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3.

Así que mi hermana y yo terminamos preparándonos para el dichoso baile. Postura, proyección, etiqueta, danza y dicción ocuparon gran parte de nuestro tiempo libre durante casi dos semanas. Fue divertido, para ser honesta.

    Además, como dijo mi hermana, era la excusa perfecta para ponerse bonita.

Ella iba como mi acompañante. Madre, que técnicamente estaba soltera, iba a parte.

    Me miré en el espejo de cuerpo completo junto a la ventana de mi habitación. Mi vestido era verde y mi cabello estaba completamente recogido en un moño alto, adornado con listones del mismo color. También llevaba unos guantes blancos hasta los codos y un juego completo de perlas que Padre me había regalado hacía mucho. El broche del collar, por desgracia, estaba a punto de romperse, así que me lo quité y lo puse sobre el tocador.

    Cuando bajé encontré a mi hermana sentada en una silla del comedor con Madre detrás de ella terminando de peinarla. Su vestido es muy parecido al mío, pero en violeta, y Madre iba envuelta en uno rojo oscuro y un viejo chal que no le había visto en años.

    —Te ves bien —le dije a mi hermana apoyando mis manos en el respaldo de otra silla.

    —Gracias. Tú también. Me gusta más tu vestido.

    —A mí me gustan más tus zapatos.

    Sus ojos se iluminaron y se inclinó para recogerse la falda y enseñármelos mejor.

    —Lo sé. Quiero que... —Madre le jalonó el cabello y ella hizo una mueca de dolor.

    —No te muevas —le dijo volviendo a tomar el cepillo de la mesa.

    Mi hermana rodó los ojos.

    —Quiero que me entierran con ellos —terminó de decir.

    —No te emociones —dijo Madre—. Son rentados.

    —¿Te falta mucho? —rezongó.

    —No. Dame un momento.

    Decidí dejarlas y esperar por el carruaje en el vestíbulo, en el que se filtran los primeros rayos del atardecer. Me quedé mirando el jardín por la ventana junto a la puerta. El baile no empezaría hasta algo entrada la noche, pero para bien o para mal nosotras vivíamos lejos del palacio real.

    Escuché pisadas agitadas detrás de mí.

    —No se preocupen —dije—. Todavía no llega. El conductor dijo...

    Pero fue a Cenicienta a quien me encontré al pie de las escaleras, metida en un decolorado vestido rosa que yo jamás había visto.

    —¿Vas a alguna parte? —le pregunté con los hombros rígidos.

    —Sí. Voy al baile, con ustedes.

    —No, no es cierto —dije alejándome de la ventana.

    —Claro que sí.

    —No, tú te quedas aquí. De hecho ya casi es hora de cerrar el comedor.

    Cenicienta retrocedió un paso.

    —No voy a entrar. Hoy no. Yo también quiero... El baile...

    —¿El baile? —Mi hermana salía del comedor con Madre detrás de ella.

    De pronto Cenicienta parecía menos segura, pero aún así se las ingenió para, sin titubear ni retroceder, decir:

    —Sí. El baile. La invitación decía "a todas las jóvenes solteras del reino", y...

   —Madre, ella no puede ir al baile —interrumpió mi hermana.

    —Puedo controlarme —se apresuró a decir Cenicienta—, de verdad...

    —Sabes que no es cierto —intervine—. ¿Ya se te olvidó lo que pasó la última vez que dijiste eso?

    —No, pero ahora es de verdad. He aprendido a...

    —Oh, por favor. —Volteé a ver mi hermana, que se mantenía encogida junto a Madre, que se mantuvo inmóvil en su lugar, pero lista para intervenir si las cosas escalaban demasiado. Y en ese momento la odié por ello—. ¿Y qué llevas en el cuello? —. Mi collar de perlas—. ¿Quién te dijo que podías agarrarlo?

    Di un par de zancadas para acercarme a ella y agarré el collar con cuidado. Definitivamente era el mío. Antes de que Cenicienta pudiera retroceder se lo arranqué del cuello, aprovechando el seguro suelto que me hizo quitármelo en primer lugar.

    Cenicienta retrocedió con un respingo y se llevó una mano al cuello. Sus ojos se humedecieron.

    —¿Por qué...?

    —Tú no vienes —repetí con firmeza.

    Cenicienta volteó hacia la puerta del comedor, buscando algún tipo de apoyo que nunca llegó. Yo me mantuve firme en mi lugar, haciendo un esfuerzo para no morderme la mejilla o apartar la mirada.

    Cenicienta intentó contener un sollozo y salió corriendo por el pasillo junto al comedor. Cuando se perdió de vista me atreví a relajar los hombros.

    Mi hermana parecía casi tan afectada como Cenicienta. Madre evitó mi mirada mientras empezaba a buscar la llave del comedor y regresaba al pasillo para ir a buscar a Cenicienta.

    Volteé hacia abajo para ver el collar de perlas que colgaba de mi mano.

    Por supuesto que era yo la que terminaba siendo la mala; últimamente parecía que siempre lo era.

    Supuse que ésa podía ser una razón más personal para tratar de sacar el mayor provecho posible del baile. Incluso si al final no conseguía nada de lo que estaba buscando, al día siguiente de todos modos podría decir que tuve una noche lejos de todo.

    No quise dejar mi collar por ahí y arriesgarme a que le pasara cualquier otra cosa, así que lo metí en uno de mis guantes y salí al pórtico detrás de mi hermana, justo a tiempo para ver aparecer las luces del carruaje por la verja principal.

• • •

El baile resultó ser exactamente lo que mi hermana había estado imaginando en voz alta durante los últimos días: un amplio salón de baile con el piso recién pulido, enormes candelabros de cristal iluminándolo todo, ventanales que invitaban a pasar al excelentemente cuidado jardín, una orquesta colocada con estrategia en un escenario bajo el par de escalinatas que conectaban la entrada con el resto del salón...

Lo único que nunca pudo imaginarse de verdad fue la comida. Es decir, era comida. ¿Qué tan diferente podía cocinarse una pieza de pollo? Resultó ser que bastante, aunque eso no significaba que fuera necesariamente mejor.

Yo sólo había visitado el palacio en una ocasión, hacía ya mucho tiempo. Con Padre. Debí haber tenido unos ocho o nueve años entonces, y venía acompañándolo a entregar unos rollos de tela que se habían perdido durante el transporte. No nos encontramos con nadie importante, por supuesto, ni entramos a un lugar muy interesante. Padre sólo entregó las telas al encargado del almacén en su despecho antes de que éste se fuera a comer.

No pasó mucho desde que llegáramos al baile hasta que empecé a desear que pudiéramos irnos tan rápido como en aquella ocasión, porque a pesar de las luces, la música, la comida, los coloridos vestidos de las mujeres y los creativos cortes de los trajes de los hombres, el ambiente se notaba tenso. Casi temeroso.

Y cómo no.

Había luna llena.

Ni siquiera habían asistido la mitad de las chicas que conocía por nombre.

Sólo por tener algo qué hacer, busqué a mi hermana entre la multitud. La última vez que la había visto todavía parecía bastante afectada por lo ocurrido con Cenicienta antes de partir. Terminé encontrándola cerca de la mesa de postres, comiendo algo pequeño con mucho cuidado para no ensuciarse el vestido o los guantes aperlados.

La invitación no estaba dirigida a ella, así que no había muchas personas de su edad (ninguna que yo hubiera visto, de hecho).

Yo no había tenido la misma suerte.

Cuando comenzaba a resultar obvio que ninguno de los dos hubiera acudido por su cuenta, el chico nervioso y ciego de un ojo con el que solía encontrarme en el mercado me sacó a bailar ante la mirada aprobatorio de la que supuse que era su prima o algo así.

¿Podría se feliz casándome con alguien como él? Probablemente no. Sin embargo, supuse que sería mejor a la alternativa de no casarme en absoluto.

De todos modos, cuando la canción terminó y las personas en los bordes del salón aplaudieron, le agradecí al chico sinceramente con una sonrisa y una reverencia, y él, con gran alivio, hizo lo mismo antes de conducirme fuera de la pista de baile.

Mi hermana se me acercó de inmediato, de pronto con una sonrisa.

—No sabía que él venía.

—Yo tampoco. Creo que vino acompañando a su prima.

—Oh, bueno. Supongo que no tendrá problema en sacarme a bailar a mí también.

Conseguimos escondernos de la vista de Madre, que se le había pasado hablando con viejos amigos suyos, durante las dos piezas musicales siguientes.

Estábamos cerca de la tarima de los músicos discutiendo sobre cuál de las otras invitadas tenía el vestido más bonito cuando alguien carraspeó a mis espaldas.

Mi hermana dio un respingo cuando miró sobre mi hombro y yo me volví sin pensarlo.

El príncipe.

Lo reconocí por su edad y por su traje lleno de simbolismos reservados para la familia real, no por su rostro. No recordaba haberlo visto antes de cerca, pero era justo lo que habría de esperarse de un príncipe: alto, ancho de hombros, de excelente postura, sonrisa carismática y sí, apuesto.

—Por favor, disculpen la interrupción —dijo—. Quería preguntar si la encantadora dama de aquí sería tan amable de concederme un baile.

Mi hermana me dio un empujón en la espalda para hacerme reaccionar.

—Eh, sí —balbuceé—. Me encantaría.

Me apresuré a hacer una profunda reverencia y a poner mi mano encima de la que me ofrecía él.

Por el rabillo del ojo vi a mi hermana internarse entre la multitud a toda prisa, probablamente en busca de Madre.

El príncipe me condujo hasta el centro de la pista y esperó hasta que le coloqué mi otra mano sobre el hombro antes de tomarme por la cintura. Hice un gran esfuerzo por mantener la cabeza y la mirada altas cuando sentí la mirada de todos los presentes sobre nosotros. Incluso las de los músicos, que parecían estarnos esperando.

Para mi sorpresa, comenzaron a tocar una de las piezas que mi hermana había estado practicando durante todo el mes.

—Dime —inició el príncipe con discreción—, ¿quién te acompaña el día de hoy?

—Mi madre y mi hermana.

—¿La chica con la que hablabas? Bueno, ninguna de ellas tiene la edad, lo que te hace a ti la única candidata de tu familia.

—Así es.

—¿Qué te trae por aquí?

—Curiosidad, sobre todo. Quiero decir, igual tengo que casarme en los próximos años, así que ¿por qué no darle una oportunidad a su Alteza?

¿Demasiado descaro? Sí. Demasiado descaro. Sin embargo, el príncipe se rio.

—¿Así que eres tú la que me está dando una oportunidad a mí?

Me apresuré a sonreírle y a mirarlo con toda la coquetería que fui capaz de reunir, esperando que se diera cuenta de que estaba intentando bromear.

—¿Podrá convencerme, Alteza?

Se volvió a reír, y tuve que admitir que lucía bastante encantador cuando lo hacía.

Rápidamente la tan conocida coreografía de la tan conocida pieza musical nos lleva a movernos en un enorme círculo con las otras parejas. Empezó tranquila y con compases cortos, pero de pronto el ritmo comenzó a acelerar de manera constante, igual que nuestros pasos. Casi hasta la mitad volvió a tranquilizarse lo suficiente para hablar con compostura.

El príncipe esperó un poco más para reponerse por completo de las últimas vueltas antes de decir:

—Es un poco triste casarse porque es lo que se espera de ti, ¿no crees?

Lo miré un tanto perpleja. Ya sabía que no tenía muchas ganas de casarse todavía, así que no supe qué me sorprendía exactamente. Tal vez el hecho de que lo hubiera dicho en voz alta.

—Bueno..., sí —admití—. Pero es algo que las personas han hecho desde siempre. No es nada del otro mundo. De todos modos —sus ojos azules se clavaron en los míos con curiosidad— es mejor que la alternativa.

—¿Buscar un compañero por tu cuenta?

Pensé en el chico medio ciego del mercado, en el hijo del pescador malhumorado que nos daba descuentos cuando le iba bien y en el joven aprendiz del herrero. Podría aprender a ser feliz con cualquiera de ellos, aunque estaba segura de que en ninguno de los casos sería por iniciativa mía o de ellos.

No era la primera vez que desearía tener un poco de más de carisma natural.

—Sí —dije—. Y también a quedarme en mi casa por más tiempo.

—¿No te extrañará tu hermana?

—Oh, no. Ella viene conmigo.

—¿Contigo? ¿A tu nuevo hogar?

—Sí.

—¿Y si ese esposo tuyo no lo permite?

—Entonces me temo que él no es el hombre que estoy buscando.

El príncipe volvió a sonreírme, aunque ahora con algo escondido que no supe identificar. ¿Melancolía? ¿Tristeza? ¿Resignación?

Terminamos la canción sin decir nada más. Entonces tomé la falda de mi vestido con ambas manos para hacer otra profunda reverencia mientras él me hacía una muy respetuosa. Me ofreció una mano para conducirme fuera de la pista de baile y la acepté sin saber qué me esperaba después.

Mientras otras parejas pasaban a tomar nuestro lugar, el príncipe plantó delicadamente un beso en los nudillos de mi mano enguantada.

—Si ésta eres realmente tú —dijo al mismo tiempo que otra pieza musical comenzaba a sonar— creo que podrías ser una buena princesa. Espero que puedas concederme un segundo baile más tarde.

—Por supuesto, Alteza.

Tras una última sonrisa, el príncipe se apartó, y yo estaba tan nerviosa que no vi hacía dónde se fue.

Mi hermana apareció junto a mí de inmediato.

—¿Qué te dijo? ¿Cómo es? Lo vi sonreír. ¿De verdad te dio un beso?

—Dijo que quiere volver a bailar conmigo más tarde.

Se llevó las manos a la boca con un saltito.

—¿De verdad? No juegues con eso. ¿De verdad? Oh, vaya. Ven, tenemos que contarle a Madre.

Me tomó de la mano y me arrastró entre la multitud.

Tenía que admitir que las siguientes horas fueron bastante entretenidas. El chico del mercado sacó a bailar a mi hermana después de que ella fuera a pedírselo casi textualmente, yo bailé con el aprendiz del herrero que venía acompañando a la hija mayor de su maestro (¿por qué?, no lo sé, ambos se veían muy cómodos en la presencia del otro) y con otros cuantos chicos a los que no había visto antes. Incluso Madre pasó a bailar en una ocasión con un hombre con el uniforme de los guardias del palacio.

El gran evento de la noche, sin embargo, ocurrió alrededor de las diez de la noche.

Las trompetas que anunciaban la llegada de los invitados sonaron justo cuando una pieza musical iba terminando, haciendo que todos volteáramos hacia la entrada. Ahí, una joven rubia en un enorme y vaporozo vestido gris lleno de brillantes escaneaba con una enorme sonrisa todo el salón.

"Qué descortés", me imaginé a Madre diciendo. "La fiesta empezó hace cinco horas. Si iba a llegar tan tarde hubiera sido mejor que no llegara en absoluto".

Vaya. ¿Me estaba convirtiendo en ella al poder pensar aquello? Qué horror. Y después de un rato fue peor, porque me encontré estando de acuerdo con eso.

"Y además presentarse sola. Eso habla mal de cualquiera. Probablemente ni siquiera tiene permiso de estar aquí y recién consiguió escaparse".

Pero al príncipe no pareció importarle nada de eso. De inmediato se acercó a la recién llegada y de inmediato le tendió una mano para invitarla a la pista. La recién llegada la tomó encantada y no creo que la soltara durante las siguientes dos horas.

Mi segundo baile con él nunca llegó. Ni siquiera después de que la desconocida saliera huyendo del salón tan abruptamente como había llegado, justo antes de que comenzaran a sonar las doce campanadas de la medianoche.

El príncipe trató de alcanzarla y desapareció el resto de la fiesta.

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