Pocas cosas me hacían olvidarlo por un momento o recordarlo una y otra vez. Pocas cosas se asemejaban a él, con pocas cosas lo podía comparar. Lo recuerdo bien, era como un relato nórdico, como un conjuro celta, como la magia de un espíritu, de ojos albinos, todavía no me atrevo a decir su nombre, pero él era irreal, era la última lágrima antes de que me quedara dormida, era toda la desesperación que cargaba en mi interior, era el orgasmo que nunca tuve.
Lo recuerdo bien, recuerdo cómo se movía, era como ver a los espectadores que movían sus manos al compás de la ópera y cerraban los ojos como sí estuvieran a punto de morir con satisfacción, era como acuchillarme, lo recuerdo todavía cerca de mí.
Con pocas cosas lo puedo comparar y me estoy quedando sin situaciones, sin momentos, sin flores, sin esencias, sin valentía para recordarlo.
Pero él como tal, sólo era doloroso verlo a los ojos y saber que se me escapaba.
Le hubiera prometido nunca prometerle nunca nada, porque las promesas que le hice se magnificaban en el universo de mis manos, era la primera vez que alguien me besaba con amor, era una persona que en las mañanas me decía "Buenas noches", era mágico, estaba en mis raíces.