1. Razones
Siempre había pensado que los humanos encontraban paz después de fallecer; sin embargo, me he equivocado. Estoy muerto, pero al contrario de la calma que pensé que encontraría, siento que me estoy ahogando. Algo no me deja respirar. Pataleo con fuerza en lo que al parecer es algo y a la vez nada. No entiendo qué está pasando. Intento gritar, pero me axfisio más y más. El tiempo fluye y al mismo tiempo no. No sé cuántas horas he estado ahí, inerte en la oscuridad. He llorado, debo admitir. Llorado por la desesperación y por sentir ese dolor infernal en mi garganta que parece no querer ceder.
Hasta que alguien me toca, después de no sé cuánto tiempo, y es entonces cuando al fin puedo toser.
Tomo bocanadas grandes de aire, como si fuera un recién nacido, pero ese aire me hace doler mis pulmones y mi cuerpo entero. Me siento débil y a punto de volver a desfallecer. ¿Qué pasa? Tiemblo al ver mis manos, llenas de un líquido transparentemente espeso.
—Te hemos estado esperando—. Escucho de pronto, de un hombre alto, de cabello canoso y piel clara.
No entiendo del todo qué sucede, pero al entornar bien mis ojos hacia enfrente, puedo ver que tengo compañía... bastante de hecho. A mis costados, justo alrededor de la nada y a la vez todo, hay una gran variedad de personas que parecen alegres por verme. Es gente que nunca había visto pero, por más sorprendente que lo parezca, no siento miedo en lo absoluto... como si el sentimiento del agobio, de la desconfianza y el recelo hubiera desaparecido por completo.
He muerto, de eso estoy seguro. No sé cuándo o cómo pasó, pero sé que no estoy vivo. Lo intuyo por no sentirme del todo humano; por estar en blanco y a la vez pleno. Miro por primera vez mi cuerpo, lleno de baba y ciertamente desnudo. No siento vergüenza, pero miro a mi alrededor por no saber quién me llama.
—Haz tardado en unirtenos.
Lo miro esta vez con más detalle. Es un hombre grande, de tal vez unos sesenta años. Lleva el pelo largo, justo a la altura de sus hombros; sin embargo, no parece mujer. Tiene unas facciones increíblemente duras; las patas de gallo en sus ojos y las arrugas en su frente son una de las muchas razones por las que pienso aquello. ¿Serían esas las marcas de guerra que el tiempo cobraba por experiencia de vida? Miré mis manos por un solo segundo; mi piel era más tersa que la de un bebé. Posiblemente ante sus ojos yo era solo un niño, uno como los que cantaban a mi alrededor algunos coros que nunca antes había escuchado.
—¿Quiénes son? —Pregunto sin remordimientos y escuchando por primera vez mi voz profunda y seca.
—Somos los centinelas y hemos estado esperándote para que te unas a nosotros.
Lo miro aún sentado en el suelo, intentando razonar tan extraño comentario. ¿Centinelas? ¿Era esto una broma del cielo? Estaba seguro que había muerto, pero nunca nadie me había dicho que estos seres iban a estar esperándome ahí.
—Amir, Gael —grita de pronto—, denle al recluta su uniforme tras aclararle. Enséñenle el trabajo a quien por hoy conocerán por el nombre de Johan.
¿Johan? ¿Se refiere a mí? Recibo pronto dos brazos que me levantan. Son dos personas grandes que, aceptando la orden, gritan confirmando a su superior.
—Vaya que llegaste tarde —dice el primero ya estando lejos de la plataforma principal en la que parece ser que emergí de un gran pozo. Él es pelirrojo y musculoso, pero no parece que quiera golpearme. Por alguna razón, me parece simpático. No sé aún si es por su gran sonrisa o por las muchas pecas que tiene en su blanco pero jovial rostro—. Lyan ya estaba desesperándose porque no llegabas.
—¿Lyan desesperándose? —soltó el otro—. Amir, conocerá a Anette hoy.
Miré a mi izquierda esta vez un tanto desorientado. El otro hombre, de tez tan oscura como la noche y cabello negro, es un tanto más robusto que Amir. Parece que le lleva un par de años a quién ríe por el comentario y se lamenta de mi confusa situación.
—¿Quiénes son? —Pregunto de nuevo.
—Ya comprenderás todo, Johan. —dice Amir—. Creo que yo estuve igual cuando llegué aquí...
—Estuviste peor.
—¡Gael, no empieces! —Amir se puso rojo como un tomate.
—Eh campeón... ¿quieres saber qué pasó con Amir cuando llegó aquí?
—¡Gael!
—Amir se orinó encima.
No entiendo nada de lo que pasa, eso está claro, pero no puedo evitar mirar y mofarme un poco de quién aún me arrastra hacia el frente, justo a unos cuartos que parecen ser vestidores.
—¡Prometiste no decirlo a los nuevos!
—Lo siento, hermano; prometo no hacerlo de nuevo este mes.
—¿¡Este mes!?
—Siempre es gracioso ver como los nuevos te pierden el respeto por esto.
—No le hagas caso, Johan. —El pelirrojo se detuvo nervioso frente a un cubículo con regadera—. Tú solo ve y báñate; ignora lo que este tipo dice y cuando estés listo, ponte el uniforme que está colgado junto al lavabo. Te esperaremos afuera y nosotros seremos quienes te explicaremos todo.
Tras aquello, los dos tipos se fueron peleando a la salida.
No comprendo qué hago en este lugar, pero sin darle muchas vueltas al asunto ya que ni siquiera puedo recordar de dónde vengo o quién soy, me pongo a hacer justo lo que me dicen que haga. Abro el grifo y quito, con el agua caliente, toda la desagradable baba que llevo cargando en mi cuerpo. Cuando estuve listo, tomé el uniforme de un tono oscuro y me miré por primera vez al espejo, pues extrañamente no recordaba ni mi apariencia.
Me llevé la grata sorpresa de verme con un color de ojos marrón, cabello casi blanco y una tez pálida. Tenía un cuerpo semi trabajado, a pesar de no evocar ni una sola pizca de mi vida del pasado. ¿Había sido quizá deportista?
Volví a hacerme la pregunta de dónde estaba o quién era; pero al saber que no podría encontrar respuestas por mí mismo, opté por simplemente preguntar. Salí, ya cambiado y presentable, para dirigirme a los peleoneros Amir y Gael que seguían gritando.
—¿Podrías simplemente olvidarlo?
—Bro, fue demasiado gracioso. Recuerdo aun cuando...
—¡Johan!
Gael calló al verme frente a ellos.
—Estoy listo para saber quién soy.
El pelirrojo sonrió al ver mi determinación; sin embargo, volvió a ponerse serio cuando miró a un Gael con un semblante serio.
—Amir, creo que sí eras igual que él cuando llegaste aquí.
Miré a Gael sin comprender por qué decía aquello, pero al ver que le tocaba el hombro a Amir y con ello le pasaba la antorcha de explicarme todo, supe que ahora la carga la tenía el musculoso que no sabía ni cómo comenzar.
—¿Me lo vas a dejar a mí?
—Lo siento, campeones; pero los adultos deben ir a trabajar.
Quise preguntar sobre aquello o decir algo para detenerlo; no obstante, cuando levanté mi mano para hacer que el moreno frenara cualquier movimiento, aquel hombre alzó su brazo y, diciendo algo tan rápido que no pude siquiera entenderlo, abrió de la nada un agujero que brillaba tanto que me hizo entrecerrar los ojos.
¿Qué era eso? Gael hizo un gesto de despedida tipo militar y, con ello, dio un paso al frente. La abertura se lo tragó y entonces, el portal desapareció.
Me quedé ahí hecho piedra sin saber qué era lo que había pasado.
—Sé que tienes preguntas. —Amir soltó tras el silencio de mi shock—, pero antes de que lo hagas, primero escucha muy bien lo que voy a decir a continuación: Nadie, ni siquiera el gran sabio que te recibió aquí, sabe de dónde venimos. Créeme que nadie recuerda quién fue en su vida anterior; sin embargo, Lyan nos ha contado una historia que todos los superiores han pasado por generaciones. Tal vez sea cierta, tal vez no... pero es lo que tenemos y es lo único que te puedo ofrecer como respuesta. ¿Quieres oírla?
Guardé silencio a modo de aceptación mientras le seguía por el largo pasillo que parecía querer escuchar también la historia.
—Según cuentan nuestros superiores, nosotros venimos de un mundo llamado Tierra. Este lugar fue el que nos dio nuestra primera vida y, según todos, dicen que ahí pasamos alrededor de ochenta años viviendo una vida que, los otros, miran desde el cielo y la analizan.
—¿Los... otros?
—No sé quiénes son ellos, pero los otros calificaron nuestras acciones en la Tierra y dicen que nos eligen para cuidar a Rem del miasma.
—¿Quién es Rem y qué es el miasma?
—Tranquilo, vaquero. —Amir rio al verme tan alterado a su lado—. Rem es este lugar, es un tipo de isla flotante y la cual será ahora tu hogar. ¿El miasma? Nadie sabe de dónde llegó o cómo es que se originó, pero nosotros le decimos miasma a un humo negro que altera a las personas que lo tocan.
—¿Un humo negro?
—Es un humo tan negro que puede corroer a cualquiera que lo toca. Dicen que el miasma te quita el alma y controla a todo huésped que habite. —Me siguió guiando por el enorme y oscuro pasillo que estaba por terminar—. Es nuestro trabajo como centinelas purificarlo. Y tú, Johan, te convertirás en centinela porque los otros te han escogido.
—¿Por qué a mí?
—Puede que haya treinta o más razones del por qué nos hayan escogido, pero no hay una en específica que yo te pueda dar. Los otros son sabios y solo ellos sabrán realmente el por qué tú estás aquí. Algunos obtienen la respuesta en sueños, otros en susurros o unos muy pocos inclusive con visiones; pero algunos otros nunca la obtienen. Es lo que hay, Johan.
Hay un silencio incómodo. Sé lo que he escuchado y entiendo, al menos en el tecnicismo de la palabra, lo que significa pero...
—¿Y... y si no quiero hacerlo? —Suelto en el aire mis pensamientos.
Amir me mira con tristeza antes de abrir la puerta al final pasillo y hacer que una luz realmente brillante me cegue.
—Es tu destino, pero digamos que, aunque puedes negarte, las consecuencias de rechazar un honor como este son algo severas. No hay mucho que Rem requiera de ti si no accedes a ayudarla. Lo que sé que pasa es que regresas al pozo y bueno... nadie sabe qué pasa cuando regresas al pozo.
Parpadeé varias veces para poder acostumbrarme a ese brillo tan horrible, pero cuando logré hacerlo, pude ver por primera vez a Rem. Era un lugar cálido, lleno de gente que sonreía y vivía para ella. Había, en su mayoría, adultos y gente de avanzada edad, pero no por eso no había uno que otro niño peleando con cuchillas de madera por los jardines. Algunos entrenaban en el centro de la isla, mientras que otros cargaban y fabricaban sus propias armas para el combate. Había muchas personas, y había muchos que ya habían empezado a mirarme. Algunos sonreían con amabilidad; algunos otros con curiosidad y pena. ¿Tenía algo en la cara? Miré a Amir por un momento, él me revolvió el pelo para hacerme entrar en calor.
Justo en ese momento pude darme cuenta de las dos cuchillas que Amir llevaba en sus pantalones y no pude evitar tragar saliva al sentirme ciertamente desarmado.
—Viejo, créeme cuando te digo esto: este trabajo es la hostia. Antes de pensar en simplemente rechazarlo, creo que deberías de darle una oportunidad.
Miré hacia enfrente nuevamente y respiré el aire de paz que se podía ver en todo Rem. No era que lo aceptase del todo. Ni siquiera sabía si este lugar era de fiar, pero recordarme llenó de baba y casi a punto de asfixiarme me hizo sentir escalofríos. Seguro que no vivía para contar qué pasaba si rechazaba el trabajo y yo no quería morir... no de nuevo.
—¿Viste lo que hizo Gael? —Amir me interrumpió en el silencio de mis dudas—. Eso, mi amigo, son los portales a los sueños.
Aquello me hizo mirarlo en menos de un minuto.
—¿Los sueños?
—Sí, como centinelas, tenemos el poder de ir y venir de los sueños. En los sueños, podemos ver escenas del pasado o tal vez del futuro; la verdad es que ni nosotros lo sabemos. Lo importante aquí es que somos sus guardianes. Los que aparecen ahí nunca pueden vernos, pero yo he salvado a unos cuantos de que mueran o les pasen cosas desagradables y eso, Johan, eso es increíble.
—¿Cómo que no pueden vernos?
—No tengo idea, hermano. La primera vez que crucé el portal inclusive me paré frente a un niño, pero me atravesó el cuerpo como si fuese un holograma.
—¿Entonces cómo es que los ayudamos?
—No tengo idea. Podemos volar y hacer cosas que no puedes ni imaginar en estos lugares. Controlar el clima, mover las cosas, pero ellos simplemente no pueden vernos. Es algo triste, pero al mismo tiempo agradable al saber que salvamos vidas.
—¿Cómo es que puedo...?
—¿Entrar a un sueño? Para eso debes entrenar. Yo me tardé un año para poder siquiera abrir una brecha del tamaño de mi mano. No me sorprendería que quieras regresar al pozo los primeros días. —Amir siguió caminando, soltando aquello como si estuviese acostumbrado a aquello—. Más si tienes a Anette de instructora.
—¿Quién es Anette?
—Mira, viejo, ella es el mismísimo infierno convertido en persona —soltó con un escalofrío—, pero es la mejor en esto, ¿entiendes?
—Entiendo.
—Ahora, mueve esas piernas que Anette pensaba que vendrías en la mañana, pero el pozo se equivocó y te trajo al mediodía; seguro que estará de mal humor.
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¡Hola! Sé que esta es una grande sorpresa porque estaba ya desaparecida por un año entero; sin embargo, he vuelto con esto que debo terminar en menos de dos semanas. Sé que tengo muchas historias aún pendientes, pero me harían un gran favor si señalan mis errores (porque NADIE es perfecto) Y por qué este será el primer libro que imprimiré como regalo.
Los quiero y, también los extrañé.
Saludos.
—Nancy A. Cantú
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