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Tao lanzó una mirada al sol.
Aunque no poseía fuerzas para seguir, conservaba todavía la sonrisa. Cualquiera lo pudiera confundir como loco, pues el sol caía salvaje y hería su rostro, pero se mantenía de pie a pesar de estar descalzo.
Detrás, las bestias se burlaron de su atrevimiento por desafiar al sol. Sus carcajadas eran como guijarros y el astro sintió vergüenza. Entonces, lanzó sin piedad al hombre su furia y provocó que cayera desmayado.
Fueron tras su cuerpo para repartirse, pero del cenit se hizo presente una silueta. Sus alas cubrían todo el sol y hasta el mismo se ruborizó, escondiéndose en una nube.
Con notarlo, todos ellos se alejaron y
los animales agacharon la cabeza
para honrarlo.
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