una vena se marcó en su frente mostrando la irritación que sentía en ese momento.

—Bastardo mitad-mitad —gruñó.

—Ahora suenas como Bakugou, ¿Segura que no son parientes? —preguntó con leve curiosidad disimulada. La pelirroja estampó el paquete con los 100 masticables en su cara y se marchó a la entrada del salón echando humos.

—Bastardo mitad-mitad —llamó Bakugou—. Esa perra no es nada mío, ASÍ QUE NO LA COMPARES CONMIGO.

—TÚ CÁLLATE MALDITO PERRO EXPLOSIVO —gritó mientas lo adhería a la pared. Se marchó soltando una risita de satisfacción al escuchar los gritos del rubio.

— Que inmaduros —murmuró abriendo el paquete para sacar unos dulces y comer algunos.

—MALDITO DEJA DE COMER ESA MIERDA POR TU CULPA ESTOY AQUÍ.