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Capítulo 24

Narrador omnisciente

Un largo y estresante día de trabajo para Lorena finalmente acababa, después de algunos pacientes; y varias idas y venidas a la consulta de Raúl. Así se repetía los días de la semana, habían vuelto a trabajar juntos, lo que provocó cierto enojo de Camilo hacia Lorena. Quizás ella lo entendía o quizás no lograba comprender el verdadero problema de su amigo con ella.

Todos habían notado ese cambio de horarios y esas risas que intercambiaban en cada pasillo, en cada reunión y en los cafés compartidos con los demás colegas pero para Camilo todo eso significaba mucho más. Ya no sonreía como antes y veía a Lorena con algo de lástima y a Raúl con desprecio. Los celos eran muy malos consejeros en los peores momentos y él lo sabía bien. Por eso decidió apartarse un poco de la situación porque entendía que no tenía nada qué hacer. Su objetivo estaba cumplido, la había ayudado en el momento exacto y si Lorena no veía en el agujero que se estaba metiendo, pues él no iba a verla caer. 

Ellos estaban enamorados y nadie lo dudaba, solo ellos no eran capaces de ver que ya todos lo sabían, incluyendo al manojo de nervios que caminaba en dirección de la consulta de Lorena. Ella caminaba nerviosa y errática, portando ojeras que intentó disimular en vano, con unas raíces oscuras y un tono rojo que ya debía retocar. Melissa tocó la puerta de la consulta por pura cortesía, podía ser manipuladora pero jamás maleducada.

—Adelante. —Contestó Lorena, quien se llevó una sorpresa al ver que no era cualquier persona. Abrió los ojos como platos al ver a la pelirroja hecha un desastre en su puerta.

Ambas permanecieron en silencio y Melissa entró sin apartar la mirada de su ahora, rival. Ella lo sabía, estaba segura de que la chica frente a ella estaba revolcándose con su hombre y eso debía parar, no lo podía permitir. Se hacía la tonta hasta dónde ella entendía y ya la situación se estaba saliendo de control.

—¿Qué haces aquí? —Lorena cortó el silencio con un tono de voz casi intimidante.

—Te lo voy a decir una única vez, puesto que no estoy para estos jueguecitos infantiles tuyos. Deja en paz a Raúl. —A medida que las palabras iban saliendo de su boca, la mujer no tan joven se iba acercando a la chica más joven.

—¿Me estás hablando de infantilismos, tu, que vienes a "amenazarme" a mi trabajo? —Hizo énfasis dibujando las comillas con los dedos. Sonrió sarcásticamente.

No lograba entender la situación tan vergonzosa que la propia Melissa había provocado. Si ya estaba con otro hombre, por qué no dejaba a Raúl que no la hace feliz y probablemente ni esté enamorada de él. Lorena sabía que no podía revelar aquella información, ahora mismo tenía un conflicto interno que opacaba cualquier cosa. Hasta qué punto de dependencia podían llegar muchas mujeres, aun sabiendo, que ellas mismas tenían la capacidad de cambiar sus vidas sin hacerlas girar alrededor de ningún hombre.

—¿Por qué te ríes? ¿No piensas que sea serio lo que estoy diciendo? No creo que estés en posición de hacerte la más fuerte que nadie, Raúl está conmigo. —La pelirroja se colocó en una posición desafiante.

—Me río por lo ridículo que suena eso que dices, porque me avergüenzas como mujer y porque crees que la culpable de todo esto soy yo. —Dijo las palabras exactas para hacer enojar a su compañera de diálogo, quien apretó tan fuerte la mandíbula que le dolían los dientes.

Acto seguido, liberó su mano derecha estampando una bofetada en la mejilla izquierda de Lorena. Quien ser sorprendió al instante y tuvo que abrir y cerrar la boca varias veces para amortiguar el dolor. Su sangre hervía pero ella era doctora y su deber no era destruir, al contrario debía proteger y conservar. Por eso respiró de manera profunda y se enfrentó a su atacante.

—No te devuelvo el golpe porque la vida ya te ha dado suficientes palos y si tu cara se volviese a romper, dudo que tendría el mal gusto de volvértela a recomponer, hice un milagro una vez, no creo ser capaz de volverlo a hacer y no por falta de preparación sino porque tu vergüenza me la llevé con los puntos de sutura que te quité. —Estaba siendo dura, pero ella sentía que debía devolverle el golpe de alguna manera.

—Eres una niñata egocéntrica y cruel. —Los ojos de Melissa se cristalizaron ante las duras palabras que estaba escuchando.

—¿Qué pretendías? Venir a mi lugar de trabajo que es sagrado para mí, ofenderme, amenazarme y retarme, culpándome por no poder controlar al hombre que está a tu lado, ¿e irte de rositas? Te equivocas cariño, deberías darte tu lugar y ahora te aconsejo como mujeres que somos las dos, sino estás conforme con la actitud de Raúl, reclámale a él, que es quien realmente no te está dando tu lugar. Él es el culpable de que te sientas miserable y poca cosa. Y tú no estás ayudando viniendo hasta aquí a hacerme este espectáculo. Respétate. —Volvió a sentarse y a cruzar las piernas.

—Yo no tengo que darte  explicaciones sobre mi relación con Raúl. —Dijo tratando de tragarse el nudo formado en su garganta. No quería que la viera llorar y estaba esforzándose muchísimo para no hacerlo. 

—Pero, ¿tú sí puedes venir a cuestionarme a mí con quien estoy o a quien me acerco? Estás mal Melissa, te recomiendo que vayas a un sicólogo de inmediato. —La mirada de Lorena se clavó en los ojos de la otra chica, no se dejaría intimidar por ella a pesar de que sabía que en parte sí era culpable de esta situación.

—No hace falta que seas irónica, solo vine a decirte algo y ya lo hice. Recuérdalo. Por ahora me voy. Que estés bien.

Cerrando la puerta de un golpe le dejó con un sabor agridulce, Melissa no tenía del todo la razón y hasta cierta punto la entendía pero lo que no entendía era cómo podía seguir sosteniendo una mentira solo para tener un lugar donde estar. Sentía pena por ella pero también sentía rabia, porque la pelirroja tenía la solución a sus propios problemas pero al igual que Raúl, ambos se convirtieron en unos cobardes estando juntos. Era frustrante ver a una mujer así y no había sido tan dura para competir por ningún hombre, ella no era de esas, solo se sintió ofendida como mujer al ver la posición tan sumisa de Melissa y  no poder hacer nada por ella.

Lorena se había quedado sola y las ideas comenzaron a hacer estragos en su mente. Sentía la necesidad de dejar todo lo que le hiciera daño y salir a  disfrutar de la vida. Comprendió que quizás este no era el momento de estar con Raúl, quizás su momento era otro y luego de todo lo ocurrido, quería arriesgarse a dejarle al destino si realmente ellos dos estarían juntos en algún punto de sus vidas.

Tomó su bolso y para su asombro salió de su consulta sin derramar una sola lágrima, esta vez no se derrumbaría, esta vez haría lo que le apetecía. No iba a dejar que nadie más la pisoteara, ella se consideraba una mujer fuerte y totalmente merecedora de ser la prioridad de alguien. No merecía el afecto a medias ni el cariño a ratos. Con paso firme y seguro, repicando sus tacones en el suelo, pasó frente a la puerta de la consulta de Raúl y por muy extraño que pareciese, siguió de largo al no sentir la necesidad de entrar a verlo. Algo había cambiado en ella. Salió del hospital a vivir su vida sin esperar a nadie más.

Del otro lado de aquella puerta, se encontraba Raúl quien había comprado flores para su amada, y en este caso no era la misma persona que lo esperaba cada noche en casa para compartir su cena y su cama. Las ironías de la vida hacían que Raúl se comportara como un caballero y como un completo estúpido y él lo sabía. Amaba a una pero necesitaba a la otra, no había entendido lo que era estar con alguien por elección y no por necesidad.

Tomó su ramo de flores y las llevaba orgulloso en su mano, admirando la belleza de las mismas y entusiasmado de ver la reacción de Lorena, quien no se esperaba para nada este tipo de detalles poco característicos en él. Las enfermeras lo miraban extrañadas, nunca lo habían visto tan contento y con algo tan llamativo para su amiga y la mujer de su vida a espaldas del mundo.

Empezaba a preocuparle poco el hecho de que lo vieran con esa sonrisa tonta en el rostro demostrando lo enamorado que estaba de ella y de sus ojos oscuros que desprendían profundidad y un misterio que él aun no resolvía, pero tampoco se sentía amenazado por eso, le gustaba perderse en esa inmensidad y hoy le diría a ella todo lo que sentía. Se abriría completamente y le diría que había hablado con Melissa en la mañana para terminar su relación, que eso era cosa del pasado y que su futuro se dibujaba de color castaño.

Se quedó frente a la puerta y tomó una respiración profunda, tomando el valor para ser sincero por primera vez con la mujer que amaba, tenía que ser valiente para admitir lo estúpido que fue no darle la importancia que ella merecía y sobre todo, lo mucho que deseaba que ella aceptara estar con él, ya no cómo amiga, sino siendo su pareja.

No había necesidad de tocar, él nunca lo hacía, pero esta vez no encontró a Lorena sentada esperándolo como los días anteriores. Esta vez Lorena se había ido.

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