VII
Capitulo 7
✨Las hermanas Naky ✨
Eirene no quería mirar a nadie mientras el carro se movía lentamente llevándola a ella y sus hermanas dentro, hacia el palacio Naky.
Bell, que era una de las hijas de Net-Erei, se encontraba dentro con ellas, pero sentada a los pies de Eirene. Ella odiaba esto, la forma en que la pequeña hembra se rebajaba por Eirene, pero no temía reducir con la mirada a sus hermanas. Hablaba muy mal de la raza, como desprestigiaban a las demás, pero podían adorar a una de ellos mismos. Orgullosos y altaneros, la pequeña Bell estaba hecha un desastre, su ropa elegante rota y su aspecto y olor deplorables, pero ella no dejaba de mirar con superioridad a sus hermanas que la habían ayudado a salvarla.
Primero se había peleado con Meissa, y luego con Lyra cuando esta quiso ayudarla a subir al carro cerrado. Luego de eso, decidieron que Bell tendría que esperar última para bajar cuando llegaran, así le mostrarían dónde se encontraba su puesto en el favor con la supuesta Señora Naky.
Eirene odiaba tener que hacerse pasar por eso, primero actuando como una perra fría y altanera, había tenido que demostrar que Zolo estaba bajo ella. Aunque Zolo sólo le había dado una mirada filosa y roja cuando comenzó a arrodillarse, una vez que tuvo que apartarlo, sus ojos eran dorados y respiraba con dificultad. Él se había quedado allí, después que le diera unas suaves palmadas en su cabello negro para luego subir al carro primero. Gracias al universo, él permanecía afuera con los demás machos mientras avanzaban.
Eirene miró a Pleya cuando esta le hizo una señal.
—Le haremos creer que no puedo hablar, que soy una clase de mascota para ti. Así podré pasarte información de esta forma, y no levantaremos sospechas. De esta forma, a penas me prestarán atención y podré recolectar información.
Eirene y sus demás hermanas asintieron.
Ella estaba segura que podría fingir, gracias a su entrenamiento y su forma de poder ocultar sus verdaderos sentimientos.
El cuerpo de Eirene se tensó cuando empezaron a llegar al pueblo. Aunque de afuera, parecía completamente cerrado, desde adentro tenía unas aperturas para poder mirar el exterior.
Hombres y mujeres caminaban lentamente por el costado del carro, sin siquiera levantar la mirada hacia el transporte. Eirene se percató que las hembras también eran algo peludas, pero estaban más vestidos que el que habían logrado atrapar. Por lo que sabía, Ainus lo traía sobre su hombro, maniatado. Las casas, si les podían decir de esa forma, eran simples paneles con otro por arriba. Eirene se asomó mejor cuando vió a un grupo de pequeños que estaban en una de las calles. Cuando vieron al carro, sus caras se transformaron, habían estados alegres y charlatanes, pero sus ojos se agrandaron mostrando terror y bajaron rápidamente la cabeza.
Eirene frunció el ceño mientras veía cada vez más señales como esas.
•
NiK miró todo con ojos afilados.
La pobreza y miedo eran palpables por donde sea que mirara. Niños mal alimentados, hembras y machos con poca higiene, chozas precarias que ni siquiera un animal eligiría. Se notaba que los Nakys estaban aprovechando la poca evolución que tenían los ghinconianos.
NiK miró sobre el carro que llevaba a las hembras, dónde Mich estaba parado observando hacia todos lados, buscando algún ataque sorpresa más, pero él ya no creía que fuera a pasar. Más allá del desdichado pueblo, se alzaba tres torres, que él suponía que era donde estaba la fortaleza Naky.
La mayoría de los machos no levantaban la mirada, pero NiK cazó a una hembra de unos 15 a 17 años mirándolo con la boca relativamente abierta. Él la observó también hasta que ella tuvo que bajar la mirada.
Su idea había sido pasar desapercibidos, pero gracias al impulso de Eirene entraban llamando demasiado la atención. Le iba a ser difícil conseguir información de los pobladores ahora, ya que ellos sabían que él trabajaba para una "Señora Naky". Sus puños se apretaron al recordar lo que tuvo que hacer, y lo que más le molestaba, era como su cuerpo había reaccionado a la sangre de la capitana de los ángeles caídos. Se había excitado lo suficiente para que ella tuviera que apartarlo. Haber pasado sus manos por las fibrosas piernas de Eirene, sentir el temblor de su cuerpo cada vez que pasaba su lengua por sus muslos.
Había tenido que tomarse un momento para volver en sí.
Agradeció que Eirene haya dicho el plan en su oído izquierdo, de ese modo sus machos sabían lo que pasaría. No le hizo ni un poco de gracia la mirada divertida que le dió Ainus cuando él había levantado al peludo ghinconiano salvaje. Él seguía inconsciente y NiK temía haberle roto algo de la mandíbula, aunque le dudaba los huesos eran más duros que lo normal. Pero ver como el macho incaba las filosas uñas en las piernas de Eirene, sumado a su grito de dolor... NiK sólo había reaccionado para defenderla y odio haberse dejado llevar por el sentimiento. Por lo menos, el macho seguía respirando.
Su cuerpo se tensó cuando le llegó la voz de Mich en su oído izquierdo:
—Veo gente saliendo de las torres—, su voz era muy baja para que no se pudiera escuchar dentro del carro.
NiK siguió caminando, sólo luego de unas cuantas caminos más, llegaron a la puerta de las torres. Parecía ser el centro del pueblo, un redondo y grande terreno sin nada más que las tres torres. Sus brazos se apretaron al ver al rededor de veinte machos Nakys uniformados con sus trajes grises. Todos lo miraron con el vacío de sus ojos negros, como si fueran los animales más bajos de el planeta.
Cuando él Ceb se detuvo, él se movió a la puerta del carro. Abrió la puerta oculta y dejó caer su rodilla apretando los dientes y bajando la cabeza.
Sabía lo que tenía que hacer y el papel de un concubino en la raza Naky. Su pecho vibró con un gruñido silencioso cuando Eirene apoyó su pie en su muslo para bajar del carro, agarrando la mano que mantenía extendida para ella. Se levantó a penas Eirene estuvo fuera del carro, aún manteniendo su mano alzada a la altura del codo. Su ceño se frunció cuando se escuchó una lucha y gruñidos femeninos dentro del carro. Cuando miró hacia atrás, Mich estaba en la posición que él había tomado y Meissa bajaba del carro con su rostro ilegible.
Así, una a una las hembras fueron bajando. Ainus dejó caer al macho inconsciente al suelo y tomó el lugar del último macho, emparejándose así con Pleya. Meissa se había detenido al lado de él, con Mich aún tomando su mano. Ella suspiró y se soltó, volviendo al carro y bajando a la inconsciente hembra Naky.
NiK alzó una ceja cuando la dejó caer sin ceremonias frente a Eirene, entre los soldados Nakys y ellos. Él notó como los machos se tensaban y uno sacaba su arma. Él gruñó fuerte, mostrando los dientes filosos y sus facciones duras, dando un paso adelante y levemente tapando a Eirene.
Él se dijo que lo hacía porque era su papel de concubino.
Los concubinos eran sumisos a sus dueñas, pero se los había entrenado para disponer de su vida si la señora lo requería así. Eran juguetes sexuales y un guardián entregado.
Pero los machos se movieron cuando otro comenzó a bajar de los escalones de la torre central, de su brazo iba enganchada otra hembra Naky. El cabello de la hembra era largo, recto y rubio, su piel pálida y ojos negros. Una hembra de más edad que la que Eirene había salvado. Su expresión era fría y sin emociones mientras los miraba a ellos, su postura recta y su largo vestido vaporoso marcaba una figura atrayente y bien proporcionada.
NiK se quedó con la mirada clavada en ella, era una hembra muy atractiva, hasta que con un rápido movimiento, Eirene tomó su muñeca y sin compasión la dobló hasta hacerlo casi arrodillar y mostrar los dientes. La miró, más sorprendido que otra cosa.
La expresión de Eirene era dura cuando soltó su mano y lo agarro de la barbilla. Los ojos de NiK se agrandaron cuando acercó su rostro lo suficiente para sentir su aliento golpear su boca.
—Baja la mirada—, susurró con un tono duro para darle una bofetada después.
NiK apretó los dientes cuando sus ojos se clavaron en el suelo y sus rodillas terminaron en el piso. Su mejilla ardía.
La maldita arpía le había golpeado en serio.
•
•
—Señora.
Eirene levantó la mirada lentamente para ver al macho Naky que habló.
Unos ojos negros, tan parecidos a los suyos, le devolvió la mirada. Su mano se instaló en la coronilla de la cabeza de Zolo para que él mantuviera la mirada baja. Podía sentir su cuerpo tenso y sabía que él le haría la guerra cuando estuvieran solos, pero no podía dejar que él mirará abiertamente a otra hembra Naky en su presencia.
Era porque tenía que hacerse pasar por una Señora.
Si, era por eso intentó convencerse.
El macho Naky le dió una leve mirada a su hija que intentó moverse y Eirene también la miró. Meissa la había golpeado de más, Eirene lo supo porque su hermana podía dejar a cualquiera inconsciente con uno sólo, pero la hembra presentaba varios magullones que no había tenido antes.
Eirene miró a su hermana y Meissa se encogió un hombro. Ella se guardo la diversión, ya que se dió cuenta que no perdonaría a Bell que pronunciara la raza de su progenitor.
—Señor —, saludo al fin Eirene—. Mí nombre es Eirene y venía a su palacio cuando en el camino encontré a machos atacando a esta hembra Naky. ¿Es algo suyo?
Net-Erei no mostró nada cuando sus ojos volvieron a Eirene.
—Es mí hija menor, Señora.
—Su hija me debe ahora, señor—, el macho al fin mostró algo cuando alzó una ceja.
—¿Si?
Eirene asintió.
—Su hija se ha postrado a mis pies.
La mandíbula del macho Naky se endureció y llevó su mano a su brazo, donde su otra hija apoyaba los dedos finos y delicados. Eirene observó la acción y su mirada fue a la rubia. Sus ojos se afilaron cuando la encontró mirando a NiK en vez de a ella, sus dedos se clavaron más en el cuero cabelludo del comandante. La hija mayor, pareció sentir su pesada mirada y alzó los ojos.
—Ella es mí hija mayor, Señora Eirene. Su nombre es Nizi—, ella ya lo sabía pero de todos modos asintió a la información.
Eirene ocultó la mueca cuando sintió algo en la parte trasera de su pierna. Los dedos del comandante se cerraron con fuerza en su carne y ella aflojó los suyos en su cabeza. No sé había dado cuenta que estaba apretando tanto.
—¿Puedo preguntar por qué venía a mí palacio Señora Eirene?
—Puede—, contestó—. Ha llegado un rumor de que está teniendo problemas con la mina, Net-Erei—, el macho alzó una ceja cuando dijo su nombre—. Me han mandado a ver si eran ciertos y por el recibimiento, no puedo decir lo contrario.
Net-Erei enmascaró su expresión.
—No le mentiré, Señora. Hemos tenido unos pocos problemas...
—¿Pocos problemas?— le interrumpió ella—. Diez machos atacaron al carro de su hija menor y si yo no hubiera decidido intervenir, ella estaría muerta ahora—, le dijo sin poder ocultar su disgusto.
Net-Erei le dió una leve mirada a su hija aún en el suelo, para luego mirarla a ella.
— Aún tendría a la más importante. Nizi es mí heredera.
Eirene agradeció su entrenamiento y poder mantener bajo control su carácter, porque en ese momento quería lanzarse sobre el macho. Necesitaba no verlo para no terminar matándolo.
—El viaje ha sido largo. Quiero descansar.
Net-Erei miró a las hembras y machos que iban con ella, levantó la mano con la que aún sostenía a su primogénita y dos hombres Naky se movieron para tomar a Bell en brazos y meterla a la torre central.
—Claro que si, Señora—, dijo una vez que el cuerpo de Bell desapareció—. Usted podrá tener un aposento en la torre central, sus guardias pueden ir a la tercera—, dijo dando un pequeño cabezazo a la torre de la izquierda, la más pequeña y arruinada.
—Ellas tendrán habitación donde yo lo decida—, aclaró Eirene, su expresión dura y decidida—. Y ellas vendrán a la torre central conmigo.
—Pero, Señora...—, Net-Erei se detuvo cuando Eirene levantó la mano.
—Soy una Señora Naky y ellas son mis guardianes reales. ¿Piensas ponerlas en una torre en ruinas?— gruñó con los ojos furiosos.
El macho se puso nervioso y por primera vez habló la hija.
— Disculpé a mí padre, Señora. Es seguro que haremos lo que pide—, Nizi hizo una señal con la cabeza a una fila de mujeres que estaban al lado de las puertas, que se movieron rápidamente para ponerse a un costado de los machos para guiarlos—. Sus concubinos pueden seguir a nuestras siervas, ellos podrán ser bañados antes de entrar.
Eirene mantuvo la mano en la cabeza de NiK, sin permitirle que se levante. No podía, ya que no quería que el grupo fuera separado.
—No es necesario, mis machos están limpios y sin enfermedades—, gruñó entrecerrando los ojos a la rubia.
Nizi levantó una ceja.
—Lamento decirle que no permitiré que entren en esas condiciones—, dijo ella sin mostrar nada en su rostro.
—Lamento decirle que no dejo que nadie me de órdenes— le contestó entre dientes—. Nosotras mismas nos preocupamos por su limpieza. Sus siervas pueden mostrarnos el camino. Nosotras mismas veremos que sean debidamente limpiados.
Nizi la miró por unos segundos hasta que asintió, su mano se apretó en el brazo de su padre y este hizo una leve inclinación antes de moverse junto a su hija hacía la entrada de la torre principal. Eirene se mantuvo en la misma posición hasta que estos entraron y los soldados volvieron poco a poco a sus puestos. Las siervas quedaron con la cabeza gacha, esperando que ella ordenará para moverse.
Ella sacó la mano de la cabeza del comandante y este se levantó casi de inmediato. Sus ojos estaban rojos cuando la miraron, sóla esa muestra de su enojo.
—Muéstranos el camino—, gruñó ella a la sirvienta.
Eirene despachó a las mujeres una vez que los dejaron en los baños. Todos entraron y ella mando a Meissa que se fijara que no hubiera nadie al rededor. Guardaron silencio hasta que ella volvió.
—No hay moros en la costa—, dijo cuando cerró la puerta.
Eirene se volvió al grupo de machos cuando escuchó un gruñido, bajo pero peligroso. Los machos dieron un paso hacía un costado cuando NiK dió un paso hacía ella. Sus ojos centellantes podrían haber sido intimidantes, pero ella no le temía porque sabía que él no podría hacerle daño, no porque no pudiera, sino que sabía que él nunca lo haría.
Alzó una ceja cuando él dió otro paso, su mandíbula fuertemente apretada.
—No tenemos tiempo para esto. Apresúrense y hagan lo que tengan que hacer—, dijo Eirene haciendo un ademán con la mano y luego hizo un círculo cerrado con el dedo índice, diciéndole a sus hermanas que dieran privacidad a los machos.
Todas dieron la cara a la pared y esperaron hasta que se escucharon los ruidos sordos de las armas cayendo al suelo y los gruñidos que sospechaban era un lenguaje de ellos. Eirene suspiró y miró a Pleya. Ella movió las manos.
—¿Hablamos en voz alta?
Eirene le respondió de la misma manera.
—Susurros.
—No me gusta esta idea—, murmuró Tabit con los ojos entrecerrados.
Eirene la miró.
— Para mí es bastante divertido—, opinó Lyra—. De paso le enseñamos una lección a ya saben quién—, dijo haciendo un pequeño movimiento de cabeza hacia los machos que ya estaban bajo el agua.
Eirene suspiró cuando escuchó un gruñido particularmente fuerte. Sabía que era el comandante Zolo. Su mano aún picaba por la abofeteada que le había propinado. Ella sabía que se había excedido.
Tendría que disculparse cuando estuvieran solos... de nuevo.
•
•
NiK se mantenía crispado mientras caminaba trás las hembras. Su humor estaba peligrosamente cerca de tener ganas de matar, mientras mantenía la mirada en el suelo para que nadie notará su enojo.
No llevaban más de unas horas en Ghinco y ya estaba maldiciendo a todo el Consejo por obligarlo a trabajar con esas hembras emocionales. Si Eirene no hubiera tenido el impulso de salvar a la hembra Naky, ellos no estarían en ese aprieto. No era la primera vez que tenía que actuar algo que no era para una misión, pero el hecho de ser un concubino... y de Eirene, además, le afectaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Primero tuvo que arrodillarse ante ella, mostrando a la pequeña hembra Naky que él era inferior a su compañera de raza. Lamer sus heridas, que era un trabajo del concubino principal, por lo menos le dió un puesto dentro de todo respetable. Para rematar, su maldito cuerpo lo había traicionado al desear a la hembra culpable de ello. Luego lo había humillado, no sólo frente a sus hombres, sino que frente a todos los Nakys del planeta y algunos habitantes de Ghinco que andaban por allí, al reprenderlo y hacerlo bajar la mirada...
Si la maldita misión no fuera tan importante, ya la habría puesto sobre sus rodillas y habría golpeado su trasero apretado hasta dejarle la piel pálida, roja y brillante.
Se detuvo cuando las hembras lo hicieron y no levantó la mirada mientras escuchaba la conversación.
—Esta será su recámara, Señora—, dijo una de las sirvientas.
—¿Y mis guardias?— preguntó Eirene.
NiK le concebía que quisiera que todos estuvieran juntos, era la mejor manera de mantener la misión y la comunicación fluida. Además que siempre estaba viendo de sus hermanas, y en un segundo plano también por ellos, porque dónde estuvieran las hembras, allí estarían ellos también.
—Sus recámaras estarán a su lado, pero usted tiene una privada, para la Señora y los machos que deseé que estén con usted.
Eirene abrió la puerta y él se movió primero, la sirvienta hizo un jadeó cuando él pasó antes de la señora Naky. Él hizo una revisión rápida, observando un gran espacio con varios almohadones coloridos esparcidos, una pequeña mesa en el centro. Se siguió moviendo hasta donde estaban las cortinas color lila oscuro y las movió para observar adentro. Una enorme cama era el centro entre muchas telas que colgaban del techo, la cama podía tener tranquilamente a tres machos y una hembra. Por un momento se imaginó a Eirene en medio de esos machos imaginarios y el gruñido vibró en su pecho. Descartó la imagen cuando volvió a la puerta, las hembras seguían de pie allí.
—Esta todo en orden, Señora—, dijo queriendo aparentar ser sumiso mirando al suelo.
—Bien—, Eirene le dió una leve mirada a sus hermanas—. Las espero aquí al horario que les dije.
Sus hermanas asintieron en silencio. La sirvienta hizo una reverencia y antes de irse les dijo:
—Se le avisará para la comida, Señora.
Eirene asintió y NiK se movió a un lado cuando ella entro en la recámara, cerrando la puerta después de darle una mirada significativa a sus machos. Habían estado de acuerdo en vigilar a la agrupación de hembras, además de a los Nakys. Intentarían mantenerlas a salvo, puede que fueran inteligentes y fuertes, pero ellos conocían mejor a la raza.
Una vez la puerta estuvo cerrada, puso el cerrojo y borró su intento de expresión sumisa y dejó que todos los sentimientos reprimidos salieran a la superficie. Apretó los dientes, lo mismo que los puños para no darse la vuelta y envolver las manos en el fino cuello de Eirene.
Se volteó lentamente, con el cuerpo tenso y la mirada feroz.
—Tenemos que hablar— gruñó.
Continuará...
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