Cuando ella se burló, tuve que reírme.
No quería que notara que aún me dolía.
¿Cuánto debo fingir?
Pensé que lo abrumador era sonreír,
hasta que se volvió natural
y especial.
Alguien debió advertirme que era blasfemar.

Oh, espera.
Sí me advirtieron.
Sólo que no los escuché.
Estaba absorta en alguien que conocí,
que los consejos no oí.

Ahora que se ha fracturado
y que ya no estás a mi lado,
puedo verlo de la forma en que el resto lo hacía.
¿Cómo no me di cuenta?

Mi vieja versión pudo prevenir todo el dolor.
Ahora me cuestiono el motivo por el que la oculté.
Ah, sí, quise protegerte de ella.

Es una lástima que no la conocieras.
No obstante, es más lamentable
que te mostrara mi versión afable.
Apuesto a que te dio risa.

¿En algún momento fuiste sincero?
¿O todo el entorno era embustero?
A ellos no les agradabas
y, bueno, incluso lo mencionaste:
¿Qué sentirías si de pronto alguien
tiene aquello por lo que luchaste?

Ahora lo entiendo.
¡Qué divertido ha de haber sido!
Mis cicatrices no piensan lo mismo.
Aunque ya no importa.
Al final todo es como una piedra
acumulándose en mis bolsillos
y preparándose para hundirme
cuando al océano salte.

Pero, ¿por qué debería hacerlo?
Esta vez hice lo correcto.
Incluso hice cosas que nadie hubiera hecho.

Mi terapeuta dice que valgo la pena
y yo no creo nada.
Por las mañanas me levanto y voy al trabajo.
Camino por todo el sitio y evoco nuestros recuerdos.

¿En qué me equivoqué?
Te busqué.
¿Qué más había que hacer?
Si tanto decían que me querían,
¿no podían demostrarlo?

Al menos él lo intentó
y no se rindió hasta que lo consiguió.
Entonces comprendí lo que me dijeron en la primera sesión:
Lo mucho que queremos a alguien
se refleja en nuestros esfuerzos por mantenerlo
en nuestra vida.
Te esforzaste.
Sigues haciéndolo.
Él se lo está perdiendo.

¿Es en serio?
Porque soy yo la que sigue sufriendo.

¿Qué más da?
Ya me cansé de luchar
y el final está por llegar.