El día señalado
Eran las seis de la tarde y estaba cayendo un copioso aguacero sobre las calles de la ruidosa ciudad de Málaga. Mucha gente estaba amontonada bajo los techos de algunos negocios, a la espera de que escampara. Pero las densas nubes grisáceas que poblaban el cielo indicaban que eso no iba a suceder muy pronto. A pesar de la lluvia torrencial, había algunos cuantos valientes que se atrevían a enfrentarse a los ríos en que se habían convertido las avenidas y a saltar entre los múltiples charcos en las aceras.
Una de esas extrañas personas era Maritza, quien ya no podía darse el lujo de perder ni un solo minuto más ahí parada. O se empapaba hasta las orejas o perdería la increíble oportunidad de presenciar la única presentación de Turandot que habría en el Teatro Cervantes. Debía darse prisa si pretendía llegar a tiempo, pues aún tenía que encontrarse con Sofía, su amiga y compañera del Conservatorio Superior de Música de Málaga. Habían quedado de verse frente al Café Bertani, el favorito de ambas. Solo quedaba una hora para el inicio de la función, así que debía darse prisa.
—¡Por fin llegas, mujer! Me estaba convirtiendo en piedra de tanto que me has hecho esperar. ¡Sube al coche! Allá tendrás tiempo de secarte. ¡Venga, vámonos ya! —exclamó la impaciente rubia, al tiempo que fruncía el ceño.
—Deberías haber traído al menos un par de zapatillas limpias para que pudiera cambiarme. ¡Pillaré un resfriado por tu culpa! —replicó Maritza, mientras se apartaba sus renegridos cabellos del rostro.
Una vez que las dos muchachas estuvieron dentro del pequeño Volkswagen Polo verdoso, la chica menuda que iba al volante pisó el acelerador. Estaba incluso más emocionada que su acompañante ante la perspectiva de deleitarse con tan magnífica ópera esa noche. Ni siquiera las terribles condiciones climáticas habían podido opacar la alegría que aquellas aspirantes a sopranos profesionales compartían. Sin embargo, su júbilo estaba por transformarse en otra clase de emoción, una que sería igual de fuerte pero no así de agradable...
En cuanto llegaron a las puertas del teatro, el taquillero las saludó con amabilidad y solicitó los boletos de ambas. Luego de eso, ellas se fueron directo a los baños. La pelinegra necesitaba utilizar el calor de los secadores eléctricos si esperaba quitarse un poco de la humedad en su ropa. Para su buena suerte, no llevaba prendas de tela gruesa ni calcetines, lo cual contribuyó a que la fastidiosa tarea fuese menos complicada. En menos de un cuarto de hora, la blusa de seda, los pantalones de algodón y los botines sintéticos de la joven estaban calientes y secos.
—Ya estás lista, ¿verdad? Más te vale que no te tardaste demasiado. De lo contrario, me habría visto obligada a dejarte sola aquí. ¡Ni loca me perdería un solo segundo de la función! ¡Muero por ver la interpretación del personaje de Calaf! —afirmó Sofía, dando saltitos y agitando las manos.
—¡Oye, contrólate! Pareces una cría a la que su papito acaba de comprarle un juguete nuevo.
—Es que he estado mirando varios videos en YouTube de otras presentaciones que ha tenido Gianluca Batista, el tenor que tendrá ese papel hoy, y siempre me deja alucinando. ¡Menuda voz la que tiene ese tío! Además, es muy mono. ¿Has visto su cara de ángel? ¡Me lo comería a besos!
—No voy a negar que el chaval tiene lo suyo, pero no pagamos tanto dinero nada más que para ver una cara bonita. ¿Es que acaso ya no valoras el arte? ¿No piensas en todo el contexto social e histórico que hay tras la obra?
—¡Deja de hacerte la interesante! Ni tú misma te creerías tan tremendas gillipolleces como las que acabas de decir. ¡Bien que te gusta mirarles el trasero a los tíos buenorros en el conservatorio! ¿A qué no?
En cuanto la regordeta pelirrubia terminó de pronunciar esas palabras, las dos chicas estallaron en sonoras carcajadas. Se sacudían como locas y les faltaba el aire. Aquel buen momento del que estaban disfrutando era solo uno de los tantos ratos divertidos que compartían juntas a diario. Si tan solo hubiesen sabido que esas risas estarían entre las últimas que saldrían de sus bocas en muchos días, quizás hubieran preferido no salir nunca de aquellos baños...
Pocos minutos después de que abandonasen el tocador de damas, un acomodador acompañó a las estudiantes hasta sus asientos, ubicados en el lado derecho de la zona A. Habían conseguido boletos con descuento especial, en la fila número tres del patio de butacas, lo cual les permitía tener una buena visibilidad de todo el escenario. El tiempo que restaba para el inicio del espectáculo lo utilizaron para comentar los detalles que veían en el folleto descriptivo de la obra. No cesaron de cuchichear hasta que el presentador apareció para anunciar el comienzo de la función.
Las muchachas permanecieron embelesadas a lo largo de los tres actos. Solo apartaban la mirada cuando caía el telón para marcar los cambios en las escenas. Ambas tenían sus ojos muy concentrados en la varonil figura de Gianluca Batista, quien era un hombre alto, de porte elegante. Maritza se sentía tan impresionada por el joven tenor que no se percató de la mueca de boba que exhibía su cara, al menos no hasta que él la miró a los ojos durante unos breves instantes. Una brisa helada movió sus cabellos en ese momento, sacándola de su estupor.
—¡Él te vio! ¿Lo notaste? ¡Tienes una suerte increíble! —susurró Sofía, inclinándose hacia un lado, sin girar la cabeza.
—¡Cállate! Eso fue casualidad. ¡Él ni siquiera me conoce! —respondió la aludida, con voz cortante.
Aunque pretendía restarle importancia al incidente, fue incapaz de ignorar el hecho de que había sentido una leve corriente de viento soplándole en el rostro. ¿Cómo podía suceder algo así en un recinto cerrado? No estaba cerca del sistema de aire acondicionado. Tampoco había nadie en frente de ella que estuviese utilizando un abanico o algún ventilador manual. "Debió ser solo mi imaginación. No pasó nada", pensó para sí. Intentó concentrarse en seguir disfrutando del evento, pero el recuerdo del inusual incidente no la dejaba estar tranquila del todo.
Durante la parte culminante de la escena dos del tercer acto, en donde los coros que representaban al pueblo estaban entonando juntos la última estrofa, la mirada del príncipe Calaf volvió a encontrarse con los ojos oscuros de Maritza. Esta vez, los iris celestes del tenor se quedaron fijos en ella por mucho más tiempo. El mismo aire frío de antes acarició de nuevo las mejillas de la chica, al tiempo que sus cortos cabellos se elevaban hacia los lados. Sintió una ligera presión en la mitad del tórax, mientras un murmullo que estaba destinado a que lo escuchasen únicamente sus oídos la hizo gritar de manera involuntaria.
—¿Qué te pasa, mujer? ¿No sabes que en la ópera el público nunca grita? ¡Contrólate! —masculló la pequeña rubia, al tiempo que golpeaba a su amiga en el brazo.
Maritza no articuló ni una sola sílaba, sino que se levantó de su asiento y se fue caminando a paso rápido hacia las afueras del teatro. Respiraba con dificultad y los latidos de su corazón parecían ser fuertes puñetazos que le lastimaban el pecho. Una corta frase todavía resonaba en el interior de su cabeza: "Ya se acabó tu tiempo". Aunque quisiera suprimir sus martirizantes recuerdos, sabía muy bien que aquello era cierto y también entendía lo que significaba. Gruesas lágrimas chorreaban por sus mejillas cuando, diez minutos más tarde, Sofía halló el rincón en donde la pelinegra se hallaba de pie.
—¿¡Se puede saber qué diablos sucede contigo!? —espetó la muchacha, hecha una furia.
Aquello no hizo más que empeorar el llanto de su compañera, quien se cubrió la cara con ambas manos y empezó a sollozar sin control. La inesperada reacción tan emotiva por parte de la chica reprendida sosegó un poco los ánimos caldeados de la recién llegada.
—Perdona, no quise gritarte así. Me molesté contigo porque pensé que me estabas jugando una broma pesada. No sabía que de verdad te sentías mal. Pero dime: ¿qué tienes?
Luego de un rato, la joven logró calmar sus gimoteos. Se secó el rostro con el envés de las mangas largas de su blusa y respiró hondo.
—¡Tengo miedo! —confesó ella, con la quijada temblorosa.
—¿Miedo? ¿De qué tienes miedo?
—Prefiero no hablar de eso ahora. Solo llévame a casa, por favor.
—De acuerdo. Pero hoy me quedaré a dormir en tu habitación, ¿entendido? No puedo dejarte sola en este estado. Ya me contarás luego qué te sucedió.
Las dos amigas se fueron caminando despacio hasta el sitio en donde habían decidido aparcar el automóvil que le pertenecía a la más bajita del dúo. Antes de que se retiraran del lugar, Sofía alcanzó a ver a un hombre joven a lo lejos. Este estaba cubierto de barro y llevaba puesto un traje negro hecho trizas. Iba atravesando el estacionamiento a toda prisa y no dejaba de voltearse a mirar hacia atrás, como si estuviese nervioso de que alguien lo viniera siguiendo. Pero ese extraño comportamiento no fue lo que sorprendió a la pelirrubia, sino el hecho de que pudo reconocer el rostro de esa persona.
—¡Oh, mira eso! ¡Es Gianluca Batista! ¿Qué estará haciendo por aquí en esas horribles fachas? Pensé que había una rueda de prensa para entrevistar al elenco protagónico poco después de que terminaran con la presentación.
Maritza se puso rígida, con los ojos tan abiertos como si no hubiese párpados sobre ellos. Estaba más pálida que un copo de nieve y sentía que iba vomitar en cualquier momento.
—¡Vámonos ya! ¡Sácame de aquí! —rogó ella, con voz chillona.
La conductora del vehículo no quiso preguntarle a su acompañante por qué razón se había alterado de esa manera. Prefirió guardar silencio y hacerle caso. Ya habría tiempo de interrogarla a la mañana siguiente, cuando la pobre estuviese menos paranoica y más dispuesta a dar explicaciones. Puso en marcha el motor y viró a la izquierda, con la intención de tomar la ruta menos transitada. Por fortuna, ya había dejado de llover, lo cual contribuía a que hubiese menos probabilidades de quedarse estancadas en un embotellamiento.
Habían avanzado varios metros en dirección a la salida del área de aparcamiento cuando se escuchó un ruido sordo que provenía de la ventana trasera del coche. El perturbador alarido que salió de la chica en el asiento del copiloto obligó a Sofía a pisar el freno de forma repentina. Sus cabezas estuvieron a punto de golpear el parabrisas a causa de la brusquedad de la maniobra.
—¡Maldita sea! Me vas a matar del susto si no me explicas qué rayos sucede. ¿Por qué gritaste así?
Maritza no estaba prestándole atención alguna a su compañera. Sus dientes castañeteaban y no podía apartar los ojos del espejo retrovisor. Al caer en cuenta de ello, la rubia se giró para mirar hacia atrás. Justo en el centro del vidrio, el cual estaba empañado, se distinguía la tenue silueta de una mano dibujada. Luego de resoplar por la frustración, la chica se volteó para ver una vez más el desencajado semblante de su camarada.
—No me vas a decir que algo tan simple como eso te pone nerviosa. Alguien se apoyó sobre la ventana del auto y la forma de su mano quedó estampada ahí porque hay mucha humedad. ¡Eso es todo! ¡Por favor, cálmate!
La muchacha continuaba sin reaccionar. Lucía adormilada y tenía la mirada perdida en algún punto indefinido frente a sí. Su brazo derecho comenzó a elevarse hasta que el dedo índice pudo señalar lo que ella tanto deseaba mostrarle a la otra joven. En cuanto esta le prestó atención a lo que le indicaba la pelinegra, una amplia sonrisa se le dibujó en los labios.
—¡Gianluca viene para acá! ¡Joder! Y ya se arregló las fachas... ¡Qué rápido es! Seguro que se acicaló bien para venir a vernos. Definitivamente, este será el mejor día de nuestras vidas —concluyó ella, con una risilla nerviosa.
La chica abrió la puerta del auto y salió al encuentro del famoso tenor. Se la veía muy emocionada mientras iba avanzando hacia aquel esbelto hombre. Lo último que hubiese esperado de su parte era que le diese un violento empujón en cuanto la tuvo al alcance de los brazos. La fuerza que él empleó para hacerlo fue excesiva. Sofía cayó de espaldas y se golpeó la cabeza contra el pavimento. Mientras ella se encogía de dolor en el suelo, el varón siguió caminando como si nada en absoluto hubiese sucedido. Sus inexpresivos ojos no se separaron nunca del objetivo: Maritza.
—¡Esto no puede estar pasándonos! ¡Es una pesadilla, tiene que serlo! —monologaba ella, en voz alta, al tiempo que se cambiaba de asiento, para así ponerse al volante.
El muchacho estaba a poco más de un metro de distancia del vehículo cuando la chica cerró los ojos y apretó el pedal del acelerador. Un espantoso estruendo se escuchó en cuanto el parachoques delantero impactó de lleno contra el cuerpo del joven. La sola idea de atropellar personas le producía escalofríos, pero esa había sido una medida necesaria e inevitable. Además, aquel ser no era una persona en realidad. Ante la apremiante situación en que se encontraba envuelta, no podía permitirse sentir remordimientos de ningún tipo.
Aunque le doliera en lo más profundo del alma, debía dejar atrás a Sofía sin revelarle nada de lo que en realidad estaba ocurriendo. No deseaba involucrarla en las peligrosas cruzadas personales que tenía por delante. Sin embargo, tampoco podía abandonarla a su suerte. El despiadado cambiante sin duda tomaría represalias contra la inocente pelirrubia con tal de verla sufrir a ella, la única culpable de la muerte de su madre, la cual le pesaba sobre la conciencia desde que tenía ocho años. "Si no le hubiera perdonado la vida a este engendro, mamá estaría conmigo aún, y nada de esto estaría sucediendo", masculló en voz baja, mientras se bajaba del auto. Ya era hora de que encarara al destino que había negado conocer y del que había estado huyendo por tantos años...
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