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Capítulo 5

Tal como dijo, me dio "clases" de tiro, según sus palabras. No me fue tan difícil, mi padre ya me había intentado enseñar, pero esa enseñanza fue de una semana antes de que me fuera a la universidad, por lo que no aprendí casi nada, y lo que aprendí se me olvidó en su mayoría.

—También le enseñé a disparar a Brayan y Carlos —me contó mientras recargaba el rifle—. A Brayan le daba miedo pero Carlos le daba ánimos.

—Son un montón de pendejos —dije yo.

—¿Brayan y Carlos? —levantó una ceja—. El único mal que tienen es trabajar junto a Iván y Mario. Adrián solo los aguanta por estar en paz, pero Brayan y Carlos no tienen manera de estarlo. Al menos por ahora.

Me vinieron a la mente sus comportamientos mientras marcamos los becerros. Mario e Iván siendo insoportables, Adrián ignorando su entorno y Carlos y Brayan soportando el hostigamiento.

—¿Por ahora?

—Mi pa piensa que es mejor poner a Carlos o Adrián de capataz.

Pensé que sería perfecto si los despidiera a los cinco y contratará a personas más capacitadas y serías. Ellos actuaban como adolescentes a pesar de ser adultos. Aunque me lo guardé, porque si lo decía Johanne me volvería a dar un sermón sobre generalizar como los que me daba antes de que me fuera.

Aunque sí, tenía algo de razón. Después de todo, era bastante obvio que el problema general del grupo de trabajadores eran Iván y Mario.

—Parece que Mario no se respeta ni a sí mismo —dije en cambio al recordar las palabras de Carlos; palabras de las que yo no debería tener conocimiento.

—¿Después de lo que le hicieron a Brayan? —cuestionó con desdén y decepción—. Ese no respeta ni a su madre.

Fingí concentrarme en el rifle y escuchar, porque había algo con Jonny que hacía que si te veía muy interesado en lo que estuviera diciendo, dejará de hablar en automático. Si solo parece que la escuchas, podría decirte hasta sus contraseñas.

Pero no dijo nada.

—¿Qué le hicieron? —inquirí.

Me miró con una ceja negra arqueada. Llevaba el pelo en un moño apretado en la nuca para poder usar el sombrero que un día mi padre le puso y nunca dejó de usarlo.

—No te puedo decir —dijo después de un rato—. Es un secreto.

—¿Por qué me plantas la duda, entonces?

—No es mi secreto, Álvaro —dijo—. Es de él y si alguien tiene derecho a contarlo es él. Sólo te puedo decir que tanto Mario como Iván son peligrosos, disfrazan sus ataques como juegos inofensivos, pero sus chingaderas fácilmente podrían ser cuestionables moral y legalmente.

—¿Qué?

—Solo procura ignorarlos, al menos hasta que mi pa los despida. Y espero que sea pronto.

Eso no hizo nada por disminuir mi curiosidad, al contrario. ¿Qué había pasado durante el tiempo que estuve fuera?

—¿Qué sabes, Jonny? —insistí.

—¿Te acuerdas de los gemelos Loera? —me preguntó en respuesta.

Aldo y Alan.

—¿Los de la hacienda que cuidaba...? —pero no pude continuar porque un recuerdo me atacó de pronto.

Un recuerdo que se desarrollaba cerca del cerco que se encontraba al norte, del otro lado del mismo estaba la Hacienda Loera. Ese lugar fue testigo de dos adolescentes que se descubrieron a sí mismos destruyendo su amistad para convertirlo en algo más profundo.

Pasábamos las tardes ahí, cuando yo fingía ir a revisar el ganado. Aldo siempre estaba ahí esperando por mí, sentado sobre las rocas que formaban un muro bajo, con sus ojos avellana siguiendo cada uno de mis movimientos.

Aldo nunca necesitó una excusa para verme, él y su hermano eran huérfanos y desde el inicio rechazaron cualquier ayuda de sus familiares salvo para lo estrictamente legal. Por eso su abuela era la única que vivía con ellos como su tutora, pero realmente solo estaba ahí para tapar los huecos legales. Así que las vidas de los gemelos se regían únicamente por sus propias reglas.

Pero no volví a ver a Aldo desde que se fue a terminar su educación y el contacto se perdió casi enseguida. Supuse en aquel momento que se había terminado. Él se fue solo un año antes de que lo hiciera yo.

—Sí, los de la hacienda que cuidaba el papá de Mario y Brayan cuando los gemelos se fueron a la ciudad a terminar sus estudios —Jonny terminó por mí, devolviéndome al presente.

—¿Qué hay con ellos? —pregunté enviando esos pensamientos al fondo más recóndito de mi mente, del que nunca debían volver a salir por mi propio bien.

—Uno desapareció durante una visita —dijo cargando el rifle, me tensé en mi sitio—. Los gemelos se quedaron en la hacienda, pero el capataz decidió que quería dormir en su propia casa mientras sus patrones estuvieran de visita. Así que envío a Mario a cubrir su lugar. Mario a su vez llevó a Iván y Adrián. Los gemelos lo aceptaron porque serían más eficientes tres que uno.

Se quedó callada mientras me entregaba el rifle. Apunté hacia uno de los objetivos y disparé. Nada.

Mi mente estaba en otro lugar. En Aldo y su hermano. ¿Desapareció Alan? Mi parte egoísta deseó que fuera él y no Aldo.

—Ellos tres le dijeron a uno de los gemelos que irían a cazar coyotes —continuó—. Y se llevaron al otro con ellos sin decirle nada al que se quedó. Pero solo ellos tres volvieron.

—¿Lo mataron? —le pregunté.

Sentía el corazón latiendo en mi garganta. Un miedo y ansiedad indescriptibles se apoderaron de mí cuando pensé que muy posiblemente mi primer amor y al que nunca olvidé estuviese muerto.

Aunque siempre me negaba a ello, yo era muy consiente de que nunca dejé de amar a Aldo. La primera vez que lo confirmé fue cuando me creí enamorado de Liliana. Aterrado me di cuenta de que en realidad me quedaba con ella por el parecido físico que compartían, la única diferencia que compartían era el género. Y tal vez eso fue lo único que me mantuvo cuerdo.

—Tal vez —dijo Johanne—. Es lo más probable. Alan buscó por todas partes, mucha gente le ayudó pero jamás lo encontraron. Y ninguno de los tres responsables dijo nada.

Alan buscó por todas partes.

Esa parte se quedó atascada en mi mente por un segundo que creí interminable. Aldo fue el que desapareció.

Pero una parte importante fue más fuerte que mi dolor.

—¿Cómo sabes eso? —le pregunté cuando caí en cuenta de que ella no debería tener manera de saberlo.

—Adrián es hermano de Carlos —dijo con suavidad—. Y Mario, aunque inútilmente, es hermano de Brayan. Adrián se lo contó a Carlos en un intento de desahogo. Y Mario se lo contó a Brayan en una especie de amenaza borracha; por eso Brayan le tiene tanto miedo a su hermano y a Iván.

Mi mente se desconectó en automático. Todo lo que podía pensar era en la muerte de Aldo. La furia y odio reemplazaron las emociones que sentía antes. Odié a Mario, a Iván y Adrián.

Rápidamente llegué a la conclusión de que tenían que pagar. Sin importar cómo.

Cuando volvimos me dediqué a perderme en mi memoria. Recordando y pensando. Hacía mucho tiempo desde la última vez que me permití pensar en Aldo Loera. En sus grandes ojos color avellana y sus rizos castaños. Recordé también la primera vez que miré a Liliana, lo triste que estaba por no saber nada de Aldo y asumir que lo que tuvimos jamás volvería.

Ahí me di cuenta de que yo también utilicé a Liliana. La vi como un escape de mi dolor y de mi joven corazón roto.

Lloré en la oscuridad de mi cuarto por horas hasta que mi madre me pidió que bajara a cenar. Me dediqué a rememorar cada frase que nos dijimos, cada caricia que nos dimos, cada beso. Cada te amo.

Según lo que Brayan y Carlos le contaron a Johanne, esa visita de los gemelos Loera ocurrió el mismo año en que yo me fui, solo unos meses más tarde. Esa fue la primera vez que yo me rehusé a venir. Pensé en si Aldo me buscó o simplemente me olvidó, quería creer que me amó hasta el último aliento, tal como prometió en más de una ocasión.

Pero yo no podía hacer nada por él. Pero sí por su memoria.

Le envié un mensaje a Liliana. Un simple lo lamento. No esperé respuesta. No la necesitaba. Tampoco necesitaba el dolor, ni el llanto, así que me los tragué y baje a cenar con mi familia.

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