Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

▪︎𝐶𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑈𝑛𝑖𝑐𝑜

𝐶𝑒𝑚𝑒𝑡𝑒𝑟𝑦 𝑆𝑜𝑛𝑔

Mi historia comienza donde la mayoría de las historias terminan. En un cementerio.

Imaginar las miles de historias atrapadas para siempre en las piedras, las lágrimas, los gritos, los deseos acumulados en la tierra inmóvil siempre ha sido mi placer secreto. De niño, mis peculiares gustos han sido motivo de debate en las reuniones familiares. Porque a las personas les encanta opinar sobre las vidas ajenas, pero por sobre todas las cosas, aman desarmar sueños y aplastar ilusiones cuando no son del agrado colectivo. Si hubiera dicho que mi hobby era atrapar ranas en el canal del pueblo, otra hubiera sido la historia. Y probablemente mis días no tendrían la emoción que tienen ahora.

De pequeño vivía soñando despierto, me encantaba escaparme al bosque que lindaba la propiedad de mis abuelos, que era también dónde vivíamos, a tocar el violín, con la esperanza de toparme con alguno de los tantos seres encantados que poblaban las historias que mi abuela me contaba antes de ir a dormir. Hasta que descubrí el cementerio local. El camino ancho, vigilado por árboles huesudos, era la entrada a mis sueños más locos. Adoraba tocar las lápidas frías, a veces mojadas, con la punta de los dedos, pequeños castillos de piedra, salpicados de verdes, rojos, amarillos y marrones. Algunas eran tan antiguas que las lágrimas, el tiempo y los lamentos habían borrado todo rastro de identidad terrenal. En las más bellas me gustaba imaginarme historias de amor, de traición, de locura y oscuridad. De algunas sólo quedaban las ruinas que se iban borrando con las horas, pequeñas jaulas que perdieron su llave en el tiempo. Allí, tocando mi música era donde más feliz me sentía. Era como si las sombras de aquellas personas que ahora dormían bajo mis pies, parecieran despertar con el sonido de mi instrumento, alterando su paz con mi intrusión y acecharan intrigadas para asaltarme en un momento de descuido. Pero nunca sentí miedo.

¿Cómo es el día normal de un alma condenada?

Me gustaba ver morir el día en aquel lugar, tocando hasta entrada la noche, viendo como los árboles se inquietaban y se agitaban con las caricias violentas del otoño. Podía quedarme de pie, embelesado y con una sensación ardiente recorriendo mi cuerpo.

La tarde en que conocí a Hoseok había sido un día terriblemente cálido. Una espectacular tarde de principios de otoño. A mis diecinueve años y con mi personalidad solitaria, fue toda una sorpresa encontrar a otra persona en el cementerio que solía estar desierto la mayor parte del tiempo. Estaba inclinado sobre una de mis tumbas favoritas, murmurando palabras en silencio. Su voz era frágil, casi imperceptible, como si el aire estuviese hablando. Tan cerca de mí que podría haber estado susurrando aquellas palabras en mi oído. Me quedé a cierta distancia, fingiendo acomodar las flores dispersas de las otras tumbas. ¿Qué hacía allí? Conocía perfectamente cada letra esculpida en la piedra de aquella lápida y sabía que era demasiado vieja para que él fuera familiar directo de la persona que yacía bajo la tierra. La escultura sobre la base de la lápida era de una belleza imposible, casi dolorosa. Las serpientes talladas en el mármol, reptaban por las piernas de un guerrero helado, descolorido, atrapado en una agotadora inmortalidad de granito. No se le veía el rostro, pero podía imaginar su expresión de miedo. Quizás por las serpientes que no se desprendían de su lado. A veces la luz del sol golpeaba la escultura y esta parecía cobrar vida de golpe. Pero ¿quién era él y por qué no lo había visto antes? Miré de nuevo hacia el lugar dónde se encontraba y me sobresalté al encontrarlo mirándome. Por supuesto que mi cara se incendió y me giré para escapar de mi propia vergüenza, pero mi torpeza fue más rápida y en las prisas por huir, mis piernas se enredaron y me fui de bruces contra la tierra. La nube de polvo marrón me envolvió como un escudo y me solté a toser como un crío enfermo.

—¿Estás bien?

Lo vi acercándose a mí de forma felinamente natural, como el único sobreviviente de alguna guerra sin fin, donde el aire parecía no tocarlo y todas las almas del mundo ardieran por su culpa.

Quise desaparecer en ese momento perfecto porque no podía soportar que me viera en el estado en que me encontraba.

—¿C-Cómo? —la pregunta se escapó de mis labios con dolorosa lentitud.

El muchacho miró al cielo unos minutos y pude apreciar toda la belleza universal reflejada en él. Era el rostro más hermoso que hubiera visto alguna vez.

—Deberíamos salir de aquí. Lloverá —dijo.

Miré al cielo celeste y despejado y pensé en decirle que estaba loco con sus pronósticos, pero me perdí en el sonido de su voz. Su presencia, estaba seguro, afectaba el clima y mis sentidos.

Una pequeña y débil sonrisa se desprendió de sus labios cuando volvió a mirarme. Todo se movió bajo mi piel ante su mirada de fuego.

—Otra vez el agua. Hay una energía diferente,  ¿la sientes? —preguntó. Alzó una mano hacia el firmamento y lo creí capaz de volar.

Entonces el cielo se coloreó de un gris oscuro y radiante. El murmullo de los árboles llenaron la noche prematura. El mundo era antiguo otra vez.

Quise decir millones de cosas, pero mi voz parecía haberse marchado de paseo con mi cordura. En cambio asentí sin saber muy bien por qué. Me levanté del piso como pude y sacudí mi ropa.

—Presagio de brujas —dije sin pensar. Mi abuela solía decir que la lluvia era llamada por mujeres poderosas para limpiar al mundo. La lluvia simboliza la vida, las plantas crecen y todo florece con ella.

Acomodó su cabello oscuro con un movimiento casi imperceptible de su mano y volvió a mirar el cielo.

—O magia pagana. Las pociones de amor más poderosas se hacen con agua de lluvia. Es una noche extraña, la luna parece estar perdida.

Miré su perfil de rey perdido en las sombras de su cabello largo oscuro. Él había sido hecho para admirar. Quise tocarlo. Pasear mis dedos por aquel rostro perfecto como lo hacía con las tumbas de piedra. Entonces la tormenta estalló con una violencia imposible, los relámpagos surcaron el cielo como miles de venas luminosas reptando la oscuridad, reclamando su venganza al cielo. Reprimí un jadeo asustado y sentí una mano fría cerrándose sobre la mía.

—Vamos —dijo—, parece que al otoño le gusta hacer entradas triunfales.

—Creí que era magia pagana —dije mirando como todo se despertaba a mi alrededor.

Su risa estalló en el aire y su sonrisa se ensanchó en un océano perlado.

—Yo creí que eran las brujas.

Riendo corrimos a refugiarnos en un templete viejo que olía a tierra mojada y a hojas secas.
Nuestro inesperado refugio nos encontró empapados, castigados por la furia de aquella naturaleza hechicera.

—Entonces, ¿cómo las calmamos?

Su pregunta me tomó por sorpresa y lo miré sin saber a qué se refería. Mi nuevo amigo jugueteaba con las hojas a sus pies y me miraba atentamente.

—A las brujas —susurró.

Era realmente extraño como todo parecía haberse esfumado de mi cabeza. Algo tan simple como formar una frase era ahora algo imposible. Como si me siguiera el silencio.

—No puedo hacer magia —dije encogiéndome de hombros.

—Puedes hacer algo mejor —dijo señalando el estuche de mi violín—. Puedes seducirlas.

Los segundos que pasaron parecieron siglos antes de asentir y sacar el violín.

—Entonces tú lo sabes.

Levanté la mirada. Él sonreía.

—Tu concierto. Sueles hacerlo por la noche, frente a su tumba. ¿Lo conoces?

—¿Hablas del hombre de las serpientes?

Ladeó la cabeza por un momento y luego asintió.

—Me gusta como suena eso. El hombre de las serpientes…

—No, no lo conozco —dije. Y era cierto. Había algo que tiraba de mí en su dirección, pero no sabía absolutamente nada del hombre de la tumba. Ni siquiera había podido ponerle un nombre a la figura dormida. Deslicé los dedos por el mástil e hice vibrar las cuerdas con un rápido movimiento del arco. Mi instrumento lloró en una lengua antigua que sólo la tierra entendía y comencé a temblar.

Pude leer la confusión en su hermoso rostro. Se arrodilló frente a mí, con el ceño fruncido y sus ojos café fijos en los míos. Para cuando acabé de tocar, la lluvia había parado.

—¿Quién eres? —preguntó—. Tienes el poder de apaciguar tormentas, vienes con el agua y las brujas se rinden a tu voluntad.

Quise estirar una mano y tocar sus pómulos, sus labios llenos, su nariz gloriosa, su cabello mojado, sus ojos rasgados.

No estoy seguro de cuánto tiempo estuvimos en ese lugar, en silencio, hasta que las primeras luces del amanecer rebotaron en las paredes  del refugio.

—Aquel hombre —dije rompiendo la armonía del silencio—, ¿es familiar tuyo?

Frunció el ceño y asintió.

—Podría decirse que sí.

—¿Puedes decirme su nombre? No pude leer los caracteres grabados.

Se dio la vuelta y se apoyó contra un árbol.

—Todavía no me dijiste cómo es que llegaste tú a él —sus ojos incendiaron no se movieron de los míos y deseé arder eternamente en ellos.

—Solo me gusta pasear por los cementerios. Y —balbuceé con cierta vergüenza, propia de los años reprimiendo mis gustos—, no sé, sentí que él habría apreciado mi música.

Hizo un movimiento espiralado con su mano, dándome a entender que quería que siguiera hablando.

—Eso es todo —dije soltando un suspiro cansado—. Me llamó la atención. Es hermosa. La escultura, ¿no crees?

Su risa hizo eco entre los árboles y sentí que ninguna música en el mundo era capaz de igualar ese sonido maravilloso.

—Lo es —dijo—, a propósito, mi nombre es Hoseok.

Se paró frente a mí, con su cabello azabache desordenado y su sonrisa nacarada quedó sublimada en mi pecho. Quise retener esa imagen que bailaba ante mis ojos. Hoseok, el rey de todos mis dioses.

—Soy HyungWon —dije balanceándome por los nervios y ocultando mis manos en los bolsillos de mis jeans oscuros.

Tomó el estuche de mi violín y se lo puso bajo el brazo.

—Vamos. Es un día espléndido  —luego estiró su mano libre hacia mi.

Una invitación absolutamente irresistible que no estaba dispuesto a rechazar. Él era capaz de llenar el aire de magia y fuego.

El verde todavía se aferraba a los árboles y el aire era salvaje con las hojas caídas.

Caminamos entre las tumbas  alterando el descanso de los reyes y ahuyentando las sombras de su eternidad solitaria con nuestros pasos.

—Entonces, ¿cómo se llamaba el hombre de las serpientes? —pregunté intrigado.

Me miró con una sonrisa divertida en su cara preciosa. 

—Ya te lo dije —dijo guiñándome un ojo.

Desde los inicios de la civilización, el hombre ha intentado racionalizar sus temores, confiriéndoles identidades en un intento por hacerlos menos sobrenaturales. La historias de terror están plagadas de fantasmas que acechan tras las puertas, bajo los puentes, debajo de los árboles, escondidos en los cementerios, pero mi razón había sido engañada aquella tarde de otoño y seducida por esta aparición de fuego. A su lado podría morir sin remordimientos, sin miedos. Mire nuestras manos entrelazadas y decidí que lo seguiría hasta el otro lado del mundo, por la tierra de los vivos y entre la tierra de los muertos. Prometí en silencio ahogarme en su sombra, hundirme en su sonrisa, ganar batallas en su nombre y quemarme en su hoguera.

Desde aquella tarde, Hoseok y yo disfrutamos pasear por el cementerio. Todos los días a la misma hora corro a su encuentro entre los castillos de piedra. Es fácil disfrutar del frío a su lado, sentir el aire afilado en mis pulmones, en los huesos, como si miles de manos ocultas agitaran sábanas fantasmales tratando de apaciguar incendios que nunca se apagan.

Todavía hay tiempo. Hoseok nunca se irá de mi lado. Sólo cuento las horas, los días, los minutos para poder unirme eternamente a él en el imperio de la muerte.

Fin♥︎

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro