3. Cartas
Habían pasado tres meses desde que había llegado a Rem. Ese día, cuando escuché aquella música salir de mi primera brecha, Anette me había llevado a un lugar alejado y serena, volvió a preguntar mi nombre. En un principio, no entendía el por qué parecía tan alterada; sin embargo, con el pasar del tiempo, pude entender por qué se había puesto tan pálida cuando había logrado algo que muchos otros no habían podido en años.
Y es que había una leyenda, una leyenda que muy pocos conocían pero que, extrañamente a un recién llegado como yo, el mismísimo Lyan me había contado en mi primera noche.
Según él, había un dicho que le habían pasado sus antecedentes. Este dicho declamaba que, cuando el mundo llegase a ser presa del miasma, la catástrofe comenzaría con la llegada de un gran centinela.
No había entendido ni una sola palabra en ese entonces, pero ahora, tres meses después, comprendía un poco más a lo que se refería el gran líder de Rem y la mortificación de Anette por aclararme todas las cosas referentes a los sueños y a las propias brechas que abría de repente y sin querer.
Ella me había explicado, una y otra vez, que este humo negro al que le temían tanto era una especie de maldad que habitaba en cada brecha de cada sueño al que podíamos visitar. Este miasma podía ser reconocido como una malicia que anhelaba las almas de todos aquellos que pisaran su mundo; es decir, a los centinelas. Nadie sabía el por qué existía ni cuál era su propósito, pero si un centinela tenía contacto con el miasma y lo traía de regreso, era seguro que Rem se pudriría hasta morir.
Y por esto, Anette me había dejado bastante claro que si yo era la única razón existente que podía hacer que Rem se destruyera; ella no dudaría ni dos veces en echarme al pozo si eso ayudaba a salvar el mundo que ella tanto amaba.
—¿Lo has entendido? —Gritó de nuevo—. Debes concentrarte más y hacer un agujero más pequeño. El miasma podría...
—¡Ya lo sé! ¡Ya lo sé! —Le respondí, interrumpiéndola—. Ya sé que los hago demasiado grandes. ¡Ya lo sé, maldita sea! No tienes que repetirlo.
—¡Nunca irás a ningún sueño si no logras hacerlo!
Volví a cerrar los ojos y concentrándome de nuevo en la música, que ahora se escuchaba más fina y potente, volví a tratar de hacerlo porque realmente deseaba saber qué se sentía ir a esos mundos de los que tanto presumía Amir.
Sí, en tres meses, lo único que había hecho era prepararme. Prepararme con Anette, escuchar a Anette gritar, aguantar a Anette y su endiablado entrenamiento que consistía en pararme bastante temprano y estar escuchando esa música durante todo el día.
¡Y vaya que ya me sabía aquella canción de memoria!
La melodía e inclusive la imagen. Era cierto que seguía sintiéndome extraño cada vez que observaba a ese hombre que parecía bastante feliz. Siempre había dudas y siempre quería ver qué pasaba cuando alguien parecía reír a un costado; pero era Anette la que eternamente me interrumpía y me gritaba; porque siempre que estaba por descubrir quién era quién acompañaba a ese hombre en ese coche, mis brechas eran enormes.
¡Pero no lo hacía propósito y eso era lo que ella no entendía! Estaba seguro de que Anette no confiaba en mí y en el gran trabajo que podía aportar a Rem si me daba la oportunidad; ya que, a lo largo de los meses que habíamos convivido, ella lo único que repetía, una y otra vez, es que no estaba listo y que, si me dejaba partir, Rem moriría en un abrir y cerrar de ojos.
—¡No! Así no...
Abrí los ojos fastidiado. Una brecha, de casi dos metros de alto y ancho, se extendía frente a mí. Mis aberturas, aunque fuertes y grandes podían hacer pasar hasta a un elefante caminando, me estaban traicionando y mucho. Si no las controlaba pronto, estaba seguro de que ellas me controlarían a mí. Lo había soñado durante toda la semana tras terminar medio muerto y sudado.
En ese sueño, que tantas veces había tenido, mis brechas eran monstruosas y dejaban pasar a una cantidad enorme de miasma que entraba en mi boca y me asfixiaba; así como me había pasado cuando había llegado del pozo. Cuando soñaba aquello, siempre despertaba bañado en sudor y con una brecha a mi costado, que sigilosamente, se cerraba cuando me veía despertar.
Aquello nunca se lo había contado a nadie, pero sabía que si Amir o cualquier otro se enteraba, me enviarían de regreso y moriría ahora si para siempre.
Así que me lo había guardado como un secreto y también un recordatorio de que debía mejorar pronto.
¡No quería regresar ahí!
—Deja de pensar y vuelve a empezar.
Cerré los ojos de nuevo y respiré profundamente una vez más. Ya estaba cansado. A lo largo del día, había abierto más de veinte brechas y todas con el mismo resultado. No entendía qué tenía que hacer para controlar a aquellos monstruos interdimensionales que cada vez se hacían más grandes. Anette lo había intentando todo y se notaba la frustración que, día a día, crecía al ver mi avance.
—¡Maldita sea, para!
Se acabó la música y una vez más, había fallado. Anette parecía querer explotar.
—¡Olvídalo...!
—¿Qué...?
—¡Olvida esa canción que dices que escuchas! —Chilló como loca—. ¡Solo deja de escucharla!
—¿Y cómo pretendes que haga eso? —También grité. Estaba igual o más frustrado que ella.
—¡No sé, pero simplemente hazlo!
—No entiendes que no comprendo cómo...
—¡No te estoy preguntando si puedes o no!
—¡¿Qué parte no entiendes de que sale la canción sola?! ¡Eso no se puede controlar!
—¡Lo tienes que hacer si es que te quieres quedar aquí!
—¿Y cómo pretendes que me olvide...?
—¡Lárgate!
—¿Qué...?
—Lárgate y aclara tu mente.
Una pelea más. La misma de siempre.
Salí dando el mismo portazo usual.
Esto se había repetido a diario, a lo largo del último mes. Y todo había comenzado cuando mis brechas habían tomado fuerzas y los agujeros habían tomado la altura de cualquier puerta. Esto, que para mí me salía sin saber cómo, era algo que a los demás centinelas les parecía fascinante.
No entendía el por qué había tanta gente que no podía siquiera escuchar algo de Rem. Para mí, era como si la isla me gritara, una y otra vez, aquella canción que algunas veces odiaba. Había escuchado preguntas del cómo era que lo hacía, había recibido felicitaciones por mi gran don e inclusive, me había ganado la fama del ser el gran salvador; siendo los ignorantes los que aclamaban que, con mi llegada, Rem estaba protegida de cualquier malicia que pudiese siquiera pensar en colarse.
Y eso me hacía sentir una cierta responsabilidad social que no debía tener.
Yo era un recién llegado, alguien que por alguna extraña razón podía hacer algo que otros no; y eso, muy a mi pesar, me había convertido en alguien realmente famoso en Rem. Había hasta algunos niños que anhelaban ser como yo. Algunos se habían pintado el cabello blanco y algunos otros tarareaban la canción que a mí me traía dolores de cabeza.
Y ser especial, al decir verdad, lo odiaba.
Odiaba que me gritaran, que la gente dependiese de mí cómo si yo supiese controlar ese endiablado poder que me quería consumir vivo. Odiaba tener un compromiso como ese, o al menos, el peso del saber que podía matar a todos de un día a otro. Sí, yo quería ser solo un centinela más; uno que pudiese ir y venir de los sueños, uno que pudiese entender la razón del por qué, los otros, me habían elegido a mí para revivir.
Entré a mi habitación hecho una furia, soltando una que otra mala palabra en el aire.
Estaba enfadado conmigo mismo por no saber cómo dominar mi don, con Anette por desquitarse conmigo en vez de comprender tan solo un poco que yo no tenía ni idea de por qué yo era cómo era y claro, enojado con Rem y los otros por hacerme alguien tan miserable.
"Es cuestión de que aprendas" Había dicho Amir hace tiempo, pero hacía ya mucho tiempo que lo había dicho y él me juró que iríamos a grandes aventuras juntos y aún seguía ahí, en ese maldito domo, tratando de aprender algo que se me daba de más.
¿Por qué no podía simplemente ir y hacerme valer?
La idea rondó por mi cabeza y aunque al principio me pareció demasiado descabellada, pronto el pensamiento de sencillamente irme y unirme a un sueño sonaba más tangible conforme pasaban los minutos. Nadie se enteraría, porque al decir verdad, nadie tenía sus ojos encima de mí por las noches. Podría disfrutar de por lo menos ocho horas, así que ir y venir no sonaba tan mal. Lo haría sin que nadie me pillase.
¿Qué tanto mal podría causar si solo cruzaba la brecha?
Me prometí a mí mismo que no tocaría nada y así nadie moriría por mi culpa. El miasma no se enteraría, ni tampoco me contagiara. Solo iría a ver, me repetí varias veces.
Con un poco más de tiempo tentándome y un plan entre manos, cerré los ojos para enfocarme y así sucedió. La música sonó y entonces, abrí los ojos. Frente a mi, justo a un lado de mi cama, había una brecha de mi tamaño, que grande y sonriente, me invitaba a romper las más estrictas reglas que Anette me había repetido desde mi primera noche en Rem.
—Solo iré a ver —susurré, casi como si Anette estuviera ahí, regañandome por lo que iba a hacer—. Así que ahí voy.
Di un paso decidido hacia el frente y, como si la brecha lo supiese, me tragó para luego cerrarse en un santiamén.
Pensé, en un principio, que los sueños serían pintorescos y bastante lindos; sin embargo, una vez del otro lado del portal, me topé con lo que tal vez Amir había olvidado mencionar.
Justo ahí, frente a mi, se notaba un paisaje grisáceo, destruido por lo que parecía haber sido una bomba. Escombros de casas y madera adornaban el estrecho pasillo por el que yo había salido. Era de noche, pero aún así se notaba el humo negro del ya sofocado incendio a mi alrededor. Me tapé la boca pensando que aquello era el miasma; porque solo hasta ese momento, me di cuenta de que realmente no sabía cómo era que se veía.
¿Cómo se suponía que un centinela arreglaría tal desastre?
Observé mis alrededores sin saber qué hacer al tener un gran dilema entre manos. Por un lado, sabía que debía regresar y esperar a que Anette me diese la autorización de arreglar un sueño como este; pero por el otro, podía investigar, sin tocar, algunas de las cosas que parecían intactas al incendio.
Había cartas, peluches y algunos objetos que brillaban en mis ojos en el suelo. ¿Qué trataba de decirme el sueño con esto? Me quedé ahí, observando el papel doblado con gran tentación de tocarlo y, aunque sabía que no debía, simplemente fui ahí y lo hice.
La textura parecía tan real...
Tardé en abrirla, pero cuando lo hice, las palabras en aquel papiro me golpearon de pronto con una imagen en la cabeza.
"Perdón por aprender a quererte en tan poco tiempo, pero encajaste perfectamente con lo que nunca busqué, pero siempre necesité."
Me vi de repente escribiendo aquello, y poniendo un collar en una caja.
Aventé la carta al suelo. ¿Qué clase de aventura era esta?
Aún con mi rostro sin descubrir, miré al cielo oscuro tratando de alejar aquella imagen de mis memorias. Justo hasta ese momento, pude escuchar por primera vez el sonido de un sueño: el bullicio de lo que parecía ser una guerra. ¿Qué clase de mundo era este?
Bajé la mirada con algo de miedo a lo recién había tocado. Era como si realmente yo lo hubiese escrito. Revocaba el nervio de escribirlo y una sonrisa al poner el punto final.
¿Qué era este sueño?
—¿Estas bien?
Entre mis dudas y mi estrés por lo recién recordado, no había percibido el sonido de la grava moverse y como, esa pequeña niña de melena rubia, se había quedado en medio del pasillo mirando hacia donde estaba.
—¿Estás herido? —Preguntó.
Por un microsegundo, no supe realmente qué hacer. ¿Estaba hablándome a mi? Volteé a mis costados para asegurarlo, pero era claro que solo estábamos ella y yo y nadie más.
¿Qué clase de sueño era este? ¿Qué no se suponía que nadie podía vernos?
—¿Qué haces ahí parado? —Gritó—. ¡Corre!
Me quedé observándola con un gran ceño mientras ella desaparecía del pasillo, pero como si el haberse detenido por mi hubiera dictado su destino, los disparos se escucharon cerca y entonces la mano pálida y cubierta de sangre quedó tendida en el piso.
Mi cuerpo tembló y quise vomitar; sin embargo, más pisadas en la grava me alertaron a correr y lo hice sin pensarlo cuando escuché a un hombre gritarle los demás:
—¡Aquí hay uno más!
Se escuchó el seguro de la pistola y, entonces, jaló el gatillo.
_____________
Capitulos a partir de aquí ya más largos. Espero que les esté gustando. Recuerden que recibo cualquier tipo de crítica. Saludos.
-Nancy A. Cantú
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro