La niña malvada
No pertenecía a la clase que todos admiraban
y tampoco era la típica niñata crédula de la que se burlaban.
Era como un punto intermedio entre ambos extremos.
Era demasiado malévola para convivir con mi género
y exageradamente cándida para sobrevivir con mi especie.
Nunca pude lograr llegar a la superficie
y estar al fondo del abismo me hizo contemplar las estrellas.
Sin embargo, yo no quería ser como ellas.
Empecé a buscar soledad
y cuando la encontré, no la pude soltar.
Escuchaba la música prohibida,
la que resaltaba entre las niñas rebeldes.
Poseía las notas altas,
ésas que las hijas perfectas alcanzaban.
Era la perfección encarnada,
ésa que siempre es halagada.
No obstante, por dentro estaba vacía.
¿De qué servía tanta inteligencia,
si era incapaz de sentir alegría?
¿Para qué usaba las buenas calificaciones
si con desaparecer yo tenía obsesiones?
Estaba vacía.
Sin nada.
Vacía y perdida.
Con un hueco imperecedero
que parecía eterno.
Un eco incalculable absorbía mi nombre
y me recordaba que era bastante joven.
Según ellos, yo no tenía derecho a cuestionar al destino.
Debía apegarme a cualquier cosa que hubiera vivido.
Era una ínfima prisionera de sus propias creencias
que terminó herida gracias a las apariencias.
Entonces decidí darles una oportunidad a las cosas sentimentales.
Todo lo que creía que quería se había derrumbado
una mañana de octubre dejándome sin salidas.
Todo lo que suprimí por años
comenzó a emanar a través de mis heridas.
Entonces vi a mi alrededor
y me percaté que llevaba mucho tiempo siendo la niña malvada
sólo porque mis lazos afectivos no até bien.
La mayoría se fue
y quienes se quedaron,
no fueron los que yo había pensado.
Sin embargo, los quiero por todo lo que me han brindado.
Nuevamente estaba vacía.
Sin nada.
Vacía y perdida.
Con un hueco imperecedero
que esta ocasión sí tenía remedio.
Por primera vez odié las despedidas
y todas las promesas huecas que son dichas.
Miré hacia atrás y al culpable de mi dolor encontré.
Era yo.
Él quiso creer que podríamos sobrevivir,
pero en realidad ni siquiera debimos existir.
Yo lo intenté en un mundo ocupado.
Así que cuando tengas un rato libre,
no oses buscarme y mejor dedícate a olvidarme.
La niña malvada intentó ser buena
y acabó traicionada.
A todos con sinceridad les habló,
pero al parecer querían mentiras.
A venderles ilusión se negó
y contaron relatos falsos con emoción.
La niña malvada pensó que el mundo podía cambiar,
que haría la diferencia entre el agitado mar.
¡Qué estúpida niñita soñadora!
La niña malvada creyó que tenía amigos,
pues la habían protegido
cuando lo vio todo perdido.
¡Qué ilusa fofa niña tonta!
En esta ocasión no estaba del todo vacía.
Poseía algo y no estaba tan perdida.
Tenía un hueco efímero
que siempre tiene remedio.
La niña malvada lloró y los regalos que le dieron rompió.
Ahora ha limpiado el desastre de su habitación,
empacado los recuerdos y tomado lo único que le quedó:
un aciago reconocimiento y su Lobo Feroz.
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