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Capítulo 3

Tony volvió a echar tres cubitos de hielo al vaso, a tomar la botella de whisky, a abrirla con las manos sudadas y a llenar lentamente su vaso con el licor amargo que terminó convirtiéndose en su favorito. Sí, hace más de un año, el whisky se convirtió en su consuelo, en su mejor acompañante en las noches de soledad y en el impulso que necesitaba para enfrentarse contra el despreciable general Ross o contra cualquier idiota que asumía tener poder sobre él por la mera existencia de los acuerdos. Una tontería, si le preguntaba. Pues, era imposible que existiera alguien que tuviera poder sobre él porque ni él mismo tenía control o poder sobre sí. Él era un desastre, un desastre que no podían predecir o contener, reflejándolo con la creación de Ultron. Tal vez, por eso el mundo desconfiaba de él, le temía y le veía como un monstruo disfrazado de héroe. Y no los culpaba. Tampoco, a Los Vengadores o a Steve. Total, amar o confiar en una persona que no conoce límites, que no escucha cuando toma decisiones o cuando cree encontrar la solución a los problemas o el camino correcto, resultaba difícil. Porque un día puedes tenerlo a tu lado amándolo y al otro, odiándolo y peleando contra él para detenerlo.

Lo que justamente les sucedió a ellos, a su matrimonio.

Con lágrimas cayendo por sus mejillas y bebiendo su tercer vaso de whisky, Tony reconocía que Steve Rogers siempre le amó, que se dedicó a confiar en él ciegamente y que se empeñó en mantenerse juntos, en cumplir con ese sueño de pasar una vida con él. Steve no fue quien se equivocó o quien destruyó este matrimonio. Rogers no era el culpable, sino él. Tony fue el que falló, el que arruinó los planes de ambos, el que destruyó con esos hermosos sueños. Esa maldita insistencia en cerrarse, en callar sus miedos y culpas terminaron por desaparecer la ilusión de esta casa que ahora lo cogía en la espera de Steve, de esta casa que ambos compraron para formar una familia, para envejecer juntos y para tener esa vida a la que habían renunciado. Fue él quien falló y lo hizo tantas veces que permitió que entrara a sus vidas el mayor de sus enemigos: la desconfianza. Lo que una vez les hizo odiarse y separar a Los Vengadores frente a Loki regresó. La desconfianza entre ambos regresó, se instaló y creció silenciosamente en sus vidas, logrando convertirse en un monstruo.

Un monstruo tan distinto al anterior que les hizo cegarse, a sentirse traicionados y a negarse a ceder. Los Acuerdos de Sokovia solo fueron el detonante para la aparición real de ese monstruo, no la causa. Pero, sirvieron para que Tony descubriera a ese monstruo. Tal vez, tarde. Mas, lo hizo. Fue esa la razón de que él corriera a buscar a Steve, que enfrentara al general Ross, que soportara las miradas de odio y crueles comentarios de los vengadores en La Balsa y que se atreviera a violar los límites de los acuerdos. Porque recordó que primero estaban ellos, estaba Steve. Y no podía perderlo por ese monstruo llamada desconfianza, por su culpa. Sin embargo, el monstruo que creó no se comparaba a Zemo, a su juego sucio y a su odio. No, lo ocurrido en Siberia, la verdad que Rogers calló y la lucha que se desató, cambió todo. La historia en donde ambos se perdonaban y volvían a sacar a ese monstruo de sus vidas ya no se podía repetir, ya no había esperanza alguna. Tony no podía. Aun cuando todo de él le suplicara el regreso de Steve, Tony no podía. Recordar a Steve marcharse con Barnes, recordar a Steve tirar el escudo al suelo y recordar a Steve destruir el reactor de su traje era más grande que él. El fantasma de Siberia le rebasaba y le hacía odiarse porque también era su culpa. De haber sido bueno, de haber evitado que la desconfianza creciera en ambos, quizás Zemo jamás habría vencido, Steve no habría tenido que escoger entre su esposo y mejor amigo, y él no estaría en esta casa llorando por lo que le pediría a la persona que amaba.

Con cuidado, la IA de Tony se hizo presente. —Señor, el Capitán acaba de llegar.

—Bien. —Tony limpió sus lágrimas, tomó aire y bebió de porrazo su vaso de whisky. Iba a necesitar otro vaso más para soportar la presencia de Steve, para morderse la lengua y para no acabar llorando. Sí, otro vaso más. Sirviéndose nuevamente, el castaño recordó que no le dio autorización a Rogers de ingresar a la casa. —Admite la credencial del Capitán.

—Sí, señor.

Bebiendo su vaso de whisky, Tony trataba de controlarse, de no olvidar la razón de este encuentro. Pero, la espera que Steve alargaba le desconcertaba. Hacía que sus manos sudaran y temblaran, que su corazón latiera rápido y que sus ojos le picaron. No, no iba a permitirse llorar frente a él. Debía ser fuerte. Así que, tras pasar el quinto sorbo, finalmente pudo sentir el aroma de Steve adueñarse de la sala, de la sala que ambos diseñaron juntos. Inmediatamente, Tony cerró los ojos, tomó aire y volvió a abrirlos, topándose con Steve quien le miraba directamente. Unas inmensas ganas de correr hacia él, de pegarle en el pecho y de maldecirlo para finalmente acabar en sus brazos y llorando intentaron adueñarse de él. Pero, otro sorbo de whisky venció a esas ganas y le dio la suficiente fuerza para fingir como él solo sabía.

—No tardaste. —Susurró Tony apenas.

Steve tomó aire y se sentó en el sillón del frente. —No, supuse que era urgente.

—En teoría, lo es. —Apartando su vaso de whisky, el genio le tendió a Steve un folder amarillo. —Porque necesito que firmes estos documentos.

Rogers cogió el folder, lo abrió y empezó a leer los documentos que requerían su firma, su maldita firma. Los dichosos documentos eran los papeles de su divorcio en donde Tony renunciaba a él, a llevar su marca y su apellido. El mayor de los miedos del capitán se estaba cumpliendo: un futuro sin Tony. Agachando la cabeza y cerrando el fólder, Steve tardó en reponerse. — ¿Es lo que realmente quieres?

—Rogers, es lo mejor para ambos.

—Solo firmaré si me dices que esto es lo que quieres. —Steve alzó la cabeza, dejó que Tony le mirara con lágrimas en el rostro, mientras sus manos temblaban y sostenían el fólder. —Por favor, Tony. Dime que quieres el divorcio, que ya no tenemos oportunidad y que tú me odias.

—Yo... —Un nudo en la garganta hizo callar al genio. El divorcio no era lo que quería, sino a Steve. Quería a ese capitán que ahora lloraba en silencio frente a él. Pero, que no podía reclamarlo, que no podía pedirle que se quedara a su lado porque le lastimaba más de lo que imaginaba. Por lo que, finalmente, la mirada de Tony se cristalizó y la voz se le quebró. —El uso excesivo de supresores me ha dejado dos opciones: pasar mi siguiente celo con mi alfa o resignarme a una muerte segura, Steve.

— ¿Qué? —Steve sintió al mundo detenerse. El fólder cayó al suelo y el corazón del capitán empezó a latir rápido. Perder a Tony, perderlo y no tenerlo en su vida, era una posibilidad dolorosa. Porque por su culpa lo perdía. Pero, perderlo para siempre, apagar la vida del genio por sus errores y llevarlo a la muerte era un futuro que no soportaría, que no aceptaría y que no permitiría que sucediera. —Tú no vas a morir, Tony. No puedes ni debes morir, ¿comprendes? 

Tony sonrió a medias, dejando que sus lágrimas salieran. — ¿Acaso no era lo que querías conseguir cuando destruiste mi casco y enterraste tu escudo en mi pecho? —El resentimiento del fantasma de Siberia apareció, recordándole al genio un miedo que jamás imaginó tenerle a Steve, al que era su esposo.

—No. —Steve se levantó del sillón, caminó hacia Tony, sintió el miedo que provocaba en el genio con su cercanía y terminó por caer de rodillas frente a él. Pensar que la persona que amas te detesta provoca un terrible dolor que te condena, pero saber que le generas miedo, que cree que ansías su muerte, te destruye, te acaba y deja que el odio hacía sí mismo se adueñe de ti. Así se sentía Steve. Lleno de odio hacia él y sin saber qué decir o qué hacer. Tony no solo le odiaba, sino le temía. Él había acabado con toda esa confianza, con toda esa seguridad que su genio le tenía. —Perdón, Tony.

— ¿Por?

—Por ser un cobarde, por dejar que el miedo a perderte hiciera que callara la verdad sobre tus padres y por creer que nuestras promesas de matrimonio no iban a bastar para mantenernos juntos. —Steve recargó el peso de su cabeza en la rodilla de Tony.

—No confiaste, Steve. —Tony murmuró, mientras más lágrimas recorrían sus mejillas. —Y eso es mi culpa.

—No, Tony. Si callé fue porque no confiaba en mí, en cómo sobrellevaría la posibilidad de que tú te alejaras por esa verdad, que desconfiarás por mantener la fe en James y que te decidieras a dejarme por no soportar la amistad que me ata a él. —Steve volvió a levantar la cabeza, topándose con la mirada herida de Tony. —Como te lo dije en esa carta. Callé creyendo que te estaba protegiendo, pero no fue así. Era yo quien se protegía. ¿Ahora lo entiendes?

—Llévame adentro. —Entendiendo la orden de Tony, Steve asintió.

Con Tony en sus brazos, Rogers caminó hasta la habitación.

Dentro de ella, Steve echó a Tony en la cama, limpió sus lágrimas y se dedicó a apreciar su rostro. Las facciones cansadas y débiles de Tony delataban su mala salud, una consecuencia que ignoró ese día en Siberia y que ahora cargaba como una pesada cadena en la espalda. A pesar de que Tony resultaba ser una fuerza imparable e impenetrable, él consiguió herirlo. Un logro por el que jamás sentiría orgullo y por el que se negaba a tocarlo. Pues, Rogers sentía que no lo merecía. Y tal vez era cierto. Pero, Tony ignoró ello, tomó la mano de Steve y la colocó en su mejilla, cerrando los ojos y tratando de disfrutar de su calidez. A Rogers se le volvieron a caer las lágrimas por presenciar cuánto su omega le había extrañado, cuánto se había destrozado por no tenerlo a su lado y cómo buscaba fuerzas con un simple toque de su mano. Con más lágrimas escapándose por el dolor que causaba este momento, Steve comenzó a besar el rostro de su Tony. Empezó por la frente, luego fue por ambas mejillas y terminó en sus labios. Steve besó a Tony pausado, con el corazón latiéndole a mil y con el miedo de herirlo más. No quería hacerle más daño. Tal parecía que no lo hacía. Tony aceptó los labios de Steve sobre los suyos, enredó sus manos alrededor de su cuello y dejó que subieran a la cabellera rubia de Steve, que le despeinara. Un hábito que siempre disfrutaba el genio. A medida que el beso aumentaba su intensidad, que las lágrimas cesaban y que finalmente el último supresor ingerido por Stark perdía su efecto, ambos se sentían listos para volverse a entregar, a sentirse.

Por lo que, sintiendo las manos de Rogers debajo de su camiseta, Tony no se opuso, permitió que le quitara la camiseta, que nuevamente llenara su rostro de besos, que dejara que ese aroma a vainilla le envolviera, le regresara esa seguridad que había olvidado por el dolor de la traición. Tony se sentía perdido y a la vez encontrado por la persona que amaba. Tras más de un año de sufrimiento, el genio ya no se sentía un condenado, sino libre. Libre de poder disfrutar de las caricias de Steve, de esos besos que dejaba en su cuello y de ese calor de su celo que iba apoderándose de él. El deseo lo liberaba del dolor y del miedo. Lo que tanto deseó en los delirios causados por los supresores. Era una sensación que jamás podría describir. Tony jadeaba de placer, se aferraba a las sábanas deseoso; mientras Steve rozaba su entrepierna y se llevaba a la boca uno de sus pezones. Lamía su pezón en círculos hasta que fue a la punta, la mordió y con cuidado la estiró. Tony estrujó las sábanas con fuerzas, sintió un tirón en su vientre que le obligó a gemir fuerte, animando a Steve quien no tardó en seguir con sus sensuales e infernales caricias. Rogers metió su mano izquierda debajo de los pantalones del genio sin dejar de lamer el pezón de Tony. Lo volvió a morder a estirar y a irse por el otro pezón, enloqueciendo al castaño. A medida que Steve jugaba con el pezón del castaño, lo lamía, lo apretaba y lo mordía, se atrevió a apretar el miembro del genio. E inmediatamente Tony arqueó su espalda, jadeó en alto y trató de cruzas las piernas. Pero, le fue imposible.

Rogers le había sometido al placer que extrañaba.
Y confiaba.

Cambiando de postura, Steve descendía hasta el vientre de su omega. Mientras, que Tony se tensaba y se humedecía. El calor del celo del genio iba haciéndose presente, tan presente que Rogers lo notó. El lado más salvaje de la naturaleza de Steve quería contrarrestar la presencia del celo de Tony. Sí, quería aparecer, empotrar al castaño y tomarlo duro. Pero, el miedo de herirlo y de fallarle en Steve era más grande que cualquier instinto. Porque Steve quería hacerle el amor a Tony y no cogérselo. No, él quería sentir a Tony, disfrutar de su cuerpo, de su delicioso aroma a café y de las caricias que le regalaba. Así que, quitándole lentamente el pantalón y los calzoncillos al genio, Steve iba contemplando el desnudo de su omega. Era realmente precioso, era un sueño. Un sueño que ahora volvía a pertenecerle y que merecía recibir todo ese placer que se negó, que se evitaron por el dolor de sus errores. Tony merecía lo mejor. Steve besó el vientre de su omega con delicadeza y fue descendiendo hacia su miembro. Rogers tomó el miembro de su omega y lo lamió desde la punta hasta la zona más baja del tronco, sin apartar su mirada en el rostro de Stark. Sintiendo el calor de la boca de Steve en su miembro, Tony se sofocó, liberó las sábanas y llevó su mano a su propia boca para callar sus gemidos, su placer. Pero, Stark fallaba por culpa de Steve.

El capitán chupaba el miembro de su omega como un experto y lo lamía enloquecido, sometiendo al genio quien tenía las piernas tensas, el vientre contraído y el corazón latiéndole rápida. Tony podía sentirse cómo se corría en lo boca de su alfa, cómo alcanzaba el clímax, cómo Steve se robaba sus jadeos con su nombre y cómo su reciente celo lubricaba satisfecho su entrada. Lo peor era que Tony no podía sentirse avergonzado porque se trataba de Steve el que lo hacía correrse como ninguno. Gritando el nombre de Steve, Tony terminó por correrse. Las mejillas del genio se encontraban sonrojadas, su boca entreabierta y su respiración entre cortada, mientras su espalda arqueada descansaba, regalándole una vista más que excitante a Steve. Rogers no tardó en levantarse, en limpiarse del semen de su omega y en quitarse el pantalón como el calzoncillo, liberando su propia erección.

Agitado, Tony miró a Steve. —Con cuidado, por favor.

Steve le besó y sonrió. —Lo sé.

Subiéndose nuevamente a la cama, Steve separó las piernas de Tony, se posicionó en el medio de ellas y volvió a besar el cuello de Tony, notando las glándulas omegas del genio palpitar y su marca enrojecer. Steve besó su marca y Tony jadeó. Su omega lo necesitaba y él también. Su erección comenzaba a dolerle y a exigirle tomar a su omega. Así que, besando nuevamente los labios de su castaño, Steve lo embistió. Hasta lo más profundo. Tony gimió alto, se apegó al pecho de su alfa, buscó consuelo en él y sus manos se aferraron a la cintura de Steve, de su Steve. Para Tony, sentir nuevamente a Steve dentro de él era enloquecedor y satisfactorio. Porque volvía a pasar un celo y no solo, sino con su alfa. Besando el pecho de Steve, Tony se contuvo a otra embestida. Embestida que hizo a Tony temblar por el deseo, por el placer de volver a sentirse completo. Mientras que, Steve hipnotizado por sentirse nuevamente apresado por las paredes internas de su omega, por hundirse en la persona que más amaba y deseaba, comenzó a moverse en círculos. Tan lento que le robaba a Tony maldiciones y jadeos cuando él sonreía complacido por ver el placer de su omega reflejado en sus muecas. Steve no estaba lastimando a su omega. Por lo que, Rogers salió y entró otra vez con la misma fuerza. A cada segundo que pasaba, Steve embestía a Tony más y más rápido. Rogers no podía parar. Con cada embestida, el capitán quería estar más dentro de su esposo, hacerlo suyo y entregarle un placer completo.

Moviéndose adelante y hacia atrás, Steve iba llenando a su omega con su semilla, iba logrando que la primera ola de su omega se saciara y que le aproximara al clímax. Mientras, Tony hundía sus uñas en la espalda de su alfa, le exigía que aumentara sus embestidas y que fueran más rápidas, sin importarle que su cuerpo temblaba de placer, se iba desplomando y rindiendo. Tony quería más y Steve no se lo negó. Rogers embestía a Tony duro. Dentro. Fuera. Lento. Rápido. Ese era el ritmo con el que Steve penetraba a su omega, con el que se robaba sus jadeos y con el que ambos alcanzaban el verdadero placer. Hasta que el nudo se formó. Fue ahí que Tony sollozó, que se aferró al cuello de Steve y que trataba de buscar las palabras correctas para pedirle lo otro que tenía planeado. Pero, no las encontraba y su entrepierna se manchaba con el semen de su alfa. Debía hablar antes que el nudo bajara, antes de que su cuerpo le traicionara y ocurriera imprevistos que no sabría lidiar.

Tony debía hablar.

Así que, tomando aire y mirando a Steve, Tony se atrevió a hablar. —Rompe nuestro vínculo, por favor.

— ¿Qué?

—Rompe nuestro vínculo. —Las lágrimas aumentaron y Tony era incapaz de seguir viendo a Steve. —Por favor. 

Steve no volvió a preguntar. No después de sentir nuevamente el dolor en Tony. Por lo que, con lágrimas recorriéndole las mejillas, Steve sacó sus colmillos, los llevó hacia donde estaba la marca que le dejó a Tony hace años y volvió a morderla, rompiendo así el vínculo que los unía. E inmediatamente el nudo comenzó a bajar y permitirle salir de Stark quien no paraba de llorar. Tony cubría su rostro con ambas manos porque se sentía avergonzado y dolido. Todo había sido perfecto para los dos, pero aún sí le pidió acabar con su enlace. A pesar, de que se había fortalecido con este encuentro. Tal vez, fue egoísta. Mas, Tony sabía que no viviría mucho si mantenía su abuso con los supresores.

William fue claro.
Y no había más camino que este.

Siendo echado a un lado y rodeado por los brazos de Steve, Tony empeoró su llanto y hundió su rostro en el pecho del capitán. —Te amo, Steve. Mi corazón te pertenece y mi vida también. Pero, aún no estamos listos. Y si queremos una oportunidad en el futuro es este el camino. —Con la voz quebrada, trató de justificarse.

Steve besó su cabeza y acarició su espalda. —Te amo, Tony. Y el que no estemos enlazados o casados no cambiará nada. Tú seguirás siendo mi vida, tu nombre continuará en cada respiración mía y en mis pensamientos también. Yo te pertenezco y perteneceré siempre.

— ¿Entonces firmarás el divorcio?

Steve cerró los ojos, sintiendo las lágrimas aún salir. —Sí.

Un largo silencio se extendió.
Un silencio que Tony rompió.

—Eres mi dolor y eres mi paz, Steve.

—Y tú eres mi hogar, Tony.

[•] Bueno, como les dije es un final abierto. Pueden interpretarlo como que se separan o regresan después. Ustedes escogen. Para mí, sucede lo segundo: Dejan que el tiempo los sane y vuelven amarse, aprendiendo bien la lección. 💕✨
[•] Pd: Espero les haya gustado. Finalmente, he escrito mi fic Stony Post-Civil War. ✨

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