Me quisiste.
Al menos eso dijiste,
pero no dudaste al abandonarme.

Un par de promesas pronunciaste.
Sin embargo, todas las olvidaste.
Sé que yo soy la culpable
y que no hay explicación razonable.

Entiendo que me llames cobarde
cada vez que caigo en mis baches.
Yo te hice adulaciones al por mayor,
pero tú no apreciaste mi valor.

Te llené la cabeza de palabras bellas,
pero tus acciones me eliminaron pieza a pieza.
Está bien que pienses que soy insuficiente.
Espero que te convenzas un día
y lo expreses de frente.

¿Para qué me escuchaste,
si después me evadirías?
En ese caso,
debiste irte cuando te lo pedí.
No me hubieras hecho creer
que podía confiar en ti.

Dejaste de contestar mis mensajes y llamadas.
Lamento ser tan amargada.
Te advertí que en tu vida no encajaba.

Eras como mi remera favorita,
quería mantenerte limpia,
pero ahora está empañada
y descuidada.

Me provoca incomodidad
llevarte como antes.
Ya no me inspiras confianza,
ahora me pareces frustrante.
Tengo que deshacerme de ti
porque ya no encajas en mi armario.
Me he comprado otras prendas
que uso a diario.

Procuré protegerte
en lugar de cuidar de mí.
Él me lo advirtió,
pero yo quise escucharte a ti.

Te di cosas que sólo podías soñar,
pero tú de valorarme fuiste incapaz.
Yo te di lo que merecías,
pero al pensarlo,
creo que nada querías.
Fue mi error.
También de exceso se padece
y cuando le das algo a quien nada posee,
del universo dueño se cree.

No recuerdo por qué eras mi remera favorita.
Tampoco evoco cómo fue que te seleccioné,
si prefiero los vestidos.
Lo que sí sé es que tú me has perdido
y no pudiste prevenirlo.

No escucharé a extraños
ni a conocidos.
Todo se ha diluido
mientras intentaba limpiarlo.
Supongo que el amoniaco no es tan ideal
para eliminar la mancha en mi remera favorita,
así que su destrucción
ha sido la mejor solución.

Las remeras para mí
ya no son una novedad,
y tú y yo,
hoy somos una prenda incolora
que le desagrada a una niñita boba.