No pronunciaba palabras,
simplemente me quedaba allí sentada.
Hablaba cuando convenía,
cuando la situación lo requería.
El resto del tiempo,
permanecí en silencio.

Poseía tanta tranquilidad
en mi fortaleza de soledad
hasta que él se asomó por el borde
y sonrió de manera inmisericorde.

Estaba tranquila y feliz.
En una manera singular,
yo podía albergar felicidad.
Pero cuando él llegó,
me hizo dudar.

¿Cómo estás?
Me solía preguntar.
Yo le brindaba respuestas,
aunque con el pasar de los días,
también compartimos nuestras alegrías.

Ínfima e idílicamente,
nos encontramos el uno con el otro
que ya no deseaba destruirnos.
Pero al final, sólo éramos un cuento.

Él usó mi soledad contra mí
y me llevó a su palacio de amor.
Él usó mi soledad contra mí
y me dijo que a su lado estaría mejor.
Él usó mi soledad contra mí
y me prometió un mundo encantador.
Él usó mi soledad contra mí
y yo, insulsa y pueril, le creí.

Ahora me ha echado de su funesto palacio
y vago por un sendero atroz y desgraciado.
Mi fortaleza fue saqueada y destruida
y yo me he quedado afuera, perdida y afligida.