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5. Cupón

Caímos en el domo y con el duro golpe, la brecha se cerró tras nosotros. Hubo un minuto de silencio, en donde Anette aún estaba en el suelo y miraba la madera seguramente pensando en todo lo que había pasado. Yo, por otro lado, tan solo estaba esperando un grito de su parte o alguna maldición a mi persona.

—¿Qué... qué fue lo que pasó? —Al contrario de lo que esperaba, su tono de voz había sido débil, realmente blando.
—Yo, no lo sé...

Se hizo otro silencio que se convirtió en el momento más largo de mi corta existencia en Rem; porque si bien estar a solas con una quebrada Anette era difícil, revivir el momento de cómo la pequeña pelirroja era consumida por las flamas en las flores, era complejo de digerir.

¿Por qué se había vuelto a destruir un sueño frente a mí? Temblé al recordar al peluche y cómo este me había proyectado aquella imagen que me había hecho vibrar de miedo.

¿Por qué había tenido que ser así?, me pregunté varias veces. ¿No podía tan solo disfrutar de un viaje tranquilo?

Anette se quedó en la madera por un largo segundo más, hasta que, entrecerrando sus ojos, volteó a verme recelosa.

—La madre... —comenzó—. Ella te escuchó hablar.

Tragué saliva sin saber qué decirle. Ni yo sabía aún si era el miasma burlándose de mí o era un recuerdo mórbido que se había cruzado en el sueño de Anette.

—No me escuchó —solté mi deseo al aire. No quería aceptar una posible realidad, porque si eso era cierto, eso significaba que el miasma no era partícipe de lo que había pasado la noche anterior. 
—Oh, sí... te escuchó y bastante claro —chilló, esta vez más fuerte—. ¿Que clase de centinela eres, Johan?
—No lo se, Anette —Le grité también. Ya estaba cansado de que me alzaran la voz sin siquiera saber qué hacía yo en Rem para empezar—. Tú fuiste la que decidió meterme ahí... dijiste que estaba listo, pero no lo creo. No puedo entrar ahí, no de nuevo.

Anette se levantó del suelo y, mirándome desde lo alto, observó como me llevaba las manos a la cara muerto de culpa y desesperación.

—¿La matamos? —Pregunté—. Matamos a una familia, ¿verdad?

Escuché su respiración pausada; sin embargo, yo estuve ahí deshaciéndome en la madera. Hundiéndome en lo que parecía ser un agujero más negro que las propias brechas que abría en las noches.

—Vamos a volver —Volteé a verla. Su rostro estaba encolerizado—. No dejaré que el miasma gané. Y tú, inútil, deberías de saberlo mejor que nadie. El miasma te está venciendo emocionalmente, pero nunca debes dejar de rendirte. Debes entrenar, aprender y pelear cada día más duro. Debes derrotar al mal.
—¿Y si volvemos a ocasionar una...?
—Si vuelve a pasar algo como lo de hoy, lo vuelves a intentar. ¿Crees que Rem nunca a sido atacada? Te equivocas, novato. En las paredes de esta isla, hay historias enterradas y sé que Rem algunas veces se las cuenta a los elegidos y, aunque aún me niego a admitirlo, creo que tú eres uno de ellos... así que levanta ese culo del piso porque iremos de nuevo.
—¿Ahora?
—¡Justo ahora!

Volteé a ver mis manos. Estaban temblando.

—No creo que...
—Levántate.

Con su mal genio, pero útil discurso motivador; me alcé de la rechinante madera. Cuando mis dos pies se pusieron firmes en el domo, me sentí mejor... mucho mejor. Tal vez Anette era brusca, pero creo que entendía ahora el por qué era así todo el tiempo. La dureza de la gran pared que separaba sus sentimientos de la vida, era el resultado de tal vez muchos sueños destruidos que la habían quebrado como lo había hecho ese campo de flores.

Tal vez, solo tal vez, Anette solo estaba luchando contra sus emociones cada que le gritaba a alguien o usaba palabras malsonantes.

—Abre una brecha —ordenó—. Ahora entraremos por ahí.

Tragué saliva. La última vez que había hecho eso, el sueño al que había llegado a parar había sido frío, deprimente y ciertamente espeluznante. ¿En serio quería entrar ahí?

Anette me volteó a ver, y con solo su mirada, pude entender que estaba esperando.

Suspiré y cerré los ojos.

En la oscuridad, la música volvió a sonar y entre el coche y los pasajeros, las dos niñas, ahora muertas, se postraban en los asientos traseros.

"Corre", dijeron.

Abrí los ojos y entonces observé la brecha que se había formado frente a mi. Ahí, a unos cuantos centímetros de mí, una brecha perfecta estaba esperándonos a ambos.

—Bien hecho, Johan.

Sentí una palmada en mi hombro, antes de que ella cruzara el portal primero. Me quedé estático sobre la madera por un segundo. Estaba inquieto por las dudas del no saber por qué el miedo podía controlar los agujeros que creaba. ¿Que haría Anette si veía un mundo tan contaminado como el de la guerra? Me vi preso en pánico y la cobardía. ¿Me aventaría al pozo cuando regresaramos? Tomé un gran respiro antes de dar el siguiente paso y luego el otro. La brecha me absorbió como siempre y entonces aparecí en aquel lugar que me hizo quedarme como estatua en el pavimento.

Emergimos en un parque de atracciones bastante colorido. Niños, de todas las edades, hacían filas enormes para juegos mecánicos bastante violentos.

Habían algunas atracciones que mostraban algunas películas, carritos chocones y cientos de montañas rusas de todo tipo de formas. La más imponente, era una que rodeaba casi todo el parque y tenía el logo de un superhéroe de capa roja.

—Vaya sueño... —murmuró Anette frente a mi.

Sin responder, me moví extasiado hacia delante. ¡Esto sí que era emocionante! ¿En mi vida real pude entrar a un lugar como este? Sonreí ampliamente, como si fuera un niño pequeño.

—¿A dónde vas? —Me preguntó la centinela.
—¿No te da curiosidad de ir a dar una vuelta? —Pregunté—. Podemos revisar también si no hay miasma por los alrededores...

Anette se cruzó de brazos.

—¿Qué dices? ¿Vamos? —Traté de persuadirla, inclusive me atreví a sonreírle y acercarme a ella.

Por un momento, pensé que me golpearía; sin embargo, su semblante se volvió más gentil conforme pasaron los segundos y, aunque fue por corto tiempo, pude jurar ver una pequeña sonrisa de compasión en su rostro.

—¿Realmente quieres ver el sueño, verdad?

Moví mi cabeza de arriba a bajo, afirmandolo. Nunca había visto un lugar tan pintoresco y animado como ese. Anette trató de negarse, pero volteó a verme de nuevo y entonces, suspiró.

—Bien —soltó—. Solo recuerda no tocar nada y al parecer, tampoco hables.

Mostré mis dientes como si con eso fijara mi victoria y entonces me puse en marcha por el camino. El lugar era enorme y no podía evitar pensar en lo que se hubiese sentido ser uno de esos niños que yacían alegres y extasiados. Me consideré algo patético por fantasearlo y al mismo tiempo, sentí lástima por no poder subirme a los juegos del parque de atracciones. ¿Qué se sentiría comer uno de esos algodones de azúcar? Prácticamente los vendían en cada esquina. Imaginé en lo dulce que seguramente eran y en lo divertido que podría ser si pudiésemos manifestarnos en el parque en carne y hueso. Comería de todo.

Pero como siempre tenía que pasar, al miasma no le parecía del todo que yo fuera tan feliz en sus tierras; porque si bien el sueño en sí era agradable, parecía que el humo negro no quería compartir eso con gente ajena a él.

"Subámonos a ese", escuchamos de un niño energético de pronto.
"Es... es demasiado alto", soltó otro.

Anette y yo giramos nuestras cabezas. Justo frente a la entrada de una fila, estaban dos niños pequeños y pecosos los cuales discutían sobre lo cobarde que Tomas, el niño más pequeño, era.

"Después de este, ¿nos subimos a los carritos chocones?", el más tímido preguntó. Se notaba en su cara lo pálido que estaba, pero que se sacrificaría por su gran amigo.
"Sí, Tomás, después de este nos tranquilizamos..."

Los observamos correr hacia la fila, que al parecer estaba vacía. Anette me detuvo con su mano.

—¿Notaste el cambio? —Preguntó—. Eso es obra del miasma. Hay que estar precavidos, no sabemos qué es lo que puede pasar.

Volteé a verla, accediendo con la mirada y esperando ver cualquier cosa que no encajara con un parque de diversiones; sin embargo, ni Anette ni yo nos dimos cuenta a tiempo de lo que el miasma tenía preparado para nosotros.

Los dos niños subieron al juego casi al instante, los asientos se aseguraron y entonces el carro comenzó a moverse. Se escucharon gritillos de emoción y vimos un par de risas de los dos niños traviesos que entraron. Anette y yo seguimos al pendiente, pero cuando llegaron al primer pico, en la subida más grande de la montaña rusa más rápida del parque, los asientos tuvieron una falla en su sistema de seguridad.

No pudimos hacer nada.

Tomás salió volando y, junto a la mirada de horror en sus madres, la mayoría de la gente pudo ver como su cuerpesito lentamente se estrellaba en el pavimento.

A partir de ahí, todo se convirtió en un caos. Se escucharon millones de gritos y llantos. La multitud trató de acercarse al cuerpo despedazado; sin embargo, los agentes policiales trataron de evitar que la gente tomará más fotos y videos de los que posiblemente se habían ya infiltrado.

Vi mi reflejo en el río de sangre y no pude evitar querer ir a ayudar.

Di dos pasos hacia el frente y cuando pensé que podría acercarme lo suficiente, pisé un papel que me hizo voltear al suelo casi al instante.

Ahí, en el cemento manchado de sangre, estaba un cupón que me invitaba a entrar al parque. Traté de no gritar, porque si bien tenía mucho coraje, tener otra visión no era divertido.

En esta nueva imagen, me vi en la cama con alguien. Era una mujer, que me besaba el cuello y me sonreía.

"Sálvame" me dijo.

La imagen desapareció.

Volví a la escena llena de gritos y niños enloquecidos. Los policías habían tapado el cuerpo, o al menos, lo que quedaba de él.

—¿Estas bien? —Anette me había tomado del brazo, deteniéndome casi en el acto.

Volteé a verla, sabiendo perfectamente que el miasma jugaba conmigo otra vez.

—En estos casos, los centinelas no podemos ayudar. —Anette me informó, ignorando por completo lo que yo veía y escuchaba cada que tocaba algo de un sueño.
—¿Y cuando sí? —Pregunté, totalmente fuera de mí.
—Podemos tratar de evitarlo, Johan... pero hoy, hoy era inevitable. No podemos intervenir físicamente con los sucesos.
—Todo iba bien... ellos, él iba a subirse a un siguiente juego —dije, tratando de evitar que mis lágrimas recorrieran mi rostro, aunque bien sabía que mis ojos yacían rojos por tratar de evitarlo.
—Hay que irnos...
—El miasma...
—El miasma nos ha ganado dos veces hoy —soltó, antes de abrir una brecha y enseñarme de nuevo el camino a Rem.

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Me di un tiempito porque ya decidí que lo terminaré para finales de noviembre XD mi novio ya me dijo que mi regalo se atrasó también! Así que tengo más tiempo para ponerle detalles.

Gracias a los que están leyendo y agradezco también si alguien ve algún error ortográfico.

Saludos.

-Nancy A. Cantú

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