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Capítulo 6

Durante la cena me dediqué a intentar ocultar mi enojo y odio. Mi familia no tenía porqué recibir mi mal humor.

Mi padre y madre hablaban sobre las personas que invitaron a su aniversario; amigos de toda la vida, comadres, el sacerdote del pueblo, hacendados vecinos...

Eso me hizo levantar la cabeza. No había muchos hacendados en la zona a pesar de ser rural. Y los únicos hacendados con los que mis padres se llevaban bien eran los Loera y la señora Ferreira.

Y así mi mente volvió hacía las cinco mismas personas que la ocuparon toda la tarde. Esos sujetos podrían pasar fácilmente como unos jóvenes adultos que se ganaban la vida en las haciendas. Y tal vez lo fueran.

Pero después de saber la que hicieron, mi mente no podía dejar de pensar en cómo los haría pagar.

Descarté de inmediato hacerlos sufrir por medio de sus familias, era bastante obvio que algo como aquello no les iba a importar en lo más mínimo. Además de que sus familiares no tenían culpa sobre sus acciones. Así que a pesar de que mi mente quisiera con todas sus fuerzas hacer aquello, mi razón no lo permitió.

Y luego estaban Carlos y Brayan. Un par que parecía —y dijo— ser inocente. Sin embargo, yo no me podría creer aquello tan fácilmente. Después de todo, ¿No hacían cualquier cosa que ellos dijeran? Solo bastaba con que Mario —porque era bastante obvio que él era el que daba las ideas— ordenara que hicieran algo y ellos lo harían.

¿Quién me aseguraba que ellos realmente no estuvieron ahí? En contra de su voluntad o no, lo más probable que es que ahí estaban.

Detrás de Aldo.

Y la culpa que, de alguna manera, se postró en mis hombros al concluir que, de haber vuelto en aquella ocasión, tal vez Aldo continuaría con vida. Esa culpa la canalizaba y depositaba en los cinco sujetos a los que miraba con odio casi en cuanto la sentía.

Y la falta de raciocinio también estaba ahí. Esa que me hacía pensar y desear que ellos solamente asustaron lo suficiente a Aldo como para que este último nunca volviera. Aunque casi siempre la razón me hacía comprender que estaba siendo bastante optimista al respecto.

Le dije a mis padres que me iría a dormir después de terminar la cena. Argumenté sentirme cansado y soñoliento por el viaje y que no había dormido mucho en los últimos días por todos los exámenes.

Pero no me dormí. Me fue imposible hacerlo.

En su lugar empecé a idear un plan para lograr que Brayan o Carlos me dijeran absolutamente todo lo que supieran. Descarté a Carlos casi en cuanto la idea pasó por mi cabeza. Él parecía ser alguien que sabía cuándo callarse, y si yo no sabía cómo ganarme su confianza, no obtendría nada de él. Y la confianza lleva tiempo, y eso era lo que yo menos tenía.

Por esa razón mi atención de dirigió hacia el blanco más vulnerable y, aunque injusto, mi mejor opción: Brayan.

Brayan era una persona rota que buscaba consuelo. Yo no tenía ni idea de las razones o acciones que lo llevaron buscar consuelo en cualquier persona que estuviese dispuesta, pero yo se lo podría ofrecer si con ello obtenía la información que él tenía. Para su tormento.

Con un plan en mente, me dormí a la espera de una oportunidad para abordarlo y hacerle ver cuán comprensivo podía ser con él.

No tuve que esperar tanto, y eso era excelente porque realmente no quería hacerlo, ni podía.

Brayan y Carlos se encargaban de revisar el ganado libre por las mañanas y por las tardes. Para asegurarse del bienestar del mismo, todos los días a las siete de la mañana salían de la hacienda hacia la sierra y se aseguraban de que todos los animales estuvieran en excelentes condiciones y no faltara ninguna cabeza. Después lo repetían a las cinco de la tarde.

En realidad no deberian hacerlo los domingos, pero al recibir un pago extra, los trabajadores seguían viniendo y se marchaban a las tres de la tarde. Aunque probablemente estuvieran invitados a la fiesta de mis padres.

Ese domingo Carlos no vino, y ninguno de los otros tres quisieron acompañar a Brayan, argumentando que cada quien tenía sus propias tareas a esa hora. Solo se harían pendejos después de alimentar a las vacas con crías.

Y solo porque podía, decidí joderles la mañana y de paso me acercaba a Brayan.

—Ensilla mi caballo —le dije a Iván.

Me aseguré de mirarlo únicamente a él. Pero él era un pendejo; por esa razón se giró hacia Brayan y dijo:

—Ya escuchaste al jefe. Ensilla el caballo.

Pero yo era todavía más perro.

—Me parece que no escuchaste bien, Iván —le dije acercándome a él—. Te lo he ordenado a ti.

—Ya le dije a Brayan que...

—Iván —lo interrumpí—, me importa muy poco lo que tú dijiste y a quien se lo dijiste. Ensilla mi caballo.

Y al parecer esto era una competencia de quién podía ser más hijo de la chingada, porque me miró fijamente y después se miró de soslayo a Mario.

—Que me lo ordene el capataz —dijo, completamente seguro de sí.

El odio que les tenía no hacía más que aumentar.

—Te lo he ordenado yo —repliqué.

—Sí, pero el capataz es Mario. Y es al capataz a quien obedezco —insistió él.

Me acerqué más a Iván y me quedé a escasos veinte centímetros de su persona. La imagen que dábamos era de lo más comprometedora. Y yo quería partirle la cara a él.

—Ya lo ensillo yo —dijo Brayan, rompiendo el tenso ambiente.

Salvo que yo no pretendía irme de ahí sabiendo que Iván se quedaba satisfecho. No podía permitirlo. Esto era por mi orgullo.

—No. —Lo detuve—. Lo hará él.

—Yo no voy a hacer nada hasta que el capataz no me lo ordene —Iván tuvo la audacia de responder.

—¿Qué diferencia hace, de todo modos? —intervino el mencionado—. Venga, Brayan. Ensilla el caballo para que...

—La diferencia que hace —me giré hacia Mario— es que la orden fue para Iván, y él la ha transferido a Brayan aún cuando le he dicho explícitamente a él que lo haga —me giré nuevamente hacia Iván—. Eso es insubordinación.

—No es insubordinación —argumentó él—. Porque el capataz no me lo ordenó.

Y solo porque podía y porque quería, me aseguré de mostrarle cuán cabrón podía llegar a ser si me provocaba.

—¿Y tú piensas que aquí Mario tiene más autoridad que yo? —le cuestioné con burla.

—Es el capataz —insistió.

—Dime una cosa, Iván —miré a Mario y después a él—. ¿A quién le responde Mario?

—Al patrón —contestó a la brevedad.

—Eso es correcto —lo felicité como a un idiota—. ¿Y quién es el patrón?

Sus ojos se llenaron de ira al comprender hacia donde quería llegar. Pero su ira no era más grande que mi odio hacia ellos, ni mucho menos.

—Puedes ser el hijo de quien quieras —me señaló el pecho con su dedo índice—, pero por encima de Mario solo está el patrón.

—¿Y quién es el patrón?—volví a preguntar.

—Álvaro Corrales —respondió.

Mi sonrisa creció ante su respuesta. La arrogancia que nunca dejaba salir me escurría por los poros.

—¿Y cómo me llamo yo? —le pregunté con la voz llena de burla.

Él seguía a menos de medio metro de mí, por lo que tenía que inclinar la cabeza ligeramente hacia atrás para poder verme a la cara.

—Álvaro Corrales —escupió y al instante se arrepintió al percatarse de que lo hice decir lo que quise en todo momento.

—Ahora ya lo comprendes —le di unas palmaditas en el cuello.

Me miró con rabia pura, Mario también y yo no pude estar más satisfecho. Incluso Adrián me miró con algo de disgusto ante mi arrogancia.

Yo no les tenía miedo, ellos eran unos simples empleados y les gustara o no, yo estaba por encima de ellos y no me iba detener en demostrárselos cada vez que me diera la gana.

Pero aunque me muriera de ganas de despedirlos, aún los necesitaba cerca.

Una vaca no apareció.

La buscamos por horas y ya casi era medio día. Estábamos en la zona norte del cerco, durante la tarde y noche anterior había llovido con bastante fuerza. Probablemente la vaca buscó refugio entre los árboles. Por eso revisamos las zonas donde los había en abundancia.

—Es una de las vacas preñadas —dijo Brayan cuando nos detuvimos cerca del cerco—. Ya le faltaba poco. Tal vez parió y se escondió por eso.

Tenía sentido, pero eso no hacía que la encontráramos más rápido.

Me enfoqué en su persona. Brayan tenía ojeras, y sus mejillas parecían hundirse gradualmente. Lo que yo estaba a punto de hacer era poco ético y muy egoísta.

—Parece que no has dormido —empecé—. ¿Te encuentras bien?

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