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Capítulo 1

Blanco…Mi mente estaba en blanco. Sentada en el mismo banco frente a mi trabajo pensando en la nada misma con millones de cosas sucediendo a mi alrededor. El trillonésimo fracaso amoroso pasó factura y yo simplemente estaba ahí. Pensando en nada, acostumbrada a la sombra oscura que siempre quedaba en mi pecho tras cada desilusión amorosa. Realmente no sabía elegir o quizás no había llegado el hombre adecuado o por último era demasiado exigente como para que me durasen las relaciones amorosas. Suspiré.

La frescura de la tarde de otoño golpeó mi rostro y mi pelo simplemente voló hacia atrás. Sequé una lágrima caprichosa que sin permiso brotó de mi ojo izquierdo. Llorar es para débiles me repetía, pero curiosamente siempre terminaba llorando. Mi pecho dolía, en serio me había encariñado con él, Daniel. Sabía desde un principio que no iba durar mucho pero el hecho de que fuéramos tan iguales me cegó y creí en la mentira absurda de que podríamos estar juntos por un tiempo, ingenua y estúpida que soy. Terminar nuestra relación con una llamada fue la solución más rápida y cobarde. Al parecer no tenía los huevos para enfrentarme cara a cara y eso fue lo mejor que pudo hacer. Con 25 años caí en ese cuento de fantasía y más que triste me sentía estúpida por creer en las palabras de ese imbécil. Sonreí para mí misma intentando consolarme.

Ubiqué mi mirada hacia el frente y enfoqué lo que había al otro lado de la calle. Frente a mi yacía mi santuario, mi escondite y mi vida, un edificio enorme y de color blanco con un letrero grande donde se leía “Hospital”. Sonreí nuevamente al ver a mi mejor amigo Raúl salir casi corriendo con un par de cafés en ambas manos. Mis turnos de guardia junto a él eran más llevaderos, además amaba mi profesión: Cirujana Maxilofacial. Él era Doctor General, no se había especializado en ninguna rama, le gustaba todo y no supo qué escoger cuando le llegó la oportunidad.
Llegó algo agitado y me sonrió al quedar parado frente a mí. Alcé un poco mi cabeza para poder mirarlo, su altura no me ayudaba. Su metro ochenta y cinco no le hacía justicia a mi metro setenta.

-Lore, aquí estás… - dijo aliviado

-Discúlpame por perderme de tu campo visual. Necesitaba estar sola –dije con una sonrisa triste y casi sale otra lágrima caprichosa, esta vez no la dejé.

Raúl era mi amigo desde hace años y me conocía como nadie y eso a veces me incomodaba. Él era capaz de descifrarme con solo un vistazo. Por otra parte era con el único que me permitía mostrarme débil. Se sentó junto a mí.

- Sabes que me puedes contar lo que el cabrón te hizo y luego si me lo pides le corto la polla para que no pueda dañar a nadie. Le haré saber que contigo nadie se mete mientras yo esté a tu alrededor.- dijo mientras me pasaba un café y en seguida le di un sorbo, esto era vida, un buen café siempre me levantaba el ánimo.

- No hay que ponerse tan violento, además él solo volvió con su ex, no creo que sea nada como para que le cortes su polla y traérmela de trofeo, de nada serviría –

Traté de minimizar la situación pero Raúl simplemente me miró con su expresión más seria. Él sabía que para mí iba a ser difícil superar a Daniel porque le había hablado sobre muchos de los planes que tenía en mente, incluso el de vivir juntos. En aquel entonces Raúl solo me escuchaba y me daba los mejores consejos. Estaba demasiado ciega como para ver el desastre que se aproximaba y como siempre mi mejor amigo lo sabía antes que yo.

-Sabes que no me gusta decir estas cosas pero me da absolutamente igual ahora mismo, así que lo diré-
Hizo una breve pausa y no necesitaba mirarlo para saber que estaba molesto
- Te lo dije. Nunca me escuchas y siempre vas a tu bola, crees saberlo todo y muchas veces no te das cuenta de lo que hay. Lorena, eres linda, sexy, inteligente, independiente y sobre todo tienes muchas personas que te quieren, no necesitas de ningún gilipollas que no valore eso.

Suspiré porque sabía que él tenía razón. Siempre me dejaba en claro que tenía más experiencia que yo y eso se notaba, su expresión madura y sus ojeras acentuaban los 35 años que portaba, a veces lucía incluso mayor. Sin embargo nuestra edad nunca fue un problema, a parte de la cantidad de cosas en común entre ambos.

Lo miré por un momento y él nunca buscó mi mirada, estaba pensativo y sabía que había sido muy duro conmigo al decirme todo eso pero ya estaba acostumbrada a su sinceridad aplastante y a su necesidad de decir las cosas sin tantos rodeos. Él siempre ha sido de pocas palabras y eso me hacía ver ante él como una cursi de mierda.

--“No eres linda que encantes ni tampoco fea que espantes”--

Rompió el silencio y yo solo pude soltar una fuerte carcajada, él era así, luego de un regaño venía su frase célebre para calmar la situación y que no me sintiera una niña pequeña. Siempre en un intento fallido pero jamás le confesaría eso. Para mí era mejor que pensara que me sentía igual a él a que me viera como la patética que realmente era.

-Eres el mejor, no sé qué haría sin ti-

-Lo sé-  aseguró y se terminó de tomar su café, seguido prendió un cigarro y le dio una calada fuerte. Lo miré sonriendo porque sabía que ya la conversación había acabado y que estábamos bien.

-Dame uno- le dije y extendí mi mano hacia él

- Tu no fumas- sonreí al escuchar la ironía en su voz

-Tú nunca me has visto fumando- dije con ironía también. Este era un juego nuestro, donde solo él y yo nos entendíamos.

No me gustaba que mi familia o mis pacientes supieran de esto. Era nuestro secreto. Éramos doctores y simplemente no se vería bien que fumáramos mientras les decíamos a nuestros pacientes que fumar daña la salud. En fin, ironías de la vida.

Me alcanzó el cigarro y lo presioné entre mis labios. Entonces se acercó a mí para encenderlo él mismo. Estábamos cerca, muy cerca. Sus ojos color avellana y su lunar en la parte superior derecha de su labio lo hacían lucir irresistible para cualquier mujer, excepto para mí. Una vez habíamos intentado algo y simplemente no funcionó, yo era muy joven y él muy maduro para mis expectativas de vida en aquel entonces. Yo estudiaba y él ya estaba graduado, entendimos que no funcionaría. Sonreí recordando un pequeño fragmento de nuestra larga y torcida historia.

-Luces bien cuando piensas demasiado -dijo sacándome de mi ensimismamiento. Se levantó y quedó a mi lado mostrándome su perfil.

-Lo sé. Sabes que me gusta encenderlo por mi cuenta- le dije refiriéndome al cigarro.

-Y por qué tengo que hacer lo que me dicen- se llevó la mano libre al bolsillo.

- No eres fácil- dije mientras me colocaba de pie junto a él.

-Tu tampoco-

No quedamos en silencio disfrutando de este momento de relajación y de la compañía del otro. Miré mi reloj y ya eran las 2 de la madrugada. Esta era una noche tranquila comparada con las noches infernales en un hospital público. Donde los accidentes eran el pan de cada día y las peleas entre vecinos que se auxiliaban de armas blancas y objetos contundentes, nuestro vino. Pero hoy necesitaba estar lejos de casa y de las cosas que me recordaban a Daniel. El muy descarado dejó ropa en mi armario y me dolía tener que ver todo aquello pero yo se la iba a devolver y le tenía una sorpresa para eso.

De pronto escuchamos una sirena, una ambulancia se acercaba a toda velocidad para llegar a la puerta de emergencias, ambos tiramos los cigarros al suelo y fue cuando la tranquilidad de la noche se desvaneció y milagrosamente agradecí eso porque ya no me quería sentir más estúpida por lo que pasó. Había que enfocarse en algo nuevo y productivo.

Raúl y yo corrimos hacia la ambulancia y preguntamos rápidamente al paramédico lo ocurrido. Una chica a penas consciente estaba acostada en la camilla con un inmovilizador en su cuello, sangre en su rostro, un ojo morado e hinchado y múltiples señales de una fuerte pelea. Raúl, el paramédico y yo corrimos con la chica hacia una sala, necesitábamos revisarla y sacarle rayos x. Todo indicaba a que había sido brutalmente golpeada. Estando allí le suministramos un sedante para poder hacerle todas las pruebas necesarias y como pensaba, la chica fue golpeada hasta casi dejarla inconsciente. Tenía el tabique fracturado y lo demás eran heridas superficiales. Me preparé para realizar las cirugías y corregir lo que le habían hecho.

Antes de entrar al salón Raúl se me acercó, me conocía demasiado como para entender lo que estaba pasando por mi mente.

-Estás bien- dijo en un susurro para que nadie más del equipo médico nos escuchara.

-Sí-dije muy seria.

Estaba afectada por la chica, era mayor que yo pero lucía joven y el hecho de que llegara en esas condiciones solo hizo que quisiera hacer mejor mi trabajo. Además me encargaría de que ella denunciara a quien le hizo esto. No soportaba que los hombres abusaran de su físico superior para dominar a una mujer por mucho que ella lo provocara, joder, no había que llegar a esos extremos. Raúl sabía cómo me sentía al respecto. No preguntó nada más pero se aseguró de estar cerca de mí y entró junto al equipo de cirugía para apoyarme.
En ese momento solo tenía en mi cabeza realizar con éxito la cirugía y dejar la menor cantidad de secuelas en el rostro de esta chica. Sin pensar que a partir de ahora mi vida iba a dar un giro de 180 grados y esta chica iba a estar involucrada.
 

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