Capítulo 1
—Ya puede ingresar, señor Stark.
Al apartar la mirada del celular, Tony se topó con unos hermosos ojos azules de una atractiva beta de cabellera rubia, provocando que soltara un profundo suspiro. Le resultaba increíble y hasta cruel darse cuenta lo miserable que podría ser su propia mente por vincular a cualquier persona con su esposo, con su alfa. Sí, su maldita mente se empeñaba en traer el recuerdo de Steve al presente como ahora. Jodidamente, Tony no veía a la beta y secretaria de su doctor, sino los rasgos más característicos de su alfa, de su esposo. Ese esposo que hace más de un año que él ya no veía, que ya no se esforzaba por buscarlo y que tampoco se esperanzaba más en su regreso. El genio estaba dispuesto a dejarlo ir, pero su corazón y mente aparentemente no. Estos se aferraban en rememorarle esos momentos felices con su reconfortante compañía y en traerle las promesas que se hicieron cuando se juraron amarse para siempre. Total, se suponían que debían permanecer juntos frente a cualquier problema, luchando por salvarse mutuamente, por no huir del otro, por amarse aun cuando esto les obligara a odiarse.
Mas, el daño que se hicieron, el dolor de traición que los separaba, era más grande que sus promesas. Al menos, para Stark. Él no podía volver a ver a Steve, a volver a sentir su aroma cerca o a volver a escucharlo. Y no por el orgullo herido, sino por la aterradora sensación de desprotección, desorientación y confusión que le doblegaba al dolor cada día desde lo ocurrido en Siberia. Pero, que debía fingir que no existía, que no le afectaba y que él se encontraba bien, muy bien. Tony Stark era el mismo de siempre. Nada ni nadie le había cambiado o lastimado. Y se lo probaba a la secretaria. Pues, sonriéndole galante y guiñándole, le robó un sonrojo antes de llegar al consultorio del doctor. Tal como lo hacía antes de conocer a Steve, antes de amarlo y antes de perderlo. Nada de lo que la prensa asumía y proclamaba sucedía. Él seguía siendo el indiferente Tony Stark, un omega fiel a su promiscuidad. O, eso leyó en el periódico por la mañana.
Con una sonrisa triste, el genio fue recibido por su doctor llamado William que rodeaba los sesenta y cinco años. —Creí que no llegabas, Tony. —Soltó el doctor.
—Era venir aquí o dirigir una junta con unos accionistas. —Tony respondió, fingiendo felicidad. Mientras, tomaba asiento, el doctor sacaba su expediente. —Así que, lo escogí a usted, doc.
El doctor William sonrió. — ¡Que considerado de tu parte! Ahora si me permites, debo dar una última leída a tus resultados. No quiero cometer errores, ¿bien?
—Tómese todo el tiempo que necesita, doc. No es que pueda escapar de usted o de su presunta aliada.
—La señorita Potts solo le preocupa por ti, Tony.
—Lo sé. —El genio tomó aire. —Ella siempre se preocupa.
Dejando que su doctor leyera con tranquilidad sus resultados, Tony se dedicó a mirar con detenimiento el consultorio. No tenía duda de que el mayor orgullo de William era la familia que formó. En la mayoría de los cuadros que colgaban en las paredes del consultorio, se hallaban el doctor con su familia. También, había cuadros con solo la foto de la esposa del doctor y en otros, sus hijos. Se veían que eran felices y que la idea de ser una familia no les aterraba como a él. O, bueno, como lo hacía años atrás. Pues, antes de conocer a Steve y amarlo, él jamás se imaginó formar una familia, casarse o tener hijos. Se sentía cómodo y feliz con la que ya contaba. Esa que Pepper, Rhodey y Happy conformaban. Ellos le entendían, le cuidaban y le protegían. Así que, preocupaciones o deseos de tener hijos nunca se le asomaron por la cabeza. Menos, por su miedo constante a fallar como su padre lo hizo. Él no quería ser Howard, dejar a su hijo a un lado o hacer sentir a su hijo que era el responsable por detener su carrera, sus sueños. Él no quería ser mal padre. Por eso, jamás pensó en serlo hasta que Steve apareció. Fue con él, con esa seguridad y confianza que le transmitía que finalmente la idea de tener un bebé no le resultaba mala, que él podía ser distinto a Howard, que él podía amar a su hijo y ser el héroe que el mundo ama. Con Steve amándole, él se sentía capaz de tener lo mejor de ambos mundos.
Ahora ya no.
Por lo que, volver al mismo consultorio en donde alguna vez Steve le acompañó emocionado por iniciar el tratamiento para tener un bebé, hizo su mirada cristalizarse tanto que se vio obligado a cerrar los ojos, tomar aire y soltarlo lentamente. No podía llorar frente a su doctor o frente a nadie. Debía cuidar lo único que le quedaba: su deteriorada reputación como persona, no como héroe. No cuando era lo que alejaba al gobierno de Visión y de él. E incluso del resto de vengadores fugitivos. Portarse como el genio pretensioso que se aferraba a la ilusión de ser un buen héroe daba la confianza a los altos directivos de que él verdaderamente acudía a cada misión designada, que tenía a toda su red localizando a los vengadores fugitivos y que también se mantenía alerta a cualquier amenaza. Sí, por aburrido que sonase era el trabajo que hacía a medias. Pues, desde que los vengadores se escaparon de La Balsa, no se dispuso a buscarlos. No después de recibir la carta de Steve. Ellos eran la familia de Rogers como Pepper, Rhodey y Happy lo eran para él. No podía arrebatárselos. Tampoco, ser el egoísta que asumían.
—Bien. —La voz del doctor William hizo que el genio alzara la cabeza, sintiéndose más calmado de lo que acostumbraba. —Las noticias que te daré no son muy alentadoras.
— ¿Desde cuando lo fueron? Soy un omega que lidia con un enlace roto, doc. No se preocupe por lo malo que se ven mis estudios.
—No se ven malos tus estudios. —El doctor tomó aire y cerró el expediente del genio para cruzar sus brazos. —Son terribles. Tus estudios han dado alarmas preocupantes a causa del uso excesivo de supresores. Sin mencionar la terrible alimentación que llevas junto con el consumo de alcohol. Es una terrible combinación que debes parar, Tony.
Stark sonrió. —Doc, soy un genio y héroe que debe ir un paso hacia adelante para atrapar a los malos. No pretenda que pierda mi tiempo cocinándome comida saludable e ingiriendo solo agua.
—No es pérdida de tiempo cuidar tu salud.
— ¿Cree que no lo sé? Estoy aquí en una cita con usted y no armando nuevos trajes para las futuras batallas. —Tony respondió enojado. —Así que, solo deme los medicamentos que pueden reducir el daño de los supresores para irme.
William se tensó. —No existen medicamentos para lo que necesitas, Tony.
—Entonces de qué sirve venir acá. ¿No se supone que debe darme soluciones o alternativas para mantenerme vivo?
—Es difícil mantener viva a una persona que parece no querer estarlo, Stark. —El doctor habló con dureza. — He visto tus últimos enfrentamientos y sé que perfectamente que a ti no te protege un suero de supersoldado, un monstruo verde o un cuerpo hecho de vibranium. Eres una persona tan mortal como nosotros, pero pareces olvidarlo. Porque, a diferencia de cualquiera de nosotros, tú prefieres quedarte encima de la línea entre la vida y la muerte, esperando que algo o alguien te arrastre a un lado que no eres capaz de decidir. En lugar, de huir, de salvarte. Prefieres mil veces descuidar tu vida: volar hacia un agujero de gusano, hundirte en el fondo del mar con una ciudad o quedarte en la explosión unos terroristas con armas chitauris que salir de ahí como esos oficiales de Shield.
Nuevamente con la mirada cristalizada, Tony negó. —Yo soy Iron Man y ese es mi deber: salvar vidas inocentes a costa de la mía.
— ¿Y cómo excusas tu poco interés sobre tu salud? —Tony se quedó callado y el doctor suspiró. —Tal vez, no te lastimas físicamente fuera de combate, pero sigues descuidándote. Te empeñas en envenenarte con esos supresores, en no preocuparte por comer bien y en ingerir altas cantidades de licor. Como Tony Stark, te castigas y eso lo extiendes en tu rol como Iron Man. Ahora, quizás se deba a que tu padre te dijo que no servías, que no valías como persona. Pero, el problema no es ese, sino que finalmente le creíste. Y si no te cuidas, la muerte te va alcanzar, Tony.
— ¿Qué debo hacer para que dejes de creer esa mierda y vuelvas a portarte como mi doctor, no como mi terapeuta? —Tony preguntó con sus lágrimas al borde de escaparse.
William suspiró derrotado. Desde que Tony era un omega adolescente y rebelde, él se dedicó a cuidarlo, a mantenerlo sano. Pero, desde la muerte de sus padres y los cambios tan extremos en su vida como ser un vengador, casarse y separarse del Capitán América, le resultaba imposible cumplir con la promesa de la fallecida María Carbonell. El genio se empeñaba en no seguir sus consejos, en atender sus alarmas y en no cuidar de él. Era tan terco como heroico. —Debes pasar el celo con tu alfa y pedirle que rompa el vínculo. Eso te dará meses libre de los celos y de los supresores, dando así el tiempo necesario para que tu cuerpo se reponga.
—No. —Fue lo único que Tony era capaz de pronunciar.
—Entonces, con la fuerte dosis de supresores que ingieres, lo más probable es que desarrolles un severo cáncer en el útero, descartando también toda oportunidad de concebir en un futuro. Claro, en caso de que sobrevivas al cáncer.
Tony terminó por reírse. No sabía qué era peor: o si la frialdad de William de darle tremenda predicción o lo mal que se portó para enojarlo a ese punto. —Comprendo. ¿Cuál es la tasa de supervivencia para un cáncer así?
—Un cinco por ciento. Pero, en omegas sanos, que no han abusado de supresores y que han heredado el gen anormal que da lugar al cáncer. —William descruzó sus brazos y tomó las manos de Tony. —Por una vez en tu vida, escucha a este anciano, Tony. Es momento de que rompas el vínculo. Podrás sobrevivir a eso, pero no a un cáncer. Tu cuerpo no lo resistirá. ¿Comprendes?
—Sí.
Fue lo último que Tony logró hablar.
Totalmente, derrotado.
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[•] ¿Le gustaría leer la versión de Steve antes de su encuentro con Tony? Ustedes deciden. Así que, de ustedes depende de que esta historia sea de dos o tres capítulos. 💕
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